26 noviembre 2019

Los tipos sociales. Dorde Kuvardic García




Los tipos sociales


Dorde Cuvardic García



La construcción de caracteres humanos en Occidente se inicia con Teofrasto. En el 319 antes de Cristo utilizó en los Caracteres su modelo previo de clasificación del mundo vegetal con el objetivo de construir una tipología de los comportamientos humanos. La Bruyère (francés, siglo XVII) supone una continuación de este género literario en la Edad Moderna. Los caracteres, modernizados desde la categoría de los tipos sociales, se constituyeron en base de una pseudociencia, la fisiología, que obtuvo bastante auge en los siglos XVIII y XIX. Desde sus convenciones discursivas se perfilaron los tipos sociales ‘pintados’ por el costumbrismo. La fisiología es un vástago tardío de la famosa teoría humoral (ya moribunda en el siglo XVIII), desde la que se formularon los famosos cuatro temperamentos: el colérico, el melancólico, el sanguíneo y el flemático. El objetivo de la fisiología era definir el carácter moral del individuo (etopeya) a partir de sus atributos físicos (prosopografía). Sus premisas son las siguientes: 1) Hay una correspondencia entre la apariencia física (cada parte del cuerpo humano) y el carácter moral de la persona; y 2) una parte del cuerpo humano puede representar al conjunto y constituirse en base para hacer la caracterización global moral del individuo. El rostro, en estas circunstancias, se convierte en la parte más representativa del conjunto, el cuerpo humano. Las convenciones discursivas de la fisiología fueron muy utilizadas a comienzos del siglo XIX en la práctica literaria costumbrista y en la caricatura con el objetivo de construir los tipos sociales. Los narradores y caricaturistas, en todo caso, reconocieron las ‘falsas’ pretensiones científicas de la fisiología y esta última fue ocasionalmente parodiada.


Como procedimiento específico, el retrato, sea o no satírico, es una práctica muy importante del siglo XIX que utiliza las convenciones discursivas de la fisiología. Describe un tipo social, por lo general profesional (el político y el cura, por ejemplo). Debe destacarse la contribución literaria del retrato de tipos sociales en la constitución de la identidad latinoamericana; este procedimiento, propio de la ideología positivista del costumbrismo, busca delimitar los tipos sociales que diferencian a una nación de las demás. Picado Gätgens explica muy bien esta intencionalidad al afirmar que “el costumbrismo vendrá a ser una manifestación de la popularización del retrato, testimonio para la posteridad de un pueblo original que merecía ser retratado. Una forma de fijar la ‘diferencia’ respecto a los demás países”.


Por su parte, el retrato satírico tiene un mensaje moral, como sucede también en la fábula, que establece una analogía física y de comportamiento entre un ser humano y un animal. Utiliza la hipérbole de los atributos físicos del personaje retratado. Otras pseudociencias ayudaron al discurso costumbrista a perfilar su proyecto de construcción de tipos sociales. Una de ellas fue la frenología. Su creador fue el alemán Franz Joseph Gall (1758-1828). Procura reconocer los instintos, los talentos y las disposiciones intelectuales y morales del ser humano mediante el análisis de la configuración de su cerebro. A través del análisis de la prosopografía de la cabeza y del cerebro de las personas sometidas a estudio, el frenólogo trata de perfilar su etopeya. La descripción frenológica de tipos humanos aparece incluso en la posterior novela realista-naturalista, entre cuyas .convenciones descriptivas se encuentran las escenas, también heredadas del costumbrismo, como un mecanismo más de caracterización panorámica de la sociedad burguesa de la segunda mitad del siglo XIX.


La intención de los artículos de tipos sociales es perfilar a grandes rasgos un grupo social, un colectivo. Afirman Todorov y Ducrot, que el tipo se encuentra caracterizado por su estatismo y que, en él, “los atributos no sólo permanecen idénticos, sino que también son muy escasos y con frecuencia representan el grado superior de una cualidad o un defecto (por ejemplo, el avaro que sólo es avaro, etc.).” Se trata de describir lo específico (el individuo) por medio de lo general (el tipo social). Se define, en todo caso, socio-históricamente: el tipo social remite a un perfil profesional típico de una sociedad o a las prácticas de sociabilidad cotidianas de los individuos. Un tipo social se construye en términos descriptivos, tanto física como psicológicamente. La prosopografía es el procedimiento de construcción del tipo social en su descripción física; la etopeya remite a su descripción psicológica. Recordemos, junto con del Caño, que “si en la descripción destaca el aspecto externo del personaje (detalles físicos, manera de vestir, objetos vinculados a su proceder o modo de ser habitual) se denomina prosopografía; si, por el contrario, hace referencia a su carácter psicológico, a su manera de pensar, a sus aficiones, trabajo u ocupación, estaremos ante una etopeya”. Se utiliza, sobre todo, la operación descriptiva de la aspectualización, es decir, la asignación de atributos a un objeto o ser humano.


El Baladrón y el Pepito.


En la literatura costumbrista latinoamericana, al igual que en la española, se representan en bastantes ocasiones tipos masculinos burgueses improductivos; sobre todo, la crítica satírica se dirige a los jóvenes que ‘malgastan’ su tiempo. En el caso español podemos recordar Los calaveras, dos artículos publicados por Mariano José de Larra. El calavera es aquel joven que, para combatir su aburrimiento, gasta bromas pesadas a los demás con sus ocurrencias. Utilizando con intencionalidad satírica procedimientos discursivos propios de las ciencias naturales, Larra establece dos especies principales de calaveras: los domésticos y los silvestres. Esta última clase, a su vez, se subdivide en ‘especies’ menores. Es un tipo social caracterizado desde la etopeya por su poca aprensión (no concede importancia hacia ‘el qué dirán’) y por tener un talento natural (es decir, se nace ‘calavera’).


En el costumbrismo hispanoamericano también hay un gran interés por los tipos sociales económicamente improductivos. En sociedades que necesitan establecer sólidas bases comerciales e industriales, los parásitos de ciertos sectores sociales son objeto de sátira. Uno de estos tipos improductivos es el baladrón o fanfarrón, descrito por el venezolano Francisco de Sales Pérez (Justo): “Me voy a ocupar en hacer el bosquejo de un ciudadano que no se ocupa en nada; de un ser que gana su vida amenazando la ajena”.


Francisco de Sales distingue el baladrón moderno del antiguo. Este es uno de los pocos casos donde se reconoce una evolución histórica del tipo social, frente al típico procedimiento de representarlo sincrónicamente. En el artículo Los pepitos, del colombiano Juan de Dios Restrepo, también aparece un alejamiento del discurso sincrónico, típico de las taxonomías preparadas por las ciencias naturales en la primera mitad del siglo XIX. Francisco de Sales, en primer lugar, perfila al baladrón antiguo, tipo social que podemos equiparar al ‘majo’ dieciochesco. No comete delitos, sino solo ‘travesuras’. El baladrón antiguo es un tipo social de la época de la colonia, anterior a la independencia, hijo de una sociedad patrimonial: Aquel era un mocetón medio criollo y medio andaluz, rico por lo regular, y botarate, simpático a las mujeres, repugnante a los maridos, espada pronta, jamás puñal; mal ciudadano si se quiere, pero gallardo en la agresión y travieso sin maldad. No permitía que nadie pagara donde estaba él, a trueque de que nade se creyera más valiente y de que todo el mundo estuviera dispuesto a aceptar los compromisos que él provocara. Era buen bailador, billarista y coleador. En cambio, el baladrón contemporáneo es un tipo social negativo para el ‘buen’ funcionamiento de una sociedad que quiere modernizarse. Es militar pretencioso: improductivo en su profesión, se escuda en la autoridad para aprovecharse, con ostentación, de los ciudadanos. En el baladrón contemporáneo se pueden distinguir las siguientes especies: el del palacio de gobierno, el de las cantinas y el del mercado público o de plaza de barrio (este último es el único descrito en su vestimenta). El baladrón contemporáneo también es caracterizado desde la etopeya. Su principal atributo es la ‘insolencia’. 


En Los pepitos, de Juan de Dios Restrepo, se afirma que el pepito cuenta como precedente al cachaco, un calavera colombiano. Es un joven elegante soltero (prosopografía) siempre identificable por sus travesuras, por su humor y por llevar la contraria de los demás (etopeya). Todo tipo social, a diferencia del carácter, se encuentra socio-históricamente definido (desarrolla su actividad en una sociedad específica) y, como tal, puede llegar a desaparecer y ser sustituido, en ocasiones, por otro tipo social. Así le sucede al cachaco, sustituido por el pepito a raíz de la modernización de la sociedad colombiana: 


"Chistes escogidos, ocurrencias afortunadas, elegancia en el vestir, modales finos, aventuras galantes, calaveradas de buen tono; todas o algunas de estas circunstancias forman la esencia y son las credenciales de este tipo original. El matrimonio y los puestos oficiales dan al traste con su carrera. Una esposa es lastre demasiado pesado para su vida desordenada y ligera de bohemio, y los destinos públicos, embarazando su lengua y su pluma, apagan dos de sus cualidades características, que son la crítica constante y la oposición. Sin chispa y travesura no hay cachaco posible. A todo hombre joven y soltero no se puede dar este título: es necesario merecerlo, y en vano han pretendido tan honroso dictado muchos ricos palurdos y provincianos imbéciles. Pero ¡oh fragilidad de las cosas humanas!, este tipo original […] ha sido absorbido, derrocado, eclipsado y amilanado por el pepito: el pepito es dueño de la situación". 


Restrepo recurre a la escena para caracterizar al pepito, sucesor del cachaco. Este último era ingenioso y exhibía una actitud crítica inteligente. En cambio, desprovisto de toda actitud mordaz, el pepito solo galantea con las hijas de los burgueses. Aunque semejantes en su juventud y en su soltería, el cachaco y el pepito son diferentes en sus costumbres y en su actitud crítica.


El Tigre y el Hombre Hormiga.


En El tigre, Manuel Fernández Juncos tipifica a un parásito social que se aprovecha de sus conciudadanos. En este caso, la aspectualización, que utiliza satíricamente el discurso zoológico, se presenta integrada en la misma denominación del tipo social (véase también el caso de el hombre hormiga, analizado más adelante). Como sucede con el pepito (que tiene al cachaco como precedente), el tigre puertorriqueño también aparece como sucesor de un tipo social previo, el cacique o hacendado rico:


"El tigre viene a ser el sucesor del cacique, en las comarcas empobrecidas donde ya no quedan elementos propios para la subsistencia de este último. Era cacique en ellos un hacendado rico, y fundábase en esta última condición el prestigio de que aparecía rodeado y la influencia decisiva que solía ejercer entre sus convecinos. Hoy los hacendados están de baja, y lo está, por consiguiente, el número de caciques".


El tigre queda caracterizado desde la etopeya moral como vanidoso, fatuo, soberbio e ignorante. No es un hacendado, sino un comerciante o abastecedor local con vínculos políticos. Mantiene actitudes monopolistas y clientelistas. El artículo no solo recurre a la descripción etopéyica. También se recurre a la narración con el objetivo de describir las actividades típicas de este tipo social. Se describe su enfrentamiento con el alcalde del pueblo y su viaje a la capital (el tigre relata a los lugareños sus actividades en la ciudad).


A diferencia del resto de los artículos de la compilación que analizamos, El tigre termina con una recapitulación de sus atributos etopéyicos y prosopográficos. El hombre hormiga, de Juan María Gutiérrez, es otro ejemplo de utilización del inventario, típico del discurso de las ciencias naturales, con pretensiones satírico-costumbristas.


El enunciador llega a elogiar al naturalista Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, autor de una Historia Natural: “¡Quién tuviera el don de observar y la elocuencia de Bufón para describir a nuestro héroe!”. El discurso zoológico interviene en la descripción costumbrista desde el encuadre metafórico para ofrecernos el retrato del hombre hormiga, individuo avaro y trabajador que acumula riquezas. Como señala Moreiro, en El hombre hormiga se realiza “una crítica del ser avaro y egoísta que va siempre a su afán, carece de patriotismo y solidaridad y dedica su vida por entero a la tarea de aumentar su peculio.”


Se utiliza la metáfora de la hormiga para designar la principal característica del tipo social humano analizado: trabajar para acumular. A inicio del artículo se justifica esta comparación:


"No es fábula lo que vamos a escribir, aunque lo parezca a primera vista por el título: el hombre hormiga, no quiere decir tanto como el hombre y la hormiga, sino un viviente que tiene los hábitos y el instinto de aquel pequeñísimo insecto".


Las fábulas asignaban atributos humanos a los animales para criticar satíricamente la psicología y el comportamiento de los primeros. En el artículo de Gutiérrez, en cambio, se describe la conducta de la hormiga, previamente humanizada, para tipificar un comportamiento humano. A la altura del siglo XIX estas correspondencias entre el ser humano y los animales ya se encontraban tan tipificadas que otros géneros literarios, como el artículo de costumbres, podían hacer uso de ellas e incorporarlas en sus convenciones descriptivas. Además de prestarse una gran atención a su infancia (el niño hormiga), este tipo social también es descrito, en términos prosopográficos, en sus actividades ‘comerciales’ típicas.


Caricatura de la Solterona.


La Solterona y la Coqueta.


La literatura costumbrista de los tipos sociales es descaradamente misógina. Recordemos que también tiene esta actitud la literatura satírica del siglo XVIII, tanto española como hispanoamericana. En los artículos costumbristas de tipos femeninos se practica desde el sarcasmo cruel.


Tipo social común a todos los países hispanohablantes es la coqueta. No pertenece a los tipos sociales que distinguen a una nacionalidad de las demás. Es un tipo social bastante retratado. Recuérdese el caso del artículo La coqueta, de Ramón de Navarrete, incorporado al primer tomo de Los españoles pintados por sí mismos, donde se declara al inicio: “Véase como de todos los males de la humanidad, tiene la culpa la coquetería de las mugeres”.


El mexicano Ignacio Ramírez también redactó un artículo bajo el título La coqueta, donde pretende describir a este tipo social como el entomólogo a su insecto: 


"La coqueta es una mujer que se encapricha en conquistarse adoradores con las armas de un atractivo que le ha negado el cielo, pero que su vanidad y su malicia saben aparentarlo con numerosos y admirables artificios; en consecuencia, para conocerla es necesario estudiar detenida y separadamente sus faltas, sus artificios y sus adoradores".


Se trata de un análisis de la coquetería como práctica social, como práctica de sociabilidad protagonizada por la mujer burguesa. Se interpreta como una serie muy codificada de imposturas ‘viciosas’ que emprende la mujer en sus relaciones con los hombres. Además, este tipo femenino, que exhibe gracias ‘impuestas’, es enemiga de la mujer que cuenta con gracias ‘naturales’.


El narrador establece la causa de la coquetería; en primer lugar, la necesidad de esconder el ‘defecto’ físico de la fealdad. Se pretende ocultar una verdad negativa tras las falsas apariencias:


"Fuente abundante de coquetería es la falta de hermosura; pero ninguna mujer se juzga enteramente fea; siempre es un pero, un solo defecto el que atormenta su vanidad y donde tropieza la admiración con que contempla el soberbio conjunto de sus gracias. De aquí provienen los secretos del tocador y las posturas estudiadas; de aquí la lucha eterna y dudosa entre la fealdad y el lujo".


Para el autor del artículo, una segunda causa de coquetería surge de la necesidad que tiene la mujer, en el espacio burgués, de ser apreciada por su dinero, no por su personalidad:


"La coquetería más ridícula es la que tiene su origen en la falta de dinero; la mujer con pretensiones de rica no quiere cautivar con su valor personal ni juzga que para ser amada es preciso se amable".


Mientras que la primera se convierte en coqueta para esconder la fealdad, la segunda es coqueta como medio para alcanzar o mantener un estatus social. En ningún momento el escritor, mediante un análisis crítico, asigna como causa de este comportamiento el sistema de normas y de roles públicos y privados que el patriarcado ‘impone’ a la mujer burguesa. Este tipo social, según el autor, se dedica al consumo suntuario. El sociólogo Thorstein Veblen, en su Teoría de la clase ociosa, nos permite explicar la aparición de la coqueta en el marco de la ideología patriarcal burguesa: el consumo suntuario y el ocio de la esposa, o incluso de la querida, contribuye a fortalecer la reputación pública del burgués. Cuando Ramírez señala que los amantes de la coqueta ven en ella un simple objeto de lujo debemos comprender este enunciado en el marco de este proyecto patriarcal burgués. Atenta a que la opinión pública no la llame cursi (por exhibir ropas y objetos de segunda clase como si fueran de primera), emprenderá prácticas de consumo suntuario. Es así como la coquetería, en la representación literaria de tipos femeninos y personajes en el artículo de costumbres y en la novela realista (véase, por ejemplo, en La de Bringas, de Galdós), se vincula sociológicamente a la cursilería.


Dentro de un encuadre científico naturalista, Ramírez establece diferentes tipos de coquetería: la de las mujeres enfermizas, la de las asustadizas, la de las apasionadas, la de las que afectan mirar con desprecio a los jóvenes que no pertenecen a su familia.


Otro artículo caracterizado por la misoginia es La solterona, de José Victoriano Betancourt. Papel construido e impuesto por el patriarcado, este último sistema ideológico, sin embargo, lo propone como rol elegido por la misma mujer:


"Quedarse para tía es cosa que depende las más veces de las mismas mujeres, salvo los casos de fealdad que hacen de ella la personificación de uno de los preceptos del Decálogo".


La propuesta moralizadora queda explícita cuando, en el último párrafo del artículo, el narrador evalúa negativamente el papel de la soltería desde el eje positivo de la maternidad. Debe considerarse la función moralmente correctora de estos artículos: el lector real y el implícito de los escritores costumbristas es femenino. Por ejemplo, Gaspar Betancourt Cisneros, en Escena de lenguas, afirmará: “lectora queridísima que me diste el tema de esta Escena y me encargaste que fuese pintor leal”.


La interferencia del discurso entomológico en la construcción del tipo social se hace presente en este artículo. Se desvaloriza a la mujer mediante la animalización. En La solterona, afirma el narrador:


"Los naturalistas, al menos que yo sepa, no han clasificado aún esta entidad jamona y descontentadiza (...) Aunque yo la he observado mucho, no he podido aún clasificarla: considerándola criandera nata de los sobrinos, podría colocársela en la familia de las abejas, en la cual hay cierto número de ellas, destinadas únicamente a la crianza de las larvas. También pudiera considerársela como pariente de las auras tiñosas".


Los tipos sociales se integran muchas veces en escenas. Este procedimiento descriptivo se realiza en La solterona:


"Para conocer a fondo a la solterona vamos a buscar un tipo y ponerle en escena. Doña Desesperada se nos presenta a pedir de boca; pero vosotros, mis queridos lectores, no la conocéis, y es fuerza que yo os ponga en relaciones con ella". 


La solterona, en este artículo, se encuentra situada en diversas escenas. En un bautizo, hace de serpiente con un hombre, don Crisóstomo, para echarle la zarpa como marido, mientras que este último hace creer a la solterona, doña Desesperada, que quiere casarse, para divertirse un costa de ella.


El ridículo es el principal atributo de la conducta de la solterona: prefiere la compañía de grupos de jóvenes mujeres, emprende una toilette excesiva... Además, es una figura autoritaria: iImpide que las sobrinas se casen. Excluye a los demás de la sexualidad que ella evita. Betancourt logra vislumbrar la causa de la afición de la solterona a la murmuración, al chismerío: “Doña Desesperada, para llenar las largas horas de su soltería, murmura de todo cuanto ve”. En una sociedad patriarcal que incentiva la soledad de las mujeres que no se casan a cierta edad, la murmuración es un mecanismo compensatorio; sin embargo, este autor no llega a ‘ver’ que la soltería y el tedio que conlleva, junto con otras limitaciones que tiene la mujer burguesa y pequeño-burguesa en la prácticas de la sociabilidad pública, provienen de la ideología patriarcal. Por lo demás, recordemos que el ennui femenino, referido a la mujer recluida en el interior burgués, es uno de los grandes temas de la novela realista decimonónica.


En otras ocasiones, las causas de la soltería que Betancourt ofrece no son, realmente, causas de este comportamiento: afirma que la soltera prefiere la soltería por orgullo, por necedad y por coquetería. El orgullo, la necedad y la coquetería no son causas de aparición de la solterona, sino tres de sus atributos, desde la enunciación patriarcal sostenida en este artículo. Escena de lenguas (Gaspar Betancourt Cisneros –El lugareño– ) es otro artículo misógino. El articulista critica a las mujeres por hablar demasiado en diferentes espacios sociales. Existen en Camagüey, según el narrador, las mujeres regañonas, las murmuradoras, las chismosas (con las especies –que el narrador define como subgéneros– de las habladoras y de las mentirosas) y, por último, la gemela o jimagua.







Tomado de:
CUVARDIC GARCÍA, Dorde (2008): "La construcción de tipos sociels en el costumbrismo latinoamericano". En: Revista Filología y lingüística XXXIV (1) pp.37-51.