Efectos de una infancia en Dictadura
Pequeños combatientes de Raquel Robles
Una muchacha muy bella de Julián López
Los hijos de desaparecidos perdieron a sus padres como estrategia del régimen totalitario, trauma principal que deja huellas profundas en la comprensión tanto del niño como del adulto: ¿Cuál fue su manera de morir? ¿Les interrogaban, les torturaban, qué les pasó exactamente después del momento trágico? ¿Dónde están sus cuerpos? Son unas de las preguntas que dominan la existencia de los hijos de desaparecidos, y aún más importante ¿Cómo se puede continuar con la vida con esta falta de información? Un método para intentar superar el trauma de la pérdida de los padres y la falta de información que la rodea es convertir esta experiencia traumática en un trabajo de arte: hacer literatura para hacer frente el duelo, transformar lo feo y violento en un asunto maravilloso y hermoso.
Estudios de trauma o “trauma studies” florecieron en EEUU a partir de los años noventa por causa del giro ético en los ochenta con investigadores respetables como Cathy Caruth, Shoshana Felman, Dori Laub y Dominick LaCapra. La primera aplicación de los estudios del trauma fue al evento más brutal del siglo xx: la Shoah o el Holocausto. Durante la segunda guerra mundial se estableció una violencia extrema que afectó y sigue afectando tanto al nivel personal como al nivel colectivo el mundo del siglo XXI. La teoría del trauma fue y aún es un modelo popular para analizar artefactos culturales producidos durante y después del Holocausto, por víctimas y victimarios. En este sentido, como Argentina durante la Guerra Sucia también conoció un tipo de violencia inhumana -no obstante de un tamaño más pequeño- parece interesante aplicar algunas nociones con respecto al trauma a la literatura postdictatorial argentina. Ya hemos dicho que no es posible igualar los dos casos que ocurrieron en otro espacio y otro tiempo, sin embargo se encuentra un paralelo entre los efectos del trauma provocado por la violencia de un poder autoritario. A partir de los años ochenta, con relación a la Guerra de Vietnam, se reconoció el trauma y sus consecuencias como un “herido psicológico” (Freud) por tanto médicos y psicólogos y los efectos fueron definidos con el término del trastorno de estrés postraumático o “post-traumatic stress disorder.”
Según la RAE, un trauma se define como “un choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente.” La experiencia traumática no se asimila ni se capta en el momento que sucede puesto que la imaginación humana no la puede comprender ni anticipar por su ruptura de lo “normal.” Sólo es tardío, que puede variar entre unas semanas hasta unos años, que la experiencia traumática vuelve como una posesión constante: “to be traumatized is precisely to be possessed by an image or event.”
Los efectos del trauma sólo se manifiestan visiblemente después un período de latencia inherente (“inherent latency”): la fase entre el no captar y el reconocimiento del trauma. Caruth señala que el impacto del evento traumático precisamente se halla en este “belatedness,” en su refugio de límites del tiempo y espacio. Como consecuencia de la distancia temporal entre el evento traumático y su reaparición, Dori Laub propone que un trauma masivo psíquica, como la dictadura y su represión, no admite su registración: “History was taking place with no witness.” Según la interpretación de Freud, una víctima nunca es plenamente consciente durante una experiencia traumática y por eso, durante el acontecimiento real, la víctima no puede representarse como testigo. Por eso, Dori Laub proclama que toda experiencia traumática se define por la ausencia de testigos.
Un trauma reaparece en otro momento y espacio cuando el peligro físico o mental del trauma en el primer momento ha desaparecido. De este modo, la víctima puede reinterpretar el primer evento traumático con la estimulación de un segundo evento que lo incita. Cuando el trauma se presenta a la superficie y se expresan los efectos secundarios; la víctima puede reaccionar de distintas maneras y algunos de estos comportamientos serán analizados en las novelas. Por consecuencia, podemos estimar que el trastorno de estrés postraumático (“post-traumatic stress disorder”), como mencionado previamente, se manifiesta de distintas maneras dependiendo del trauma y del traumatizado.
Según LaCapra, continuando el camino psicoanalítico de Freud, una víctima reacciona al trauma de dos formas: en primera instancia, el traumatizado permanece en un estado melancólico que denomina la fase de la repetición compulsiva o “acting out” y cuando el traumatizado acepta la situación y está de luto se la denomina la fase de la perlaboración o “working through” No son dos oposiciones binarias sino complementos: un traumatizado pasa por el “acting out” para finalmente llegar al “working though.” No obstante, conscientemente o inconscientemente, es posible que un traumatizado no alcance la aceptación e integración del trauma como parte de la identidad. Pero para continuar con la vida normal del presente y futuro es necesario combatir y aceptar los demonios del pasado, para que los efectos secundarios del trauma no finalicen en la destrucción mental o incluso física.
Por eso, es necesario procesar el trauma e integrarlo en un marco cognitivo que “le otorgue sentido dentro de una historia de vida”. Un traumatizado debe seguir un proceso de distintos pasos antes de que “working through” sea posible. Primeramente, durante el “acting out”, se observan distintas estrategias del traumatizado para escapar del horror. Es posible que un trauma influencie la identidad y provoque MPD (Mult. Pers. Disorder), a continuación llamado DID (Dissociative Identity Disorder), un desorden mental en el que un traumatizado crea otras identidades o personalidades para sí mismo al que puede transferir la carga traumática. (Codde, s.p.) En el caso de los hijos de desaparecidos cuyo trauma es la pérdida de los padres y el conocimiento de su posible tortura y muerte, otro tipo de actitud puede ser provocada: sienten una extrema identificación con el dolor de sus familiares precedentes, sus padres, y la violencia que sufrieron durante su desaparición. Cuando la identificación es de forma extrema, LaCapra habla de “empathic unsettlement”, una experiencia virtual de tipo insano porque adopta experiencias de otras personas en su propio marco cognitivo. Finalmente, si el traumatizado desea llegar a la fase de “working through”, Freud propone “the talking cure” como la solución más efectiva. Caruth afirma que la historia del trauma sólo puede tener lugar a través de la escucha por un oyente. El traumatizado debe formular lo inexpresable en la interacción comunicativa con un oyente que funciona como “una pantalla blanca al que se escribe el evento por primera vez” (Dori Laub, s.p.) a través de la comunicación se proyecta una historia dolorosa que se transforma en un relato racional. De esta manera, los recuerdos traumáticos, que son inaccesibles y aparecen sin voluntad, se pueden convertir en recuerdos narrativos, una memoria que el propietario puede recoger, ordenar y más importante dominar conscientemente. (Pierre Janet) Otro modo de comunicar, si bien sin oyente, es a través del arte, la creación de una obra estética en la literatura, como hacen tanto Robles como López. El interlocutor, el lector de la novela, está ausente; no obstante ayuda al autor a pasar de “acting out” a “working through.” El arte en general posee una función terapéutica.
El trauma es una experiencia que afecta tanto a una sociedad como a una persona individual y por eso hacemos una distinción entre el trauma colectivo de Argentina y el trauma personal de sus ciudadanos. En las dos novelas, el trauma personal de un niño/a protagoniza la historia pero en extensión se trata del trauma general de la segunda generación de los hijos de desaparecidos. Una característica que comparten tanto Pequeños combatientes como Una muchacha muy bella es el hecho de que ambas son de índole íntima, es decir que lo doméstico y lo personal es subrayado en vez de la violencia. La perspectiva de los niños protagonistas toma el primer plano y nos enfocaremos en su trauma primordial: la pérdida de un(os) pariente(s). Trataremos sus tipos de trauma en el análisis.
La crisis de identidad
Según el Diccionario de estudios culturales latinoamericanos, la palabra identidad es una que se deriva del vocablo latino identitas, cuya raíz es el término ídem, el cual significa “lo mismo.” Es un concepto que se aplica tanto al individuo en particular como a la colectividad en términos socio-culturales: ¿Quiénes somos como personas y como sociedad? A través del lenguaje de la identidad, según Gandsman, se establece un enlace importante entre lo individual y lo colectivo, lo íntimo y lo público. Observa un paralelo entre la búsqueda por parte de un individuo y por parte de una sociedad.
Como persona, la identidad nos destaca de los demás y nos hace “otro” –con un nombre, una nacionalidad y una historia-. Es una construcción que se basa tanto en elementos fijos como en elementos variables. Por lo tanto, la identidad es una entidad inestable, se define como una tarea o un proceso que pide “cultivación personal” y que “nunca logra certeza.” Su única constante -el fundamento de cada ser humano– es la genética, es decir el origen y precedentes de alguien. (RAE) Los lazos biológicos conectan las generaciones y unen familiares en grupos particulares que comparten tanto elementos físicos como mentales.
La presencia de circunstancias excepcionales –como seguramente fue la última dictadura militar en Argentina– causa una crisis de identidad a los ciudadanos y a la sociedad. La segunda generación o los hijos cuyos padres desaparecieron como método de la represión sufren de un vacío en la identidad. Dentro de la generación de los hijos destacaremos a aquellos criados con familiares y aquellos que fueron apropiados, o sea sacados a sus madres para ser entregados a familias militares o a familias que apoyaban abiertamente el régimen totalitario. Su búsqueda de identidad es diferente por eso pero comparten el sentimiento de ser huérfano, los primeros casi inmediatamente y los otros con el descubrimiento de la verdad con la ayuda de una organización de Derechos Humanos: las Abuelas de la Plaza de Mayo.
En el caso de los niños que aparecen en las novelas, se trata de dos ejemplos de hijos que no fueron ofrecidos a familias falsas y que llegaban a otros familiares, como los tíos o los abuelos. La niña en Pequeños combatientes crece en la casa de sus tíos y en el caso del niño en Una muchacha muy bella no tenemos seguridad con quien permanece, probablemente con la vecina Elvira, pero como la vida adulta empieza inmediatamente después de la desaparición, esta información queda confusa –otro vacío como es tan omnipresente en la literatura que toma hijos de desaparecidos como protagonistas. Estos niños también perdieron a sus padres, aunque tuvieron la suerte de no caer en manos de la dictadura a contrario de los niños otorgados a familias falsas que sufren de una pérdida doble: pierden tanto a sus padres biológicos como a los padres que pensaban que eran sus padres verdaderos. No obstante, la crisis de identidad es una problemática que deja huellas profundas en la existencia de todos los hijos de desaparecidos, a pesar de su situación posterior.
La desaparición cambia la supuesta relación con los padres y les roba de cierto modo la propia historia, ya que la desaparición de los padres es omnipresente en su vida cotidiana. El hijo de desaparecidos realmente se siente un extranjero en el mundo de los padres, sus fuentes de procedencia, y “vive una distancia que los separa de su lugar de origen que es un quiebre radical imposible de cruzar.” Todo el grupo de los hijos, tanto los apropiados como los que crecieron con familiares, sienten el fuerte anhelo de buscar a los padres desaparecidos y conocer a su identidad: su vida privada como pariente y su vida pública como militante de la izquierda. Con este objetivo, se basan en la información que derivan de relatos de terceros y objetos mediadores como documentos, cartas, anécdotas y fotos.
Para que un hijo pueda lamentar la ausencia de los padres, debe primeramente “saber quiénes eran: sienten el anhelo de encontrarles para luego, paradójicamente, perderles de nuevo. Por fin, todo se convierte en una búsqueda por la propia identidad: quién es y quién desea ser.” La problemática de los hijos es la formación de la propia identidad, empezando con tantos vacíos en la memoria, pero su crisis parte también de la impuesta identidad: son todos miembros de un grupo traumático cuya vida cotidiana es dominada por relatos y personas del pasado.
En la búsqueda por la identidad, los hijos seguramente se ven confrontados con la siguiente pregunta: ¿Eligieron el compromiso político o mí? Los padres sabían asimismo que luchar significaba morir y abandonar los ideales políticos vivir, no obstante optaron por ser guerrillero de la izquierda al lado de su papel de pariente. Son realmente las dos partes de la identidad de los padres: al nivel público eran guerrilleros de la izquierda que usan la violencia para defender sus ideales políticos y al nivel privado son padres normales que quieren ofrecer a sus hijos una infancia normal. Los hijos pueden experimentar un sentimiento de abandono, inferioridad frente a la importancia de lo político, una mezcla de sentimientos contradictorios. Las propias historias personales de los hijos pueden ser desplazadas y aun dominadas por las decisiones de sus predecesores. La vida de los padres muertos controla la vida cotidiana de los hijos y estos tienen el sentimiento que deben ser felices, vivir lo más posible, para compensar su muerte injusta. De este modo, el hijo nunca puede tener una identidad enteramente propia ya que la conexión perdura para siempre. Están realmente atormentados por “ausencias omnipresentes.”
Para terminar, volveremos a la cita de Gandsman que observa un paralelo entre la búsqueda de la identidad del individuo y la sociedad. La búsqueda por la identidad de estos hijos es aplicable a la búsqueda de identidad de Argentina en general: al igual que una persona debe saber la verdad sobre su propia persona y su identidad, Argentina debe saber la verdad sobre lo que ocurrió durante la dictadura, en especial las acciones crueles del régimen totalitario, para sobrepasar el duelo. Concluye que “Neither individuals nor nations can live without a clear view of the past.” En este sentido, los juicios de los victimarios y los trabajos de memoria forman un componente crucial en el proceso de sobrepasar el trauma colectivo dentro de la sociedad argentina.
Tomado de:
WIJNANT, Annelies (2015): Infancia y dictadura. La expresión de la violencia en dos novelas argentina posditatoriales. Tesis. Universiteit Gent, pp. 15-20.