La aventura vanguardista
de Martín Fierro
Beatriz Sarlo
La aparición de la revista Martín Fierro, en febrero
de 1924, convirtió al campo intelectual argentino en escenario de una forma de
ruptura estética típicamente moderna: la de la vanguardia. El cambio de las
formas y la transformación de las costumbres literarias se manifiesta como
"vanguardia" cuando existen actores y relaciones institucionales que
pueden definirse como propios de un campo intelectual desarrollado.
Es indispensable referir la vanguardia al sistema literario y al
espacio socio-cultural respecto del cual rompe. Su radicalidad puede considerarse su rasgo europeo más constante (extendiéndose incluso a lo
específicamente político: vanguardias rusa, alemana, surrealismo francés), pero
siempre es una función relativa al campo intelectual que la vanguardia
encuentra constituido y consagrado. La ruptura aparece vinculada con la
extensión y desarrollo del campo intelectual, cuya legalidad la vanguardia niega.
La consolidación y el prestigio de la tradición cultural crean,
paradójicamente, la fuerza de su vanguardia.
Para decirlo de otro modo: el campo intelectual genera
su vanguardia y las formas de la ruptura entran en sistema con las modalidades
de la vida literaria preexistentes. El cambio ideológico-estético no se produce
en un vacío social, sino que, por el contrario, encuentra en las formas sociales de la producción literaria
sus condiciones de realización. Como momento revolucionario de la transformación
de las relaciones intelectuales, la vanguardia propone no sólo cambios
estéticos: también un concepto radical de libertad, el desprecio de las
instituciones sociales y artísticas, el rechazo de las formas aceptadas de la
carrera literaria y la consagración. A la náusea que se experimenta frente al
mercado de bienes culturales, corresponde la afirmación de una verdad que
divide a los artistas y al público.
La ruptura de la vanguardia, lejos de ser
específicamente estética, y aun cuando reclame esa especificidad, afecta al
conjunto de las relaciones intelectuales: las instituciones del campo
intelectual y las funciones socialmente
aceptadas de sus actores. En suma, todas las modalidades de la organización
material e ideológica de la producción artística son afectadas por la
vanguardia. Pero, antes de ser afectadas, la hacen posible.
Por eso, para pensar la ruptura del martinfierrismo y,
en particular, el carácter módico y la cautela de su programa, es preciso
volver sobre los rasgos de la trama ideológica, histórica y cultural del campo
intelectual surgido en la Argentina entre 1900 y 1920, el proceso contemporáneo
de autoidentificación del escritor. Uno de los momentos de este curso de
transformación es el modernismo y otro los años que rodean al Centenario de la
Revolución de Mayo, cuando se difunde lo que se ha dado en llamar el primer
nacionalismo cultural argentino. Se trata del pasaje de lo que David Viñas
denominó escritores gentlemen del ochenta a los escritores
profesionales; supone un movimiento complicado y muchas veces contradictorio,
donde los rasgos de las nuevas relaciones del escritor con la sociedad aparecen contaminados por la supervivencia de formas ideológicas tradicionales.
Cuando nos referimos a escritores profesionales (tanto
en el Centenario como, con algunas variaciones, en las vanguardias del veinte)
lo que define la cuestión no es la forma en que los escritores obtenían sus
medios de vida, ya que lo incipiente del mercado y la relativa extensión del
público hacían improbable la existencia de escritores profesionales en el
sentido de que vivieran de lo producido por la venta de sus obras. Se trata más
bien del proceso de identificación social del escritor: hombres que dejaban de
ser políticos y a la
vez escritores
para pasar a ser escritores que justamente en la práctica de la literatura
afirmaban su identidad social. Los escritores del Centenario le dan un impulso
decisivo a un proceso que había comenzado con el modernismo: el de la
diferenciación de los escritores respecto de la "buena sociedad" y el
de incorporación a la capa intelectual de hombres que no pertenecían a familias
oligárquicas (aparecen entonces los primeros apellidos judíos e italianos de la
literatura argentina). Una nueva forma de identidad social, la de artista,
nuevas relaciones entre los hombres de letras y nuevos espacios para estas
relaciones: el café reemplaza al club o el salón; la camaradería entre iguales,
a las relaciones donde los compromisos políticos se tramaban con el parentesco.
Nuevas figuras de escritor aparecen correlativamente: el bohemio, el malogrado,
las jóvenes promesas. En consecuencia, el campo de estas relaciones secreta su
ideología: los escritores comienzan a planear su actividad dentro de los marcos
de la "vida de artista", con un proyecto creador que se esfuerzan por
hacer público editando regularmente.
Hacia 1910 esta transformación está en curso, no sólo
a causa de las dimensiones reducidas del campo intelectual, sino por
la persistencia de algunos rasgos tradicionales: la tensión mérito
estético-éxito de mercado (que no debe confundirse con una tensión sólo en
apariencia similar que recorre a la vanguardia martinfierrista); la
dimensión estrecha del mercado que imponía como reivindicación del escritor
el patronazgo estatal o el ejercido por los grandes diarios sobre las letras y
las artes; la importancia que conserva todavía en los episodios de iniciación
literaria el sistema de las relaciones familiares; los límites impuestos por la
represión moral y las conveniencias sociales.
El campo donde operan las instituciones intelectuales y sus agentes se
ha modernizado con un ritmo creciente. Los protagonistas de esta modernización
son los grupos de intelectuales y las cofradías estéticas con las que van a
dirimir la supremacía del campo los martinfierristas: esto es, la revista
Nosotros como órgano de consagración y difusión cultural y, en consecuencia, el
grupo que de Gálvez a Giusti (con profundas diferencias de programa ideológico y estético) funciona
en torno a ella. Se cumple, en esa etapa, un programa de modernización de las
costumbres culturales paralelo al de la constitución de una trama más compleja
y compacta del campo intelectual. Giusti y Bianchi, los directores de Nosotros, son algo así como las figuras típicas del
organizador intelectual de ese período.
El programa es la unificación de la difusión y la
producción intelectual y se corresponde con la tendencia de Nosotros de sentirse representante del campo en su conjunto, más allá de incipientes
facciones que encuentran también espacio en la revista. La vanguardia vino
precisamente para quebrar esta unidad: y la división fue un producto histórico
del crecimiento y complejización del campo intelectual.
Martín Fierro propuso una ruptura con las
instituciones y costumbres de un campo intelectual preexistente, cuyo
desarrollo fue el que hizo socialmente posible el surgimiento de la vanguardia.
Incluso algunas formas típicas de las costumbres literarias de los años que
preceden y siguen al Centenario, dan cabida a los primeros signos de la
renovación estética: la conferencia, forma típica del acto cultural en el
Buenos Aires novecentista, fue también la forma en que Huidobro, en 1916, se
relacionó por primera vez con el medio literario porteño. Su pasaje por Buenos
Aires parece no haber dejado rastros registrables. Sin embargo, curiosamente,
cuando Huidobro polemiza en España sobre su papel en la fundación de Ira
estética creacionista, menciona una edición fantasma de sus poemas que habría
hecho imprimir entonces, en 1916, en la ciudad porteña. Pero cuando Huidobro
pasa por Buenos Aires, los que serán jefes de fila del vanguardismo no están
allí o no hay condiciones reales para la recepción de su discurso. Borges vivía
en Europa, y en 1918 se radicó en Madrid, donde pasó algunos años. A comienzos
de la década del veinte Oliverio Girondo está también en Europa; Güiraldes, un
solitario que rechaza las formas de las relaciones intelectuales de esos años,
traba en París su amistad con Valéry Larbaud, cuyos Poemas de Barna-booth había
conocido también en 1918. Pero, poco a poco, la trama del campo va incluyendo
algunas de las líneas de un espacio habitable para la vanguardia. Dos editores
vinculados con ella comienzan a publicar hacia 1918: Gleizer, que se
especializó luego en ultraístas y martinfierristas, y Glusberg, fundador de la
editorial Babel.
A comienzos de la década del veinte, en los dos o tres
años anteriores a la aparición de las revistas de la vanguardia (Prisma, Proa, Inicial,
Martín Fierro) el campo intelectual, hegemonizado todavía
por la revista Nosotros, parece relativamente unificado. En estos años, por lo
demás, la unidad del campo fue un requisito de su expansión. La prueba está
en la historia, en el interior de Nosotros, de quienes serán los jefes o miembros de la vanguardia
ultraísta y martinfierrista. En 1921, en su número 121, Nosotros publicó un texto programático
de Jorge Luis Borges, "Ultraísmo", donde se desarrollaban algunas
proposiciones estéticas de la vanguardia y se incluían cinco o seis poemas.
Casi un año después, sin comentarios, se publicó una "Antología
ultraísta" y, en el curso de 1923, un poema decididamente ultraísta de
González Lanuza (número 171), otro de Córdova-Iturburu (número 166) y un
artículo de Borges, "La encrucijada de Berkeley". En diciembre de
1923 se publica también en Nosotros otro artículo de Borges ("Acerca de Unamuno
poeta", número 175) y en marzo de 1924 la revista reproduce un comentario
de Díaz-Canedo, aparecido en España, sobre Fervor de Buenos Aires. Allí prácticamente se interrumpe la
historia de esas relaciones entre la zona más institucionalizada del campo
intelectual y los que constituirán casi de inmediato su vanguardia.
En el primer número de la revista Proa, donde colaboraron Borges, Guillermo de Torre, González Lanuza, Roberto Ortelli,
Sergio Pinero, el manifiesto "Al oportuno lector" incluía
afirmaciones como la que sigue: "El ultraísmo no es una secta carcelaria".
¿Cuál es el significado de esta denegación? Afirmar justamente la marginalidad
respecto del campo intelectual consagrado por el prestigio y la crítica
(de Nosotros)
o, y
quizás al mismo tiempo, reclamar un lugar en él. Sin embargo,
como se ha visto, al mes siguiente (Proa sale en agosto), en el número de setiembre
de Nosotros, se publica la primera antología del
ultraísmo argentino: Borges, Pinero, Norah Lange, Ortelli, Guillermo Juan, González
Lanuza. Episodios de una historia que era vivida por sus actores de
manera compleja y contradictoria: si, por un lado, el de Nosotros, la tendencia hasta la aparición de Inicial fue la de incluir a los
jóvenes ultraístas en su marco, con la condescendencia propia de un aparato de
consagración que no se permite marginar las formas de la renovación
literaria; por el otro, desde la vanguardia, la colocación fue ambigua. En Martín Fierro se reclamará el cierre de la revista Nosotros, invocando una disposición municipal que prohíbe tener cadáveres en exhibición, pero hasta que
la vanguardia no se dotó de espacio propio (la línea de revistas que,
durante siete años, va de Prisma a Martín Fierro), la colocación de los jóvenes ultraístas no
los obligó a ignorar, por principio, el espacio de
consagración de Nosotros.
Si la vanguardia va a enfrentarse con Nosotros en todo lo que se refiere al
sistema, los principios y las instituciones de consagración (enfrentamiento,
por lo tanto, estético e ideológico), la ruptura, que arrojó consecuencias
decisivas sobre la literatura argentina, tuvo modalidades definidas por los
rasgos del campo intelectual: el espacio reducido, las relaciones más o menos
directas con los consagrados, la idea, propia de los directores de Nosotros, de que su revista podía ser la
escena de un relevo generacional siempre que se aceptara el eclecticismo
estético como marco, influyeron sobre los acontecimientos de la vida literaria
hasta, por lo menos, la aparición de Inicial. En octubre de 1923, en los carteles que la anunciaban
podía leerse: "¿Queréis saber cómo piensa la juventud argentina? Leed Inicial, Revista de la nueva
generación". Y en el primer número (las cuatro primeras entregas son las
más radicales): "Inicial será el hogar de toda esa juventud dispersa que
vagabundea por las publicaciones y revistas más o menos desteñidas de nuestro
ambiente". Nosotros, una de ellas.
Al mismo tiempo que aparecía Inicial, Nosotros publicó, en casi todos los números de 1923, la respuesta a su encuesta a la
nueva generación. La dirección, en el número 168, presenta la encuesta así:
"Horas de calma parecen ser las actuales. ¿Pero lo son, ciertamente?
¿No nos engañaremos? Para saberlo con precisión Nosotros ha iniciado una encuesta sobre las tendencias de la nueva generación literaria". Se puede trabajar la encuesta sobre dos líneas: en primer lugar, cuál es la
jerarquía estético-literaria reconocida por los jóvenes cuando responden a las
preguntas sobre los escritores mayores que respetan o consideran sus
maestros. En segundo lugar, qué grado de cohesión e identificación
experimentan, en su conjunto, como grupo y respecto del ultraísmo.
Las respuestas confirman la colocación y el peso de
Lugones en el sistema literario argentino. Prácticamente sin
excepción, y empezando por Borges, se le asigna, por su poesía o por su prosa, el
centro del sistema. En Lugones se aprende a escribir: los argentinos tienen
que escribir como Lugones o contra él. Y ambas opciones forman una
estructura. En esta colocación central puede leerse la que Lugones
tendrá para la revista Martín Fierro, una especie de obsesión literaria y
política permanente: objeto del Parnaso satírico, centro de polémicas
literarias, gran viejo. Si el caso de Lugones es tanto un fenómeno social como
un efecto de su colocación en el campo, los otros consagrados por el sistema
del Centenario aparecen también más o menos bien ubicados, aunque con
desplazamientos, en las respuestas de los jóvenes de la vanguardia. La crítica
y la estética de Nosotros puede reivindicar un triunfo significativo:
los poetas Banchs y Capdevila, el novelista Gálvez, el ensayista Rojas, cuyo
desprestigio meses después va a ser contraseña de la vanguardia, mantienen en
la encuesta una colocación que se corresponde con la jerarquía oficial de la
revista.
Lugones, como figura en negativo, siguió siendo parte
del sistema literario de la vanguardia. Banchs y Capdevila, en cambio,
desaparecen para encontrar lugar sólo en los Parnasos satíricos y
Epitafios de Martín
Fierro. Lugones reaparece como obsesión: es a su retórica a la
que hay que retorcerle el cuello, el enemigo, así como Macedonio
Fernández, otro gran viejo, es el maestro.
De algún modo, todavía el sistema de preferencias y
exclusiones que diseñan las respuestas a la encuesta es el sistema de Nosotros. Entiéndase: los que responden recolocan algunos nombres dentro de
la jerarquía de los consagrados, pero son retoques, ya que, excepto dos o
tres menciones a Macedonio Fernández, no aparecen los que pocos meses
después integrarán el sistema de la vanguardia
martinfierrista: en primer lugar, sorprende la ausencia de Ricardo Güiraldes y, en
segundo, la de Carriego, cuya herencia será reivindicada por Martín Fierro, disputándosela a los escritores de Boedo. La importancia de Carriego para
una zona de la estética y la temática de la vanguardia se fija
definitivamente, en 1930, en el libro que le dedica Borges. En los pocos meses que
van del 23 al 24, la vanguardia ha montado su "álbum de familia" alternativo.
Crear un ambiente.
En 1923, Rojas ganaba el Premio Nacional de Literatura
por su Historia de la literatura argentina, texto que puede pensarse como
la síntesis ideológica y literaria del Centenario, y Güiraldes, después de vender 90 ejemplares de Xaimaca, en un gesto que resumía su desazón frente
al "filisteísmo estético", tiró a un pozo de su
estancia la edición de sus obras. En ambos datos pueden resumirse las tensiones que
atravesaban el campo intelectual desde comienzos de la década del veinte. Y
estos dos datos son los que se alterarán fundamentalmente en la operación
de la vanguardia.
En efecto, si hay una zona que la aparición de las
revistas de vanguardia y en especial de Martín Fierro afecta profundamente, es la de las instituciones formales e informales del campo
intelectual. Desde 1924, en todo lo que se refiere al sistema de consagración, la
vanguardia se enfrenta por completo con Nosotros. Para Martín Fierro, la revista Nosotros representa una reduplicación, cuando no una agencia,
en el campo intelectual, del sistema oficial de consagración y de
sus criterios estéticos. En este aspecto se producirá una disputa enconada,
porque lo que está en juego es la consagración, el prestigio y el público.
En una serie de artículos que llaman la atención por su sistematicidad, la dirección de Martín Fierro propone un programa de intervención para modificar el circuito tradicional de consagración. La
revista se plantea una competencia por el prestigio literario desde el
interior mismo de las instituciones y los premios oficiales. Acepta el
"concurso" como mecanismo de promoción de los artistas jóvenes;
también reconoce explícitamente la legitimidad de la intervención
estatal como reguladora y patrocinadora de las artes.
Traduciendo del sistema de oposiciones
estético-institucionales, la política de círculo es la que se apoya en agentes del tipo de Nosotros, es decir las figuras consagradas de la década anterior. Esta
política oficial no trae ningún "beneficio para el país", aclara la
dirección de la revista, que en este aspecto de su línea se inscribe más en una tradición
de reforma pacífica de las instituciones culturales que en una perspectiva
radical propia de refusés como la de las vanguardias europeas. El moderatismo de
Martín
Fierro (el de Evar Méndez, su director y autor o inspirador de
estos artículos) se limita a denunciar la política de camarillas,
reclamando del Estado nacional una intervención que ponga fin a los favoritismos
municipales. Al proponer que los premios de literatura pasen a depender del
Ministerio de Instrucción Pública, Martín Fierro prolonga una línea que Manuel Gálvez, uno
de sus enemigos literarios, había teorizado quince años en El diario de Gabriel Quiroga: la obligación que tiene el Estado de
proteger económicamente a los artistas que, en una sociedad como la argentina y
con un mercado literario incipiente, no pueden aún aspirar a vivir
del producto de sus obras.
Esta ideología del patronazgo estatal, que se
corresponde con el carácter aún poco articulado del campo intelectual, coexiste en
Martín
Fierro y en la vanguardia en general con un rechazo elitista de
los productos que la industria editorial lanza para un público más extenso
y, por supuesto, menos culto.
La necesidad del apoyo institucional para el
desarrollo del arte y la literatura se vincula, en Martín Fierro, con el reconocimiento de los derechos del
Estado, de los principios de la nacionalidad cultural, y también de los méritos de los que trabajaron antes en el
campo de la cultura. Esta disposición conciliadora, cuando elige un enemigo lo
encuentra, típicamente, en el intendente de Buenos Aires y en la revista Nosotros, de donde salían muchos de los
jurados y premiados municipales. La tensión antiburguesa característica de la
vanguardia europea tiene su traducción rioplatense como oposición al
filisteísmo estético y al mal gusto del burgués medio.
Es posible pensar razones económico-sociales del
moderatismo martinfierrista. Junto con ellas, sobredeterminándolas, operaron
los rasgos del campo intelectual que ya se han definido. Producto de ambas series
es el programa que la dirección de Martín Fierro expuso del primer al último
número. Para decirlo con las palabras con que el director Méndez resume, en
1927, la función de la revista: "formar un ambiente y despertar la vida
literaria". Una parte muy importante de la agitación del periódico tiene
como fin la modificación del campo intelectual la creación de un público, la
implantación de nuevas costumbres en la vida literaria, la modificación del gusto.
Por eso, cuando el periódico se piensa a sí mismo
define un conjunto de actividades fundadoras. Las editoriales Proa y Martín
Fierro, que de diverso modo están vinculadas a Evar Méndez y editan a los
escritores de vanguardia, tienen un programa explícito: serán exclusivistas,
partidarias y de tendencia, comercialmente desinteresadas, respetuosas de los
derechos del autor, pero también de las normas que sigue la moderna difusión
del libro (publicidad en la calle, precios promocionales, descuentos especiales
a los libreros por compras en firme, etc.). En suma el comienzo del fin de las
ediciones de autor que fueron características del Centenario y de la década del
10 al 20.
Pero la reforma vanguardista afectó también otras
modalidades del campo, por ejemplo, y pese al moderatismo frente a la sociedad
y el Estado, la institucionalización del escándalo como forma típicamente vanguardista de la
ruptura o la polémica literaria. El moderatismo del periódico y de toda la vanguardia
argentina habla no sólo de los límites ideológicos de sus integrantes, sino
fundamentalmente del campo intelectual y de la sociedad que lo contiene. La
represión sexual y moral, el apoliticismo, la disciplinada afirmación de la
nacionalidad y el poder del Estado, tienen que ver con ideologías sociales
todavía tradicionales en sus estructuras profundas, que en este plano producen
una vanguardia poco cuestionadora del orden social. Si el martinfierrismo no
bromea con la familia, con la patria, con la religión ni con la autoridad; si,
en oposición al proyecto de Bretón, la vida literaria es más literaria que
vida, no puede dejar de reconocerse sin embargo que reformaron de manera
decisiva las costumbres literarias del campo intelectual argentino. "Martín Fierro, recuerda Ulyses Petit de
Murat, había incorporado mujeres a
los banquetes. La literatura entonces era una cosa de hombres. Norah Lange fue pilar fundamental de estas reuniones. Pronunciaba
discursos subida sobre una mesa". En efecto, la importancia de las
relaciones literarias y su modificación es unánimemente subrayada en los recuerdos
de los vanguardistas del veinte.
Finalmente, en este aspecto, Martín Fierro, tuvo sus amigos y aliados. En lo esencial,
dos: Macedonio Fernández y Güiraldes. Ahora bien, para lograr 'verlos' había
sido necesario que los martinfierristas reformaran el sistema literario
argentino. Sólo un cambio de perspectiva sobre lo que la literatura es, podía
permitir descubrir a Macedonio Fernández. Si uno de los rasgos de la vanguardia
es enfrentarse con la norma poética que hegemoniza el mercado literario, si
tiende a alejarse cuanto sea posible de esa norma y pretende con ese movimiento
negar el mercado mismo y con él a su aparato de consagración y su disposición del
prestigio, fue precisamente la publicación de los textos de Macedonio Fernández
uno de los gestos más decididamente vanguardistas del periódico. En 1924, el
mismo año en que aparece Martín Fierro, se publica Eurindia de Ricardo Rojas, verdadera Suma de la
ideología del nacionalismo cultural novecentista. En la misma serie y en el
mismo año se coloca El espíritu de aristocracia y otros ensayos, de Manuel Gálvez. Un año antes, Payró, que había vuelto de su larga
permanencia europea, se hace cargo de la sección fija de La Nación, "Al azar de las lecturas". Frente a esta
trama tupida del campo intelectual se produce la intervención de la vanguardia
que comienza a construir su sistema en oposición con el hegemónico, que de ningún modo era socialmente percibido como arcaico o superado. En ese
marco se ubica, entonces, la inclusión central de Macedonio en Martín Fierro.
Portadas de la revista Martín Fierro
La literatura como mercancía.
La vanguardia reforma el sistema literario, niega la
tradición y los linajes del campo intelectual y divide al público. Descubre sus
antepasados en los que fueron rechazados por el mecanismo de consagración;
convierte a un marginal en centro de su sistema, afirma que los que no leen así
la literatura son incapaces, por reaccionarismo estético, de comprender a la vanguardia.
Apollinaire editó a Sade y los martinfierristas, a Macedonio Fernández, los
grandes marginales de las instituciones, ignorados por el mercado y por el
público. Hay un destino común en estos marginados, que se resume en la
oposición a la lógica y la moral del mercado (para la vanguardia la Lógica del
mercado, el lucro, es su moral).
La vanguardia se concibe a sí misma como la verdad
estética que, oponiéndose a la 'verdad' mercantil está en condiciones de poner
en descubierto la naturaleza real de la
producción para el mercado. Su relación con el mercado es tan intensa porque la
vanguardia es también, de algún modo, su producto. Sólo la producción de bienes
simbólicos que concibe varios niveles de público y se piensa para uno de ellos,
permite, como su cara negativa, textos que, aunque sea ilusoriamente, se
postulen fuera del mercado y libres (opuestos) respecto de sus regulaciones.
Pero este "estar fuera" propio de un momento de la vanguardia es
siempre una colocación conflictiva. La vanguardia no se piensa a sí misma como
un espacio alternativo del campo intelectual, sino que tiende a concebirse como
el único espacio moral y estéticamente válido. Su tensión con la 'industria
cultural' y con la cultura 'media' y 'baja' es ética. Pero también informa de
una verdad social. La vanguardia es posible cuando tanto el campo intelectual
como el mercado de bienes simbólicos han alcanzado un desarrollo relativamente
extenso. Es decir, cuando el escritor siente a la vez la fascinación y la
competencia del mercado, lo rechaza como espacio de consagración pero,
secretamente, espera su juicio. La competencia en el mercado y por el público es, entonces, una de las
formas modernas de la competencia estética. La tensión puede ser tan grande, o
la vanguardia puede sentirse tan débil, que la retirada del mercado es uno de
los momentos (el que se llamó 'heroico') de esta competencia. Cuando la
vanguardia niega al mercado, divide al mismo tiempo al público, fundando para
sus textos un tipo de lectura practicada en primer lugar por los escritores
mismos: una lectura entre iguales.
La vanguardia argentina experimentó esta tensión con el mercado y con el
público, rechazando al primero y proclamando la necesidad de hacer surgir un
lector de nuevo tipo: reformar el gusto y crear los canales alternativos al
mercado literario. Dos ejes: lucro-arte y argentinosinmigrantes definen la
actitud del martinfierrismo frente a la literatura como mercancía. Hacer dinero
con la literatura es una aspiración vinculada explícitamente al origen de clase
del escritor. Este nexo no tiene para Martín Fierro excepciones.
La tensión de los vanguardistas argentinos, frente a la 'industria
cultural' no es un mero reflejo de la ideología europea. Desde 1915 había
prosperado en Buenos Aires una literatura producida para sectores medios y
bajos, con tiradas relativamente altas de ediciones semanales a precios
accesibles. A principios de la década del veinte, aunque esta tendencia del
mercado había ya dejado atrás su apogeo, subsistían una decena de esas
publicaciones semanales que llegaban a sacar hasta cincuenta
números por año. No toda la literatura de este circuito era folletín, novela
sentimental o de aventuras. Quiroga, en primer lugar, no sólo había publicado
en muchas de estas colecciones sino que además había dirigido una, "El
cuento ilustrado", de la que aparecieron en 1918, 30 números, con relatos
de Güiraldes, Defilippis Novoa, Benito Lynch y Juan Carlos Dávalos. Sobre el
final del período de apogeo, en 1922, se inicia "Los Pensadores", colección dirigida por Antonio Zamora,
que será el editor de "Claridad" y, en consecuencia, de la literatura
de Boedo. Salen hasta 1924 cien números, con tiradas que alcanzaron
regularmente los 5000 ejemplares. Eran cuadernillos de 32 páginas, publicitados
masivamente en Buenos Aires, que difundieron casi con exclusividad
traducciones, en especial de literatura francesa y rusa. En 1924, "Los
Pensadores" se convierte en revista, de la que aparecen, hasta 1926, 22
números con los textos y las polémicas de los "escritores sociales",
la literatura de Boedo.
El nexo entre Zamora, "Los Pensadores" como
colección semanal de ficción y Los Pensadores como espacio de la literatura social
argentina, es importante para entender de qué modo en el rechazo del mercado, Martín Fierro une la condena moral ante el
lucro y la refutación de una estética 'inferior'. Si el surgimiento del mercado
de obras literarias tiene que ver con la ampliación del público, el problema de
la vanguardia es, invariablemente, cómo dividirlo. Y la cuestión no es, por
supuesto, meramente cualitativa. Las ideologías literarias opuestas de la
vanguardia y el realismo social se enfrentan también en la opción sobre
ampliación o división del público.
Hay zonas importantes de la producción literaria
argentina del momento que Martín Fierro se propone ignorar, porque están
relacionadas demasiado directamente con el mercado, y en
consecuencia, con un público cuyo gusto 'filisteo' la vanguardia repudia. Si es
preciso crear un público nuevo, hay que hacerlo reprimiendo, pulverizando el gusto del
mercado. La literatura de kiosco y el teatro le parecen a la revista una forma corruptora de la competencia. De allí el reproche elitista que se les
formula a los escritores de Boedo: ellos se proponen escribir controlando con un
ojo el mercado, lo que es lo mismo: movidos por el lucro.
La estética de Boedo, desde la perspectiva de la
vanguardia, revela su verdadero fin en la disputa por un lugar en
el mercado, que tiene el poder de degradar todo lo que entra en su flujo. Martín Fierro, una de cuyas misiones programáticas era retorcerle el cuello
al cisne modernista, se alarma, sin embargo, de que Zamora edite, en 32
páginas de mal papel y minúsculo cuerpo ocho, las Prosas profanas de Darío. Es claro que para Méndez, que firma el artículo, el modernismo es un
enemigo que hay que liquidar estéticamente, pero al que no puede sino
desear que quede inmune de la contaminación mercantil. Porque esta
contaminación es también de clase: el peligro que amenaza a Darío no es sólo,
como podría pensarse, el del filisteísmo estético de la burguesía. Más abajo en
la sociedad, existen lectores más incomprensivos: "Padeces, le dice Méndez
a Darío, ahora por el envilecimiento de 'Era un aire suave', de tu
'Palimpsesto', de tu 'Coloquio de los centauros', de todos los poemas de tu
libro delicioso y predilecto, que las Milonguitas del barrio de Boedo y
Chiclana, los malevos y los verduleros de las pringosas 'pizzerías' locales
recitarán...".
Así la oposición lucro-arte revela detrás de las
tensiones del campo intelectual, su verdad social. La flexión ética con
que la vanguardia enuncia su juicio sobre el éxito de mercado, flexión que de
ningún modo es pura falsedad, mera- representación ideológica o denegación
simbólica, está reduplicada por una razón de clase. "Sabemos, sí,
de la existencia de una subliteratura, que alimenta la voracidad inescrupulosa
de empresas comerciales creadas con el objeto de satisfacer los
bajos gustos de un público semianalfabeto". Este público, prosigue Martín Fierro, es el que alimenta las "glorias de la novela semanal". El vínculo que se establece así entre el carácter mercantil de la edición popular
y la sensibilidad 'inferior', subraya también una relación entre el
origen del escritor (sin entender a éste en términos estrechamente biográficos)
y el dinero que la literatura puede producir. Hay una estética del
escritor profesional (en términos amplios, en ese momento, la del realismo)
que genera una continuidad no sólo aparente entre un novelista como
Manuel Gálvez y los boedistas. Frente a esta estética, que produce su
ideología corporativa, los martinfierristas proponen la verdad de la vanguardia,
que condena la mercantilización artística: contra los
"fabricantes de novelas", que no pueden aspirar a una legítima consagración.
La literatura de la "novela semanal"
(arquetipo de literatura 'baja') tiene una poética que, definida por la presión del mercado,
revela su origen. Escrita según una típica "deformidad de
pronunciación" donde puede rastrearse al inmigrante, Martín Fierro retorna a propósito de ella el tema de la pureza lingüística como prueba de su disposición
'natural' para la cultura y el arte.
La violencia del ataque no es típica de Martín Fierro, que discute poco por cuestiones de principio, y, si lo hace, suele
preferir la parodia o cualquier otra forma de la distancia humorística. Esta
violencia es síntoma de que lo que está en debate es una cuestión
fundamental, más desde el punto de vista ideológico que desde el estético. La
oposición lucro-arte se ha transformado en la contradicción (social)
argentinos viejos-inmigrantes. El carácter absoluto de esta contradicción es un
obstáculo para registrar diferencias en la literatura que circula en el
mercado. Por eso, la vanguardia tampoco puede leer a Horacio Quiroga, que ni es hijo
de italiano, ni tiene que disimular una lengua que no le es 'natural', ni,
finalmente, escribe mal, en el borde entre el naturalismo y el folletín, como
Manuel Gálvez. La década del veinte es, en parte, la década de Quiroga
en la literatura argentina: sus dos mejores colecciones de cuentos
aparecen en 1924 y 1926 (El desierto y Los desterrados respectivamente). El 25 es quizás uno de
los años cumbre de su prestigio. Publica en La Nación, La Prensa, Plus
Ultra, Caras y Caretas, La Novela Semanal. En Martín Fierro se lo menciona una sola vez, en un poema del Parnaso satírico:
"Escribió cuentos dramáticos / sumamente dolorosos / como los quistes hepáticos. /
Hizo hablar leones y osos, / caimanes y jabalíes. La selva puso a sus pies
/ hasta que un autor inglés / (Kipling) le puso al revés / los puntos sobre
la íes".Y en el número 36, en nota de Jacobo Fijman puede leerse como
comentario a Cuentos para una inglesa desesperada, de Mallea: "este género
literario tan explotado en nuestro medio por iletrados y
semianalfabetos imaginativos". Junto con Quiroga, Lynch es el
otro gran expulsado de la vanguardia martinfierrista. No es una disputa sobre los principios estéticos la que aísla a Quiroga de la revista que,
por lo demás, cultiva el eclecticismo. El silencio hostil tiene más bien que
ver con el tema reiterado de "los que hacen dinero con el arte",
fórmula en la que se condensan no sólo todos los enemigos con que el mercado
amenaza a la vanguardia, sino también todos los fantasmas que la ampliación del
público había ya agitado frente a los escritores novecentistas, obligados, por
primera vez en la historia literaria argentina, a competir en un espacio
público, según leyes que no habían definido ellos mismos, y con hombres que,
llegados de otras clases y de otros países, parecían dispuestos a reclamar un
lugar en el campo intelectual y en la sociedad en su conjunto.
Por supuesto que esta oposición en el mercado es
ennoblecida por la ideología literaria. Dividir al público es el gesto
característico de la vanguardia y, sin duda, en esta división está una
parte de su verdad. Pero encubre también la zona de una fisura social: "En
arte hay dos actitudes: la de mirar al público y hacer piruetas de histrión
necesarias para que los espectadores le arrojen moneditas de su simpatía
(gloria mundana) y la de encararse con el misterio inexpugnable del arte mismo,
siempre capaz de ennoblecer con su perenne juventud a los que se dan de
cuerpo y alma". Léase también en este sentido el saludo de Martín Fierro a la aparición de Proa: "acción depuradora en un estilo
superior", "independencia absoluta para la expresión del pensamiento escrito, sin las
deformaciones impuestas por las convenciones, conveniencias y
prejuicios"; de ellos se puede esperar mucho por su "adentramiento en la tradición, ya
que sus nombres les enraiza en familias netamente argentinas". Origen de clase, relación con la tradición nacional,
relación con el lenguaje y desinterés frente al mercado literario
forman una estructura ideológica de la vanguardia argentina.
El público de Boedo es el
público de los barrios frente al del centro; en un sentido nacional, es un
lector inseguro de su idioma argentino; en un sentido estético, es fundamentalmente
un consumidor de cuentos y novelas, frente al público de Martín Fierro que lee poesía; en este mismo sentido, es de un público de
teatro, fanático de las grandes compañías nacionales, frente al público de
una revista que afirma la dignidad estética del cine y del jazz. Dos
públicos y también dos sistemas literarios, dos sistemas de traducciones, dos
formas que se acusan mutuamente de cosmopolitismo.
Vanguardia y criollismo.
El nombre que la revista adoptó en 1924 y conservó
hasta su desaparición no puede explicarse sólo por la historia exterior que
vincula a este segundo Martín Fierro con el primer Martín Fierro de 1919 y a éste con el suplemento de La Protesta, editado por Ghiraldo en la
primera década del siglo. Hay que preguntarse por qué la revista más importante
de la vanguardia argentina se llamó Martín Fierro precisamente. La conservación del nombre
alude, desde el cabezal del periódico, a la cuestión de la nacionalidad
cultural. Adolfo Prieto30 señaló
con inteligencia que el criollismo tuvo una vigencia sorprendente en el
interior del movimiento martinfierrista.
¿Por qué la problemática del nacionalismo cultural es
tan persistente en la Argentina? Los escritores del Centenario, en
especial Rojas, Lugones y Gálvez, tematizan la significación del Martín Fierro de Hernández en la elaboración de los mitos nacionales, formulando al
mismo tiempo el primer cuerpo doctrinario del nacionalismo cultural. Tienen
como telón de fondo la presión que intelectuales ajenos a las clases altas
tradicionales ejercían sobre el campo intelectual, como parte de un proceso
más global de constitución de capas medias urbanas de origen
inmigratorio. Se plantea entonces, por primera vez de manera global y
dramática, la cuestión de la identidad nacional, interrelacionada con la de la
tradición cultural y el carácter sintético del "ser nacional"
argentino. Sobre este punto el nacionalismo cultural se bifurca en dos líneas: los
que como Ricardo Rojas proponen una fusión de la población nativa, gaucha,
criolla de origen español e indígena, con los inmigrantes y sus hijos; y
los que, como Lugones y Gálvez, perciben amenazada a la
idiosincrasia cultural justamente por la presión lingüística, cultural e
ideológica de la inmigración.
Planteado en estos términos, el debate no estaba
cerrado en la década de 1920, aunque sí se habían formulado ya las posiciones
definitivas, en especial en Eurindia, síntesis de la variante liberal democrática del nacionalismo cultural. Sin embargo, Brandan Caraffa
afirma, medio siglo después, que entonces, en los años veinte, comenzaba a plantearse la cuestión nacional entre los intelectuales. Este
sentimiento, históricamente falso ya que los escritores del Centenario tenían
preeminencia, revela en cambio su verdad ideológica. También para la vanguardia
las tareas de una cultura nacional deben resolverse en el vasto
movimiento de renovación estética y vital que se propone al campo intelectual
argentino. En el primer número de la revista, su presentación con el título
"La vuelta de Martín Fierro" recibe la fuertísima carga simbólica que
en la tradición argentina transfiere la alusión —transparente— no a la reaparición de un periódico anterior que llevaba el mismo nombre, sino
al título de la segunda parte del poema de José Hernández y,
especialmente, a este tercer regreso de su héroe, concebido como "esencia
nacional" y encarnado en la vanguardia. La insistencia sobre la argentinidad del
periódico aparece como requisito de que pueda cumplir su programa de
renovación: Martín Fierro "acepta la responsabilidad de
localizarse, porque de ello depende su salud". La decisión con que la revista reivindica
un programa de regeneración cultural nacionalista se incluye, por
supuesto, en el sistema de contradicciones que van a gobernar toda su historia.
En el "Manifiesto" del número 4, la tradición cultural es descripta, con
mayor desenfado, como el "álbum de familia" del que no se reniega
pero respecto del cual no se experimenta una veneración fetichista. Sin embargo en
el mismo "Manifiesto" comienza la exposición de un
tema que, tributario parcialmente de esta problemática, enriquece las
verdaderas novedades de la vanguardia. Se trata del nacionalismo lingüístico:
"Martín Fierro tiene fe en nuestra fonética".
En su polémica sobre la literatura social con los
escritores de Boedo, uno de los puntos centrales de la argumentación de Martín Fierro fueron los efectos literarios de la diferencia entre
"argentinos sin esfuerzo" e hijos de inmigrantes. El punto clave es la relación que unos y
otros tienen con el lenguaje, en especial con la lengua oral y su
realización fonética.
En el discurso de Martín Fierro la nacionalidad es una naturaleza. "Describir Cochinchina, se lee en uno de los
'Membretes' de Girondo, y que el poema tenga un sabor, inconfundible, a
carbonada". Pero ¿cómo lograr que esta 'esencia nacional' impregne la escritura
literaria? Marechal, en su nota crítica sobre Luna de enfrente de Borges, señala a la retórica como obstáculo de esa lengua hablada y escuchada:
"Todo en un lenguaje que nos es querido, porque es el que hablamos de verdad,
sin enaguas de retórica".Girondo concibe a la identidad (lingüística, gestual,
corporal) como algo dado inmediatamente que, por su cualidad, es incompatible
con el "esfuerzo intelectual" y con el trabajo presupuestos en toda
adquisición.
La insistencia sobre las flexiones de la lengua oral
es un tópico que, desde Martín Fierro, se va a proyectar en la década siguiente.
Prieto, en sus consideraciones sobre El hombre que está solo y espera, texto de Scalabrini Ortiz que en su opinión pertenece al ciclo del
martinfierrismo, señala: "Scalabrini advierte en la lengua coloquial un
reflejo de la profunda alquimia que se opera en el alma del hablante, juzga a
aquélla por ésta y se congratula de que las palabras y los giros
convencionales circulen en el nivel de la más ajustada reciprocidad. Scalabrini
comparte la gozoza convicción enunciada por algunos de los hombres de su
generación (ese 'Martín Fierro tiene fe en nuestra fonética' de Girondo)
y omite toda pauta comparativa que no provenga de las fuentes mismas del
idioma". Al mismo tiempo, la seguridad que los martinfierristas
experimentan frente a su "lengua natural" se emparenta con un motivo
clásico del debate sobre la lengua en la Argentina: el de la peculiaridad del
español rioplatense, que, desde la generación de 1837, opuso los rasgos
renovadores de la lengua de los intelectuales argentinos a cualquier pretensión de
hegemonía por parte del español de España. El tema de la independencia
lingüística se une en Martín Fierro, como en los románticos, con la
reivindicación de una libertad: la de 'contaminar' a la lengua literaria con
las lenguas extranjeras.
Ese ideal de español galicado, única lengua en que
sería posible pensar a los rioplatenses, que defendieron Sarmiento y Juan
María Gutiérrez, el ideal del poliglotismo del siglo XIX argentino,
reaparece en la respuesta que los redactores de Martín Fierro dan al proyecto de La Gaceta Literaria de Madrid, de que, para evitar la fragmentación de
Hispanoamérica, Madrid fuera declarada su "meridiano intelectual".
En el discurso martinfierrista se resuelve la cuestión
de quiénes son los que, por su relación 'natural' con la lengua nacional,
pueden ser políglotas: un políglota argentino es el que tiene el español del
Río de la Plata como lengua materna, de origen, y sólo sobre este origen
seguro se puede construir el poliglotismo legítimo: podemos leer, incluso
escribir, francés, inglés, italiano, pero la pronunciación lo decide
todo. Es en la fonética donde se
arriesga y se gana la propiedad de la lengua. La cuestión de la lengua es un capítulo
de esa vasta y obsesiva (para los intelectuales argentinos) cuestión de la
tradición cultural, vinculada, en la primera encuesta que organiza Martín Fierro, con la definición de un 'ser nacional', descripto en las preguntas como
"sensibilidad y mentalidad argentina".
La cuestión de la nacionalidad cultural y, correlativa
a ésta, del cosmopolitismo, es, en ese momento del proceso social
argentino, una línea que divide el campo intelectual con un marcado sesgo
de clase. Los escritores de Boedo casi no la tienen planteada o,
cuando abordan el problema del cosmopolitismo cultural, es para afirmar
que son los martinfierristas los verdaderamente europeizantes y
cosmopolitas. Los martinfierristas, al mismo tiempo que se apoyan en la
'naturalidad' de la idiosincrasia cultural de la que serían depositarios,
devuelven la acusación de cosmopolitismo y la convierten en un cargo de
extranjería lingüística y cultural.
En realidad, la cuestión del cosmopolitismo debe
leerse siempre como posiciones variables en un campo en disputa: cosmopolita es
siempre el otro. Y, en el caso de las vanguardias del veinte, cosmopolitas son
aquellos que traducen otros libros distintos de los que traducen ellos mismos:
traducir a Tolstoi o a Anatole France es cosmopolitismo, mientras que, para los
de Boedo, el europeísmo de la vanguardia se demuestra en la publicación de
Supervielle, Apollinaire, Marinetti. El cosmopolitismo define una relación
lícita o ilícita con la literatura extranjera.
La tradición de la vanguardia.
En el número 22, aparece un suelto firmado por
Oliverio Girondo, proponiendo una campaña para un monumento a José
Hernández, que debería recibir "la adhesión de todos los
artistas sin distinción". La dirección, en el mismo número, contesta entusiasmada,
trazando las líneas de una tradición nacional, pero liberal:
"...filósofos como Agustín Alvarez, escritores como Eduardo Wilde, poetas como Guido
Spano, del Campo, Ascasubi, Hernández, que constituyen la más enraizada
nacionalidad, en cuya obra los argentinos futuros rastrearán y hallarán
su espíritu y origen". Los nombres de la tradición son propuestos varias
veces en Martín Fierro, y la encuesta sobre la '"sensibilidad
argentina" hace pensar de inmediato a los que responden en una línea de
filiación con los escritores del siglo XIX (Borges piensa en Eduardo Wilde; Rojas
Paz, inexplicablemente, en el naturalista Cambaceres). Pero
es un punto de esta tradición, el criollismo, el que se coloca como centro
ideológico y estético, porque relacionada con él aparece la temática
populista urbana. La cuestión del criollismo traza una línea en el interior del
espacio propio de la revista.
Hay criollismo legítimo y falso criollismo, hay un
criollismo 'necesario' y un criollismo 'exagerado', superfluo desde el punto de
vista de la lengua o de la temática. Es casi una tradición
nacional argentina que el criollismo sea un campo de disputa y que la afirmación
de un criollismo se haga siempre explícitamente en contra de otro. Sergio
Pinero, en nota bibliográfica sobre Inquisiciones de Borges, traza el eje de la cuestión: "Creo que no es necesario referirse al lazo, al
rodeo, ni a los potros para ser y manifestar alma de gaucho". Es claro que,
centralmente, la afirmación se aplica al criollismo de Güiraldes, reivindicado por
Marechal como 'auténtico' criollismo: "Don Segundo Sombra de Güiraldes me parece la obra más honrada que se haya escrito hasta ahora sobre
el asunto. El autor destierra ese tipo de gaucho inepto, sanguinario y
vicioso que ha loado una mala literatura popular". En este caso, la
oposición criollismo versus moreirismo indicaría que la línea de disputa no es sólo interior
al campo de la vanguardia sino que duplica, también ella, un
límite de clase.
La pregunta que se hacen los martinfierristas es, en
síntesis, cuál es la garantía del 'verdadero localismo' y, en consecuencia,
quiénes pueden escribir sobre la temática populista urbana. Carriego,
pero no los escritores de Boedo. Es la vanguardia la que puede depurar al
criollismo y, según la propuesta de Borges, urbanizarlo. En este sentido los
martinfierristas leen bien, en la construcción literaria de Borges, la
novedad de lo que podría denominarse criollismo urbano de vanguardia.
Tomado de:
SARLO, Beatriz: "Vanguardia y criollismo. La aventura de Martín Fierro". En: ALTAMIRANO, C. Y SARLO, B. (1997): Ensayos argentinos. De Sarmiento a la Vanguardia. Bs As. Ariel, pp. 211-260.