Las cuatro categorías centrales de Camus
Howard Mumma
Aun corriendo el riesgo que todo resumen supone, hemos de iniciar la exposición de la obra y el pensamiento de Camus presentando sus conceptos fundamentales y el marco que estos diseñan. Podremos entender así con bastante fiabilidad no sólo el sentido de sus escritos, sino también las razones de su oposición a que se le considerara existencialista, y sobre todo, cuál era la inquietud intelectual que animaba su producción literaria.
Camus, como el Calígula de su obra, siente «la necesidad de lo imposible», pues «las cosas, tal como son, no me parecen satisfactorias». La pobreza, la injusticia, la violencia de sus años infantiles y juveniles —entre otras cosas— le llevan a considerar que la existencia es un absurdo, y generan en él un cierto inconformismo que le conduce a plantearse la existencia como rebelión frente al mundo dado, y como nostalgia de la justicia. No es sólo un resumen más o menos apresurado, sino que estos trazos responden realmente a sus preguntas de fondo, que se irá planteando sucesivamente como etapas de un camino estético y literario.
Aparecen así las cuatro categorías clave que nos permitirán comprender todo el discurso de Camus: absurdo, nostalgia, justicia y rebelión. Adelantaremos aquí una primera definición que nos permita seguir hablando de la temática del nobel francés a la vez que su comprensión más detallada será posible a medida que avancemos en la explicación. El absurdo, categoría esencial en Camus, es la traducción práctica de la ausencia dé finalidad que caracteriza toda la metafísica moderna. En este sentido lo único que hace Camus en El mito de Sísifo es levantar acta de lo que hay. No se trata de que a él le parezca que lo que existe es absurdo, sino que para la mentalidad del hombre moderno, el absurdo ha pasado a ser una forma teórica aceptada de entender la existencia. El mundo, la realidad, no tienen un sentido, una razón de ser, y por tanto, ante una inteligencia que se pregunta por ellos, el mundo se presenta como irracional. Es la constatación del artista en medio de la Segunda Guerra Mundial, pues recordemos que la obra se publicó en 1942. Lo apunta con claridad en la nota introductoria:
Las siguientes páginas tratan de una sensibilidad absurda que puede encontrarse dispersa en el siglo, y no de una filosofía absurda que nuestra época, hablando con propiedad, no ha conocido. (…) Aquí sólo se encontrará la descripción en estado puro de un mal espiritual.
Todo el pensamiento y la producción literaria de Camus girarán en torno a esta constatación de que nuestra sociedad está invadida por un mal espiritual. No lo defiende ni lo asume, como haría Sartre. El hombre, consciente de que acaba con la muerte, anhela en su corazón encontrar un sentido a su vida, un fundamento a sus valores, una explicación a su existencia, pero el mundo no le ofrece más que el silencio. La razón humana se pregunta el porqué, pero la filosofía moderna le ha dicho que no puede conocer con certeza más que aquello de lo que tiene experiencia sensible y que no le responde a la inquietud de fondo ante él límite de su existencia. Y esta misma filosofía le obliga a renunciar a toda respuesta válida a las verdaderas inquietudes de fondo, a aquellas que le llevan a preguntarse por el sentido. La Modernidad ha optado por aceptar que la razón humana no puede encontrar nada válido que responda a esa pregunta. Pues bien, para Camus, esa es la injusticia radical de la que el hombre no puede escapar y que, con toda razón, denomina absurdo. Luego abandonaría el término, pues se malinterpretó y se quiso entender que Camus la presentaba como categoría metafísica, como apuesta teórica, cuando no pasaba de ser una especie de duda metódica. De todos modos, sigue siendo esencial para situarnos en la perspectiva desde la que el literato abordaba la realidad.
El ser humano, ante esa experiencia, debe comprometerse para vivir con la mayor intensidad posible su nostalgia de una inocencia perdida, del estado natural del ser humano en el que no hay ofensas morales, una nostalgia, por tanto, de justicia. Compromiso que llega a su forma más extrema con la rebelión ante la injusticia histórica. Porque el hombre no puede nada ante la injusticia, llamémosla metafísica, la que se deriva del mal presente en el mundo: enfermedades, catástrofes, desigualdades… Pero sí frente a la que se deriva de las acciones de unos hombres contra otros. En esa rebelión el hombre apuesta por el valor fundamental de la condición humana frente a las arbitrariedades de otras personas o de sistemas políticos.
La obra de Camus ha de entenderse en esta dinámica moral, abierta y exigente, en la que no hay componendas con escuelas filosóficas, sistemas políticos ni estructuras sociales determinadas.
Camus concluía el prefacio a la reedición de 1958 de los ensayos escritos cuando tenía 22 años, recogidos bajo el título El revés y el derecho, haciendo una vez más su declaración de intenciones como artista y como hombre:
Siempre llega un día en la vida de un artista en el que debe hacer balance, volver a acercarse a su propio centro para luego tratar de mantenerse en él. Así es hoy para mí. (…) Nada me impide imaginar que emplazaré en el centro de esa obra el admirable silencio de una madre y el esfuerzo de un hombre por volver a encontrar una justicia o un amor que equilibre ese silencio. (…) Una obra de hombre no es otra cosa que una larga marcha para encontrar, por los meandros del arte, las dos o tres simples y grandes imágenes a las que se abrió el corazón por primera vez.
Y confiesa unas líneas más adelante que, tras veinte años de trabajo, considera que su obra «ni siquiera ha comenzado todavía». Moriría poco más de un año después, buscando esas «dos o tres simples y grandes imágenes a las que se abrió el corazón por primera vez»: la entrega callada de su madre, la inocencia, el silencio del mundo…
Cuando se lee la obra de Camus, cuando se trata de penetrar en la inquietud espiritual que le animaba, resultan sumamente esclarecedoras estas palabras. Porque como sucede con Ionesco, a quien se calificó como creador del «teatro del absurdo» pero quien odiaba semejante caracterización de su obra, se comprende que ellos no están apostando por el absurdo como la única opción de la vida humana, sino que están reflejando en sus obras que el absurdo es lo único que el hombre encuentra hoy como respuesta a sus inquietudes, a su búsqueda espiritual.
El Extranjero (1942) La inocencia, ese estado natural del hombre basta por sí solo para concederle dicha con la satisfacción de los placeres cotidianos |
Esta palabra, absurdo, ha tenido una suerte desdichada, y confieso que ha llegado a irritarme [decía Camus en una entrevista citada por Moeller]. Cuando yo nalizaba el sentimiento de lo absurdo en El mito de Sísifo, estaba buscando un método y no una doctrina. Practicaba la duda metódica. Trataba de hacer esa «tabla rasa» a partir de la cual se puede comenzar a construir.
Lo que en la práctica supone que Camus no acepta el absurdo como una evidencia, como un dato primero, sino como un reto intelectual, como un modo de buscar desde la razón respuestas a un estado del alma. «La obra primigenia de Camus —dirá Mounier— no es una teoría novelada de lo absurdo, sino el embargo poético de una experiencia moral». Y el absurdo no es respuesta válida. Es el «silencio del mundo» del que habla Camus. Por eso no sería una propuesta responsable despachar el ateísmo de Camus de forma rápida y barata, como si su literatura no fuera una apuesta radical y honrada por poner sobre la mesa las cartas del hombre para penetrar en el abismo del Misterio. En el siglo XX el abismo insondable del Misterio se presentaba con el desgarro de un sufrimiento atroz: los abismos de la miseria, la guerra y los genocidios, la injusticia del dolor y el sufrimiento de tantos inocentes. Es obligado que concluyamos estas notas sobre las categorías de su pensamiento con esta breve alusión a su ateísmo.
Camus no era religioso, pero no desconocía el pensamiento cristiano. El hecho de no haber vivido nunca la fe católica en la que había sido bautizado, de que en su casa no hubiera práctica religiosa, seguramente marcó el hecho de que la dimensión espiritual no formara parte de su universo vital. Camus se mueve en otra órbita: no asume en sus obras toda la radicalidad del destino humano, sino que se plantea —al menos en las obras de sus dos primeras etapas— que su vocación y misión de artista es la de encontrar las razones estéticas para vivir en el optimismo razonable de la vida dichosa, amable, llena de luz y de sensualidad de los países mediterráneos.
En los escritos de juventud, de su etapa en Argelia, esa apuesta por un hedonismo naturalista tiene como trasfondo la tensión entre cristianismo (san Agustín) y helenismo (Plotino). Fueron los autores que más estudió en la Universidad —en parte porque san Agustín era como el autor obligado en un centro académico superior del norte de África— y sobre los que había proyectado su tesis doctoral.
Camus considera que la noción de pecado del cristianismo rompe la inocencia primera del helenismo, y transforma la relación del hombre con la divinidad, dando preponderancia al sufrimiento y la humildad sobre el hedonismo y la sensualidad del mundo griego. Este hedonismo y vitalidad, espíritu mediterráneo o «pensamiento del mediodía» que dirá en El hombre rebelde, son para Camus expresiones de la inocencia originaria. La luz y la alegría compensan el sufrimiento y la tristeza inevitables de la vida, porque al renunciar a la trascendencia como dimensión de lo real, Camus considera que la salvación hay que encontrarla en este mundo.
Vemos así el papel que para Camus tienen las categorías de nostalgia de la inocencia y justicia, de las que hemos hablado. Tomará la dimensión estética del pensamiento de Plotino, para quien la experiencia sensible es el camino de lo inteligible, así como su modo de pensar la realidad en clave de tensión entre opuestos, algo que se trasluce en los títulos de algunas de sus obras —El revés y el derecho, El exilio y el reino—. De esta manera, Camus opta por una inmanencia optimista: hemos de luchar contra las injusticias creadas por los hombres y devolver al mundo esa inocencia primera del goce de los placeres más elementales de la existencia. Como se ve en sus escritos de Nupcias, o en El extranjero e incluso en La peste, él considera la inocencia como ese estado natural del hombre anterior a cualquier ideología, filosofía o religión, y que basta por sí solo para conceder al hombre la dicha con la satisfacción de los placeres cotidianos. Pero la honradez de la búsqueda espiritual del escritor francés le hará reconocer que si la huida no era el camino responsable para superar el absurdo de la realidad, tampoco esa mística del hedonismo sensible ofrece una alternativa válida que satisfaga las aspiraciones del espíritu humano. De algún modo, su obra seguirá explorando nuevas vías que ofrezcan respuestas más satisfactorias a los interrogantes más profundos de la existencia, y que inevitablemente, van a implicar una apertura a la trascendencia.
Tomado de:
MUMMA, Howard (2005): El existencialista hastiado. Conversaciones con Albert Camus. Voz de papel, pp-13-16