La praxis del sueño
James Hillman
La palabra "praxis" tiene una mala historia. Homero la utilizó para asuntos de negocios, Platón la utilizó referida más bien al conocimiento técnico y las ciencias aplicadas, y luego Aristóteles la endureció para emplearla en el contexto de la ética y la política. En cualquier caso, siempre significa "acción", y nada podría sonar más mundanalmente diurno o ·"egoico" que eso, o sea que despidámonos aquí de los griegos. Podemos mantener la palabra "praxis" si cambiamos su sentido para significar lo que hacemos al piano, en el gimnasio o en el escenario: un entrenamiento, unas pruebas para perfeccionar habilidades. Practicamos para ir dándonos cuenta de pequeñas cosas que de otra manera se nos escaparían. La psicoterapia con sueños es también una praxis. Hacemos sus ejercicios no para volvernos prácticos, sino para llegar a ser practicados.
Negro.
Por lo que respecta al color negro en los sueños, quisiera dejar de lado la riqueza implícita en el simbolismo del color y muchas de las nociones ya exploradas por el misticismo religioso acerca de la oscuridad, así como el simbolismo alquímico acerca de la nigredo, de manera que me limitaré a las personas negras en los sueños.
Existe el acuerdo entre los junguianos de considerar la gente negra como sombras, entre lo cual no hay objeción posible. Sin embargo, la psicología analítica ha considerado normalmente estas sombras negras como terrenas en el sentido de Geo o Deméter, y por lo tanto como potenciales de vitalidad (sexualidad, fertilidad, agresividad, fuerza emocionalidad). Además, el contenido de la sombra negra ha sido determinado por trasfondos sociológicos. Las asociaciones personales hacia la gente negra en cada cultura condicionan la interpretación de la imagen. La sombra negra actualmente se supone que aporta espontaneidad, revolución, calidez o música ( o una criminalidad temible). En otras épocas, las personas negras en sueños de blancos podían significar lealtad, o apariencia simiesca, o letargo, servilismo y estupidez, o ser traducidas por fuerzas enormes y completitud, el Anthropos u "hombre primigenio". Los negros han tenido que acarrear todo tipo de sombras sociológicas, desde la religión verdadera y la fe, hasta la cobardía y el mal. Todas las modas sociológicas han olvidado que el hombre negro también es Tánatos.
Como ya hemos visto, en Egipto los habitantes del Infierno eran negros, y en Roma eran denominados Inferi y umbrae. Gumont dice que este "término implica, además de la idea de una sustancia sutil, la noción de que los habitantes de los oscuros espacios subterráneos eran negros, y éste es de hecho el color que se les atribuye normalmente. También es el color de las víctimas que se les ofrecían y de los hábitos de luto que se llevaban en su honor.
Creo que sería arquetípicamente más correcto, y por tanto más psicológico, considerar a las personas negras en los sueños en términos de su semejanza con este contexto del inframundo. Sus atributos ocultos y destructivos pertenecen a la fenomenología "veladora" de Hades, así como su persecución se asemeja al acoso de los demonios de la noche. Son fantasmas que vuelven del Infierno reprimido, no solo del gueto reprimido. Su mensaje es psíquico antes que vital. Te tiran al suelo, re roban los "bienes" y amenazan al ego agazapado detrás de sus puertas atrancadas.
En otras palabras, puede que sea el aspecto terrorífico de estas personas negras donde radica su verdadera dinámica , aunque nuestro prejuicio social no permita barajar esta posibilidad. Claro que nos dan miedo estas figuras reptando en la noche provenientes del reino de la muerte, pero la ansiedad, como sabemos a partir de Freud, indica el retorno de lo reprimido; y hoy día sabemos bien que lo reprimido no es la sexualidad, ni la criminalidad, ni la brutalidad, ninguna de esas cosas que decimos que los personajes negros "representan"; estos presentan a la muerte, lo reprimido es la muerte. Y las muerte les dignifica.
Siguiendo este razonamiento, en los sueños las personas negras ya no tienen por qué seguir cargando con la sombra sociológica de lo primitivo (para la fantasía de desarrollo del ego), ni de la vitalidad (para la fortaleza heroica del ego), ni de la inferioridad (para la fantasía moral o política del ego). En otras palabras, nos alejamos de una pseudo-psicología de lo negro para acercarnos a una genuina psicología de la sombra, un intento de recolocar en los personajes negros "la idea de una esencia sutil".
Animales.
Al considerar a los animales, recordemos que su reino es mayor que el nuestro. Pertenecemos y dependemos de él, por lo cual haremos solamente unos pocos comentarios respetuosos sobre sus imágenes, como uno de los ciudadanos y con los cuales nosotros, animales humanos, hemos acabado bastante a malas.
Generalmente, las imágenes de animales son interpretadas en psicología profunda como representativas del animal, es decir, la parte instintiva, bestial, sexual de la naturaleza humana. Esta interpretación asume tanto la teoría evolutiva como el prejuicio cristiano. Prefiero considerar a los animales en los sueños como dioses, como divinos, inteligentes, poderes autóctonos que piden respeto. Los patrones inalterables que siguen siendo los animales en la naturaleza son como las leyes de dike y themos, que mantienen a los dioses dentro de unos límites. La ecología es como un politeísmo: ambos tienen patrones de poderes autóctonos que se interpenetran y se limitan entre sí, siendo cada poder un esplendor cualitativo, una presencia que es un único ejemplo y un rasgo universal a la vez. Como los dioses, los animales se necesitan unos a otros, y cada uno sigue una justicia divina dentro de los límites de su especie.
La historia del arte y la religión muestra que los dioses se presentaban bajo formas de animales, preferían ante todo recibir en sacrificio a animales, y que la relación con los animales requiere una sensibilidad y una ritualidad similares a la relación con los dioses.
Dado que prefiero no considerar las imágenes de animales como instintos dentro de nosotros, no empleo la hermenéutica de la vitalidad para responder a su aparición en los sueños. Estoy intentando alejarme del punto de vista de que los animales nos vivifican o muestran nuestro poder, ambición, energía sexual, vigor físico o cualquier otra rajas, es decir, las exigencias del hambre o los pecados y vicios compulsivos que en nuestra cultura han sido desplazados en los animales, y que continúan siendo proyectados en ellos se interpretan sueños. Considerarlos desde una perspectiva del inframundo significa mirarlos como portadores del alma libre o alma de la muerte, ahí presentes para ayudarnos a ver en la oscuridad. Para averiguar quiénes son y qué están haciendo en el sueño, antes que nada tenemos que mirar la imagen y no prestar tanta atención a nuestra reacción ante ella. Como si estuviéramos escondidos observando patos o al acecho de un ciervo con el viento a nuestro favor, nuestro foco de atención debe estar puesto en la imagen, al tanto de sus aparición, y olvidarnos de nosotros, eclipsados en esa intensidad para seguir los movimientos precisos de su espontaneidad. Tal vez entonces podamos comprender lo que significan para nosotros en el sueño, pero un animal nunca significa una sola cosa, y ninguno significa simplemente la muerte.
En nuestra tradición de mitos y folclore del inframundo, sólo unos pocos tipos de animales se presentan con regularidad: el perro de Hécate, el Cerbero del Hades, el perro chacal negro azulado llamado Anubis, el caballo de carro de Hades, los jinetes de la muerte y las imágenes de pesadillas en forma de caballo; pájaros pequeños que son almas y los grandes que son demonios alados de la muerte, la serpiente como la ctónico de Dios, la parte que se escurre hasta hacerse invisible a través de los hoyos de la tierra y encarna el alma del difunto. También encontramos animales especiales que son sagrados para los dioses y las diosas que tienen una fuerte afiliación con el inframundo: las vacas embarazadas para Tellus, los cerdos para Deméter, los perros para Hécate. En algunos cuentos de Hadas, la muerte se presenta como un pez, un lobo o un zorro. Un animal inespecífico, negro y con cuernos suele ser una imagen animal de la muerte. A veces, una figura así nos la imaginamos como un macho cabrío negro. Los machos cabríos nunca fueron queridos por los héroes. Sobre todo en el mundo clásico, los animales negros eran sacrificados a los poderes ctónicos.
La araña onírica merece ser destacada, porque a menudo no se la asocia con algún simbolismo del inframundo. Las imágenes de arañas han sido normalmente entretejidas con la tela de araña de la Gran Madre hecha de ilusiones (Maya), los complots paranoides, los cotilleos venenosos y liantes, de poder anal. Los junguianos a veces ven la araña en sueños en términos del sí mismo negativo (una criatura negra, e ocho patas, tejiendo formas mandálicas) Dicen que la araña aparece en tanto que uno teme la fuerza de integración inconsciente.
Aunque la mayoría de las arañas naturales viven en la tierra, las oníricas suelen aparecer en el aire, un aire nocturnal como el inframundo ctónico y pneumático. Hay un intelecto del inframundo, una mente ctónica de la naturaleza que debe tener sus patrones y construir redes que puedan captar y retener cualquier fantasía alada que vuele por los alrededores. No hay escapatoria posible de la tela de araña, y el espíritu del puer "pedo mosca" lo que más teme es la mente ctónica. Por lo tanto, cuando la araña aparezca en tu sueño, no diagnostiques. Vuélvete hacia la otra mitad del tándem, tú mismo, el ego onírico.
Los más importante aquí es que hay muchas maneras animales de acceder al inframundo. Podemos ser guiados a perseguidos por perros y encontrarnos con el perro del miedo, que nos cierra el paso hacia las profundidades. Podemos ser arrebatados por la energía de muchos caballos de potencia, ir por el aire como un pájaro en sus múltiples manera: gorjeando, volando, planeando un asalto repentino del espíritu, el impulso suicida de un ràpido acto mental. Tal vez descendamos debido al cerdo que hay en nosotros, que también tiene a su lado santo oculto en lo profundo. De nuevo, el descenso y la muerte que el animal constela no tiene por qué ser necesariamente la de nuestro ser físico, sólo porque un animal lo sea, eso sería tomar literalmente la imagen animal. El animal presenta un familiaris, un hermano de alma tonto a nuestro lado, o un doctor del alma, alguien que comprende algunas leyes psíquicas distintas de las del ego del mundo diurno, y que significan la muerte para ese mundo diurno.
La creencia común de que los animales encarnan a las almas de los difuntos humanos debería hacernos sentir un respeto especial hacia los animales que se nos acercan de noche. Desde una perspectiva del mundo nocturno, son presentaciones de cualidades y conductas del alma específicas, esenciales, que no pueden presentarse de mejor manera que bajo forma animal.
La aparición de un animal nos vuelve a poner en contacto con Adán. Recuperamos el primer hombre de las cavernas, siguiendo el rastro del alma animal en las paredes subterráneas de la imaginación. Es evidente que los diferentes animales presentan estilos y formas de vitalidad, con lo cual uno suele decir: "En los sueños los animales representan instintos. Representan nuestra bestialidad y primitivismo". No, no lo hacen , primero, porque no son ni nuestros ni nosotros,; segundo, porque no son imágenes de animales, sino imágenes como animales. Estos animales oníricos nos muestran que el inframundo tiene mandíbulas y garras, y nos amplia la consciencia al hecho de que las imágenes son fuerzas demoníacas. Lo mínimo que podemos hacer por ellas es devolverles ese respeto primordial, igual que el hombre de las cavernas pintando en la oscuridad, cara a la pared, ese respeto que les tuvo Adán, tan cercano a ellas que pudo encontrar un nombre para cada una. Necesitamos grandes cavernas y un cuidado amoroso. Sólo entonces podrán acercarse y contarnos cosas de sí mismas.
Un sacrificio animal en un sueño puede iniciar la preparación para el inframundo. No sería acertado eso sólo desde la perspectiva del mundo diurno, como la entrega de una parte del propio deseo vital.
Si relacionamos la afirmaciones de Heráclito sobre el agua y la muerte con la conocida máxima alquímica "no hagas ninguna operación hasta que todo se haya convertido en agua", entonces el opus empieza con la muerte. Cuando una imagen onírica es humedecida, empieza la disolutio, y se va convirtiendo en más psíquica en el sentido de Bachelard, se va haciendo alma, ya que el agua es elemento de lo onírico, el elemento de las imágenes reflexivas y ser su flujo inasible e ininterrumpido. Humedecer en sueños se refiere al placer que siente el alma al morir, al hundirse lejos de fijaciones en problemas literales.
Entrar en el agua relaja nuestra fijación en las cosas y nos ayuda a dejar atrás los lugares donde nos encallamos. Las "aguas" en que entramos pueden ser como un nuevo entorno, un nuevo cuerpo doctrinal que nos envuelve para sostenernos o absorbernos hacia sus profundidades; puede ser como una nueva relación sexual, en la cual el cuerpo desnudo se ve inmerso, una corriente que le arrastra río abajo (Poseidón era un río y un caballo) o donde uno flota sintiendo un apoyo profundo o dinámico. Las aguas pueden ser frías, templadas o calientes, tumultuosas, poco profundas, claras, como dice Bachelard, el lenguaje del agua es rico en sugerencias metafóricas. El inframundo diferencia por lo menos cinco ríos: Estigia, el gélido, Piriflégeton, el llameante; Cocito, el lastimero y melancólico; Aqueronte, el depresivo y negro; y Léteo. Debemos prestar atención una vez más al tipo de agua en el sueño, y no asumir sin más que los ríos siempre significan el flujo de la vida.
Dado que la iniciación en el agua normalmente conlleva una nueva liquidez refrescante, los intérpretes de sueños han identificado el agua con la emoción (afectos, sentimientos), pero el movimiento tiene una cualidad impersonal elemental, al igual que el agua. Si observamos atentamente el sueño, la emoción se sitúan normalmente en el alma seca del ego a medida que se va disolviendo, y no en las aguas, que a menudo simplemente están ahí, indiferentes, desapasionadas, receptivas.
Por lo tanto, el placer del alma imaginal es el terror del alma del ego. En sueños, éste teme ahogarse en torrentes, remolinos, o las gigantescas, que de nuevo los intérpretes a menudo las interpretan como si el que las soñó estuviera en peligro de sufrir una pscosis emocional y ser invadido por el inconsciente, inundado por fantasías y quedarse sin suelo ni base estable. Heráclito, sin embargo, al igual que la psicología alquímica, ve la muerte en el agua como una manera de disolver un tipo de tierra mientras otro tipo hace su aparición.
Las fijaciones literales en los problemas ligados a lo terrenal paran el movimiento del alma, y por lo tanto, "es la muerte que se convierte en tierra". El alma quiere seguir fluyendo y avanzando. Ahora bien, ya que la muerte también significa la perspectiva del alma, dando a las materias que hay que tratar un sentido psíquico. Una materia psíquica se forma, es decir, "de la tierra proviene el agua". Empezamos a ver y sentir psicológicamente qé es lo importante en las fijaciones del alma. Esto genera el agua, a la vez que el alma.
Retraso y tiempo.
Si el inframundo desconoce el tiempo, como afirmó Freud, entonces la puntualidad y el retraso no pertenecen ahí. Sin embargo, sí se experimentan comúnmente en los sueños. Llegamos tarde a coger el avión, nos apresuramos para llegar a una cita y acabamos liándonos y nos retrasamos más todavía, miramos mal el reloj y llegamos una hora tarde al examen (a la actuación o a la conferencia) y nos perdemos el principio. Y lo que es peor, intentamos recuperar el tiempo perdido, pero se nos va paralizando las piernas, que cada vez son más lentas y pesadas. Estas emociones de presurosa ansiedad necesitan ser entendidas a partir de la imagen. Entonces aprendemos que al ego onírico le aterra la lentitud, especialmente la de la mitad inferior del cuerpo. Aprendemos que las imágenes de puntualidad son ajustes ideales del tiempo de los otros, fijaciones en un reloj que mantiene al ego onírico haciendo tic-tac. La puntualidad onírica muestra un ego onírico de acuerdo con la consciencia diurna, y el retraso muestra un ego onírico vagando por la desorientación de la atemporalidad del inframundo, a pesar de sus temerosos esfuerzos. El inframundo ha empezado a afectar al mundo superior, que rompe su compromiso con el tiempo y la calma su compulsión a estar de acuerdo con el orden de relojería.
En consecuencia, cuando en sueños encontramos frases como éstas: “Ya no quedaba tiempo”, “iba a llegar tarde y tuve que apresurarme”, “se me habrá estropeado el reloj”, “y ahora voy a perderme el comienzo”, podemos leerlas como afirmaciones de que el tiempo se va a parar. Nuestra “vigilancia” está fuera de servicio o su mecanismo se ha parado. Sería como experimentar que hemos perdido el tiempo y estamos perdidos, sin tiempo, en un espacio psíquico donde no se puede seguir avanzando. Ya no hay ni un principio ni un nuevo comienzo. Nuestros miembros inferiores está secretamente confabulados con lo que se persigue, ya que han interrumpido su caminar. Ahora hay stasis. La progresión y la regresión se han convertido en constructos que ya no son válidos. No tienen nada que ver con el inframundo.
Este movimiento en el tiempo desde el mundo superior hasta el inferior, mediante retrasos y prisas, puede ser comparado con el paso de una narración a una imagen, eliminando de la narración las palabras referidas a lo temporal. Las narraciones se extienden en el tiempo. Primero ocurre esto, luego eso y entonces lo otro. Cada “entonces” está relacionado con uno posterior. “Entonces” implica algo completamente temporal, siempre se refiere a algo que sigue más adelante y que ha menudo es el resultado de algo anterior.
El acercamiento imaginario al “entonces” es bastante distinto, ya que siempre lo pone en relación más con un “cuando” que con una serie de otros “entonces”. Nos imaginamos que los hechos oníricos ocurren en un lugar donde el tiempo no importa y todo sucede al mismo tiempo, donde no es relevante la sucesión temporal ni la narración sigue una relación directamente lineal.
Por ejemplo, cuando en un sueño tú (el ego onírico) te apresuras por llegar al médico, y entonces vas tarde; cuando vas tarde, entonces te apresuras para llegar al médico. Apresurarse y llegar tarde precisan inseparablemente el uno del otro. Se desarrollan y se intensifican el uno a partir del otro. Ocurren conjuntamente en una imagen relativa a “la consulta del médico”, no es que uno venga primero y el otro le siga.
Desde una perspectiva imaginal que lee el sueño como una declaración de esencia, primero no viene el huevo ni la gallina, dado que no estamos en un tiempo relatado, sino en un espacio imaginado, donde huevo y gallina se necesitan mutuamente y son simultáneos y correlativos. Nociones de origen y causalidad son también constructores no válidos en una perspectiva submundanal para la cual el tiempo no cuenta y la imagen presenta un eterno (siempre activo, repetitivo) estado del alma.
Este movimiento hacia el tiempo imaginal libera los hechos temporales en los sueños de las actitudes del mundo diurno, es decir, de la falacia que se refiere a un tiempo “real” y a relojes “reales”. En cambio, los fenómenos de retraso se mantienen en la imagen del ascensor o del médico, ya que ahí es donde tiene lugar el quedarse retenido y el llegar tarde. Los problemas con el tiempo son colocados en alguna parte. Nos preguntamos: ¿En relación con quién y con qué específicamente se pide puntualidad y se constela la prisa? ¿Qué no responde exactamente a las intenciones del ego onírico: la capacidad de leer direcciones, el ascensor automático, el motor de arranque del coche, el mecanismo vigilante, los pies y piernas? Buscamos dónde está el fallo, pues ése es el lugar de la patología, ahí donde el trabajo onírico ha comenzado su desintegración del tiempo diurno.
El sueño no se extiende en el tiempo porque el inframundo es atemporal, entonces no podemos ir a ningún sitio con él, en el sentido de “tener un objetivo”. Tenemos que abandonar nuestras esperanzas de futuro cuando trabajamos sobre éste. El sueño para el tiempo, y también nosotros debemos pararnos, porque si no lo hacemos el sueño pasa a ser una narración y nos arrastra hasta la corriente del tiempo. Podemos parar el tiempo cuando no leemos el sueño como si fuera una narración, y entonces no tiene fin. Ello significa que no nos conduce a ninguna parte y que siempre sigue activo. Un sueño está quieto dentro de sí, en sus imágenes, y debe ser leído en términos de lo que acontece en su interior. Está quieto dentro de los límites de su marco de referencia, como una pintura en la cual nada viene primero ni nada después, y que se lee articulando y profundizando en las relaciones internas de su imagen.
Si el sueño no conduce a ninguna parte, tampoco el ego onírico va a ningún sitio, ya que también está demasiada ceñido dentro de los límites del sueño, atrapado en la imagen que interrumpe el tiempo narrativo de reloj del mundo superior y su procesión regular a lo largo de las horas numeradas. El ego onírico intenta escapar de la imagen con el pánico temporal. Se apresura por llegar a tiempo por miedo a ralentizarse.
Al concentrarse en la imagen donde el tiempo está inmerso, la cual es en parte una simbología numérica, estamos enfatizando la cualidad temporal, como hacía Artemidoro y otros antiguos interpretadores de sueños que siempre preguntaban la hora en que tuvo lugar el sueño. ¿Fue poco después de dormirse, en lo más profundo de la noche y lejos de la luz diurna o hacia el amanecer? Aunque pareciera que querían ubicar el sueño en un cierto nivel del dormir según sus teorías, también estaban pidiendo al sujeto del sueño que se diera cuenta de la cualidad temporal de las imágenes oníricas. Estas cualidades temporales se refieren a distintos momentos psíquicos: la hora del desayuno, al acabar la escuela, o bien después del último programa en televisión. Presentan distintos momentos de sensibilidad de la consciencia: matinal, de tarde, al anochecer y al final del día. Un examen a las dos de la tarde le examina a uno tanto en lo referente a sus dualidades y tensiones, como al hecho de que tenga lugar después del cenit, cuando el día ya avanza imperceptiblemente hacia su ocaso, aunque se note por la intensidad del brillo y en la calidez acumulados durante un mediodía que ya ha pasado.
Tomado de:
HILLMAN, James (1979): El sueño y el inframundo. Buenos Aires, Paidós, pp. 199-219.