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08 noviembre 2017

Sentir lo que sucede. Un Resumen. A. Damasio



Sentir lo que sucede
Un resumen

Antonio Damasio



Cómo salimos a la luz de la consciencia es el tópico de este libro. ¿Cuál es el problema de la consciencia desde una perspectiva neurobiológica? ¿Qué acontece en el organismo y, más precisamente, qué sucede en el cerebro cuando sabemos que sentimos emoción o dolor o, para el caso, cuánto sabemos de cualquier cosa? Allí topé con el obstáculo de la consciencia; específicamente, topé con el obstáculo del self, porque para concertar señales que fabrica la percepción de un sentimiento por el organismo que lo experimenta, se precisa una sensación de self.


Sin embargo, la incógnita de la consciencia no se confina al self. Se orienta hacia la combinación de dos problemas: el primero es entender cómo el cerebro, al interior del organismo humano, engendra los patrones mentales que denominamos imágenes de un objeto, y en lo tocante al segundo problema, éste plantea cómo, junto con la génesis de patrones mentales para un objeto, el cerebro engendra además la sensación de self en el acto de conocer.


Las imágenes sensoriales de lo que percibes externamente, y las imágenes asociadas que evocas, ocupan la mayor parte de tu mente. Junto a estas imágenes se halla también esa otra presencia que te identifica como observador de las cosas imaginadas, dueño de las cosas imaginadas. Actor potencial de éstas. En este sentido tu presencia es el sentir lo que sucede cuando el acto de aprehender algo modifica tu ser.  
   

Emoción y Sentimiento


Las emociones son complejas colecciones de respuestas químicas y neurales que conforman un patrón. Todas cumplen algún papel regulador, destinado de una manera u otra a crear circunstancias ventajosas para el organismo que presenta el fenómeno. Las emociones refieren a la vida de un organismo, a su cuerpo para ser precisos, y su papel es ayudar al organismo a conservarla.


Las emociones son parte de los dispositivos biorreguladores con que venimos equipados para sobrevivir. Constituyen un componente bastante sofisticado del mecanismo de regulación de la vida. Estos dispositivos se desencadenan automáticamente, sin deliberación consciente. Aunque todas las emociones usan el cuerpo como teatro (medio interno, sistema visceral, vestibular y músculo-esquelético), también afectan el modus operandi de numerosos circuitos cerebrales: la variedad de respuestas emocionales fecunda intensos cambios en el paisaje corporal tanto como en el cerebral.


Es así que las emociones están ligadas al cuerpo, son parte esencial de la regulación que denominamos homeostasis, esto es, las reacciones fisiológicas coordinadas y vastamente automáticas que mantiene el equilibrio interno de un organismo viviente. Apuntan a la regulación vital, a la salud del organismo.


La emoción es inherente al proceso racional y decisorio. Aunque esto parece contrariar nuestro instinto, hay evidencias que lo confirman. Puede ocurrir en un marco de consciencia: podemos sentir contundentemente nuestras emociones, y sabemos que las sentimos. La urdimbre de nuestra mente y conducta se teje en torno de ciclos continuos de emoción, seguidos por sentimientos que llegan a ser conocidos y engendran nuevas emociones.


La reducción selectiva de la emoción es por lo menos tan perjudicial para la racionalidad como la sobreabundancia de emoción. Ya no parece veraz que la razón gane al operar sin el influjo de la emoción. Por el contrario, quizá la emoción ayude a razonar, sobre todo cuando se trata de asuntos personales o sociales que representan riesgo o conflicto. Podemos educar o prevenir las emociones, pero no suprimirlas


Emociones y sentimiento de emociones, son principio y fin de una progresión, pero es muy diferente el carácter casi público de las emociones y la absoluta intimidad de los sentimientos afines. Propongo que el término sentimiento se reserve a la experiencia privada y mental de una emoción, en tanto que la voz emoción se use para designar una colección de respuestas muchas de las cuales son públicamente observables.  


No precisamos tener consciencia del inductor de una emoción y solemos no tenerla, no podemos controlar a voluntad las emociones (Es probable que te sientas triste o dichoso y no sepas por qué razón estás así) El desencadenamiento no consciente de emociones también explica por qué es tan difícil falsificarlas. 


Hay emociones primarias o universales: alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa o repugnancia, emociones/sentimientos secundarios: vergüenza, celos, culpa, orgullo, y emociones/sentimientos de fondo: bienestar o malestar, calma o tensión.


Las emociones son inseparables de la idea de premio o castigo, placer y dolor, acercamiento o huída, ventaja o desventaja personal. Es inevitable que sean inseparables de la idea de bien (en el sentido de supervivencia) y de mal (en el sentido de muerte). Nos guste o no, ésa es la condición humana natural. Pero cuando existe la consciencia, los sentimientos logran su máximo impacto, y los individuos son capaces de reflexionar y prever.


Ciertas emociones del cerebro, que forman parte de un sistema neural en gran parte preinstalado y relacionado con las emociones, despachan órdenes a otras regiones del cerebro y a casi todas las zonas del cuerpo propiamente tal. Las órdenes se transmiten por el torrente sanguíneo en forma de moléculas químicas que actúan sobre los receptores en las células que constituyen el tejido corporal. La otra ruta es la de los tractos neurales: aquí las órdenes toman la forma de señales electroquímicas que actúan sobre otras neuronas, o en fibras musculares u órganos que a su vez liberan productos químicos específicos en el torrente sanguíneo. El resultado de estas órdenes químicas y neurales coordinadas es un cambio global en estado del organismo. 


Antonio R. Damasio


Consciencia Nuclear


La consciencia nuclear incluye un sentido interno basado en imágenes. Las imágenes particulares corresponden a un sentimiento. Esa sensación interna transmite un poderoso mensaje no verbal respecto de la relación entre organismo y objeto: que en la relación participa un sujeto individual, un constructo transitorio al que atribuye el conocimiento momentáneo. Implícita en el mensaje está la idea de que las imágenes de cualquier objeto dado (que en este momento están siendo procesadas) se forman en nuestra perspectiva individual, que somos dueños del proceso de pensamiento y que podemos actuar sobre los contenidos del proceso de pensamiento. La fase final del proceso de consciencia nuclear incluye el realce del objeto que lo inició.


La consciencia nuclear se genera en forma de pulsaciones, para cada contenido que se torna consciente. Es el conocimiento que se materializa cuando confrontas un objeto, construyes un patrón neural para él, y descubres automáticamente que la imagen ahora destacada del objeto se forma en tu perspectiva, te pertenece y que incluso pueden actuar sobre ella. Llegas a ese conocimiento de manera instantánea: no hay ningún proceso de inferencia digno de atención, ningún proceso lógico de esclarecimiento que conduzca allí y ninguna palabra; sólo está la imagen del objeto y, adherida a ella, tu sensación de propietaria.


Consciencia es un término amplio para los fenómenos mentales que permiten la extraña confección de ti mismo como observador o conocedor de las cosas observadas; de ti mismo en cuanto dueño de pensamientos formados desde tu perspectiva; de ti mismo como agente potencial de la escena. La consciencia es parte de tu proceso mental: no es ajena a él. La perspectiva individual, la apropiación individual del pensamiento y la agencia individual son las riquezas cruciales que la consciencia nuclear aporta al proceso mental que en este momento, se despliega en tu organismo. La esencia de la consciencia nuclear es el pensamiento de ti –el sentimiento de ti- como ser individual involucrado en el proceso de conocer tu propia existencia y la de otros.


Organismo y objeto


El problema de representar el objeto parece menos enigmático que el de representar el organismo. El objeto se exhibe, en forma de patrones neurales, en las cortezas sensoriales adecuadas a su naturaleza. Por otra parte el organismo y sus representaciones están ligadas a la noción de self, basado en una serie de patrones neurales no conscientes que representan la parte del organismo.


Para cada persona hay un cuerpo. Nunca existe una persona sin cuerpo, ni una con dos cuerpos o múltiples cuerpos. El cuerpo cincela la mente, cuyo destino es servirlo. Así en un cuerpo sólo brota una mente. Sin cuerpo no hay mente. Mentes cuerpo-mentalizadas ayudan a salvar el cuerpo.

Asombra descubrir que las aparentes y monolíticas estabilidades tras una mente única y un self único sean a su vez efímeras y se reconstruyan continuamente en el ámbito de las células y moléculas. No somos meramente perecibles al final de la vida. La mayoría de nuestras partes fallece durante la vida, para ser sustituidas por otras partes perecederas. Los ciclos de la vida y muerte se repiten muchas veces en el lapso de una vida. Gran parte de los componentes que no se sustituyen cambian gracias al aprendizaje. La vida hace que las neuronas se comporten de distinta manera alterando, por ejemplo, la manera en que se conectan con otras. Lo que permanece invariable es el plan de construcción de la estructura de nuestro organismo y los puntos fijados para la operación de sus partes. Digamos, el espíritu de la forma y el espíritu de la función.


Así como los ciclos de vida y muerte reconstruyen el organismo y sus partes conforme a un plan, el cerebro reconstruye la sensación de self momento a momento. Nuestra sensación de self es un estado del organismo, el resultado de ciertos componentes operando de cierta manera e interactuando de cierta forma, dentro de ciertos parámetros. Es otro constructo, otro patrón vulnerable de operaciones integradas cuya consecuencia es generar las representaciones mentales de un ser viviente individual.


Para percibir un objeto, visualmente o de otra manera sensorial, el organismo precisa tanto de señales sensoriales especializadas como de señales procedentes del ajuste del cuerpo, necesarias para que ocurra la percepción. También es cierta la aserción cuando piensas en un objeto, no solo cuando lo percibes en el mundo externo a tu organismo. Los registros que conservamos de objetos y sucesos percibidos otrora incluyen el ajuste motor articulado entonces para lograr la percepción, y también contienen las reacciones emocionales que sentimos en ese instante. Están corregistrados en la memoria, aunque en sistemas separados. Ya sea que estés inmóvil o fantaseando, las imágenes que formas en tu mente siempre señalan al organismo el compromiso que tiene en la tarea de fabricar imágenes y evocan alguna reacción emocional.


El sistema somatosensorial es una combinación de varios subsistemas, cada uno de los cuales porta señales al cerebro sobre el estado de los diferentes aspectos del cuerpo. De hecho un aspecto de señalización somatosensorial no emplea neuronas sino sustancias químicas disponibles en el torrente sanguíneo. A pesar de estas distinciones, todos los aspectos de la señalización somatosensorial trabajan en paralelo y cooperan para producir miríadas de mapas de los aspectos multidimensionales del estado corporal de un momento dado.


La división orgánica y del medio interno está encargada de captar cambios en el entorno químico de las células en todo el cuerpo. El término “interoceptivo” describe genéricamente estas operaciones captoras. Un aspecto de estas señales prescinde de vías y fibras nerviosas. 


La sensación de self tiene un precedente biológico preconsciente, el proto-self, y que las primeras y más sencillas manifestaciones del self emergen cuando el mecanismo que engendra consciencia nuclear  opera en este precursor no consciente.


El proto-self es una colección coherente de patrones neurales que cartografía, momento a momento, el estado de la estructura física del organismo en sus múltiples dimensiones. Esta perpetua colección de patrones neurales de primer orden ocurre en muchos lugares del cerebro. No debe confundirse el proto-self con la rica sensación de self en que se centra nuestro saber en este preciso momento. No estamos conscientes del proto-self. El lenguaje no es parte de su estructura. El proto-self carece de poderes perceptivos y de conocimiento.


En el caso de objetos consignados en la memoria, la memoria de ese objeto se almacenó bajo forma disposicional. Las disposiciones son registros latentes e implícitos, más que activos e explícitos, como los son las imágenes. Estas memorias disposicionales de un objeto percibido en algún momento incluyen no solo registros de los aspectos sensoriales del objeto –color, forma o sonido- sino protocolos de los ajustes motores que necesariamente acompañaron el acopio de señales sensoriales; además las memorias también contienen archivos de la obligatoria reacción emocional ante el objeto. 


La importancia de la distinción entre objeto puntual y objeto memorizado permite que objetos memorizados engendren consciencia nuclear de igual manera que lo hacen objetos puntualmente percibidos. Esa es la razón por la que podemos estar conscientes de lo que recordamos de la misma manera que estamos conscientes de lo que realmente vemos, oímos o tocamos ahora.


Construcción de la consciencia nuclear a partir del protoself


Nos volvemos conscientes cuando nuestros organismos construyen y exhiben internamente una modalidad específica de conocimiento no verbal –que nuestro organismo ha cambiado por influjo del objeto-, y cuando este conocimiento ocurre junto con la exhibición interna del objeto en modo destacado. En su modalidad más simple, este conocimiento emerge como sentimiento de saber.


La consciencia nuclear ocurre cuando los dispositivos cerebrales de representación generan, en imágenes, un relato no verbal de la manera en que el estado del organismo se ve afectado por el procesamiento de un objeto, y cuando este proceso realza la imagen del objeto causal. La hipótesis perfila dos integrantes en el mecanismo: la generación del relato no verbal, en imágenes, de la relación objeto-organismo (fuente de la sensación de self en el acto de conocer), y realce de las imágenes de un objeto.


El proto-self representa al organismo. Los aspectos cruciales del organismo incluidos en esta reseña son el estado del medio interno, órganos, sistema vestibular y armazón músculo-esquelética. La reseña describe la relación entre el proto-self cambiante y los mapas sensoriomotores del objeto que causa los cambios. En resumen: conforme el cerebro forma imágenes de un objeto –rostro, melodía, dolor de muelas, rememoración de un suceso-, y a medida que las imágenes del objeto afectan el estado del organismo, otro nivel del cerebro crea una veloz narración no verbal de los eventos en curso en las diversas regiones del cerebro activadas por la interacción objeto-organismo. El cartografiado de las consecuencias objeto relacionadas ocurre en mapas neurales de primer orden que representan al proto-self y al objeto; el detalle de la relación causal entre objeto y organismo solo puede ser captado en mapas neurales de segundo orden.


En el cerebro humano hay diversas estructuras capaces de generar un patrón de segundo orden que re-representa ocurrencias de primer orden. El patrón neural de segundo orden que sustenta la reseña en imágenes no verbales de la relación objeto-organismo acaso se base en una intrincada señalización cruzada entre varias estructuras de “segundo orden”. Es poco probable que solo una región del cerebro posea el supremo patrón neural de segundo orden.


Hay múltiples generadores de consciencia, en varios niveles cerebrales y, no obstante, el proceso parece fluido, referido a un conocedor y un objeto. La consciencia nuclear del objeto resultaría de una combinación de mapas de segundo orden, suerte de patrón neural integrado que daría nacimiento a la reseña de imágenes propuesta más arriba, y conduciría demás al realce del objeto.


En organismos complejos como los nuestros equipados con varias competencias mnésicas, los efímeros momentos de saber en que descubrimos nuestra existencia son hechos que pueden consignarse en la memoria, ser debidamente categorizados y relacionados con otras memorias pertinentes al pasado o al futuro previsto. La consecuencia de esta compleja operación de aprendizaje es el desarrollo de una memoria autobiográfica, un agregado de registros disposicionales acerca de quién fuimos físicamente y quién solíamos ser conductualmente, junto con registros de lo que planeamos ser en el futuro. Podemos incrementar este agregado mnésico y remodelarlo a lo largo de la vida. Cuando cantidades mayores o menores de imágenes reconstruidas tornan explícitos los registros personales, éstos se convierten en self autobiográfico.


Aunque la base del self auobiográfico es estable e invariable, su paisaje cambia de continuo como resultado de la experiencia. La manifestación del self autobiográfico es más pasible de retoque que el self nuclear, el cual se reproduce una y otra vez con la forma esencial a lo largo de la vida.


Sin importar lo bien que crezca la memoria autobiográfica y cuán robusto llegue a ser el self autobiográfico, debe quedar en claro que ambos requieren un suministro continuo desde la consciencia nuclear para tener algún peso en el organismo propietario. Los contenidos del self autobiográfico sólo pueden ser conocidos cuando se produce una nueva construcción de self nuclear y de saber para cada uno de los contenidos por ser conocidos.


Cuando el cerebro debidamente equipado de un organismo despierto genera consciencia nuclear, el primer resultado es más vigilia: nota que cierta vigilia ya estaba disponible y fue necesaria para empezar el juego. El segundo resultado es una atención más enfocada en el objeto causativo: nuevamente cierto de atención ya estaba disponible.


Además de suministrar sentimiento de saber y realzar el objeto, las imágenes de saber –socorridas por la memoria y el razonamiento- forman la base de inferencias no  verbales simples que robustecen el proceso de consciencia nuclear. Estas inferencias revelan, por ejemplo, la estrecha vinculación entre la regulación de la vida y el procesamiento de imágenes implícito en la sensación de perspectiva individual.


En el caso de los humanos, la narración no verbal de segundo orden de la consciencia puede ser traducida de inmediato en lenguaje. Uno podría denominar esta traducción como narración de tercer orden. Todo lo reproducido en las pistas no verbales de nuestra mente se convierte rápidamente en vocablos y frases.  


Curiosamente, la naturaleza misma del lenguaje arguye en contra de su primacía en la consciencia. Palabras y frases describen entidades, acciones, sucesos y relaciones. Palabras y frases traducen conceptos, y los conceptos son la idea no lingüística de las cosas, acciones, sucesos y relaciones. Por necesidad, los conceptos preceden a palabras y frases, tanto en la evolución de las especies como en la experiencia cotidiana de cada uno de nosotros. 


Es improbable que la consciencia dependa de las vaguedades de la traslación verbal y del impredecible nivel de atención enfocada que se le presta. Si la existencia de la consciencia dependiera de sus traducciones verbales, lo probable es que cada cual tuviera varias modalidades de consciencia, algunas veraces y otras inveraces; varios niveles de intensidad de consciencia, algunos ineficaces y otros no; y, peor aún, lapsos de consciencia.


El requerimiento de subordinación de la consciencia al lenguaje  no deja lugar a la consciencia nuclear tal como se perfila aquí. Conforme a la hipótesis dependiente del lenguaje, la consciencia es posterior al dominio del lenguaje y no puede ocurrir en organismos carentes de ese dominio.


Narrar historias, en el sentido de registrar lo que sucede bajo forma de mapas cerebrales, tal vez sea una obsesión del cerebro y quizá su aparición sea precoz tanto desde el punto de vista evolutivo como respecto de la complejidad de las estructuras neurales requeridas para generar narraciones. Relatar historias precede al lenguaje ya que es, de hecho, condición del lenguaje.


Consciencia ampliada


La consciencia ampliada excede el aquí y el ahora de la consciencia nuclear, tanto hacia el pasado como hacia el porvenir. Aunque el aquí y el ahora  sigue allí, ahora lo escolta el pasado –la medida de pasado que se precisa para esclarecer con eficacia el presente- y, con similar importancia, el futuro anticipado. En su cenit, la consciencia ampliada puede abarcar la vida entera del individuo, desde la cuna hasta el futuro, es instalar el mundo a su lado. Cualquier día, si le permites volar, puede transformarse en el personaje de una novela épica, y si la usas bien, abrirte las puertas de la creación.


La consciencia ampliada es todo lo que es la consciencia nuclear, pero más vasta y mejor, y lo único que hace es crecer a lo largo de la evolución, y de la vida y experiencia de cada individuo. 

El self autobiográfico se articula en la perpetua reactivación y despliegue de colecciones selectas de memorias autobiográficas. En la consciencia nuclear, la sensación de self brota en el tenue y efímero sentimiento de saber, reconstruido en cada pulsación. En cambio, en la consciencia ampliada la sensación de self surge en la exposición constante y reiterada de algunas de tus memorias personales, los objetos de nuestro pasado personal, capaces de sustanciar momento a momento nuestra identidad y nuestro ser persona.


Las memorias autobiográficas son objetos, y el cerebro los trata como tales, permite que cada uno de ellos se relaciones con el organismo de la manera descrita para la consciencia nuclear, permitiéndoles así generar una pulsación de consciencia nuclear, una sensación de “self conociendo”. En otras palabras, la consciencia ampliada es la preciosa consecuencia de dos contribuciones determinantes: primero, la habilidad de aprender y retener miríadas de experiencias, previamente conocidas gracias al poder de la consciencia nuclear. Segundo, la capacidad de reactivar estos registros de manera que, en calidad de objetos, también puedan generar una sensación de self conociendo y por ende ser conocidos.


La consciencia ampliada surge de dos artimañas. La primera requiere la aglomeración gradual de recuerdos de múltiples instancias e una clase especial de objetos: los “objetos” biográficos del organismo, de nuestra propia experiencia vital, tal como se desarrollaron en el pasado, y tal como los ilumina la consciencia nuclear. Una vez constituidas, las memorias autobiográficas se evocan en cada procesamiento del objeto.


El segundo ardid consiste en mantener activas, simultáneamente y por lapsos sustanciales, las numerosas imágenes cuya colección define al self autobiográfico y las imágenes que definen el objeto. Los reiterados componentes del self autobiográfico y del objeto se basan en el sentimiento de saber que surge de la consciencia nuclear.


 El self autobiográfica no es memoria de trabajo aunque ésta es un instrumento importante en el proceso de aquella. La consciencia ampliada depende la capacidad de mantener en la mente, por períodos importantes de tiempo, los múltiples patrones neurales que describen el self autobiográfico. La memoria de trabajo es precisamente la habilidad para conservar imágenes en la mente durante períodos de tiempo que permitan su manipulación inteligente. Una memoria de trabajo amplia es requisito imprescindible de la consciencia ampliada, de manera que representaciones plurales puedan ser conservadas en la mente durante tiempos dilatados. 


La consciencia ampliada se basa en la consciencia nuclear no solo en lo tocante a su desarrollo, sino momento a momento. El estudio de pacientes neurológicos muestra que, cuando se interrumpe la consciencia nuclear, desaparece la consciencia ampliada. 


La consciencia ampliada es necesaria para el despliegue interno de un corpus importante de conocimiento enfocado en diferentes modalidades y sistemas sensoriales, y para las subsiguientes capacidades de manipular este conocimiento en la solución de problemas, o de comunicarlo. El desempeño normal de estas habilidades atestigua la presencia de conocimiento extenso. La valoración de la consciencia ampliada puede lograrse mediante el peritaje de reconocimiento, recuerdo, memoria de trabajo, emoción, sentimiento, razonamiento y toma de decisiones en largos intervalos de tiempo en un individuo cuya consciencia nuclear está intacta.


La consciencia nuclear es un recurso central producido por un sistema neural y mental circunscripto. El hecho de que la consciencia nuclear sea central no significa que dependa de una sola estructura: precisa de un gran número de estructuras neurales, aunque existen numerosos sitios cerebrales no implicados en la fabricación de consciencia nuclear.  


Los contenidos del self autobiográfico son los principales beneficiarios de la consciencia nuclear. En cualquier momento dado de nuestra vida sensible, entonces, generamos pulsaciones de consciencia nuclear para uno o algunos objetos específicos y para un conjunto de memorias autobiográficas afines reavivadas. Sin tales memorias autobiográficas no tendríamos sensación de pasado o futuro ni continuidad histórica de persona. Pero sin narración de la consciencia nuclear y sin el self transitorio que nace de ella, tampoco tendríamos conocimiento del momento del pasado memorizado o del futuro anticipado que también consignamos en la memoria.


De la notable colección de habilidades permitidas por la consciencia ampliada, dos merecen destacarse: primero, la habilidad de elevarse por sobre los dictados de ventajas y desventajas impuestos por las disposiciones relacionadas con la supervivencia, y segundo, la crucial detección de desacuerdos que conduce a la búsqueda de la verdad y al deseo de erigir normas e  ideales de conducta y para analizar hechos. 


05 agosto 2017

El misterio del simio lector. Stanistas Dehaene



El misterio del simio lector

Stanislas Dehaene


En este preciso momento, su cerebro está realizando una proeza asombrosa: está leyendo. Sus ojos analizan la página en pequeños movimientos espasmódicos. Cuatro o cinco veces por segundo, su mirada se detiene el tiempo suficiente para reconocer una o dos palabras. Por supuesto, usted no se percata de cómo esta información va ingresando entrecortadamente. Sólo los sonidos y los significados de las palabras llegan a su mente consciente. ¿Pero cómo es que unas pocas marcas de un papel blanco proyectadas en su retina pueden evocar un universo entero, como hace Vladimir Nabokov en las primeras líneas de Lolita?: 


Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta; la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.


El cerebro del lector contiene un complicado conjunto de mecanismos que armonizan admirablemente para concretar la lectura. Este talento se mantuvo como un misterio durante muchísimos siglos. Hoy, la caja negra del cerebro se ha abierto y está naciendo una verdadera ciencia de la lectura. Los avances que han hecho la psicología y la neurociencia a lo largo de los últimos veinte años han comenzado a desenmarañar los principios que subyacen a los circuitos cerebrales de la lectura. Hoy, los modernos métodos de neuroimágenes (o imágenes cerebrales) revelan, en apenas minutos, las áreas del cerebro que se activan cuando desciframos palabras escritas. Los científicos pueden rastrear una palabra escrita mientras avanza desde la retina a través de una cadena de etapas de procesamiento, cada una de ellas marcada por una pregunta elemental: ¿estas son letras? ¿Cómo son? ¿Conforman una palabra? ¿Cómo suena? ¿Cómo se pronuncia? ¿Qué significa? Sobre esta base empírica, está materializándose una teoría de la lectura.


Esta teoría postula que los circuitos cerebrales que heredamos de nuestra evolución primate pueden destinarse a la tarea de reconocer palabras impresas. De acuerdo con este enfoque, nuestras redes neuronales se “reciclan”, literalmente, para la lectura. La percepción de cómo la alfabetización cambia el cerebro está transformando profundamente nuestra perspectiva de la educación y de las dificultades del aprendizaje. Se están creando nuevos programas de recuperación que a la larga permitirían encarar la extenuante incapacidad para descifrar palabras conocida como dislexia. Mi propósito en este libro es compartir mi conocimiento acerca de los avances más recientes y poco divulgados de la ciencia de la lectura.  


En el siglo XXI, una persona promedio todavía sabe más acerca de cómo funciona un auto que sobre el funcionamiento interno de su propio cerebro –una situación extraña e impactante–. Quienes toman decisiones en nuestros sistemas educativos oscilan con los vientos cambiantes de las reformas pedagógicas, y a menudo ignoran descaradamente cómo aprende a leer el cerebro en realidad. Los padres, los educadores y los políticos suelen reconocer que hay una brecha entre los programas educativos y los descubrimientos más actuales de las neurociencias. Pero, en general, su idea de cómo puede contribuir este campo a los avances en la educación está basada únicamente sobre un par de imágenes en color del cerebro en funcionamiento. Por desgracia, las técnicas de imágenes que nos permiten visualizar la actividad cerebral son sutiles y, en ocasiones, engañosas. La nueva ciencia de la lectura es tan joven y se mueve tan rápido que todavía es relativamente desconocida fuera de la comunidad científica. 


La adquisición de la lectura es un paso muy importante en el desarrollo de un niño. Y muchos niños tienen que hacer grandes esfuerzos al comienzo para aprender a leer, y hay encuestas que indican que alrededor de un adulto de cada diez no logra dominar incluso los rudimentos de la comprensión de textos. Son necesarios años de mucho trabajo antes de que la maquinaria del cerebro que es la base de la lectura, parecida a la de un reloj, funcione de forma tan aceitada que nos olvidemos de que existe. 


¿Por qué la lectura es tan difícil de dominar? ¿Qué modificaciones profundas en el circuito cerebral acompañan su adquisición? ¿Existen estrategias de enseñanza mejor adaptadas al cerebro del niño que otras? ¿Qué razones científicas, si es que hay alguna, explican por qué el método fonético –la enseñanza sistemática de la correspondencia de letras con sonidos– parece funcionar mejor que la enseñanza de palabras completas? Aunque todavía queda mucho por descubrir, la nueva ciencia de la lectura aporta respuestas cada vez más precisas para todas estas preguntas. En particular, subraya por qué las primeras investigaciones de la lectura avalaban erróneamente el enfoque de la palabra completa, y cómo las investigaciones recientes sobre las redes cerebrales de la lectura prueban que esas teorías estaban equivocadas. 


Nuestra habilidad para leer nos pone cara a cara con la singularidad  del cerebro humano. ¿Por qué el Homo sapiens es la única especie que se enseña a sí misma activamente? ¿Por qué es único en su capacidad de transmitir una cultura sofisticada? ¿Cómo se relaciona el mundo biológico de las sinapsis y las neuronas con el universo de las invenciones culturales humanas? La lectura, y también la escritura, la matemática, el arte, la religión, la agricultura y la vida de ciudad han incrementado radicalmente las capacidades innatas de nuestros cerebros de primates. Sólo nuestra especie supera su condición biológica, crea un ambiente cultural artificial para sí misma y se enseña nuevas habilidades como la lectura. Esta competencia únicamente humana es desconcertante y amerita una explicación teórica.


Una de las técnicas básicas de la caja de herramientas del neurobiólogo consiste en “ponerle neuronas a la cultura”, es decir, dejar que las neuronas crezcan en una placa de Petri. En este libro promuevo una “cultura de las neuronas” diferente, una nueva forma de mirar las actividades culturales humanas, basada en nuestra comprensión de cómo estas se proyectan en las redes neuronales donde se asientan. La meta reconocida de las neurociencias es describir cómo los componentes elementales del sistema nervioso conducen a las regularidades que pueden observarse en la conducta de niños y adultos (incluidas las habilidades cognitivas avanzadas). La lectura ofrece uno de los bancos de pruebas más apropiados para este enfoque “neurocultural”. Cada vez entendemos mejor cómo sistemas de escritura tan diferentes como el chino, el hebreo o el inglés se inscriben en nuestros circuitos cerebrales. En el caso de la lectura, esto nos permite trazar con claridad vínculos directos entre nuestra arquitectura neuronal innata y nuestras habilidades culturales, pero esperamos que este enfoque neurocientífico se extienda en el futuro a otros ámbitos importantes de la expresión cultural humana.


Si vamos a reconsiderar la relación entre el cerebro y la cultura, debemos abordar un enigma que llamo la paradoja de la lectura: ¿por qué nuestro cerebro de primates puede leer? ¿Por qué tiene una inclinación a la lectura, aun cuando esta actividad cultural fue inventada sólo hace unos pocos miles de años? 


Hay buenas razones por las que esta pregunta engañosamente simple merece ser llamada una paradoja. Hemos descubierto que el cerebro alfabetizado contiene mecanismos corticales especializados que están exquisitamente dispuestos para el reconocimiento de las palabras escritas. Es aún más sorprendente que los mismos mecanismos, en todos los humanos, estén sistemáticamente alojados en regiones cerebrales idénticas, como si hubiera un órgano cerebral para la lectura. Pero la escritura nació solamente hace cinco mil cuatrocientos años en la zona de la Media Luna Fértil, y el alfabeto en sí mismo tiene sólo tres mil ochocientos años. Estas cantidades de tiempo son una nimiedad en términos evolutivos. De este modo, la evolución no tuvo tiempo de desarrollar circuitos especializados de lectura para el Homo sapiens.




Nuestro cerebro está construido sobre el mapa genético que les permitió sobrevivir a nuestros ancestros cazadores y recolectores. Disfrutamos de leer a Nabokov y a Shakespeare utilizando un cerebro de primates originariamente diseñado para la vida en la sabana africana. Nada de nuestra evolución podría habernos preparado para absorber el lenguaje a través de la visión. Sin embargo, las neuroimágenes demuestran que el cerebro adulto contiene circuitos fijos finamente preparados para la lectura.


La paradoja de la lectura nos recuerda la parábola con la que el reverendo William Paley quiso probar la existencia de Dios. En su Teología natural (1802), imaginó que en un páramo desierto alguien encontraba un reloj completo, con sus intrincados mecanismos internos claramente diseñados para medir el tiempo. ¿No sería esto una prueba transparente, argumentaba Paley, de que hay un relojero inteligente, un diseñador que creó el reloj deliberadamente? De forma similar, Paley sostenía que los intrincados dispositivos que encontramos en los organismos vivos, como los sorprendentes mecanismos del ojo, prueban que la naturaleza es la obra de un relojero divino.


Charles Darwin nos aportó una famosa refutación para Paley, porque le demostró que la selección natural ciega puede producir estructuras sumamente organizadas. Incluso si los organismos biológicos, a primera vista, parecen diseñados para un propósito específico, al examinarlos más de cerca se revela que su organización está lejos de la perfección que uno esperaría de un arquitecto omnipotente. Imperfecciones de todo tipo demuestran que la evolución no es guiada por un creador inteligente, sino que sigue ca minos aleatorios en la lucha por sobrevivir. En la retina, por ejemplo, los vasos sanguíneos y los cables nerviosos están situados por delante de los fotorreceptores, de modo que bloquean parcialmente la luz que llega y crean un punto ciego: un diseño ciertamente muy pobre.


Siguiendo las huellas de Darwin, Stephen Jay Gould dio muchos ejemplos del resultado imperfecto de la selección natural, incluido el pulgar del panda (Gould, 1992). El evolucionista británico Richard Dawkins también explicó que los delicados mecanismos del ojo o del ala únicamente podrían haber emergido a través de la selección natural, o con el trabajo de un “relojero ciego” (Dawkins, 1996). El evolucionismo darwiniano parece ser la única fuente evidente de “diseño” de la naturaleza. Cuando se trata de explicar la lectura, sin embargo, la parábola de Paley es problemática de una manera sutilmente diferente. Los mecanismos cerebrales que son la base de la lectura son ciertamente comparables en la complejidad y en su fino diseño con los del reloj abandonado en el páramo. Toda su organización está orientada hacia la única meta aparente de decodificar las palabras escritas de forma tan rápida y precisa como sea posible. No obstante, ni la hipótesis de un creador inteligente ni la de un lento surgimiento gracias a la selección natural parecen brindar una explicación plausible de los orígenes de la lectura.


Simplemente, el tiempo fue muy poco para que la evolución haya diseñado circuitos de lectura específicos. ¿Cómo es, entonces, que nuestro cerebro primate aprendió a leer? Nuestra corteza es resultado de millones de años de evolución en un mundo sin escritura: ¿por qué puede adaptarse a los desafíos específicos planteados por el reconocimiento de la palabra escrita? La unidad biológica y la diversidad cultural En las ciencias sociales, la adquisición de habilidades culturales como la lectura, la matemática o las bellas artes raramente, si es que alguna vez, se plantea en términos biológicos. Hasta hace escaso tiempo, muy pocos científicos sociales consideraban que la biología cerebral y la teoría de la evolución eran siquiera relevantes para sus campos. Incluso hoy, la mayoría de ellos apoya implícitamente un modelo simplista del cerebro, ya que lo concibe de manera tácita como un órgano infinitamente plástico, cuya capacidad de aprendizaje es tan amplia que no planteará ningún límite en el alcance de la actividad humana. Esta no es una idea nueva. 


Data de las teorías de los empiristas británicos John Locke, David Hume y George Berkeley, quienes planteaban que el cerebro humano debía ser comparado con una página en blanco que progresivamente recibe a través de los cinco sentidos las marcas del ambiente natural y cultural del hombre. Esta visión de la humanidad, que niega la existencia misma de una naturaleza humana, ha sido a menudo adoptada sin cuestionamientos. Pertenece al “modelo estándar de las ciencias sociales” (Barkow, Cosmides y Tooby, comps., 1992; Pinker, 2002), compartido por muchos antropólogos, sociólogos, algunos psicólogos e incluso unos pocos neurocientíficos que ven la superficie cortical como “en general equipotencial  y libre de estructura de dominio específico” (Quartz y Sejnowski, 1997). Este modelo sostiene que la naturaleza humana se construye, de manera gradual y flexible, a través de la impregnación cultural. Como resultado, de acuerdo con esta perspectiva los niños nacidos dentro de la cultura inuit, entre los cazadores recolectores del Amazonas o en una familia de clase media de Nueva York, tienen poco en común. Incluso la percepción del color, la apreciación musical o la noción de lo que está bien y lo que está mal deberían variar de una cultura a otra, simplemente porque el cerebro humano tiene pocas estructuras estables más allá de la capacidad de aprender.

Los empiristas sostienen además que el cerebro humano, sin importar las limitaciones biológicas y a diferencia del de muchas otras especies animales, puede absorber cualquier forma de cultura. Desde esta perspectiva teórica, hablar sobre las bases cerebrales de los inventos culturales como la lectura es, pues, absolutamente irrelevante, algo muy similar a analizar la composición atómica de una obra de Shakespeare.  En este libro, refuto dicha visión simplista de una adaptabilidad infinita del cerebro a la cultura. La nueva evidencia acerca de los circuitos cerebrales de la lectura demuestra que la hipótesis de un cerebro equipotencial es errónea. Si el cerebro no fuera capaz de aprender, no podría adaptarse a las reglas específicas de la escritura del inglés, el japonés o el árabe. Este aprendizaje, sin embargo, está restringido de manera muy firme, y sus mecanismos en sí mismos están rígidamente especificados por nuestros genes. La arquitectura cerebral es similar en todos los miembros de la familia de los Homo sapiens, y se diferencia muy poco de la de otros primates. A lo largo y a lo ancho del mundo, las mismas regiones cerebrales se activan para decodificar una palabra escrita. 


Ya se trate de francés o de chino, el aprendizaje de la lectura recorre un circuito genéticamente condicionado. Sobre la base de estos datos, propongo una teoría novedosa de las interacciones neuroculturales, radicalmente opuesta al relativismo cultural, y capaz de resolver la paradoja de la lectura. La llamo la hipótesis del “reciclaje neuronal”. Desde este punto de vista, la arquitectura del cerebro humano obedece a restricciones genéticas muy fuertes, pero algunos circuitos han evolucionado para tolerar un margen de variabilidad. Parte
de nuestro sistema visual, por ejemplo, no está programado de antemano, sino que permanece abierto a cambios en el ambiente. En el marco de un cerebro bien estructurado en otros aspectos, la plasticidad visual les dio a los antiguos escribas la oportunidad de inventar la lectura. En general, un conjunto de circuitos cerebrales, definido por nuestros genes, brinda “pre-representaciones” o hipótesis que nuestro cerebro puede tener sobre los futuros desarrollos en su ambiente.


Durante el desarrollo del cerebro, los mecanismos de aprendizaje seleccionan qué pre-representaciones pueden adaptarse mejor a determinada situación. La adquisición cultural se da gracias a este margen de plasticidad cerebral. Lejos de ser una pizarra en blanco que asimila todo lo que se encuentra a su alrededor, nuestro cerebro se adapta a una cultura dada cambiando mínimamente el uso de sus predisposiciones para darles un uso diferente. No es una tabula rasa en la cual se acumulan construcciones culturales, sino un dispositivo cuidadosamente estructurado que se las arregla para adaptar algunas de sus partes para un nuevo uso. Cuando aprendemos una nueva habilidad, reciclamos algunos de nuestros antiguos circuitos cerebrales de primates, en la medida, por supuesto, en que esos circuitos puedan tolerar el cambio.


















Tomado de: 
DEHAENE, Stanislas (2014): El cerebro lector. Últimas noticias de la neurociencia sobre la lectura, la enseñanza, el aprendizaje y la dislexia. Bs. As. pp. 14-22