Vivir en la diversidad
Francisco Marcos-Marín y Armando De Miguel
Frente a la idea de mente colectiva o de propiedad de la comunidad de hablantes, puede valer la propuesta de Hermann Paul de que se debe estudiar la lengua como propiedad individual. Al menos es una propuesta que puede utilizarse contra las presunciones racistas o nacionalistas que rebrotan. En 1929 el círculo de Praga presentó sus célebres tesis, de las que se originaría la renovación de la Lingüística como ciencia y el nacimiento de las escuelas estructuralistas europeas. En ellas ya se planteaba el problema de la ciudad como territorio de contacto lingüístico entre hablantes de distintas colectividades, con grados diversos de cohesión social, profesional, territorial y familiar. Las comunicaciones han ampliado esa situación antes ciudadana a países enteros.
Al devolver a los individuos el protagonismo en las aplicaciones del lenguaje, se va hacia un planteamiento conceptual en el que se produce un desacuerdo individual, un conflicto lingüístico. Cuando se habla de las lenguas y las culturas y de sus acuerdos y conflictos, se trata de acuerdos y conflictos entre seres humanos, entre grupos de hablantes. Las lenguas y las culturas son sistemas y son usos; para su realización dependen de la acción humana.
Corresponde preguntarse, por tanto, qué tipo de relaciones se establecen entre las lenguas en contacto. La respuesta tendrá en cuenta dos consideraciones, la diacrónica (un mismo espacio en dos momentos del tiempo) y la sincrónica (dos espacios en el mismo tiempo).
Históricamente las lenguas están en contacto en situaciones de sustrato, adstrato y superestrato. El sustrato lingüístico de una lengua L lo constituyen las lenguas que se hablaban en su territorio cuando esa lengua L se implantó en él. Las lenguas de sustrato dejan algún tipo de huella en la lengua nueva.
Cuando los romanos se instalaron en la Península Ibérica, a partir del año 218 a.C., empezó a consolidarse el latín como lengua de Hispania. Naturalmente, no se impuso con la misma profundidad ni rapidez en todas partes; pero en todas ellas se encontró con que los hablantes que aprendían latín, hablaban también otras lenguas. Esas lenguas anteriores constituían su sustrato lingüístico. Las más importantes de esas lenguas eran el celta y el ibérico, así como el vascuence. Todas ellas estaban fraccionadas en diferentes variedades; se pude decir que estaban compuestas por dialectos distintos. Se conoce mal esta etapa, porque no tenemos descripciones de esas lenguas; pero sí sabemos que el español tomó de ellas, además de palabras como perro o vega, estructuras como la muy característica de -á-a-o: páramo, relámpago, murciélago. Esas palabras tienen orígenes distintos; pero su estructura, su conformación como palabras, sigue un esquema prerromano. Estamos ante un factor de sustrato.
El adstrato implica un contacto histórico. En ciertas zonas de España y Francia el celta, primero, luego el latín y luego el español y el languedociano (que no es el francés) y, dentro de él, sobre todo las hablas gasconas, han estado en contacto con el vascuence durante siglos. Esas lenguas han ido evolucionando una al lado de la otra, por ello han ido influyéndose mutuamente. Desde la perspectiva del vascuence, ha tenido como lenguas adstráticas el celta, del que tomo la numeración vigesimal (ogei es el celta ugain, latín uiginti, ‘veinte’), el latín, del que tomó casi todo su léxico abstracto, y el español, del que siguió tomando elementos léxicos. El vascuence dio al castellano la estructura de las cinco vocales, o elementos léxicos como izquierdo, por decirlo brevemente. Las lenguas en adstrato pueden estar interinfluyéndose durante siglos, incluso ya no serán la misma lengua; pero mantendrán su relación como lenguas nuevas. El vascuence actual no es con seguridad el vasco que se hablaba en la época romana; lo que ha perdurado es el nombre, aunque se designe como eusquera. El latín ya no es latín, sino español o gascón; pero en relación permanece con nuevos elementos.
El superestrato implica una relación interrumpida de dependencia. En casi toda la Península Ibérica el árabe se impuso a las hablas descendientes del latín, románicas o romances. Desde esa posición influyó en los romances, a los que dio elementos estructurales, como la preposición hasta, un gran elenco de elementos léxicos, como préstamos léxicos, desde aceite a azotea, afectándolos durante siglos. El árabe era la lengua del poder, del dominio; pero no se mantuvo, desapareció, fue sustituida por esos romances sobre los que había actuado. Esa acción «desdearriba» de una lengua sobre la que se acabará imponiendo en su territorio es la típica acción superestrática. Es necesaria la desaparición en el territorio de esa lengua otrora dominante. La relación del inglés y el español en los Estados Unidos no es, por tanto, una acción de superestrato (para que lo fuera tendría que desaparecer el inglés de ese territorio). Es una acción adstratística, desde el punto de vista histórico, porque las dos lenguas se mantienen activas por los hablantes.
Sincrónica o simultáneamente las lenguas en contacto participan de dos situaciones, el bilingüismo o la diglosia. Para entender mejor la situación hay que recordar que los individuos no hablan propiamente una lengua. Recordemos que la lengua es una estructura. Lo que cada individuo habla es una sección de esa lengua, con elementos que pone en común con lo que otros hablantes realizan en común (la norma) y elementos idiosincráticos que constituyen su propia variedad, su dialecto propio o idiolecto. Puede decirse que cada hablante selecciona una variedad fragmentaria de la lengua. El sistema siempre está ahí, de él los hablantes toman recursos; pero ningún hablante posee el sistema. Y, cuando se dice ningún hablante, se quiere decir también ningún territorio. Las afirmaciones del tipo «el mejor español se habla en Valladolid» o «en Santa Fe de Bogotá» son rigurosamente falsas. En Valladolid se hablará el mejor vallisoletano y en Bogotá el mejor santafecino; pero otra cosa es imposible, porque el sistema nunca se realiza en su conjunto, ni en una persona, ni en un lugar.
También hay un bilingüismo social, es el que da origen a términos como jerga o lengua de especialidad. Se trata de selecciones de la lengua para distinguir a un grupo. Nótese otra vez cómo la lengua sirve para distinguirse. Hay jergas de maleantes, pero también jergas de médicos, de abogados, de internautas y de otras profesiones. La de maleantes recibe también el nombre específico de germanía, porque los maleantes se asociaban en germanías o hermandades, que es lo que la palabra significa. En nuestro mundo importa mucho la jerga juvenil, penetrada de anglicismos.
El lugar común, el punto de encuentro, el consenso entre una serie de dialectos constituye la norma, lo que del sistema realizan en común los hablantes. Hay por ello una norma general, consensuada, y puede haber también una norma prescriptiva, en las lenguas que tienen una autoridad del idioma (sea una Academia, como el español, el francés, el gallego, el vasco), sean varias (como el italiano), sean las instituciones educativas o los escritores de prestigio (como el inglés). Esa norma prescriptiva es la que aparece en los diccionarios, ortografías y gramáticas escolares. Las instituciones encargadas de la norma hispánica son las veintidós Academias de la Lengua Española, que existen en todos los países hispanohablantes «oficiales», más las Filipinas y los Estados Unidos (aunque no en Guinea Ecuatorial).
La gestión del bilingüismo.
Una vez que se sabe que lo que realmente existe son los dialectos, es más fácil entender las situaciones de contacto (y más difícil entender la cerrazón mental de ciertos hablantes). Es bilingüe todo el que habla dos lenguas distintas con plena capacidad de comprensión. Nótese que plena no significa «total». Nadie entiende totalmente una lengua. Basta con abrir un diccionario y comprobar el gran número de las palabras que cualquier hablante ignora, por no hablar de los textos de difícil o imposible interpretación unívoca. Un bilingüe compensado es el que puede utilizar cualquiera de las dos lenguas para diferentes propósitos.
El bilingüismo compensado es más difícil de encontrar que el tipo de bilingüismo en el que el hablante utiliza una lengua para unos fines y otra para otros. Si una lengua se usa para fines de la vida diaria, domésticos, y otra para los niveles superiores de comunicación (la escuela, el trabajo, las relaciones con la Administración) se trata de una situación de diglosia. La diglosia implica que una lengua es la lengua A, la que sirve para los niveles considerados superiores y otra es la lengua B, limitada al ámbito doméstico.
Una de las tristes consecuencias de una mala gestión del bilingüismo en España es que los gobiernos nacionalistas utilizan la escuela pública (no la privada, lo cual no es inocente) para hacer que el español pase a lengua B, mientras que la lengua del partido dominante y sus seguidores se convierte en la lengua A. El cambio no es aséptico, pues el español es la lengua de difusión internacional que es común a todos los españoles. Si se consigue el objetivo, la capa dirigente de la población estará compuesta por bilingües compensados, mientras que la clase modesta, formada en la escuela pública, estará formada por diglósicos. Añádase la peculiaridad de que se habrá conseguido que los disglósicos no puedan manejar la lengua internacional para la comunicación superior, lo que constituye sin duda un tipo sutil de servidumbre cultural. Parece muy difícil convencer a las personas de que lo mejor es que cada uno utilice la lengua en la que se sienta más cómodo, tanto en la escuela como en sus relaciones con la Administración o en su propia casa o comercio. El daño que esta situación acabará haciendo a las lenguas más débiles es tremendo y no sería sorprendente que acabara en su desaparición total, cuando los oprimidos por la diglosia impuesta reaccionen al verse estafados.
La vesania de la situación es todavía más manifiesta cuando se pretende culpar a una supuesta «extrema derecha» (que corresponde en realidad a los liberales), de una persecución de las lenguas más débiles y de poner obstáculos a su desarrollo. Los nacionalistas son, en todo caso, fuerzas que se sitúan más a la derecha de los liberales, de manera que hay una voluntad de engañar a la población haciéndoles ver lo blanco negro, por un estudiado ejercicio de luces y sombras. El retorcimiento llega hasta el punto de que los nacionalistas lingüísticos acusan de «nacionalismo» a los que defienden el bilingüismo. Desgraciadamente, lo que hay detrás de esa pirueta terminológica no es ni siquiera un cálculo inteligente, ya que la verdadera inteligencia no puede actuar contra la libertad. Lo que hay es simple y pura incompetencia para gestionar la delicada trama de relaciones humanas que hay siempre detrás de una situación en la que coexisten dos lenguas.
Este mundo de todos es un mundo de todas las lenguas, lo general es la diversidad. Es normal ser bilingüe y, dentro del respeto de todos los idiomas y a todos los idiomas, es distinto el ámbito de actuación de las lenguas. Además, cuando se está en un entorno de bilingüismo como el de algunas regiones españolas, es beneficioso saber para qué sirve cada idioma que se habla y rentable, educativa y culturalmente, saber aprovecharlo. España no es diferente en esto de la mayor parte de los países europeos. El contacto de lenguas es natural, es también histórico, es garantía de diversidad cultural que vale la pena mantener, añádase, frente a cualquier energúmeno. La reflexión, por cierto, es de doble dirección. Si no se tiene derecho a imponer una lengua, tampoco se tiene a suprimirla. En las sociedades libres, los hablantes, que son los contribuyentes, deciden. Eso no implica que la tarea sea fácil.
Lengua y cultura.
Se dice que la lengua es una condensación de los valores de una sociedad, pero ese enunciado necesita algún matiz. Es muy difícil determinar esos valores de una manera directa, preguntando a la gente. La dificultad reside en que los informantes pueden ocultar o disimular sus verdaderos sentimientos. Pero .cuando conversan, escriben o peroran, esas mismas personas dejan entrever, sin darse cuenta, algunos de sus valores en las palabras o frases que seleccionan de forma espontánea. Ahí es donde se ve que la cultura es fundamentalmente lo heredado. La primera herencia que recibe una sociedad es la lengua, que lo es para cada persona, no tanto para un territorio.
Cuando se combinan los parámetros lingüísticos con algunos ejes culturales, se comprenden las limitaciones de la situación, incluso en regiones en las que la situación lingüística apoya mucho más a la lengua autonómica, como en Cataluña. La escasa dedicación a la lectura afecta a todas las lenguas, pero más a las débiles y, especialmente, afecta a través de la prensa diaria. Con un bajo índice de lectura de los diarios (roto además a favor de los deportivos, claramente partidarios de la tirada en castellano), la prensa en las otras lenguas de España vive en situación de penuria y sostenida gracias a un decidido empeño oficial por mantener la lengua en ese terreno. La lengua débil podrá afianzarse en los medios que gozan de protección pública (radio, televisión) o en el dominio estrictamente oficial, pero es más difícil que lo haga en la economía de mercado.
En la dimensión económica de España no se puede producir para una sola región, y menos cuando el interés adquisitivo por ese producto es pequeño. Cataluña ha sido, durante mucho tiempo, el centro de la edición en castellano, el lugar donde se publicó a los grandes autores latinoamericanos. Son conocidas las bajas cifras de edición de libros y de lectura en España y en Latinoamérica; no aumentan cuando el objeto está en la lengua local, más bien disminuye. A veces el espejismo consiste en que el sector que compra el libro es el más comprometido con la cultura y la lengua, pero eso no supone demasiado en el conjunto de la sociedad. La edición en las lenguas débiles (como la producción de películas) sólo puede mantenerse con generosas subvenciones.
Los datos permiten al lector descubrir la verdad y advertir el terrible peligro que supone para las lenguas débiles someterlas a la tensión de un uso total, impuesto. Los hablantes no pueden asimilar tantas vitaminas, el resultado puede cuartearse y generar un híbrido. Claro que es difícil moderar el entusiasmo. El científico debe señalar las cosas que los políticos no quieren oír. España tiene una serie de comunidades bilingües que han demostrado algo que no era tan previsible, que los hablantes, como contribuyentes, están dispuestos a asumir un costo elevadísimo para mantener su patrimonio lingüístico. Esa realidad brillante de la vida cotidiana española debe ser reconocida, porque es cierta. Las lenguas cuestan dinero y, si su uso es limitado, ese dinero es inversión en cultura, en identidad, a diferencia de la inversión en una lengua internacional, como la española castellana, que reditúa en otros rubros.
Se llega entonces al punto crítico. Los hablantes —que son también los contribuyentes— han hecho un gran esfuerzo. La lengua minoritaria está ahí, en la escuela, en la universidad, en todas partes. Incluso hay asociaciones que, temerosas, ven a la lengua internacional en peligro y la defienden, se lamentan de sus limitaciones en una sociedad de todos. Justo en ese momento se produce una ruptura que podía estar prevista, pero que se había soslayado, porque siempre hay científicos que dicen lo que los políticos quieren oír. La sociedad absorbe las dos lenguas, las tres lenguas, las que sean, porque el hablante ha pasado a un plano de interlengua. La lengua que habla es su lengua materna, pero junta a ella están las otras lenguas aprendidas, su experiencia cultural, su identidad lingüística compleja. Si no se produce un corte defensivo abrupto, que lleve a la eliminación radical de la lengua internacional, la lengua débil irá cediendo hablantes a la interlengua. Esos hablantes creerán, durante mucho tiempo estar hablando una lengua (o, más exactamente, dos), y lo harán, pero instalados en ese territorio interlingüístico, en el que, por otra parte, vive la mayoría de los seres humanos en todo el planeta. Las sociedades monolingües son pocas y algunas, como los Estados Unidos de América, se presentan ya con una clara definición de plurilingüismo y multicultura.
El flujo de población que tradicionalmente se dirigía de España a América, ahora ha cambiado de sentido. Millones de hispanohablantes en Iberoamérica se trasladan a España y a los Estados Unidos. En Estados Unidos entran en contacto dos lenguas de carácter internacional, el inglés y el español. Se plantea la cuestión del bilingüismo en la enseñanza. En España el bilingüismo es entre el español y las otras lenguas regionales. La defensa de esas últimas se convierte en el objetivo principal de los nacionalismos.
La máquina cultural.
En el universo general, los conceptos lingüísticos enlazan con el también vago concepto de cultura, para ir determinando lo que llega a ser el mundo propio de diversos pueblos o comunidades, especialmente las que se constituyen como países. Se toma prestado el título del epígrafe a la socióloga argentina Beatriz Sarlo, porque en él se recoge una clara alusión a los dos mecanismos culturales de mayor influencia: la escuela como conservación y la traducción como innovación.
Son insuficientes los planteamientos basados en la oposición de diglosia (lengua A para los usos cultos, de prestigio; lengua B para la comunicación familiar, reducida) y bilingüismo, desde un punto de vista cultural. Por un lado, la identidad lingüística no implica identidad cultural y las consecuencias de este simple aserto, incluso dentro de las grandes culturas occidentales, no pasan desapercibidas para quien observe la evolución del mundo en los últimos decenios. Por otro, las nociones de bilingüismo y diglosia no dan cuenta de los conflictos lingüísticos provocados, aquellos en los que se produce un enfrentamiento, por ejemplo, entre el aprendizaje como transmisión y la desviación de lo aprendido como innovación. El conflicto está latente por la contradicción que existe entre la esfera de actuación experimental y la esfera de actuación política. El campo cultural, incluyendo el científico, pertenece a la esfera de la experimentación, mientras que el político se apoya en lo seguro, no especula.
El desarrollo de las comunicaciones actuales carece de paralelos históricos. Las culturas tienden a la homogeneización. Ante esa gravísima situación, el político no especula, se apoya en lo que conoce, en su lengua, en su pegujal, de ahí el auge de los nacionalismos, el temor al otro, a su monolingüismo, señalado por Derrida. Sin embargo, la cultura, que es comunicación de culturas, sufre cuando se limita a una lengua específica y se vigoriza con la necesidad de la traducción y la interpretación. Si el político no lo sabe y nadie se lo dice, se reforzará en su esfuerzo monolingüe y se irá empobreciendo, ajeno a la experimentación.
Al considerar las culturas de los inmigrantes en España se presenta una variedad de situaciones, que, imperfectamente resumidas, serían: cultura aparentemente igual a la española, es decir, la cultura hispanoamericana, homologable, frente a culturas distintas, no homologables. Pero no todas las culturas distintas se enfrentan a problemas similares. La cultura china y la cultura árabe, por ejemplo, sufren un proceso de fosilización, al menos hasta épocas muy recientes, porque se apoyan en una lengua específica para la transmisión de los conocimientos, que no es la lengua hablada realmente por la población. Esta circunstancia, una típica diglosia, pesa a la hora de integrar a niños arabófonos y chinos en el sistema educativo español.
La carencia de una lengua uniformadora de la cultura en el Occidente de finales de la Edad Media, producida por el desarrollo de las lenguas vernáculas a costa del latín, dio lugar a una nueva situación comunicativa. Se promueve un crecimiento de los elementos del conjunto que comprenden lo que se les dice en su lengua (extensión), y una necesidad de adaptar lo que se dice a niveles culturales inferiores (intensión). Toda época de renovación sufre por ello. La queja es común en los ambientes educativos de la transición XX-XXI. Al menos en todo el mundo occidental hay un acceso mucho mayor a la cultura, con un inferior nivel de conocimientos y de asimilación. Al mismo tiem-po, las posibilidades actuales de yuxtaposición, interpretación y traducción de culturas y entre ellas hace posible que cualquier cultura sea revitalizada, vigorizada, en un período de tiempo relativamente muy breve.
Puede ser útil analizar el caso concreto de la Argentina como una cultura conformada por la suma de los naturales del país (criollismo) y de la inmigración. Se conocen bastante bien las circunstancias que contribuyeron a esa conformación cultural, desde el gigantesco proceso de integración de los emigrantes a partir del siglo XIX y, sobre todo, durante las tres primeras décadas del siglo XX. La heterogeneidad lingüística del inmigrante fue vista sin temor, inicialmente, por autores como Alberdi, porque no hubo una necesidad de defensa de lo propio, que es algo implícito y no explícito. Mas cuando los inmigrantes se apropian también de la modalidad lingüística local es cuando surge el rechazo. Esta nueva sociedad ya no puede asumir la heterogeneidad, mientras que su homogeneidad sólo se la dará un largo y lento proceso lingüístico, que todavía no está terminado. Durante las tres primeras décadas del siglo XX el Estado argentino realizó una firme tarea de integración de la ciudadanía a través de la escuela. El objetivo fundamental fue homogeneizar el país, especialmente a la clase trabajadora, procedente de la heterogeneidad lingüística y cultural, también en parte religiosa (musulmana), pero no racial. Quien dirigió los hilos de esta maniobra cultural fue una clase dirigente homogeneizada.
En España, en cambio, no existe una clara conciencia de que la escuela laica y estatal es la encargada natural de la conformación de las nuevas señas de identidad que incluirán a los futuros españoles como ciudadanos iguales. Para ello es imprescindible lograr un consenso en torno a las ventajas que supone una lengua internacional como el español. Es una obligación del Estado —central y autonómico— desarrollar mecanismos que eleven el puente entre la ignorancia de la lengua del recién llegado y el dominio necesario para aprovechar el esfuerzo escolar. El fundamento de esa acción es que lo que se integra son futuros ciudadanos españoles, en primer lugar. Es cierto que un derecho del niño es el derecho a su lengua materna, pero no de manera que ese derecho se convierta en una privación de mecanismos superiores de igualdad y libertad, que en España se defienden universalmente en español.
La lengua española es hoy una realidad mundial incuestionable que, como se ha demostrado, se sostendría, en términos económicos, sólo por el movimiento dinerario que genera en los Estados Unidos. Ese movimiento sólo podría mantenerse un corto tiempo si se prescindiera de España y los restantes países hispanohablantes, porque la demanda interna se diluiría, al no contar con el soporte del español del mundo hispánico. La lengua hispana, el español, es una seña de identidad de los pueblos hispanoamericanos avalada por logros en ciencia y arte, expresados en español, bien conocidos de la comunidad internacional.
Hablar en español identifica a los miembros de esa comunidad, entre sí y ante el resto. Es característico que la conciencia de unidad lingüística, muy viva en el pensamiento de los próceres de la América hispánica, se haya visto continuamente reforzada y que el español tenga hoy una coherencia interna verdaderamente superior a la de otras lenguas de difusión internacional (árabe, chino, ruso, portugués). No se trata de algo casual, sino del resultado de una voluntad de unidad lingüística, que los medios actuales deben reforzar.
Conviene recordar que ciencia es aquello que se aprende activamente, frente a la sabiduría, que es lo que ya se ha adquirido tras el aprendizaje. La Gramática es, por lo menos, tan ciencia como la Matemática, y su proceso de aprendizaje natural nunca termina. En estas condiciones, puede ocurrir que la escuela tenga ya un problema lingüístico previo, el de una comunidad monolingüe o bilingüe. Los inmigrantes, históricamente, en todas las sociedades, se inclinan por la lengua común del país al que llegan, por la sencilla y comprensible razón de que es la que les garantiza la movilidad a otra parte del territorio. Eso es así cuando las cosas no les van tan bien como quisieran y piensan que un nuevo traslado podría mejorar su situación. La gran masa de inmigrantes no llega por razones culturales; llega buscando una mejora de su situación económica y social. El dinero es un valor preferente, como lo indica por la cuantiosa magnitud de las remesas que envían a sus países de origen. Mientras permanecen en el margen de la sociedad de llegada les importan muy poco las teorías y pasa tiempo hasta que adquieren conciencia del valor de la escuela.
Cuando se dice que hoy se vive en la diversidad se quiere indicar una variación bien definida, un orden del mundo lingüístico que arranque del bilingüismo, como parte del conocimiento y la apreciación de los valores del contexto general. Como en el caso español, en el entorno de bilingüismo norteamericano, sobre todo en los territorios del sur y el oeste, es beneficioso saber para qué sirve cada idioma que se habla y rentable educativa y culturalmente saber aprovecharlo. Los hablantes de español en los Estados Unidos de América no son tampoco muy conscientes de la existencia de una norma hispánica, que funciona perfectamente en sus países de origen, pero que muchos de ellos no identifican como elemento cultural propio.
Una norma lingüística es lo que del sistema, de la lengua como estructura abstracta, es común a un conjunto de hablantes o a todos ellos. La norma hispánica no es la norma española, ni la de ningún país o región concretos. Hay varios tipos de norma: la regional, la local, la nacional (española, mexicana, argentina, hispánica). Sus límites respectivos se definen por la adecuación a las necesidades comunicativas de los usuarios. Quien sólo habla español en casa no necesita de amplios conceptos; quien precisa hacerse entender también en Bogotá o en Rosario, sí.
La emigración hispana en los Estados Unidos ofrece enormes diferencias culturales, porque llegan gentes de gran nivel en sus profesiones hasta analfabetos o incluso hampones. Muchos mejicanos en los EUA ignoran que existe una Academia Mexicana de la Lengua y desconocen el papel coordinador y consensuado de la Asociación de Academias. No saben que el español es hoy tarea de un muy amplio conjunto de instituciones, que aceptan un diccionario, una gramática y una ortografía común y trabajan conjuntamente en su mejora.
Regla es una palabra emparentada con regir, rey, recto y también con reja. Como continuar la exposición acumulando ejemplos produciría el efecto indeseado de mezclar verdad y mentira, ha llegado el momento de ordenar lo que se piensa y expone. Para ello, por analogía con las cuatro reglas básicas de la Aritmética (dado que la lengua es, como la Matemática, un sistema formal), se darán cuatro principios o indicaciones del camino recto, que es lo que significa regla. Vienen a sintetizar lo expuesto hasta ahora y preparan los argumentos que van a continuar después.
1. Las lenguas son estructuras, no organismos. Todo cambio, alteración o conflicto, por mucho que se adjetive como lingüístico, arranca de los hablantes, exclusivamente. Una lengua sin hablantes resulta inmutable.
2. El esfuerzo de aprendizaje de una lengua es enorme: se inicia en la infancia y dura toda la vida. Está sometido siempre a todo tipo de presiones sociales.
3. En circunstancias normales, las lenguas no están aisladas, sino que sus hablantes se hallan expuestos a otras lenguas. Ello hace que sea normal la mezcla de estructuras de varias de ellas en grados diversos. El purismo lingüístico es antinatural, no por razones lingüísticas, sino sociales. Todas las lenguas son porosas, admiten voces de otras. Ese rasgo fue muy destacado en el castellano primordial y ha sido decisivo en la expansión del inglés. Al contrario, las lenguas débiles o en retroceso suelen ser poco porosas e intentan ser puristas.
4. El hecho de que sean los hablantes los que alteren, modifiquen y causen el cambio de las lenguas, hasta su desaparición, es perfectamente compatible con el hecho de que las lenguas se puedan planificar, reestructurar, organizar e incluso imponer por individuos o grupos con un cierto grado de poder lingüístico y social. Mas no hay propuesta lingüística que triunfe si no es asimilada por la sociedad, entendida como el conjunto de hablantes.
Tomado de:
MARCOS-MARÍN, Francisco Y DE MIGUEL, Armando (2009): Se habla español. Madrid, Biblioteca Nueva, pp.34-48.