Travesías de la novela histórica
María Cristina Pons
La novela histórica de fines de siglo XX se
caracteriza por la relectura crítica y desmitificadora del pasado a través de
la reescritura de la historia. En este proceso, algunas novelas obstaculizan
las posibilidades de conocer y reconstruir el pasado histórico, otras recuperan
los silencios o el lado oculto de la historia, o bien, presentan el
pasado histórico oficialmente documentado y conocido desde una perspectiva
diferente. Asimismo, el poder cuestionador que caracteriza estas novelas deriva
de los varios procedimientos o estrategias narrativas que emplean en la
relectura y reescritura de la historia, entre los cuales se podrían mencionar:
la presencia de anacronías, la creación de efectos de inverosimilitud, el uso
de la ironía, la parodia y el burlesco; y el empleo de una variedad de
estrategias y formas autorreflexivas que llaman la atención sobre el carácter
ficticio de los textos y de la reconstrucción del pasado representado. Estas
características sirven para poner de relieve una tendencia a la subjetividad en la reconstrucción literaria del pasado histórico, a
partir de la cual se tiende a una explícita posición de relativismo respecto de
la percepción del pasado y también respecto de la escritura de la historia. Con
este relativismo se evita articular un consenso entre dos visiones diferentes,
que de otra manera pretendería la tan aclamada y engañosa
"objetividad" y "neutralidad" de la reconstrucción
histórica.
Las novelas históricas latinoamericanas del
siglo XIX se constituyen no sólo como instrumentos didácticos y de complemento
de la historiografía, típico de la novela clásica, sino fundamentalmente en discursos
de legitimación de la ideología liberal, de ratificación del poder y de una
búsqueda para conformar la identidad de las nacientes repúblicas frente a un
pasado colonial. Estas nacientes repúblicas no tenían historia, y ésta también tenía que ser construida. En cuanto a la
construcción del futuro, la novela histórica acompaña a la incipiente
historiografía latinoamericana en esa tarea. Los historiadores latinoamericanos
del siglo XIX no sólo escribieron el pasado, sino que también formularon el
futuro, afirmando que se trataba de un futuro europeizado. Claro que tampoco
habría que olvidar que los que escribían novelas históricas pertenecían a la
élite intelectual y al grupo hegemónico del poder. La proyección, entonces, de
las preferencias de la élite liberal y la construcción de un futuro europeizado
acorde a tales preferencias de la élite liberal y la construcción de un futuro
europeizado acorde con tales preferencias, se hace manifiesto no sólo en la
historiografía sino también en la novela histórica, siempre con miras a
impulsar la propuesta de civilización, orden y progreso.
En la evolución de la novela histórica del
siglo XIX se produjeron ciertamente innovaciones y cambios, algunos reflejo del
despegue económico y la consolidación del equilibrio político, de la reforma
legislativa, así como de la planificación de la educación y del movimiento
migratorio (en el último tercio del siglo XIX). Este proceso de cambio en la
trayectoria de la novela histórica continúa en el siglo XX, aunque su
complejidad es mayor. En término generales, la novela histórica latinoamericana
no ha dejado de practicarse, pero en el siglo XX su producción refleja notables
altibajos. En algunos países latinoamericanos podría pensarse en su parcial
desaparición, sobre todo en ciertos períodos como el modernismo (1882-1915) y
el vanguardismo.
Sin embargo, se podría mencionar otra variante
de la novela histórica de principios de siglo XX y que tiene raíz en el
revisionismo histórico. Por ejemplo, una importante producción de novelas
histórica en Argentina en la época del primer revisionismo. La más significativa
de estas reacciones fue la suscitada en torno a la identidad nacional, la cual,
sumada al espíritu de conciliación hacia España y la reconsideración de la
herencia española, marcan un viraje respecto de la tradición liberal
decimonónica y da lugar a una nueva visión del pasado, alimentando mitos como el de la raza. Manuel Gálvez es un claro exponente cuyas novelas
son una respuesta a un presente histórico considerado problemático por la
creciente inmigración, las tensiones, conflictos y luchas de clase del mundo
capitalista, protestas obreras, el anarquismo, el socialismo, demandas de las
clases medias para democratizar el régimen político. el revisionismo de Gálvez
se orienta a una exaltación del nacionalismo en la figura de Rosas y a una
legitimación del poder oligárquico.
Podría pensarse que el desarrollo de lo que se
llamó la novela de la tierra y el criollismo -por su énfasis en lo autóctono y
el papel protagónico de la naturaleza como parteaguas entre la civilización y
la barbarie- desplazó la novela histórica como forma literaria de afirmación de
la identidad y la nacionalidad. Pero además, en el primer cuarto de este siglo,
las economías de exportación de la región experimentaron un crecimiento. La preocupación de forjar el futuro recurriendo al pasado se torna en
un interés por el presente. Este presente es un de exploración por parte de las
minorías oligárquicas agrarias nacionales o corporaciones internacionales, así
como la proliferación de caciques y caudillos latifundistas. Incluso, podría
pensarse que el desplazamiento del interés por el pasado se debe a que la
coyuntura histórica no requería tanto de una mirada al pasado para buscar las
causas de las crisis del presente, sino más bien necesitaba impulsar los
cambios revolucionarios.
Habría que tener en cuenta, además, que el
desarrollo de ciertas ciencias y disciplinas como el psicoanálisis, la
psicología, la economía, la antropología y la sociología, impulsan un
progresivo abandono de la preocupación por el pasado y respalda un mayor
interés por el presente y la inmediatez de los conflictos sociales y económicos,
así como el individuo. Hacia la década de los '40 comienza a cobrar
primacía el subconsciente y la conciencia individual en la percepción de la
realidad, lo cual ayuda a acenturar una preocupación existencial, así como una
desconfianza y subjetivación de la historia, que seguía de cerca el
escepticismo frente al discurso historiográfico.
Hacia los años '70, el retorno de la novela
histórica se incuba al calor de la desazón frente al fracaso de la gesta
revolucionaria y libertadora de los años cincuenta y sesenta. Es una década de grandes crisis políticas. A fines de la década del '60, la Revolución Cubana comenzó a repetir la trayectoria de otras que,
tras de una primera etapa abierta a la innovación artística, se reorientaron hacia ideales menos aventureros. Comienza así un
distanciamiento entre Cuba y el grupo de vanguardia literaria que, a principios de 1960, se había considerado como vanguardia política. Más aún, el fracaso de
las guerrillas urbanas y el resurgimiento de las dictaduras militares en
América Latina en la década del '70, resquebrajaron el optimismo y la visión
utópica de un nuevo orden y de un hombre nuevo, que predominaba entre los
intelectuales progresistas de la década precedente. Fracasaron los proyectos
socialistas y los sistemas de gobierno populares, y comienzaron los episodios de
crimen institucionalizado y sistemático de las corporaciones militares y para
militares en el poder.
Si la década del '70 es para América Latina de crisis política, la del '80 es de crisis económica, en la
que se experimenta un decrecimiento económico. Más allá del autoritarismo
estatal de la década del '70 y la crisis económica de los '80, este período
se va a caracterizar, en el nivel global, por una serie de factores, entre
otros por un proceso de Globalización por la creciente
transnacionalización de la economía, la política y la cultura y por la
emergencia de los movimientos sociales de resistencia (movimientos ecológicos,
feministas, etc.).
Paralelamente en los años '60 y '80, un debate
sobre la validez de los grandes discursos del siglo XIX que dominan la historia
-desde la gran narrativa del pensamiento liberal y del marxismo, hasta el gran
discurso de la historia-, tiene lugar en Europa occidental y se proyecta con
fuerza en Latinoamérica, introduciendo lo que se ha dado en llamar la
condición posmoderna. Entendemos aquí como condición posmoderna una nueva
sensibilidad estética, una nueva corriente de pensamiento y un nuevo estado de
ánimo que corresponde a una nueva realidad social: el agotamiento o crisis de
una modernidad inconclusa. El pensamiento posmoderno afecta a la novela histórica de manera particular: al negar los logros y los valores de la modernidad
(como el proyecto de emancipación), elimina toda acción posible, manifiesta una
visión apocalíptica de la historia y, por ende, todo se convierte en una
circularidad de repeticiones sin solución ni salida. Obviamente que esta
postura, a su vez, resulta en un total descreimiento en la historia y en la
posibilidad de producir y recuperar el sentido de la misma en la desesperación
de la impotencia y en la pasividad ante la supuesta situación de "calle
sin salida"; por la falta de alternativas y posibilidades producir un
cambio radical de la sociedad; no hay lugar para los cambios ni utopías.
Muchas de las novelas histórica contemporáneas
ponen en relevancia que volver a narrar una/otra historia no está 2afectado por la
teoría de la "muerte de los grandes relatos", teoría que indica,
según algunos, algo real, verificable (la muerte del psicoanálisis, del
marxismo, de la propia historia como discursos omniabarcadores, coherentes y de
total poder explicativo), o bien, según otros, algo supuesto e inverificable.
Quizá, viendo las cosas desde la literatura, el
retorno tenga que ver con cierta fatiga respecto de la experimentación -que no es por fuera una actitud vanguardista-, que fue tan fuerte y notoria en
la década del '60 y, en consecuencia, con un resurgimiento del
interés por "contar" que manifestaron los receptores y del que los
narradores se hicieron cargo, aunque en muchos casos sin pagar tributo a las innovaciones que habían modificado las pautas de
escritura.
El acontecer histórico que marcó las últimas
décadas de este siglo cambió radicalmente la experiencia del mundo y la vida
personal de muchos; fueron años que tuvieron, sin duda, repercusiones en la
construcción del pensamiento y cambiaron rotundamente las condiciones de
producción material y simbólica. Mientras que la nueva narrativa de los '60, leída como una forma de rebelión en la búsqueda de volver a nombrar a
América Latina, se apartó de la redacción de la historia, ahora el regreso a la
historia aparece como un acto de resistencia. Quizá sería oportuno aquí
recordar aquel comentario de Ángel Rama al referirse a las razones que llevaron
a la "defunción" del boom de la literatura latinoamericana.
Sin duda, una de las obras que más claramente
marca esta inflexión, como acto de resistencia es
Respiración artificial de Ricardo Piglia, publicada en 1980; en su elaboración ficticia de la historia
parece evidente e innegable que establece un juicio sobre las circunstancias en
que se vive en el país, aunque no por analogías sino mediante un esfuerzo por
hallar categorías interpretativas, objetos de lectura, que en el pasado puedan
dar sentido a ese onimoso presente.
Algo semejante podría decirse a propósito de
otros textos que intentan, como Cuerpo a cuerpo (1979) de David Viñas, revisar con mirada crítica grandes mitos fundacionales, en la línea de sus
novelas anteriores, Cayó sobre su rostro (1955), Los dueños de la tierra (1959)
y Los hombres de a caballo (1967). Lo que Viñas a venido explorando, es la afirmación del Estado nacional en el territorio como empresa
militar y de conquista, y a la vez como correlato político de la conquista
privada de ese territorio. Después, la individualización de un Otro que requiere
ser marginado y, en el límite, exterminado, como correlato ideológico
igualmente necesario a esa empresa, todo lo cual, al triunfar, constituye un
anuncio del horror del presente. Sin embargo, estas relaciones son sólo
aludidas, no descritas o narradas, mediante un sistema fragmentario de
exposición, por momentos extremadamente fabulador, mítico, grotesco y
desaforado, lo cual hace evidente que no se trata de una reconstrucción del
pasado tal como pudo haber sucedido sino de una travesía que llega al presente
en virtud de los procedimientos de escritura.
Un razonamiento similar puede hacerse, en un
terreno más definido en tormo al descubrimiento y la conquista, de los textos
de Abel Posse, en especial Daimón (1978) y Los perros del paraíso (1983), en
los que se reconoce una inflexión paródica, erótica y de un humorismo grotesco.
La reconstrucción del pasado, que sin embargo se representa, es tan
distorsionada que es casi obvia la ausencia de todo propósito realista; se
trata más bien, de presentar -mediante evidentes tergiversaciones,
anacronismos, magnificaciones y fantasías, así como de referencias
intertextuales y alusiones a personajes actuales- ciertas instancias sociales o
problemas que, como constantes que atraviesan los siglos, se reiteran en
diversos tiempos y situaciones: el poder y la identidad, la expansión
imperialista, el autoritarismo, la dominación de los cuerpos, la ansiedad, como
una suerte de expresión filosófica de la historia.
A su vez, en El entenado (1983), de Juan José
Saer, se afirma que "que el momento presente no tiene más fundamento que
su parentesco con el pasado", lo cual parece condensar la posición de una
cadena de novelas que gira en torno a una idea parecida, muy vinculada con la
racionalidad misma de la novela histórica. Pero también, como lo muestra la
trayectoria de la novela histórica, los cambios en los modos de producción
material y simbólica de la realidad social se reflejarán no sólo en un cambio
en los modos de representación sino en la visión y versiones de la historia que
en ellas se proponga.
Conquista, dominación y exterminio son temáticas que confieren a un gran número de novelas históricas contemporáneas
un sello común. Se trata, sin duda, de una actitud ante la historia marcada por
posiciones filosóficas y políticas neutrales. No como las que podían quizás
observarse en algunos clásicos del género, en las que es fácil reconocer otras
filosofías, la de un liberalismo positivista que sostiene que los grandes
procesos del pasado fueron guiados por una voluntad constructiva. Por el
contrario, lo que emerge es una actitud crítica apoyada en diversos movimientos
revisionistas, que reivindican al derrotado y al humillado en la construcción
de América Latina. El exterminio y, desde luego, quienes fueron objeto de él,
es un tema atractivo para los novelistas. En especial el exterminio de los
indígenas es una presencia recurrente; así se aprecia, por ejemplo, en las
novelas como Fuegia (1991), de Eduardo Belgrano Rawson, Un piano en bahía
desolación (1994), El río de las congojas (1981) y Flor de hierro (1978) de
Libertad Demitrópulos, La pasión de los nómades (1994) de María Rosa Lojo o
Jaque a Paysandú (1964), de María Esther de Miguel.
El autoritarismo es, sin duda, otros de los
temas y problemas abordado por la novela histórica contemporánea. claro que es
tal la profusión, la variedad y la riqueza que presentan estas novelas que
hablar de elementos dominantes en una u otra no necesariamente implica que sea
concluyente. Así, puede haber una novela en la que la dirección principal sea
una denuncia o acotación del "autoritarismo" para que no excluya la
presencia de una afirmación de identidad. Así, consideremos el autoritarismo, tanto político -tiranía,
dictadura o caudillismo- como de orden principal o de relaciones jerárquicas,
muy presente, por ejemplo, en novelas como Juanamanuela, mucha mujer (1980) o
Belisario en son de guerra (1984) de Marta Mercader. En estas novelas
advertimos que existe una preocupación por atender la esencial cuestión de la
subordinación y el sostenimiento de las mujeres, instaladas en el callejón de
las tres decentes opciones: el matrimonio, el convento o el silencio. La novela
denuncia el machismo o la prepotencia militar como pilares del orden social autoritario.
En ocasiones este propósito es verbalizado en estilo directo o indirecto, pero
en otras, como en Belisario es el protagonista, un héroe de la
independencia, quien sintetiza, machismo y militarismo, lo que indica hasta qué
punto en estas novelas los temas son estructurantes, determinando elecciones y
articulaciones; no provienen ni se extrapolan de un puro conocimiento histórico,
sino que son desencadenantes de escritura que será vertida con todas las
variantes imaginables. Es más, podría decirse que la novela histórica
contemporánea tiende a presentar el lado antiheroico o antiépico del pasado,
particularmente en torno a episodios y figuras centrales relacionados con las
guerras de la independencia, el caudillismo y las tensiones entre facciones.
Lo antiheroico y antiépico de la reconstrucción
del pasado resulta no sólo de una recuperación de los silencios o del lado
oculto a las grandes figuras de la historia sino también en tanto enfocan
aspectos, figuras o acontecimientos marginales, desconocidos, olvidados o
ignorados por las historias oficiales. Es lo que se advierte en novelas como
Ansay o lo infortunios de la gloria (1984), un episodio de la historia
argentina extraído de unas memorias de un comandante de armas destituido por la
Junta de 1810; en La campaña de Carlos Fuentes, que se enfoca, no sin un dejo
paradógico, en esta misma época de la historia argentina a partir de la
historia de personajes totalmente secundarios o desconocidos, o En esta dulce
tierra (1984) de Andrés Rivera, especie de parodia del clásico Amalia, de José
Mármol.
Si bien en algunas novelas los personajes y las
situaciones narradas se basan en hechos históricamente verificados, en otras la
reconstrucción del pasado se lleva cabo mediante elementos imaginados, que se
representan ficticios, o sea como si se hubieran producido realmente, dentro de
un contexto de acontecimientos históricamente conocidos y reconocibles. Pero
cualquiera que sea el caso, la intención es clara: se trata de recoger la
historia de abajo, si se piensa en lo representado, y desde
abajo, si se piensa en el punto de vista de quien narra. Esta inflexión
de la escritura supone una ética: implica la opción de no otorgarle un lugar de
privilegios a los artífices de los cambios y las acciones que hicieron
historia, y de reivindicar, en cambio, a los que sufrieron sus
consecuencias, o actuaron desde los márgenes sin dejar rastro.
Algunos textos privilegian la trama o un
fragmento de referente que, en la narración, constituirán una vía de acceso a
la historia misma. Otros, sin embargo, privilegian el proceso de la escritura,
tanto del relato novelesco como de la historia misma. Entre ellas, por lo
general, no sólo se utiliza como tema el mismo proceso de escritura del texto y
del documento, sino además, se subraya la relación entre la ficción y la
historia que tal proceso conlleva. Ése es el interés y la novedad que posee un
sinnúmero de textos: La novela de Perón y Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez;
Noticias del imperio, de Fernando del Paso; Yo el supremo de Roa Bastos;
Juanamanuela, mucha mujer, de Marta Mercader, o El informe (1997) de Martín
Kohan. En las novelas de Martínez la noción de "documento" lleva al
extremo la idea de que no sólo se construye en sí, sino también el
"referente" (el hecho histórico). En la de Marta Mercader se afirma
continuamente que no sólo todo lo referido en las memorias que escribe el
personaje puede haber ocurrido tal como él lo escribe; personajes secundarios
que contradicen, notas al pie o aclaraciones intercaladas, parecen atacar a la
narradora misma. Las versiones contradictorias y la invalidez de documentos oficiales,
así como una crítica al detallismo superfluo y a un exceso de empiricismo
inútil en la escritura de la historia también son preocupaciones
temáticas centrales de Noticias del Imperio. El narrador de la novela de Kohan,
en una línea similar, destaca que la ausencia de registros documentales que
sirvan de apoyo no implica por fuerza que los hechos que se narran sean
irreales inexistentes, del mismo modo que la invocación a éstos tampoco
implicaría un juicio de realidad.
La novela histórica contemporánea no propone
una visión apocalíptica de la historia, sino que ésta es percibida como un
proceso ininterrumpido de cambio que afecta la vida del individuo de manera que la existencia de éste aparece históricamente condicionada. Lo que se
propone es recuperar lo particular, lo singular, lo heterogéneo y la dimensión
de tiempo histórico en el cual el pasado no es un tiempo fijo y concluido sino
cambiante que se conecta con un presente también cambiante e inacabado, en su
contemporaneidad inconclusa, aun aquello que aparece bloqueado en la memoria y
en la historia.
Tampoco en estas novelas se trata de hacer una
apología de la marginalidad y del exilio, sino más bien subrayar la ubicación,
en término espacio-temporales e ideológicos, desde donde se produce el discurso
y la (re)escritura de la historia. Recuperar el pasado desde el margen, desde
abajo, desde una posición de alteridad, implica cuestionar en términos
históricos y culturales la manera en qué los límites y los significados de
pertenencia son construidos a partir de identidades y exclusiones, y de manera
quizá autoevidente y frecuentemente fuera de la crítica. por un lado, se
percibe que tal percepción de la alteridad, desde una posición hegemónica de
poder, defina al otro (sea amerindio, diferente, el marginal o la misma
identidad de América Latina) como una "otredad" que sirva para
sustentar los mitos y estrategias de autodefinición y autolegitimación de los
discursos de poder. Lo que esta nueva producción pareciera proponer es una
concepción de una América Latina heterogénea y plural, para explorar un horizonte en el que el sujeto se
reconoce no en uno sino en varios rostros.
Bajo el régimen neoliberal de los años '90, se
aprecia, por un lado, la predominancia en la producción de ciertos
géneros literarios del
bestsellerismo. Por otro lado, no deja de hacerse
presente la producción de una literatura crítica que acentúa la distancia
respecto de las técnicas productivas que acompañan la ideología dominante.
Desafortunadamente, la novela histórica parece ilustrar la primera de estas
situaciones. Los procesos de mercantilización de géneros literarios
específicos, entre ellos la novela histórica junto a otros como la biografías,
autobiografías u otro tipo de literatura de tono periodístico sensacionalista, dejan que ciertos valores éticos o
estéticos pasen a segundo plano.
Por esto, aparecen en el mercado novelas que no
sólo se alejan de la diversidad y complejidad tanto temática como de
estrategias narrativas que presentaban sus antecesoras, sino que además no
necesariamente se trata de narrativas contrahegemónicas. Se trata, por el contrario,
de novelas que conforman un cuerpo relativamente homogéneo de fácil lectura en
cuanto a la sofisticación de sus técnicas de representación, así como por la
manera como se aborda la historia. Por lo general, se trata de romances de
personajes históricos o marginales, algunos con tonalidades melodramáticas o de
un heroísmo trágico, o las aventuras amorosas de las grandes figuras
históricas, ninguna necesariamente controversial.
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