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24 abril 2025

Un libro es un mundo abreviado. Antonio Barnés

 




Un libro es un mundo abreviado


Antonio Barnés


Internet es un enorme —sin horma— almacén de datos con la accesibilidad como fortaleza y la mezcolanza como debilidad. Cualquier texto anónimo —el de un baño público, por ejemplo— se halla en la red, a la misma distancia (un toque de ratón), del incunable, la revista de variedades, el tratado científico, el semanario económico o los anuncios por palabras. Por eso, ante Internet no deben sucumbir los formatos reales ni los específicos almacenes de textos: quioscos, librerías, bibliotecas... Robert Darnton, en Las razones del libro, es taxativo: «Gracias a Internet, los textos son a la vez más accesibles y menos fiables; (...) por norma general, los estudiantes descargan textos de Internet sin preguntarse sobre su procedencia y, con frecuencia, lo que obtienen no es más que basura».


Todos queremos saber, que decía Aristóteles, pero el saber es arduo y ocupa lugar. Sería un error suprimir el libro de papel: objeto acabado con una forma tan específica como significativa, y de un autor por lo común identificado. La red de redes debe convivir con los otros formatos textuales. La forma es parte del mensaje, y su eliminación conduce a lo informe, lo deforme o la desinformación.


Internet constituye una revolución cuyas consecuencias empezamos a atisbar, y que hemos de pensar, sopesar, medir, calibrar... ¡Cuántos verbos, a cual más sugerente, sobre la capacidad cognoscitiva humana!, facultad que no ha de ser solo pasiva, sino, ante todo, activa, crítica, transformadora. La red, que puede agrupar en un mismo soporte la prensa, la radio y la televisión, aspira, como biblioteca, a contener todas las publicaciones, antiguas y modernas; toda la música; todos los vídeos; todas las imágenes... «Esta concepción del ciberespacio —escribe Darnton— tiene un curioso parecido con la concepción que tenía san Agustín de la mente de Dios: omnisciente e infinita porque Su sabiduría lo abarca todo, incluso lo que queda más allá del tiempo y el espacio. El conocimiento también podría ser infinito en un sistema de comunicación en el que los hipervínculos llegaran a todas partes, sólo que es imposible que exista un sistema así. Producimos mucha más información de la que somos capaces de digitalizar y, en cualquier caso, información no es igual a conocimiento».


Por lo demás, los formatos digitales no han demostrado ser más resistentes que el libro. Merece la pena esta larga cita de Manguel: «El argumento que exige la reproducción electrónica aduciendo que la vida del papel peligra es falso. Cualquiera que haya utilizado un ordenador sabe lo fácil que es perder un texto en la pantalla, o toparse con un disquete o un CD defectuoso, o que el disco duro se bloquee sin remedio. Las herramientas de la electrónica no son inmortales. La vida de un disquete no supera los siete años, y un CD-Rom dura unos diez. En 1986, la BBC gastó dos millones y medio de libras en crear una versión informatizada, multimedia, del Domesday Book, el censo inglés del siglo XI compilado por monjes normandos. Más ambicioso que su predecesor, el Domesday Book electrónico incluía doscientos cincuenta mil topónimos, veinticinco mil mapas, cincuenta mil imágenes, tres mil conjuntos de datos y sesenta minutos de imágenes animadas, además de numerosos textos sobre la vida en Inglaterra durante ese año. Más de un millón de personas colaboraron en ese proyecto que finalmente quedó almacenado en discos de doce pulgadas que sólo podía descifrar un microordenador especial de la BBC. Dieciséis años después, en marzo de 2002, se llevó a cabo un intento de leer la información en uno de los ordenadores de ese tipo que todavía existían. La tentativa fracasó. Se estudiaron diferentes soluciones para recuperar los datos, pero ninguna dio un resultado satisfactorio. “Por el momento no se puede demostrar que exista una solución técnica viable para este problema”, dijo Jeff Rothenberg, de la Rand Corporation, especialista de fama mundial en la conservación de datos. “Si no la encontramos, corremos el grave peligro de perder nuestro creciente patrimonio digital”. Por el contrario, el Domesday original, de casi mil años de antigüedad, escrito con tinta sobre papel y conservado en el Registro de Kew, se mantiene en buenas condiciones y es todavía perfectamente legible».


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Una computadora almacena y procesa datos, per o no es capaz de conocer, reconocer e interpretar esos datos. Conocer es penetrar en las realidades, superar la apariencia, como señaló Platón al distinguir entre ciencia y opinión. El ordenador indicará en un instante cuántas veces un poeta escribe el adjetivo rojo. Pero no podrá decir por qué lo ha escrito o qué logra escribiéndolo. Esas causas y efectos no son medibles matemáticamente: superan el lenguaje informático. Conocer, en un sentido más profundo, no es almacenar, sino hallar la relación entre los datos, leer entre ellos, tratando de encontrar el sutil hilo que los engarza. Ser inteligente significa, etimológicamente, leer entre: inter-legere, que se funde en el verbo intellegere, cuyo sustantivo abstracto es intelligentia.


La reflexión sobre Internet concluye no solo que información no equivale a conocimiento, sino que cuanta más información, más arduo es el conocimiento. Porque conocer implica asimilar, y la sobreabundancia de datos colapsa. La red es cabal expresión de este exceso de información que deviene en desinformación. De ahí que cuando una publicación periódica se digitaliza, fácilmente se convierte en un conglomerado de mensajes inconexos y volátiles que la aproximan al caos. El espacio virtual facilita la fragmentación de la información: es el reino de lo in-formal —sin forma—, sin el formato de los objetos reales. Y el formato —idea clave de este ensayo— es significativo: ofrece información sobre el contenido, o mejor, es parte del contenido.


No es lo mismo un incunable, una publicidad volandera, un semanario, un anuncio de ofertas, un diario o un libro de bolsillo. Los objetos reales no pueden sacudirse su forma, que los delata. Aun las vanguardias que se rebelaron contra la forma acaban formalizándose. En Internet, en cambio, el formato pasa a un segundo plano, es solo visual, no físico, no ocupa lugar, y prima la contemporaneidad e inmediatez de los contenidos. El exabrupto anónimo convive, a igual distancia, con los Pensamientos de Pascal. Lo relevante y lo irrelevante coinciden en un único espacio que rechaza lo permanente: la norma es la novedad. Lo bueno es lo nuevo. El fin es divertir: divertere, (en latín, moverse a un lado y a otro). «Para los usuarios de la Red —dice Manguel—, el pasado (la tradición que conduce a nuestro presente electrónico) es irrelevante, ya que lo  único que importa es lo que se ve en un momento determinado. Comparado con un libro cuyo aspecto físico delata su edad, el texto que traemos a la pantalla no tiene historia. [...] La Red es casi instantánea, no ocupa tiempo alguno excepto la pesadilla de un presente constante. Superficie sin volumen, presente sin pasado, aspira a ser (y así se anuncia) el hogar de todos los usuarios, que pueden comunicarse entre sí a la velocidad del pensamiento. Ésta es su principal característica: la velocidad. [...] Nuestra futura sociedad sin papel, definida por Bill Gates en un libro de papel, será una sociedad sin historia, ya que todo en la Red es instantáneo».


El mito implica el logos. Solo una mente racional puede crear historias que se sitúan fuera del tiempo y convertirlas en prototípicas. El conocimiento humano implica cierta detención del tiempo mediante conceptos inmateriales. Internet, en cambio, es patria del movimiento, sueño del positivista: un almacén de infinitos datos, con el que su mente se identifica, al facilitar la deglución de micromensajes. La carencia de sentido, intrínseca a tales teorías, trata de paliarse con una acumulación que, si no satisface plenamente, al menos entretiene, y ofrece el espejismo de saber. Es la rápida visita a un museo, en la que el visionado —ver al modo cinematográfico o televisivo— de los cuadros los muda en fotogramas de una película de imposible argumento que produce la sensación de incremento cultural.


Pensar es, sin embargo, pensare: pesar, sopesar. Y no cabe pesar innúmeros objetos en .un continuo aumento y movimiento que solo permiten el depósito en un almacén cuyo tamaño obstaculiza la digestión. La recolección se transforma en un nuevo placer. Los bienes digitales proveen la ilusión de cuasi infinitas posesiones. Conocer es también agrupar lo disperso: en latín, cogitare; cum-agitare: atraer lo alejado hasta el centro: empeño quimérico si los datos son incontables, pues el sujeto se fragmenta entre ellos, y pasa de abductor a abducido. El exceso de datos es superfluo, colapsa; la inabarcable información detiene el conocimiento; el cerebro humano se convierte en la prolongación de una computadora: un disco duro externo del ordenador, y este, en su fuente de estimulación. 



Granjero sentado junto a la chimenea y leyendo.
Vincent Van Gogh



En los libros es aparentemente más importante lo vehiculado —las palabras— que el vehículo, pero el continente no es irrelevante. El libro es quizás la más digna habitación de la palabra, pues la convierte en protagonista y la enmarca abriendo y cerrando las puertas del discurso. Precisamente el cercano cuarto centenario de la muerte de Cervantes y Shakespeare (2016) ofrece una oportunidad para homenajear la palabra y el libro, pues ambos escritores coinciden en un cuasi absoluto dominio verbal; un señorío que no es pericia de prestidigitador, sino imperio: quien domina las palabras domina el mundo. La retórica no es solo clave del ars bene dicendi, sino del ars bene cogitandi.


Cervantes y Shakespeare poseyeron esa llave en un tiempo que, al decir de Gracián, estaba «en su punto»; una época en la que la Tradición clásica, acopiada y remansada desde el Renacimiento —y aun antes— produjo en contacto con las culturas particulares una prodigiosa explosión verbal. El mundo de los libros dominará siempre el de la imagen, que no «vale más que mil palabras», porque la palabra explica —explicita, desenrolla— la imagen. Luchan las retóricas, avanzan y retroceden: la retórica marxista del mito de la edad de oro; la retórica freudiana del mito de Edipo; la retórica romántica de la Cultura del Pueblo; la retórica de la globalización, que actúa como coartada para la expansión de mercados. Quien posee la llave de la retórica, posee la llave del mundo. La retórica se extiende desde los libros al universo. Internet se inclina más hacia el reino de la imagen. Y solo quien vive en y de los libros puede abandonar la caverna de las apariencias. Es más fácil dominar los ojos que la mente. El hombre visual y auditivo vota al más atractivo. El hombre intelectual, lector, puede votar un proyecto: está más preparado para criticar las ideas, es menos impresionable ante la escenografía del mitin político, donde se lanzan frases, no argumentos. Solo el discurso, que discurre en el tiempo y se desparrama en razonamientos, es capaz de responder plenamente a una comunicación humana, pensante.

Una palabra vale más que mil imágenes. Encerrar a los ciudadanos en las imágenes, aherrojarlos en la caverna de las apariencias, es la estrategia de toda tiranía. 


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Una dialéctica de la lectura podría abordar estas cuestiones:

1. La palabra, un sentido que viaja en un sonido dibujable. Lo prodigioso de las lenguas humanas es que asocian sentidos abstractos a sonidos (y a dibujos ordinariamente no simbólicos, si hay escritura). Esta unión convencional (porque no hay una única lengua) de lo visible a lo invisible no es explicable con categorías experimentales.


2. De la escritura a la lectura (y vuelta). La escritura y la lectura pueden entenderse en un contexto comunicativo. El lector no es solo pasivo: puede a su vez reenviar un
mensaje a partir del recibido por el autor.


3. Diálogo y monólogo: Platón y Dostoievski. El diálogo platónico es icono de la transmisión cultural y del proceso de escritura-lectura. El monólogo de Dostoievski en Memorias del subsuelo contrapone el monólogo interior como otra de las principales formas de comunicación humana.


4. «Yo sé quién soy» —dice don Quijote—: lectura e identidad. Los hombres se parecen a los libros que leen, según Erasmo. Los libros no son solo transeúntes, sino también inmanentes. Afectan a nuestra estructura mental, influyen en nuestro ser y nuestro obrar.


5. Lecturas de locura / lecturas de cordura. El Quijote es la gran novela sobre la lectura y la escritura. En el personaje Alonso / don Quijote se explora magistralmente el influjo de los libros en nuestro ser y nuestro obrar.


6. La Edad de Oro: lectura y política. La política suele basarse en una retórica que se extiende a un universo icónico. La lectura diacrónica puede contrapesar los abusos del poder.

7. «In lege eius meditatur die ac nocte». Lectura y religión. La Biblia como palabra de Dios ha mediatizado las relaciones entre escritura y lectura; los libros se han dotado de una pluralidad de sentidos que ha ampliado exponencialmente la atmósfera del espíritu humano.


Propuesta de Prólogo para tal Dialéctica:

El ser humano —animal político, ser social, según Aristóteles—, se comunica mediante un prodigioso conjunto de sonidos significativos al que llamamos lengua. La lengua, que es primariamente un fenómeno oral —en la historia general, de la sociedad; y en la particular, de los individuos— y, desde la invención de la escritura, un fenómeno también visual, consiente, entre otras cosas, verbalizar conceptos; emitir juicios; y desarrollar razonamientos. La lengua es, en esencia, audible y expresable; y,secundariamente, legible y escribible. La lengua consta de sonidos percibidos por el oído y producidos por el aparato fonador humano, pero, ante todo, supone una explosión de sentidos que opaca el sonido y el dibujo del que se visten. Solo las lenguas extranjeras —las ininteligibles para nosotros— sitúan en un primer plano su aspecto sensible, audible, visible: experimentable. La invención de la escritura supuso un hito en la historia humana al potenciar y perfeccionar la transmisión de conocimientos, si bien antes de la imprenta fue un bien escaso y la lectura no pudo ser un fenómeno social. El Quijote, novela sobre la lectura y sus efectos, no podría haberse escrito antes de Gutenberg; solo después, alguien de no muchos recursos como un hidalgo de un lugar de la Mancha podía poseer una biblioteca lo suficientemente nutrida para poder vivir en ella y de ella. El hombre es un ser artístico, capaz de dotar de belleza a lo útil. La utilidad de la función nutritiva, por ejemplo, basada en el instinto de supervivencia, puede transfigurarse en un simposio socrático. El arte no podía ausentarse de la comunicación lingüística: ¿en qué pueblo no encontramos poesía, palabras musicalizadas? 


La revolución de la escritura permitió acopiar y conservar tanto información útil como artística (literatura). El flujo continuo de la lengua y, por tanto de la literatura, su dimensión diacrónica, pudo fijarse en la escritura: fotografía de una particular sincronía. En este entrelazamiento entre diacronía y sincronía, transición de la oralidad a la escritura, se sitúan La Ilíada y La Odisea, inicio de la cultura literaria occidental. Lo no escrito se pierde. La Biblia y las polifacéticas creaciones griegas se acabaron escribiendo y convirtiendo en textos inspiradores. Los museos occidentales están colmados de historias bíblicas y míticas grecolatinas: variaciones de artistas que han leído e interpretado de un modo diferente esos textos. Esta polifonía cuasi infinita del arte se debe a que tanto el escritor como el lector son homines sapientes, es decir, personas inteligentes. La inteligencia presupone la libertad, pues la lectura es un acto de elección, de interpretación. El ser humano no es un mero decodificador. La inteligencia artificial y la humana no pueden identificarse. El hombre no solo es capaz de entender mejor o peor un texto, sino también de sublimar o anatematizar un pasaje, de leerlo del revés, recta u oblicuamente.


Escritura y lectura son actos subjetivos, de un sujeto, de un yo pensante y libre. Si atendemos a la etimología, leer es legere, elegir; elección cuidadosa —diligere— y entonces la lectura se convierte en amor. La lectura se desarrolla entre líneas, es libre, va de atrás hacia adelante y de adelante hacia atrás, leer entre: inter-legere > intellegere: la lectura es inteligente; puede serlo si es relacional. Somos seres sociales, pero podemos serlo automática o conscientemente. El crítico literario es relacional a sabiendas. El buen escritor, lo haga explícito o no, es un conector de textos. Y el buen lector necesita escribir, aunque sea en el fondo de su conciencia.

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La lucha con las palabras. Solo con esfuerzo se aprende. Nadie duda que para practicar un deporte o estar en forma se precisa sacrificio. Sin embargo, en el aprendizaje intelectual, no pocos teóricos destierran la palabra esfuerzo, como si la adquisición de conocimientos no requiriese una puesta en forma, un ejercicio. La lengua materna se aprende inconscientemente. Pero la lectura implica otro proceso. Leer es ascender por la montaña de la abstracción desde el valle de la imagen, avanzar más allá del conocimiento sensible y asentarse en el ámbito de lo inteligible. La lectura permite salir de la caverna, traspasar la frontera de la opinión y entrar en el país de la ciencia. Pero leer no es solo decodificar signos. Refiere Alberto Manguel que Melvil Dewey «sostenía que la piedra angular de la educación no era saber leer sino saber captar el significado de la página impresa».


El ejercicio lector comprende buscar en diccionarios las palabras desconocidas, sobreponerse a los océanos de letras sin dibujos, desarrollar el pensamiento abstracto: la capacidad de superar la emotividad, de pensar sobre el ser de las cosas. Y escribir. (El escritor es una subespecie de lector, en expresión de Manguel). La lectura conduce a la escritura, una tarea que demanda cincel y martillo para desbrozar la madera, para cocinar las crudas palabras. El ejercicio del aprendizaje pone en movimiento los sentidos externos, internos, la razón y la inteligencia: los músculos del conocimiento. Escuchar al profesor, tomar apuntes, leerlos, subrayarlos, extraer esquemas, completarlos con otros apuntes y libros, memorizar, escribir, cantar la lección... en definitiva, estudiar, aprender, saber. El esfuerzo es la resistencia pequeña o grande que la tierra opone a la planta en su crecimiento. Sin esfuerzo no hay cultivo ni cultura.


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Un libro es un mensaje enviado por un escritor a un lector. El escritor Cervantes remite su libro el Quijote a los lectores que deseen recibir ese correo y abrirlo. Abrir este mensaje es leerlo. Si contemplamos así el proceso de escritura y de lectura cabe también pensar en la posibilidad de responder al mensaje. Ya de por sí es maravilloso que podamos recibir una embajada de Cicerón, Petrarca, Rabelais, Storm, Wilde o Azorín. Porque ellos murieron. Pero tienen muchas cosas que decir y, afortunadamente, algunas de ellas las escribieron y han llegado a nosotros en forma de libro. «Séneca —escribe Manguel—, haciéndose eco de ideas estoicas anteriores a él en cuatrocientos años, negó que los únicos libros que deban importarnos sean los de nuestros contemporáneos y nuestros conciudadanos. En cada biblioteca podemos elegir los libros que deseamos llamar nuestros; cada lector, nos dice, puede inventar su propio pasado. Observó que el supuesto según el cual no podemos elegir a nuestros padres es, en efecto, falso, porque podemos elegir a nuestros antepasados».


Leer es conversar con el autor del libro y sus personajes. Don Quijote, Sancho y Cervantes son tres interlocutores distintos con quienes poder dialogar. ¿Cómo responder? Nuestro mensaje es el deleite que provoca la lectura, y también los chispazos que hace surgir en nuestra mente. Cada deleite y cada idea son personales. Una manera preponderante de responder es escribir, a nuestra vez, otro libro. Eso es la traditio, la tradición. La Eneida, en cierta medida, es una respuesta a La Ilíada y La Odisea. La Divina comedia es una contestación a La Eneida. El Fausto quizás sea, en algún aspecto, una réplica a La Divina Comedia. Podemos estudiar la historia de la literatura en clave de cuestiones y respuestas, de mensajes emitidos, recibidos, leídos y contestados (también en su sentido de criticados). Podemos leer sin ton ni son. Y podemos leer inteligiendo, o sea, leyendo entre los libros. Comprendiendo que la literatura universal no son solo infinitos puntos luminosos en el espacio, sino constelaciones. Sí. La historia de la literatura es una sinfonía, un sonido acompasado y armónico. Una música de la palabra.


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El libro es la morada de la palabra.

¿Pero qué son las palabras?: respiración del alma, entre lo que vivimos, con lo que pensamos y hablamos, sea diálogo o monólogo. Palabras hay incluso en los sueños. Y al comer, charlamos; hasta el punto de que solemos recordar más fácilmente las conversaciones que el menú.

La realidad más presente en la vida humana es la verbal. ¿Pero qué es una palabra? .«Segmento del discurso unificado habitualmente por el acento, el significado y pausas potenciales inicial y final»: un segmento significante. «Representación gráfica de la palabra hablada»: una imagen visual. Una palabra es una cadena de sonidos con un determinado sentido, un significado. Pero, esta definición aún es muy genérica, pues un ladrido también es cadena de sonidos significativos, con un mensaje que denota un estado: alegría, tristeza, hambre, rabia... La palabra humana puede expresar también estos sentimientos por el tono, pero llega mucho más lejos: es capaz de enunciar conceptos sumamente abstractos. Podemos decir: «dame ese vaso», o «ser o no ser, he ahí la cuestión». Son cadenas fónicas aparejadas a ideas. Es sorprenderte que un ruido pueda transmitir semejante abstracción; y que, al oír tal murmullo —incluso sin escuchar, es decir, sin prestar atención a los vocablos— percibamos, sobre todo, la abstracción.


Esta reflexión sobre el ruido: los sonidos, los fonemas, su articulación, etcétera, si se produce, suele ser en un momento muy posterior al aprendizaje y uso de la lengua. Pero la escucha de un idioma desconocido nos devuelve a la realidad de que el discurso lingüístico es, materialmente, una cadena de sonidos y, por tanto, susceptible de convertirse en un desagradable rumor. Así, 


[kuóuskuetándemabúterecatilínapatiéntianóstra]


para quien no sabe latín, es un ruido, pese a que, dependiendo de cuál sea su lengua materna, pueda intuir el significado de la palabra patientia y nostra. Pero, para estos mismos hablantes, lo más probable es que [nikakula] no signifique absolutamente nada. Si no saben swahili, desconocerán que quiere decir «estoy comiendo». De modo que las palabras o son un completo ruido o un completo significado, alternativa semejante a la que se verifica en las relaciones interpersonales. El otro puede ser un «mero cuerpo» o «alguien». Evidentemente, hay una gradación, como la hay en el conocimiento humano; hay un más y un menos en la significación que ese «mero cuerpo» va adquiriendo. Por cierto, el otro comienza a dejar de ser mero cuerpo cuando establecemos con él una conversación, un diálogo, desde el momento en que intercambiamos palabras.


La palabra es, valga la redundancia, una parábola del ser humano, una imagen, un espejo, una explicación. La palabra, significante y significado, evoca lo corporal y lo lógico que es el hombre, lo lógico como capacidad comunicativa humana y, en concreto, la facultad de transmitir ideas simbólicas y abstractas, además de enunciados puramente referenciales. De todas formas, «dame ese vaso» —nuestro primer ejemplo— posee ya una complejidad extraordinaria, porque no necesita ningún gesto corporal de apoyo: solo la cadena fónica transmite el específico sentido. Ninguna metáfora es perfecta. En la palabra conocida el sonido se esfuma para dar paso al significado; en la comunicación humana el cuerpo no desaparece, aunque sí puede integrarse en una dimensión personal, es decir lógica, transmisora de sentido. Determinada epistemología muy divulgada pretende hacer creer que lo más relevante es lo percibido por los sentidos externos: oído, vista, olfato, tacto y gusto; por lo que parece que las ciencias experimentales son las únicas que merecen el nombre de ciencias, en tanto que los otros saberes se mueven en el ámbito de la creencia subjetiva indemostrada e indemostrable.


Sin abordar aquí el debate sobre lo que es o no una ciencia, el análisis de la palabra y su función en la vida humana induce a pensar que para los humanos es mucho más vital lo invisible que lo visible; lo inaudible, inodoro, intangible e insípido que lo audible, olfateable, tocable y degustable. Es cierto que, en puridad, vivir entre palabras y de las palabras conlleva, sobre todo, hablar (y por tanto oír), y leer (y por consiguiente ver); es decir, tareas que precisan el imprescindible concurso de los sentidos externos. Pero al oír y ver palabras, estamos, sobre todo, percibiendo sentidos, significados. Este es el quid de la cuestión. Prueba de ello es que hallarse entre conversaciones y textos de lenguas desconocidas puede convertirse en una tortura. Los sonidos y las grafías son insuficientes.


El hombre es sentido encarnado, intangibilidad en lo tangible, cuerpo animado. Ahora bien, si en la palabra el significante es inseparable del significado —aun cuando el significante pase a un plano secundario en la comunicación—, de modo análogo podemos pensar que incorporeidad y corporeidad están estrechamente unidas. Es interesante explorar la relación entre significado y significante. ¿Es una dependencia natural o convencional? Es claro que convencional, aunque solo sea por la variedad de significantes que encontramos para un mismo o muy semejante significado: verbum, logos, palabra, slovo, word, parola. Todos estos vocablos significan aproximadamente lo mismo; algunos están emparentados, otros no. Podemos romper la relación entre significante y significado, y decidir que, a partir de ahora, en español palabra se dirá slovo. Pero ¿somos capaces de quedarnos con el significado de palabra sin significante alguno? Aunque pudiéramos hacerlo, para comunicarlo necesitaríamos, en cualquier caso, palabras, si bien no hay que descartar que un lenguaje gestual apropiado estuviese en condiciones de expresarlo. Mas, ¿el lenguaje gestual humano es totalmente independiente de las palabras?









Tomado de:
BARNÉS, Antonio (2012): Elogio del libro de papel. Madrid, RIALP


06 febrero 2024

Renunciar a las redes sociales. Jaron Lanier

 



Renunciar a las redes sociales 


Jaron Lanier



El problema no es el teléfono inteligente, como da a entender una avalancha de artículos con títulos como «¿Ha echado a perder el teléfono inteligente a toda una generación?». El problema no es internet, a la que también se acusa día sí y día también de haber destrozado el mundo. Algo lo está destrozando, pero no es el hecho de que estemos conectando a la gente de sitios distintos usando bits, o que nos pasemos el rato contemplando pequeñas pantallas resplandecientes. Qué duda cabe de que uno puede mirar la pantallita en exceso, como puede excederse haciendo muchas otras cosas, pero eso no supone un problema existencial para nuestra especie.


No obstante, sí hay algo en particular relacionado con la tecnología que es tóxico .incluso en pequeñas cantidades. Un nuevo desarrollo que debe aplastarse. Es .importante definir el problema con la mayor precisión posible para que no haya todavía más confusión al respecto. El problema es, en parte, que todos llevamos encima dispositivos susceptibles de usarse para la modificación de la conducta en masa. Pero esta no es la mejor manera de encuadrar el problema. Al fin y al cabo, nuestros aparatos pueden emplearse para otros propósitos, cosa que sucede a menudo.


El problema no es solo que los usuarios estén apiñados en entornos virtuales que pueden sacar lo peor de cada uno. No es solo que tanto poder esté concentrado en un reducido número de personas que controlan los gigantescos ordenadores en la nube. El problema tiene algo en común con todos esos factores, pero ni siquiera es exactamente la suma de todos ellos. El problema se da cuando todos los fenómenos que acabo de mencionar están impulsados por un modelo de negocio cuyo incentivo consiste en encontrar clientes dispuestos a pagar para modificar el comportamiento de otras personas. Recordemos que en la publicidad a la vieja usanza se podía medir si un producto se vendía mejor tras la emisión de un anuncio, pero ahora las compañías miden si los individuos han cambiado su comportamiento, y la información que se hace llegar a cada uno se ajusta continuamente para conseguir esa modificación del comportamiento. Esta modificación de nuestra conducta se ha transformado en un producto, uno particularmente «seductor» no solo para los usuarios, sino también para los clientes/manipuladores, quienes temen que, si no pagan las sumas correspondientes, se queden fuera de juego.


El problema es todo lo anterior y una cosa más. Como se explicó en la primera razón, el sistema que estoy describiendo amplifica las emociones negativas más que las positivas, por lo que es más eficiente a la hora de perjudicar a la sociedad que a la de mejorarla es más indeseables son los que más rendimiento le sacan a su dinero.

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Por fin podemos delimitar el problema. Lo cual significa que podemos eliminarlo .sin que haya daños colaterales. Por suerte, nuestro problema es muy específico. Si pudiésemos deshacernos del pernicioso modelo de negocio, la tecnología en la que se sustenta no sería tan perjudicial. Al menos hemos de intentarlo, porque de lo contrario llegará un momento en que nos veremos obligados a destripar todo un universo de tecnología digital. La tecnología era el último «dios que no fracasó», el último bastión del optimismo. No podemos permitirnos tirarlo por la borda.  


Si has tenido buenas experiencias con las redes sociales, nada de lo que se dice en este libro las invalida. De hecho, confío en que encontremos —tanto la industria como todos nosotros— una manera de conservar aquello que nos gusta y de mejorar a partir de ahí, precisamente al definir con exactitud aquello que debe rechazarse. Borrar nuestras cuentas ahora incrementará la probabilidad de que tengamos acceso a mejores experiencias en el futuro. Hay quien ha comparado las redes sociales a la industria tabacalera, pero yo no lo haré. La mejor analogía es la pintura que contiene plomo. Cuando fue innegable que el plomo era nocivo, nadie dijo que las casas no deberían volver a pintarse nunca, sino que, gracias a la presión y a la legislación, la pintura sin plomo se convirtió en la nueva norma. Las personas listas simplemente esperaron a que hubiera a la venta una versión inocua para comprar pintura. Análogamente, las personas listas deberían borrar sus cuentas hasta que estén disponibles variedades no tóxicas. 

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Para evitar tener que repetir una y otra vez la misma letanía de las piezas que componen el problema («conductas de usuarios modificadas y convertidas en un imperio en alquiler»), voy a sustituirla a partir de ahora por un término bien expresivo: INCORDIO.


INCORDIO es una máquina, una máquina estadística que vive en las nubes computacionales. Recordémoslo: los fenómenos estadísticos y difusos son, no obstante, reales. Incluso en sus versiones más perfeccionadas, los algoritmos INCORDIO solo pueden calcular la probabilidad de que una persona actúe de determinada manera. Pero lo que podría no ser más que una probabilidad para cada individuo tiende a ser una certeza en promedio para una gran cantidad de personas. La población general puede verse afectada con mayor predictibilidad que cualquier persona individual.


Puesto que la influencia de INCORDIO es estadística, el peligro recuerda un poco al que existe con el cambio climático. No podemos afirmar que este sea responsable de tal o cual tormenta, inundación o sequía en concreto, pero sí podemos decir que altera la probabilidad de que se produzcan. A más largo plazo, los fenómenos más espantosos, como la subida del nivel del mar y la necesidad de reubicar a la mayoría de la población y encontrar nuevas fuentes de alimento, se podrán atribuir al cambio climático, pero para entonces la razón ya será inútil.


Análogamente, no puedo demostrar que ningún capullo en concreto se haya vuelto más capullo debido a INCORDIO, como tampoco puedo demostrar que ninguna degradación en particular de la sociedad no habría sucedido en cualquier caso. No hay manera de saber a ciencia cierta si INCORDIO ha modificado nuestro comportamiento, aunque más adelante ofreceré varias maneras de encontrar indicios. Si usamos plataformas INCORDIO, probablemente sí habrá cambiado al menos un poco. Aunque no podemos conocer qué detalles de nuestro mundo serían diferentes sin INCORDIO, sí podemos comprender algo sobre la situación general. Como sucede con el cambio climático, INCORDIO nos conducirá al infierno si no hacemos algo para remediarlo.


INCORDIO es una máquina que se compone de seis partes. He aquí un truco mnemotécnico para los seis componentes de la máquina INCORDIO, por si alguna vez los necesitásemos para un examen: 


A es de Adquisición de la Atención que lleva al dominio de los idiotas. B es de Buitrear en la vida de todo el mundo. C es de Colmar de contenido la mente de las personas. D es de Dirigir el comportamiento de las personas de la manera más sibilina posible. E es de Embolsarse dinero por dejar que los peores idiotas Engañen disimuladamente a todo el mundo. F es de Falsas muchedumbres y una sociedad Falsaria.


A es de Adquisición de la Atención que lleva al dominio de los idiotas.


Mucha gente se comporta de una forma extraña y desagradable en internet. Este curioso fenómeno sorprendió a todo el mundo en los inicios de las redes y ha tenido un efecto profundo sobre nuestro mundo. Aunque no todas las experiencias en internet son desagradables, una agresividad familiar tiñe y liga la experiencia en líneas generales. La agresividad resultó ser también como el petróleo crudo para las compañías de redes sociales y otros imperios de modificación de la conducta que enseguida llegaron a dominar internet, porque se alimenta de las reacciones negativas.


¿Por qué se da esta agresividad? Lo exploraremos en la siguiente razón, pero en pocas palabras: las personas normales se reúnen en un entorno en el cual la principal —y a menudo la única— recompensa disponible es la atención. No es razonable que esperen ganar dinero, por ejemplo. Los usuarios corrientes solo pueden acumular un poder y una riqueza falsos, no poder y riqueza de verdad. Así que prevalecen los juegos mentales. Sin otra cosa a la que aspirar más que a la atención de los demás, las personas normales suelen transformarse en idiotas, porque los más idiotas reciben la máxima atención. 


B es de Buitrear en la vida de todo el mundo.


El componente B ya se introdujo en la primera razón. Todo el mundo está sometido a un nivel de vigilancia propio de una novela distópica. Teóricamente, el espionaje ubicuo podría existir sin las plataformas generadoras de idiotas del componente A, pero se da la circunstancia de que, en la mayoría de las ocasiones, el mundo que hemos creado conecta ambos componentes. .El espionaje se consigue principalmente a través de los dispositivos personales conectados —en particular, por ahora, mediante los teléfonos inteligentes— que la gente lleva casi pegados al cuerpo. Se recopilan datos sobre las comunicaciones, intereses, movimientos, contactos con los demás, reacciones emocionales a las circunstancias, expresiones faciales, compras y signos vitales de cada persona: una variedad de datos ilimitada y continuamente creciente.


Por ejemplo, si estás leyendo este libro en un dispositivo electrónico, es muy probable que un algoritmo registre datos como la velocidad a la que lees o los momentos en que dejas de hacerlo para atender a cualquier otra cosa. Los algoritmos establecen correlaciones entre los diversos datos de una misma persona y entre los de personas distintas. Esas correlaciones constituyen, de hecho, teorías sobre la naturaleza de cada individuo, que se miden y clasifican continuamente en cuanto a su predictibilidad. Como cualquier teoría bien gestionada, mejoran con el tiempo mediante un proceso de retroalimentación adaptativa. 


C es de Colmar de contenido la mente de las personas.


Los algoritmos deciden lo que cada persona experimenta a través de sus dispositivos. Este componente puede denominarse «hilo de contenido», «motor de recomendación» o «personalización». El componente C implica que cada persona ve cosas diferentes. La motivación inmediata es suministrar estímulos para la modificación de la conducta individualizada. INCORDIO hace que sea más difícil entender por qué los demás piensan y actúan como lo hacen. Los efectos de este componente se examinarán en mayor profundidad en las razones que tratan sobre cómo estamos perdiendo la capacidad de acceder a la verdad y de experimentar empatía. 


D es de Dirigir el comportamiento de las personas de la manera más sibilina posible.


Los elementos anteriores se conectan entre sí para crear una máquina de medición y retroalimentación que modifica deliberadamente las conductas mediante un proceso que se describió en la primera razón. Resumiendo: los hilos de contenido personalizados se optimizan para «captar» a cada usuario, a menudo utilizando potentes estímulos emocionales que conducen a la adicción. Las personas no son conscientes de cómo las están manipulando. En principio, el propósito de la manipulación es hacer que la gente esté cada vez más enganchada y pase cada vez más tiempo en el sistema. Pero también se ponen a prueba otros objetivos.


Por ejemplo, si estamos leyendo en un dispositivo, nuestros comportamientos de lectura se correlacionarán con los de multitud de personas. Si alguien que tiene un patrón de lectura similar al nuestro compró algo después de que se le ofreciese de una determinada manera, aumentará la probabilidad de que a nosotros se nos ofrezca de esa misma forma. Antes de unas elecciones, se nos pueden mostrar extrañas publicaciones que se sabe que hacen aflorar el cínico interior en aquellas personas parecidas a nosotros, y reducir así la probabilidad de que votemos.


Las plataformas INCORDIO han anunciado con orgullo cómo han experimentado con la posibilidad de hacer que las personas se sientan tristes, alterar la participación electoral y reforzar la fidelidad a tal o cual marca. De hecho, estos son algunos de los ejemplos más conocidos de estudios que salieron a la luz durante los primeros tiempos de INCORDIO. La estrategia con la que las redes digitales se plantean la modificación de la conducta asimila todos estos ejemplos, estas distintas facetas de la vida, en una sola. Desde el punto de vista del algoritmo, las emociones, la felicidad y la fidelidad a una marca son señales distintas, aunque similares, que optimizar. Si resulta que ciertos tipos de publicaciones nos entristecen y un algoritmo está intentando que estemos tristes, aparecerán más publicaciones de esa clase. Nadie tendrá por qué saber nunca la razón de que esas publicaciones en particular tuvieran ese efecto sobre nosotros, y probablemente nosotros ni siquiera nos demos cuenta de que tal o cual publicación nos entristeció ligeramente o de que estábamos siendo manipulados. El efecto es sutil, pero acumulativo. Aunque algunos científicos intentan profundizar en el asunto para tratar de arrojar luz sobre él, por lo general, el proceso se da en la oscuridad, con el piloto automático puesto: es un nuevo tipo de siniestro universo en la sombra. 


Pocas veces se cuestionan los algoritmos, y menos aún por científicos externos o independientes, en parte porque es difícil entender cómo funcionan. Mejoran automáticamente mediante procesos de retroalimentación. Uno de los secretos del Silicon Valley actual es que parece que a algunas personas se les da mejor poner en funcionamiento programas de aprendizaje automático y nadie entiende por qué. El método más mecanicista de manipulación del comportamiento humano resulta ser un arte sorprendentemente intuitivo. Aquellos que saben cómo manipular los algoritmos más novedosos alcanzan el estrellato y perciben salarios espectaculares.


E es de Embolsarse dinero por dejar que los peores idiotas Engañen disimuladamente a todo el mundo.


La máquina de modificación de conducta de masas se alquila por dinero. Las manipulaciones de INCORDIO no son perfectas, pero sí lo suficientemente potentes como para que resulte suicida para las marcas, los políticos y otras entidades competitivas abstenerse de contratar a las máquinas INCORDIO. La consecuencia es un chantaje cognitivo universal, que resulta en un gasto global creciente en INCORDIO. Si alguien no paga a una plataforma INCORDIO con dinero, entonces, para evitar acabar aplastado por ella, debe convertirse en combustible de datos para la plataforma. Cuando Facebook destacó las «noticias» en los hilos de contenido de sus usuarios, todo el mundo periodístico tuvo que reformularse según los estándares de INCORDIO. Para evitar quedar descolgados, los periodistas tuvieron que crear historias que promoviesen el ciberanzuelo y pudiesen desligarse de su contexto. Se vieron obligados a convertirse en INCORDIO para no ser aniquilados por INCORDIO.


INCORDIO no solo ha oscurecido la ética de Silicon Valley, sino que ha hecho que el resto de la economía enloquezca. Antes de pasar al componente F, tengo que explicar el papel especial que el componente E desempeña a la hora proporcionar los incentivos económicos que mantienen en funcionamiento toda la maquinaria de INCORDIO. Si uno frecuenta Silicon Valley, oirá mucho hablar de que el dinero se está quedando obsoleto, de que estamos creando formas de poder e influencia que lo trascienden. ¡Aunque nadie ha dejado de intentar ganar dinero!


Si resulta que la manera de conseguir más dinero pasa por captar la atención de todos nosotros haciendo que el mundo parezca aterrador, eso es lo que acabará sucediendo, aunque implique hacer de altavoz para actores malintencionados. Si queremos que las cosas sean de otra manera, hay que cambiar la forma en la que se gana dinero.


Tras las elecciones estadounidenses de 2016, Facebook, Twitter, Google Search y YouTube anunciaron cambios en sus políticas para combatir anuncios oscuros, noticias falsas malintencionadas, discursos de odio y demás. Las autoridades regulatorias también han introducido requisitos como la obligación de identificar a los anunciantes políticos. Justo cuando estaba terminando de escribir este libro, Facebook declaró que reduciría la presencia de noticias en los hilos de contenido de sus usuarios, algo que celebró la mayor parte del mundo periodístico, que así tendría mayor libertad para decidir cómo conectar con su público. Estos cambios podrían tener como efecto una reducción de INCORDIO al menos durante un tiempo. De hecho, en ocasiones anteriores, pequeñas modificaciones en las políticas han mitigado desagradables fenómenos sociales en internet. En 2015 Reddit prohibió algunos subreddits indecorosos, y eso redujo el flujo de publicaciones de odio. 


Pero esos cambios no afectan a los incentivos básicos, por lo que es probable que los actores malintencionados ideen contramedidas cada vez más tramposas y sofisticadas. Esto también ha sucedido ya. Como es bien sabido, existe una industria bastante importante dedicada a lo que se conoce como «posicionamiento en buscadores», esto es, a ayudar a sus clientes a manipular los constantes cambios en las políticas de los buscadores.


Si los incentivos no cambian, ¿pueden unas reformas incrementales resolver los .problemas de adicción, manipulación e incitación a la enajenación en todo el mundo que INCORDIO ha forjado? Si unas reformas limitadas consiguiesen resultados prácticos, yo estaría cien por cien a favor de ellas, y espero que los cambios en los hilos de contenido de Facebook hagan del mundo un lugar un poquito mejor; aun así, me temo que estas pequeñas modificaciones no tendrán consecuencias suficientemente palpables. 


Normalmente, los incentivos básicos prevalecen sobre las políticas. La manera en la que la gente sortea las reglas para perseguir los incentivos suele hacer del mundo un lugar más oscuro y peligroso. Las prohibiciones no suelen funcionar. Cuando Estados Unidos intentó prohibir el alcohol a comienzos del siglo XX, el resultado fue un aumento del crimen organizado. Cuando, más avanzado el siglo, se prohibió la marihuana, ocurrió lo mismo. Las prohibiciones son motores de corrupción que hacen que la sociedad se divida en sectores oficiales y delictivos. Las leyes son más efectivas cuando están razonablemente alineadas con los incentivos. Introducir ajustes en INCORDIO sin cambiar los incentivos subyacentes probablemente resultaría en un fracaso similar. De hecho, ya han fracasado en el pasado: pioneros del INCORDIO como Google y Facebook han perseguido con ahínco a los actores malintencionados, falsarios y manipuladores no autorizados, y el resultado ha sido la irrupción de cibermafias clandestinas y técnicamente avanzadas que, en algunos casos, trabajan para estados hostiles.


El efecto colateral más desalentador de los ajustes en las políticas de INCORDIO es que cada ciclo en la carrera armamentística entre plataformas y actores maliciosos provoca que aumente el número de personas bienintencionadas que exigen que las compañías INCORDIO se hagan cargo de cada vez más aspectos de nuestras vidas. «¡Por favor, dígannos qué es lo que podemos decir, oh, ricos y jóvenes programadores de Silicon Valley! ¡Adiestradnos!». Los actores malintencionados que buscan desacreditar la democracia usando la máquina de INCORDIO salen ganando incluso cuando pierden terreno frente a los activistas bienintencionados.


F es de Falsas muchedumbres y una sociedad Falsaria.


Este componente está presente casi siempre, aunque no solía formar parte del diseño inicial de una máquina INCORDIO. Las personas falsas existen en cantidades grandes aunque desconocidas, y marcan el tono. Bots, IA, reseñas falsas, amigos falsos, seguidores falsos, publicaciones falsas, perfiles falsos automatizados: toda una colección de entes fantasmagóricos. El resultado es un vandalismo social invisible. La presión social, que tanto influye sobre la psicología y el comportamiento humanos, se fabrica de manera artificial. 


El problema es limitado, por lo que podemos contenerlo. 


Cuanto mayor sea la precisión con la que podamos trazar una línea alrededor de un problema, más resoluble será este. Aquí he planteado la hipótesis de que nuestro problema no son internet, los teléfonos o altavoces inteligentes, o el arte de los algoritmos, sino que lo que ha provocado que últimamente el mundo sea tan oscuro y desquiciado es la máquina INCORDIO, cuyo núcleo no es exactamente una tecnología, sino un tipo de plan de negocio que genera incentivos perversos y corrompe a las personas Ni siquiera es un plan de negocio que se use mucho. Fuera de China, los únicos gigantes tecnológicos que dependen por completo de INCORDIO son Facebook y Google. Las otras tres de las cinco grandes compañías tecnológicas recurren a INCORDIO ocasionalmente, porque actualmente es algo que está normalizado, pero no dependen de él. Varias compañías INCORDIO más pequeñas, como Twitter, también son influyentes, aunque a menudo tienen problemas. Una de las razones por las que soy optimista es que INCORDIO no es una gran estrategia empresarial a largo  lazo. Explicaré por qué digo esto en la razón relacionada con la economía. ¿Qué empresas son INCORDIO? Esto es algo que puede discutirse. Una buena manera de distinguirlas es que las compañías INCORDIO de primer nivel son aquellas que se centran en las actuaciones o el gasto de actores malintencionados, como las unidades del aparato estatal ruso dedicadas a la guerra de la información. Este criterio pone de manifiesto que existen servicios seudo-INCORDIO que incorporan únicamente subconjuntos de todos los componentes, como Reddit y 4chan, pero no por ello dejan de tener un papel importante en el ecosistema de INCORDIO.


Otros servicios de segundo nivel, que podrían llegar a ser INCORDIO pero aún no han alcanzado la escala suficiente, son gestionados por los gigantes tecnológicos —Microsoft, Amazon y Apple—, así como por compañías más pequeñas como Snap. Pero esta segunda razón no gira en torno a las compañías, sino a nosotros mismos. Puesto que podemos trazar una línea alrededor de la máquina INCORDIO, podemos trazar otra que rodee aquello que debemos evitar. El problema de INCORDIO no es que incluya tal o cual tecnología en particular, sino que es un alarde de poder de otras personas. Por ejemplo, el conductismo metódico, que se describió en la primera razón, no supone un problema en sí mismo. Podríamos decidir someternos a tratamiento con un terapeuta cognitivo-conductual y obtener beneficios de ello. Con suerte, ese terapeuta habrá jurado cumplir con unos estándares profesionales y se hará merecedor de nuestra confianza. Pero si está bajo el control de una corporación gigante y remota que le paga para conseguir que tomemos determinadas decisiones que no tienen por qué redundar en nuestro propio interés, eso sería un INCORDIO. 


Del mismo modo, el hipnotismo no es un INCORDIO por sí mismo. Pero si tu hipnotista es reemplazado por alguien a quien no conoces y este a su vez trabaja para alguien a quien tampoco conoces, y no tienes forma de saber para qué te están hipnotizando, entonces eso sería un INCORDIO. El problema no es una tecnología en concreto, sino el uso de esta para manipular a las personas, para concentrar el poder de una manera tan desquiciada y asquerosa que se convierta en una amenaza para la supervivencia de la civilización. Si queremos contribuir a que el mundo sea un lugar sano, no tenemos por qué renunciar a nuestro teléfono inteligente, ni dejar de usar servicios de computación en la nube o de visitar sitios web; no debemos temer a las matemáticas, las ciencias sociales o la psicología.














Tomado de:

LANIER, Jaron (2018): Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato. Ed. Debate, pp. 22-31.

10 junio 2022

La distopía digital. La desaparición de los rituales. No Cosas. Tres Videos sobre Byung Chul Han




Tres videos sobre Byung Chul Han





La Distopia Digital

Byung Chul Han plantea la dicotomía entre la sociedad analógica y la sociedad digital. Una inquietante cuestión que plantea en su libro En el enjambre es si vivimos en una distopía digital y en qué medida somos víctimas y cómplices de la alienación que deriva del nuevo orden contemporáneo. Su reflexión aborda con crudeza la impronta de las tecnologías de la información en cuatro aspectos que sugieren una respuesta afirmativa: la pérdida del respeto, la atrofia cognitiva, la neurosis digital y el enjambre social. 




La desaparición de los Rituales.

Dos cuestiones abren la disertación: Por qué las formas simbólicas de los rituales cohesionan las sociedades y qué nos espera cuando se abandonen estas formas simbólocas. La sociedad sin rituales vive sin demoras, de sensación tras sensación. Se produce un desplazamiento identitario hacia el individualismo dirigido por el imperativo de la producción y el consumo. En este sentido, avanza el embrutecimiento y retrocede la comunidad y la resonancia.




No cosas.

Estamos viviendo la transición de la era de las cosas a la era de las no cosas. El frenesí de la información que nos somete y hemos naturalizado rebela un orden digital volátil, donde lo falso y lo verdadero se nivelan. Las informaciones no hacen la historia, simplemente se suceden, no se combinan para narrar, son fragmentarias. De esta manera seguiremos confinados en una infoesfera sin romper con lo existente, seducidos por el juego débil y el disfrute, distanciados de los otros en una soledad narcisista, aturdidos por la droga digital.

23 mayo 2021

Las revistas culturales como documentos de la historia latinoamericana. Fernanda Beigel

 



Las revistas culturales como documentos de la historia latinoamericana


Fernanda Beigel


Es bien conocida la proposición de Walter Benjamin de “cepillar la historia a contrapelo”, que viene acompañada de un “procedimiento de compenetración” que le sugiere al historiador materialista una forma de revisar el pasado. Se trata de “revivir una época” y observar, con la suficiente distancia, el patrimonio como producto cultural de sucesivas victorias de unas clases sobre otras. Para Benjamin existen ciertas continuidades en las formas de dominación que han oscurecido la presencia del conflicto de clase y la opresión. Por eso postula que “no hay documento de cultura que no sea, a la vez, documento de barbarie”.


El examen de las reflexiones benjaminianas no constituye, sin embargo, el objetivo de este trabajo. La invocación de las “Tesis sobre el concepto de historia” pretende simplemente sintetizar la motivación de nuestra mirada y tiene por fin “desempolvar” un tipo particular de documento histórico que permite visualizar las principales polaridades del campo cultural. Nos referimos a las revistas, que serán analizadas aquí en tanto puntos de encuentro de trayectorias individuales y proyectos colectivos, entre preocupaciones de orden estético y relativas a la identidad nacional, en fin, articulaciones diversas entre política y cultura que han sido un signo distintivo de la modernización latinoamericana.


Algunas revistas culturales cumplen una función aglutinante dentro del campo intelectual y eso las convierte en referencia obligada de la Historia de las Ideas de un pueblo. Muchas de éstas se institucionalizan y perduran durante décadas. Otras representan grupos que elaboran una línea ideológica tan coherente como radicalizada y tienden a esfumarse en poco tiempo. En el caso de las revistas de vanguardia, tienen la particularidad de que se trata de emprendimientos que estuvieron atados –como el fenómeno vanguardista mismo- a coyunturas históricas complejas, pero bien recortadas. Pertenecen a una especie de bisagra histórica: una etapa signada por distintas formas de revolución que auguran un cambio de época. En su mayoría, las publicaciones cercanas al vanguardismo, de diferentes épocas, son efímeras y desaparecen con el cambio de coyuntura.


Vanguardistas o academicistas, de izquierda o de derecha, las revistas culturales constituyen un documento histórico de peculiar interés para una historia de la cultura, especialmente porque estos textos colectivos fueron un vehículo importante para la formación de instancias culturales que favorecieron la profesionalización de la literatura. La relevancia de estas publicaciones entre las formas discursivas predominantes durante el siglo XX en América Latina, no se condice, sin embargo, con la importancia otorgada a las mismas en los estudios críticos de la literatura latinoamericana. Sólo recientemente, ha comenzado a visualizarse al periodismo como una de las vías más efectivas en la autonomización del campo cultural latinoamericano, especialmente en lo que se refiere a su vertiente literaria.


Arturo Roig fue pionero en señalar la imbricación del diarismo en todos los géneros literarios desarrollados en América Latina desde mediados del siglo XIX. La prensa ocupó un lugar tan importante entre estas formas discursivas que, para Roig, un seguimiento del desplazamiento ocurrido desde el “periodismo de ideas” hacia el “periodismo de empresa” permite señalar, hacia 1870, el comienzo del siglo XX, entendido como siglo cultural. Julio Ramos, por su parte, ha puntualizado que antes de la consolidación y autonomización de los estados nacionales, las letras eran la política. Existía una estrecha relación entre ley, administración del poder y autoridad de las letras. Hacia las dos últimas décadas del siglo XIX, esa relación entre vida pública y literatura se problematizó, a medida que los Estados se consolidaron. Surgió con ello una esfera discursiva específicamente política, ligada a la legitimación estatal, y una esfera autónoma del “saber” relativamente indiferenciado de las letras. Ramos ha examinado detenidamente la relación entre prensa y literatura dentro de esta modernización finisecular, precisado de qué modo contribuyó en la formación de un discurso literario legítimo, dotado de especificidad.


Si bien los semanarios proliferaron en el último tercio del siglo XIX, fue en las primeras décadas del siglo XX cuando las revistas promovieron un nuevo modo de organización de la cultura, ligado a la explosión del editorialismo y el periodismo vanguardista. Estas publicaciones tuvieron un papel protagónico en la consolidación del campo cultural pues se caracterizaron por amalgamar las ideas de grupos heterogéneos, provenientes de experiencias políticas o culturales diversas. En esta inflexión ellas expresaron las más contradictorias tendencias ideológicas. Por ello pueden ser vistas como una fuente histórica significativa y adquieren el carácter de objeto capaz de arrojar luz sobre las particularidades de la construcción de un proyecto colectivo: porque contienen en sus textos los principales conflictos que guiaron el proceso de modernización cultural.


La mayoría de los emprendimientos periodísticos de esta época enfrentaban la necesidad de pronunciarse ante las disyuntivas de la realidad social, definiendo el sector que pretendían representar y los objetivos que marcarían el futuro de la publicación. Si ese programa se desarrollaba y resultaba convocante, las revistas subsistían, tendían a crecer y adaptarse a las nuevas realidades. Si el posicionamiento ideológico del grupo empezaba a quebrar alianzas y a “dividir aguas” entre los redactores o en su periferia, instantáneamente comenzaban a cambiar los nombres de los directores y aparecían subtítulos que otorgaban a determinados redactores el carácter de “fundadores”, “directores responsables”, desplazando a otros, que quedaban en el camino o iniciaban una nueva publicación.


En algunas ocasiones, las discusiones programáticas terminaban por cerrar estos emprendimientos efímeros, que no alcanzaban un mínimo tiempo de existencia, llegando a veces a clausurarse antes del segundo número. La mayor parte de las veces, esas diferencias iban minando el espíritu de cuerpo del grupo de redactores y al poco tiempo desaparecían de la escena cultural. Sin embargo, muchas de las polémicas ideológicas que ocurrían en el seno de esas revistas resultan muy útiles para conocer la dinámica plural del campo intelectual en cada país.


Las revistas cumplieron un papel determinante en la conformación del campo cultural latinoamericano y formaron parte de lo que nosotros denominamos editorialismo programático, que materializó nuevas formas de difusión cultural ligadas a una aspiración de alguna manera revolucionaria. Las publicaciones y los vínculos intelectuales que promovía este tipo de editorialismo militante actuaban muchas veces como terreno exploratorio y en otras oportunidades, como actividad preparatoria de una acción política concertada o para la creación de un partido político. Por lo general, los productos de este editorialismo servían como terreno de la articulación entre política y literatura. 


El editorialismo programático, nacido durante la gesta vanguardista estuvo vinculado con aquella suerte de “explosión gutemberguiana” que alcanzó al anarquismo y al socialismo desde fines del siglo XIX. La proliferación de imprentas y editoriales permitió a los sindicatos y partidos producir periódicos, panfletos y revistas que contribuyeron en el plano organizativo para la concientización política de grandes sectores. Tirajes altos y bajos precios definía la fórmula de estas empresas de partido que ocuparon un papel central en la difusión del pensamiento anarquista y socialista en América Latina. En el mismo espíritu, a medida que aparecían nuevas agrupaciones políticas o literarias que complejizaban el escenario cultural, surgían empresas editoriales independientes que pretendían contribuir en la traducción y circulación de obras extranjeras, así como en la difusión de nuevas corrientes de pensamiento social. Aunque en franca oposición ideológica con el “periodismo de empresa”, que venía haciendo de la fórmula de la masividad la única premisa de trabajo, este editorialismo intentaba aprovechar los avances tecnológicos y también estaba preocupado por el número de lectores.


La tarea de publicar revistas se fue haciendo cada vez menos rudimentaria y aparecieron innumerables iniciativas culturales en las principales ciudades de nuestro continente. Publicaciones paradigmáticas, como las argentinas Babel, Martín Fierro, Claridad, La Revista de Filosofía, las peruanas Amauta, La Sierra, Boletín Titikaka, la costarricense Repertorio Americano, o la brasileña Homen de Povo, entre tantas otras, se acompañaron de una maquinaria editorial que sirvió de apoyo a la irradiación de proyectos político-culturales de gran envergadura. La lista de editorialistas latinoamericanos y europeos que estuvieron conectados entre sí en estos años es enorme, pues habría que incluir los que se inscribían en el terreno político-cultural, pero a la vez, los que se ligaban al editorialismo sólo desde la difusión de la experiencia artística, o dirigían revistas partidarias sin incursiones estéticas. Ambos extremos de esta cuerda, sin embargo, estaban atravesados por preocupaciones ideológicas en común, como por ejemplo, el interés por describir la abstracta noción de “nueva sensibilidad”.


Los directores de revistas tuvieron, en esta dinámica, un papel de indiscutible valor. Por lo general constituyeron exponentes de alto calibre en el campo intelectual de cada país y actuaron como catalizadores de nuevos proyectos político-culturales, algunas veces fueron orientadores, otras veces contribuyeron como colaboradores, pero esencialmente fueron agentes de difusión por excelencia. Los directores de revistas fueron, por lo general, editorialistas, dirigentes políticos, ensayistas, conferencistas, ideólogos, libreros, distribuidores, tipógrafos e imprenteros.


Las revistas y en general, el editorialismo programático, muestran de manera privilegiada las distintas inflexiones del proceso de autonomización de lo cultural en nuestro continente. En primer lugar, sus límites difusos y su particular dependencia con otros campos. En segundo lugar, los alcances de los proyectos político-culturales que surgen en determinadas brechas que se producen en el espacio de posibilidades que transita en las relaciones del campo cultural con el campo del poder. Estas condiciones determinan la existencia de “bisagras culturales” que constituyen territorios fértiles para la pregunta por la identidad nacional. Las revistas no agotaron su dinamismo con el fin de la gesta vanguardista de la década del veinte. Por lo general, tendieron a florecer en los períodos de auge de masas y decaer en las épocas dictatoriales, tan recurrentes en América Latina. Hacia los años cincuenta hubo un rebrote del editorialismo programático que acompañó el fervor revolucionario de la Revolución cubana y vio nacer los sueños más radicales de la década siguiente. Las páginas de célebres revistas, como las argentinas La Rosa Blindada (1964-1966), Pasado y Presente (1963-1973), constituyen testimonios ejemplares del proceso de definiciones políticas y teóricas que atravesó nuestro campo cultural en la inflexión de los sesenta. En fin se trata de documentos privilegiados para rastrillar la historia a contrapelo, como propone Walter Benjamin.


Aportes metodológicos para el análisis de textos colectivos. 


A la hora de abordar analíticamente estos documentos, nuestra mirada se organiza sobre la base de una confluencia entre la Historia de las Ideas Latinoamericanas y la Sociología de la Cultura. Este cruce nos permite trabajar con un conjunto de textos históricos, y a la vez, “desbordar” los textos, inscribiéndonos en un intento por romper la estéril dicotomía entre las “lecturas externas” y “lecturas internas”. En este sentido, entendemos que no existe una relación concéntrica entre el texto y el contexto. Al decir de Arturo Roig, no se trata de discursos “rodeados” por condiciones sociales, que es necesario encontrar desde fuera de los textos. En realidad, estamos ante un proceso de desarrollo cultural que muestra, en sus productos más significativos, las principales coordenadas que se juegan en el campo, en un período y lugar determinados. Y esto no ocurre porque esas coordenadas se hallan contenidas per se en todo tipo de discurso –con lo que llegaríamos a sostener que la historia se dirime en un juego de lenguaje– sino porque la constelación de elementos que terminan por incidir en la “hechura” de un ensayo literario o sociológico se encuentran presentes en textos significativos, preñados de contexto.


Siempre que trabajamos con períodos históricos, el relevamiento de la realidad está mediado por la documentación que sirve de base al investigador. Por eso, esta mirada metodológica que proponemos –que nos aleja de las dicotomías entre texto/contexto, obra/biografía– pone en tela de juicio el proceso de selección de las fuentes históricas y nos conmina a un examen exhaustivo capaz de fundamentar qué tipo de documento será incorporado en el corpus de una investigación. En el caso que nos ocupa, consideramos que las publicaciones periódicas, en tanto constituyen textos colectivos, nos conectan de modo ejemplar, no sólo con las principales discusiones del campo intelectual de una época, sino también con los modos de legitimación de nuevas prácticas políticas y culturales. En este sentido, la trayectoria de los editorialistas y directores de revista asumieron siempre un carácter significativo, por cuanto cristalizaron –desde el ensayo teórico y en el nivel de la praxis periodística– de las principales categorías histórico-sociales que organizaban el universo discursivo de su época. Además, estos emprendimientos aglutinaron prácticas fragmentarias, que desembocaron en instancias colectivas, y contribuyeron a definir ideológicamente, articular y difundir los programas políticos que se enfrentaron en cada fase del proceso de modernización latinoamericana. El editorialismo programático fue el motor propulsor de estos diversos textos colectivos que aparecieron durante el vanguardismo y posteriormente, en las nuevas inflexiones que se abrieron con la década de los sesenta. En cuanto empresas editoriales lograron difundir, de manera inusitada, manifiestos, diarios, revistas, congresos, que contribuyeron a las ricas discusiones que constituyeron puntos de encuentro entre nuevos proyectos y nuevas prácticas de sujetos sociales nacientes. 


Esta área, digamos “sociológica”, que aportan los textos colectivos a la Historia de las Ideas nos permite, como vemos, deslizarnos hacia un principio articulador entre la reflexión teórica y la praxis, en determinados estados del campo cultural. El enfoque supone un cruce disciplinar que nos brinda herramientas para afrontar el desafío de la reconstrucción de esa articulación, a partir de las marcas que la conflictividad social imprime en determinadas trayectorias significativas. Todo lo cual resulta clave para descifrar los momentos productivos de una corriente o fenómeno estético-político. Asu vez, los órganos periodísticos permiten visualizar el conjunto de vertientes que forman parte de un período cultural específico y, sobre esta base, explicar de qué modo cada itinerario repercute en el proceso de conformación/ampliación del campo cultural dado. 


Aunque la noción de campo es deudora de los desarrollos sociológicos de Pierre Bourdieu, es necesario destacar algunas dificultades de este modelo teórico, que no escapa a las dicotomías que han sido estigmatizantes para los estudios culturales. Bourdieu construye analíticamente un “campo de la producción cultural” a partir de la noción de habitus y pretende dar cuenta con ello de la “objetividad de lo subjetivo”, delimitando instancias materiales de legitimación y valorización de los productos culturales. Pero mantiene, sin embargo, la separación obra-mundo social, en tanto estos procedimientos de legitimación aparecen como exteriores al proceso de construcción de la obra, con un poder estructurante que no deja resquicio a una dialéctica con la praxis social del autor en esas mismas instancias.


La noción de trayectoria, que Bourdieu propone para superar los enfoques “biográficos” es en cambio mucho más flexible, por cuanto propone el seguimiento y la descripción de una serie de posiciones ocupadas sucesivamente por un agente en distintos estados del campo cultural. De hecho, la asumimos aquí, siempre en relación con la idea de campo social como “espacio de posibilidades”, que tiende a orientar las búsquedas de los sujetos de un determinado sector de la sociedad, así como aporta el universo de problemas, referencias y conceptos. Es decir, un campo cultural que funciona como marco, que se organiza sobre la base de un conjunto de reglas e instancias de legitimación sin las cuales es imposible explicar la aparición de una obra o un autor. Sin embargo, no reducimos los trayectos de algunos portavoces importantes del campo cultural a la función de “expresión de la orientación ideológica” de los tiempos de un conjunto social. Ni tampoco consideramos a estos portavoces como capaces de subvertir, individualmente, un campo cultural. Las trayectorias de los editorialistas muestran, de manera privilegiada, como diría Lucien Goldmann, que una obra es siempre un punto de encuentro tanto de la vida de un grupo como de la vida individual.


A estas alturas, podríamos preguntarnos por qué las revistas. Es decir, por qué las hemos seleccionado como unidades de análisis para este encuentro teórico y metodológico entre Historia de las Ideas y Sociología de la Cultura. Y la respuesta no está sólo en el hecho de que constituyen textos colectivos por excelencia. El periodismo, aunque asume algunos rasgos específicos con la prensa especializada del siglo XX, fue –desde el siglo anterior– una de las vías más efectivas en la autonomización del campo cultural latinoamericano, especialmente en lo que se refiere a su vertiente literaria. Desde este punto de vista las revistas adquieren un carácter de objeto de análisis capaz de arrojar luz sobre las particularidades de la construcción de un proyecto colectivo: porque contienen en su seno los principales referentes sociales que participan del proceso de definición programática. 


En la última década, las revistas han sido objeto de nuevos abordajes que no sólo han intentado rescatarlas del olvido, sino que han procurado delimitar sus ventajas como formas de documentación de distintos estados del campo político o cultural. En razón de que en su mayor parte resultan “efímeras”, pocas veces han servido como testimonio de procesos sociales de largo alcance. Más bien han resultado de gran valor a la hora de explicar momentos de crisis o coyunturas relevantes. John King, retomando las recomendaciones de Raymond Williams, plantea que es necesario establecer dos cuestiones a la hora de analizar una revista literaria: la organización interna del grupo particular y sus relaciones proyectadas/reales con otros grupos en la misma esfera cultural y con la sociedad en general, atendiendo a los acontecimientos históricos que forjaron su curso. Sostiene que esta aproximación se realiza ubicando la revista dentro del desarrollo de las letras nacionales en las que está inscripta, explicando cómo elaboró y en qué sentido alteró esas tendencias durante su publicación regular.


Nosotros hemos trabajado la revista Amauta, y el conjunto de publicaciones periódicas dirigidas por José Carlos Mariátegui, en relación con el resto de los grupos del campo cultural y hemos podido interpretar su desarrollo en función de la vinculación de esta esfera con el desarrollo histórico peruano y latinoamericano. Pero esta recomendación resulta insuficiente, toda vez que la aproximación a un texto colectivo requiere, como primera medida, explicitar un conjunto de premisas que nos permitirán trabajar con este tipo de textos a partir de su especificidad. Es indispensable, para nosotros, inscribir las revistas que nos proponemos analizar en la historia de este tipo de texto colectivo, para comprender la modalidad que adopta en un período determinado, sus particularidades y el peso que tiene en la conformación/ampliación/innovación del campo cultural o literario. En nuestro caso, proponemos trabajar con revistas culturales que no pueden catalogarse exclusivamente como revistas literarias, sino que se precipitan hacia un terreno más amplio. Los textos colectivos que son tomados aquí como unidades de análisis se desenvolvieron en un territorio estético-político y fueron estimuladas por el auge del editorialismo. 


Uno de los principales obstáculos a la hora de encarar el estudio de una revista cultural reside en la heterogeneidad de sus colaboraciones, especialmente cuando no existe una línea editorial fuerte. Sin embargo, es necesario dejar a un lado el prejuicio que tiende a atribuir a las revistas vanguardistas un carácter ecléctico. En las revistas que nosotros hemos analizado existe siempre una selección de colaboraciones, que permite determinar un hilo conductor no sólo temático, sino también ideológico, por cuanto las revistas vanguardistas se caracterizan por una preocupación constante por lo social. El criterio de inclusión/exclusión puede ser descifrado si atendemos al proyecto que inspira la publicación y a los sujetos que se pretende convocar o convencer. Tras las hojas de vanguardia existe un proyecto y una praxis colectiva, que pueden desentrañarse a condición de trabajar, al menos, en una doble dirección. Por una parte, a través de un seguimiento diacrónico del texto colectivo, que permita inscribir sus principales momentos en conexión con la conflictividad social, política y cultural que atraviesa el emprendimiento. Para ello, resulta indispensable una reconstrucción del universo discursivo de la época, como hemos señalado, no sólo poniendo atención especial a los portavoces del campo cultural –que ingresan como columnistas o como discursos referidos por los colaboradores de la revista– sino también a través del seguimiento del proceso de definiciones ideológicas que ésta contribuye a efectuar. En este sentido, la categoría de proyecto adquiere una singular importancia, puesto que implica concebir a las revistas como una construcción –por lo general incompleta– que surge de la dinámica entre este tipo de praxis y el conjunto de sujetos que actúan en la esfera cultural.


Una segunda dirección implica una atención mayor a los momentos de inflexión del recorrido de la publicación. Para desentrañar un hilo conductor es necesario seleccionar y abordar de manera específica los textos programáticos que van construyendo los ejes del proyecto, nos referimos a los artículos-editoriales, manifiestos o secciones que expresan las actividades y posiciones polémicas de todo el grupo. En el caso de las revistas de vanguardia, el seguimiento de la trayectoria del director del emprendimiento se vuelve fundamental, en tanto encarna el proyecto y por lo general ocupa un lugar social importante, como portavoz del grupo y agente cultural. La selección y clasificación de los textos se encuentra ligada indisolublemente a la praxis del grupo cultural que edita la revista. Por esta razón debe procurar distinguir según su grado de representatividad dentro del núcleo de redactores y en el campo intelectual. No será lo mismo un artículo de un colaborador ocasional, expresión del espíritu amplio de la revista, que una “editorial de presentación”, un artículo firmado por el director o en nombre del grupo.


En suma, este tipo de análisis permite detectar los silencios y las sombras que se advierten en los principales conflictos que rodean la relación entre una revista y los sujetos sociales que la atraviesan, en el discurso de la publicación o en las actividades del grupo, que ésta permite disecar. Aunque los límites de este trabajo no nos permiten extendernos, es importante mencionar que el abordaje de las revistas desde esta perspectiva ha sido el resultado de la revisión y redefinición, por nuestra parte, de categorías tan centrales a los estudios culturales como “vanguardia” y “autonomía”. También hemos reflexionado acerca de los dilemas acerca de la “originalidad” de nuestros ismos. Conviene, finalmente, dejar sentado que el vanguardismo latinoamericano se caracterizó, justamente, por extender sus brazos a una comunicación estrecha con la vida, antes que por erigirse en “torre de marfil”. Y este rasgo no es circunstancial a la hora de definir a las revistas como pivotes del análisis de nuestra historia cultural.






Tomado de:

BEIGEL, Fernanda (2003): "Las revistas culturales como documentos de la historia latinoamericana" En: Revista Utopía y praxis latinoamericana, Vol. 8 n°20, enero-marzo de 2003, Universidad de Zulia, Maracaibo, Venezuela, pp. 105-115.