La Grecia lógica
Julia Kristeva
Al plantear las bases del razonamiento moderno, la filosofía griega dio también los principios fundamentales a partir de los cuales se ha podido pensar el lenguaje hasta nuestros días. En efecto, si la lingüística de estos últimos años y la teoría de la significación en general se alejan cada vez más de las nociones tradicionales que dominaran la reflexión clásica del lenguaje, se trata tan sólo de un fenómeno muy reciente y poco afianzado todavía. Los principios ideados por los griegos han ido guiando durante siglos las teorías y las sistematizaciones lingüísticas en Europa. Y aunque cada época y cada tendencia descifraran a su manera los modelos legados por los griegos, las conceptualizaciones fundamentales del lenguaje, así como las clasificaciones básicas, han seguido siendo constantes. Los griegos son los primeros —después de los fenicios a los que consideraron maestros suyos— que utilizaron una escritura alfabética. Adoptando el alfabeto consonántico de los fenicios y acomodándolo a las características de la lengua griega (cuyos radicales no son consonánticos como en las lenguas semíticas), se vieron obligados a introducir unas marcas para las vocales. Cada letra recibió un nombre (alfa, beta, gama, etc.), y marcaba el fonema inicial de su nombre: β βετα. El análisis del significante en sus mínimos no es un fenómeno aislado en el procedimiento del conocimiento griego. Los filósofos materialistas anteriores a Sócrates, en sus teorías del mundo físico, dividen hasta el infinito la «substancia primordial e infinita» para aislar sus elementos, los cuales son los correlatos de las letras del lenguaje, cuando no se confunden con ellas de forma explícita.
Lo que Empédocles (siglo V a. C.) llamara elementos, Anaxágoras (500-428 a. C.) homeómetros. Leucipo (siglo V antes de C.) y Demócrito (siglo V a. C.) átomos, y lo que se llegó a llamar más tarde στοιχείόν, son —dentro de un único proceso de conocimiento— el correspondiente material a las letras del acto significante. La división infinita de las cosas conducía en los presocráticos a una masa de partículas, unas semillas en estado germinal: Anaxágoras hablaba de σπέρματα , y Demócrito veía las grandes masas del universo como una πανπερμια. Estas teorías físicas se metían con la praxis del lenguaje en algunos presocráticos (entre los filósofos griegos, sólo Parménides y Empédocles eran poetas; más tarde Lucrecio agregó su nombre a la lista), así como con la teoría del lenguaje, aún en período de formación en los presocráticos: Aristóteles consideraba a Empédocles como el inventor de la retórica. Estos materialistas griegos cuyas teorías expondría más tarde Lucrecio, consideran claramente las letras como unos átomos fónicos, unos elementos materiales del mismo orden que la substancia material. Demócrito fue el primero que empleó las letras del alfabeto como ejemplos que ilustraban sus demostraciones atomísticas. Por igual, Epicuro (341-270 a. C.) sostenía que las cosas podían descomponerse en elementos ínfimos e invisibles, condiciones del engendramiento y de la muerte, asimilables a las letras del alfabeto. La idea de la correspondencia, por no decir de la adecuación entre los elementos corporales (átomos) y los elementos de la cadena hablada (letras) fue corriente en Grecia; una prueba de ello nos viene dada por una observación de Posidonio, según la cual los primeros atomistas habrían sido los fenicios, los inventores del alfabeto. Pero, a pesar de los materialistas —últimos defensores de la solidaridad del lenguaje con lo real (Heráclito, 576-480 antes de C., sostenía que las cualidades de las cosas se reflejaban en su fonetismo, mientras que Demócrito pensaba que tal correspondencia se debía a una convención social— el tipo mismo de escritura así como, sin lugar a duda, las necesidades económicas e ideológicas de la sociedad griega sugerían y acabaron imponiendo una concepción del lenguaje en tanto que idealidad que reflejaba lo exterior, sin otra ligazón con ello que la conceptual. Cierto es que la escritura fonética participa de una concepción analítica de la substancia fónica del lenguaje. No sólo se distingue lo que más tarde se llamaría el «significante» del referente y del significado, sino que está dividido en elementos constituyentes (fonemas) clasificados ellos mismos según dos categorías: vocales y consonantes. El pensamiento griego está, pues, a la escucha del lenguaje en tanto que sistema formal, distinto del exterior que aquél significa (lo real), constituyendo un dominio propio, un objeto de conocimiento peculiar, sin confundirse con su exterioridad material. Aquí vemos cómo se cumple plenamente el proceso de separación del lenguaje con lo real, proceso que hemos podido constatar en las teorías lingüísticas de las anteriores civilizaciones. El lenguaje ya no es una fuerza cósmica que ordena la escritura a la vez que ordena el cosmos. El griego lo extrae de la ganga unida y ordenada en la que otros mezclaban lo real, el lenguaje y los que lo manejan; lo entiende como autónomo y, por ende, se entiende a sí mismo como sujeto autónomo. El lenguaje es en primer lugar una sonoridad. Como ya pudimos observarlo, desde la tradición homérica se ha descrito el pensar como el hablar, localizándolo en el corazón, pero sobre todo en los pulmones, φήν, φενός, considerados como un diafragma. Partiendo de esta concepción del pensamiento en tanto que palabra vocal, se llega a la noción de λόγσς en tanto que equivalente de ratio (razón) y de oratio (oración). Si bien es un vocalismo, el lenguaje es también lo propio de un sujeto, una facultad subjetiva autentificada por el nombre propio del individuo que habla. La Ilíada (I, 250) canta a «Néstor con su dulce lenguaje, el orador sonoro de Pilos. De su boca, los acentos manan con más dulzura que la miel...». Sistema fónico controlado por el sujeto, el lenguaje es casi un sistema secundario que influye lo real aunque está lejos de igualarse a la fuerza material. El griego se piensa a sí mismo en tanto que sujeto que existe fuera de su lenguaje, en tanto que adulto poseedor de un real distinto del de las palabras, en cuya realidad creen sólo los niños. Ejemplo, esta frase de Eneas a Peleides: «No creas que me vas a asustar con palabras como si fuera un niño... No nos verán volver del combate tras haberle concluido así, simplemente, con palabras infantiles...» (Iliada. XX. 200-215).
Las principales manifestaciones del cumplimiento de la separación real-lenguaje son: la escritura alfabética y la teoría fonética platónica y posplatónica; la constitución de la gramática como un «arte del escribir bien» o ciencia del lenguaje en tanto que sistema formal; las discusiones y las proposiciones referentes a la relación entre lenguaje y realidad (ya conocidas en la India, llegaron a Grecia en su forma más acabada). El famoso diálogo de Platón (429-347 a. C.), el Cratilo, muestra la vigencia de tales discusiones filosóficas que, considerando admitida la separación real/lenguaje, tratan de establecer las modalidades de la relación entre ambos términos. Este diálogo, muy diferente de los demás escritos de Platón, presenta dos caras a menudo contradictorias de la concepción socrática del lenguaje (una defendida por Cratilo, otra sostenida ante Hermógenes, aparentemente discípulo de Heráclito) y nos muestra una concepción del lenguaje que vacila, replanteándose a sí misma, y que parece incapaz de enunciar nada que sea mínimamente científico acerca de la lengua: pues, en lo tocante a la lengua, uno está preso de una «inspiración» irracional. Diríase que Platón responde a las concepciones de los sofistas para quienes el lenguaje no enuncia nada que sea fijo y estable al estar en pleno movimiento: Parménides (siglo VI a. C.) sostenía, en efecto, que el lenguaje —inasible fluidez— aparece en el momento de la disolución de la inamovible realidad y que no puede, por tanto, expresar lo real. En la primera parte del Cratilo, Platón responde con soltura a sus concepciones, confesando sin embargo, la dificultad que siente para explicar el lenguaje de poetas tales como Hornero (392-393). Le resulta más difícil todavía cuando el discípulo de Heráclito le propone una teoría según la cual el mismo mundo se halla en pleno movimiento y en contradicción por lo que el movimiento de la lengua no corresponde sino a la modalidad real (440 a-d). Si se pueden desprender de esta forma poco legisladora del diálogo unos problemas centrales, insistiremos sobre dos de ellos: en primer lugar, la postura platónica dentro de la polémica acerca del carácter θέσει. (convencional) o φύσει (natural) del lenguaje: ¿se dan los nombres de las cosas por contrato social o, al contrario, derivan de la naturaleza de las cosas? En segundo y consiguiente lugar, la sistematización platónica de los elementos y de las partes del lenguaje. Platón opta por el carácter φύσει del lenguaje, pero da una significación más concreta a este término para el cual había cuatro interpretaciones en las anteriores discusiones. Concilia las dos tesis al postular que el lenguaje es una creación humana (y, en este sentido, convencional) que aun así deriva de la esencia de las cosas que representa (y, en este sentido, la creación es natural) por lo que se convierte en una obligación, una ley para la sociedad. El nombre, νόμος;. para Platón significa ley, costumbre, uso. Hablar es distinguirse de las cosas expresándolas, dándoles nombres. Nombrar se convierte en el acto diferencial que da lugar a la palabra ya que sitúa dicha palabra (con su sujeto) frente a las cosas: «Ahora bien ¿nombrar no es acaso una parte de la acción de hablar? Pues, al nombrar, ¿verdad?, hablamos... Si hablar era un acto que se refiere a las cosas, ¿nombrar no será entonces un acto?...». El nombre distinto de la cosa «es un instrumento que sirve para instruir y para distinguir la realidad como la lanzadera hace el tejido». «Un buen tejedor, por tanto, utilizará como debe ser la lanzadera y “como debe ser” quiere decir: de modo apropiado para tejer; un buen instructor, como debe serlo el nombre, y “como debe ser” significa: de modo apropiado para instruir.» Por lo cual, el lenguaje tiene una función didáctica, siendo un instrumento del conocimiento. El mismo nombre es ya un conocimiento de la cosa: «cuando sabemos los nombres, sabemos también las cosas» dice Cratilo, «es imposible hablar falso». Pero Sócrates distingue el «conocimiento hecho» (μαθεĭν) de las cosas por los nombres, de la búsqueda personal filosófica de la verdad. El nombre no deja de ser por ello un revelador de la esencia de las cosas porque se parece a ellas. La relación nombre/cosa es una relación de semejanza, incluso de imitación: «Parece ser que el nombre es una manera de imitar mediante la voz lo que imitamos y nombramos, cuando nos servimos de la voz para nombrar lo que imitamos». El nombre es un simulacro mediante la voz, diferente del simulacro mediante el sonido y el color: «por medio de sus letras y de sus sílabas, el autor capta su ser (de las cosas) para imitar su esencia». El nombre «parece poseer cierta exactitud natural y no todo el mundo puede aplicarla como debe ser a cualquier objeto». Para demostrar esa exactitud natural de las palabras. Platón procede a un estudio «etimológico» de diversos tipos de palabras: nombres propios, palabras compuestas o descompuestas por Platón, palabras «primitivas» indescomponibles para Platón. Dudosa a menudo, esta etimología demuestra el postulado platónico: la palabra es una expresión del sentido del que está cargado el objeto nombrado. De la concepción platónica se deduce que no sólo se extrae el lenguaje de lo real que nombra y se considera como un objeto aparte que estator crear, sino también que el significado en sí está aislado del significante y, más aún, situado como si existiera antes que éste. El significado precede al significante; distinto del referente y como olvidándolo, se esparce por un terreno dominador y privilegiado: el terreno de la idea. Crear palabras consistirá en hallar una corteza fónica para esa idea «aquí ya».
El lenguaje será sobre todo un significado que se habrá de organizar lógica o gramáticamente. Se ha podido observar que algunas teorías modernas, como las posiciones de Cassirer, siguen los postulados platónicos y continúan privilegiando el sentido al omitir el significante dentro de la organización del lenguaje. La palabra, para semejantes teorías, es un símbolo conceptual. Con tales perspectivas, se puede apreciar aún más el papel de Saussure, quien hizo hincapié en la forma del signo y abrió, de este modo, la vía para un estudio del significante a la vez que para un análisis verdaderamente sintáctico (relaciones formales) del lenguaje. Así, pues, para Platón es el legislador el que establece el nombre al conocer la forma o la matriz ideal de la cosa. «No le incumbe a cualquiera establecer el nombre, sino a un fabricante de nombres; éste es, por lo que se ve, el legislador, es decir el artesano que lo menos de las veces encontramos entre los humanos». El nombre impuesto por el legislador no se aplica directamente a la cosa, sino a través de un intermediario: su forma o su idea. «El nombre que se otorga de forma natural a cada objeto, ¿no deberá nuestro legislador saber imponerlo a los sonidos y a las sílabas, y estar atento a lo que es en sí el nombre, para crear y establecer todos los nombres, si quiere ser autoridad en este asunto?» Y, además: «Mientras imprime la forma de nombre requerida para cada objeto con unas silabas de cualquier naturaleza, ¿no será tan buen legislador aquí entre nosotros o en cualquier otra parte?» No obstante, dos restricciones frenan la ley del legislador. Por un lado, el dialéctico, es decir el que conoce el arte de interrogar y de responder, es quien ha de juzgar el trabajo del legislador. Por otro lado, por muy natural que pueda ser el nombre, «la convención en cierto modo y el uso deben contribuir necesariamente a la representación de lo que tenemos en la mente cuando hablamos» ¿Cómo sistematiza Platón el lenguaje creado de este modo? Dentro del conjunto lingüístico distingue una capa sonora que divide en elementos— στοιχεĭο . Más tarde, Aristóteles (384-322 a. C.) dará del στοιχεĭον la siguiente definición: «Se llama elemento al primer componente inmanente de un ser y específicamente indivisible en otras especies: por ejemplo, los elementos de la palabra son las partes de las que se compone la palabra y en las que se le divide en último grado, partes que ya no se pueden dividir en más elementos de una especie diferente de la suya; pero si se las dividiese, sus partes serían de una misma especie de la misma forma que una partícula de agua es agua, mientras que una parte de la sílaba no es una sílaba...». «El elemento de cada ser es su principio constitutivo e inmanente» (Metafísica, Δ 3). El término στοιχεĭον designa también los cuatro elementos de Empédocles, del mismo modo que los términos, axiomas, postulados e hipótesis de la geometría, y cualquier proposición matemática. Leyendo el desarrollo platónico acerca de los elementos fonéticos, el lector moderno advierte que, lejos de ser meramente formal, la teoría fonética de Platón se deduce de su teoría del sentido, siendo en primer lugar semántica: «Puesto que la imitación de la esencia se hace con sílabas y letras, ¿el procedimiento más exacto no será entonces distinguir primero los elementos (στοιχεĭοα)? Es lo que hacen quienes se enfrentan a los ritmos; empiezan distinguiendo el valor de los elementos, luego el de las sílabas, y entonces y sólo entonces es cuando abordan el estudio de los ritmos». Si bien admite Platón la existencia de un sentido anterior al lenguaje (la esencia) no concreta claramente si el significante juega un papel en la constitución de ese sentido. De cuando en cuando admite que «el mismo sentido se expresa con tales o cuales sílabas, poco importa; que se agregue o se reste una letra, eso tampoco tiene ninguna importancia siempre y cuando domine la esencia del objeto manifestada en el nombre»; en otra parte recuerda que «la adición o la supresión de letras alteran profundamente el sentido de los nombres hasta el punto que con unos cambios minúsculos a veces se les hace significar lo contrario». El término de elemento, sinónimo de letra, acoge la noción de fonema en el Cratilo: se trata, en efecto, del elemento mínimo de la cadena sonora. Platón distingue: las vocales, las consonantes y una tercera categoría, «los que, sin ser vocales, no son mudos, sin embargo». Los elementos forman las sílabas de las cuales podemos encontrar el ritmo del enunciado. Si, en Platón, los conceptos de letras y de fonema no se distinguen, posteriormente los científicos hablarán de figura, forma escrita de la letra, y de su potestas o valor fónico. En Platón, las sílabas forman los nombres y los verbos con los cuales se constituye «un gran y hermoso conjunto, cual el ser viviente reproducido por la pintura; lo que aquí constituiremos será el discurso, con el arte de los nombres y con la retórica, en fin, con el arte apropiado». Aquí vemos enunciarse la gramática. γραμματιχή, el arte de escribir, de origen sin duda escolar y practicada por Sócrates en cuanto que estudio de las letras como elementos de las palabras y de su valor fonético, aunque también ya como un estudio de las partes del discurso.
El lenguaje será sobre todo un significado que se habrá de organizar lógica o gramáticamente. Se ha podido observar que algunas teorías modernas, como las posiciones de Cassirer, siguen los postulados platónicos y continúan privilegiando el sentido al omitir el significante dentro de la organización del lenguaje. La palabra, para semejantes teorías, es un símbolo conceptual. Con tales perspectivas, se puede apreciar aún más el papel de Saussure, quien hizo hincapié en la forma del signo y abrió, de este modo, la vía para un estudio del significante a la vez que para un análisis verdaderamente sintáctico (relaciones formales) del lenguaje. Así, pues, para Platón es el legislador el que establece el nombre al conocer la forma o la matriz ideal de la cosa. «No le incumbe a cualquiera establecer el nombre, sino a un fabricante de nombres; éste es, por lo que se ve, el legislador, es decir el artesano que lo menos de las veces encontramos entre los humanos». El nombre impuesto por el legislador no se aplica directamente a la cosa, sino a través de un intermediario: su forma o su idea. «El nombre que se otorga de forma natural a cada objeto, ¿no deberá nuestro legislador saber imponerlo a los sonidos y a las sílabas, y estar atento a lo que es en sí el nombre, para crear y establecer todos los nombres, si quiere ser autoridad en este asunto?» Y, además: «Mientras imprime la forma de nombre requerida para cada objeto con unas silabas de cualquier naturaleza, ¿no será tan buen legislador aquí entre nosotros o en cualquier otra parte?» No obstante, dos restricciones frenan la ley del legislador. Por un lado, el dialéctico, es decir el que conoce el arte de interrogar y de responder, es quien ha de juzgar el trabajo del legislador. Por otro lado, por muy natural que pueda ser el nombre, «la convención en cierto modo y el uso deben contribuir necesariamente a la representación de lo que tenemos en la mente cuando hablamos» ¿Cómo sistematiza Platón el lenguaje creado de este modo? Dentro del conjunto lingüístico distingue una capa sonora que divide en elementos— στοιχεĭο . Más tarde, Aristóteles (384-322 a. C.) dará del στοιχεĭον la siguiente definición: «Se llama elemento al primer componente inmanente de un ser y específicamente indivisible en otras especies: por ejemplo, los elementos de la palabra son las partes de las que se compone la palabra y en las que se le divide en último grado, partes que ya no se pueden dividir en más elementos de una especie diferente de la suya; pero si se las dividiese, sus partes serían de una misma especie de la misma forma que una partícula de agua es agua, mientras que una parte de la sílaba no es una sílaba...». «El elemento de cada ser es su principio constitutivo e inmanente» (Metafísica, Δ 3). El término στοιχεĭον designa también los cuatro elementos de Empédocles, del mismo modo que los términos, axiomas, postulados e hipótesis de la geometría, y cualquier proposición matemática. Leyendo el desarrollo platónico acerca de los elementos fonéticos, el lector moderno advierte que, lejos de ser meramente formal, la teoría fonética de Platón se deduce de su teoría del sentido, siendo en primer lugar semántica: «Puesto que la imitación de la esencia se hace con sílabas y letras, ¿el procedimiento más exacto no será entonces distinguir primero los elementos (στοιχεĭοα)? Es lo que hacen quienes se enfrentan a los ritmos; empiezan distinguiendo el valor de los elementos, luego el de las sílabas, y entonces y sólo entonces es cuando abordan el estudio de los ritmos». Si bien admite Platón la existencia de un sentido anterior al lenguaje (la esencia) no concreta claramente si el significante juega un papel en la constitución de ese sentido. De cuando en cuando admite que «el mismo sentido se expresa con tales o cuales sílabas, poco importa; que se agregue o se reste una letra, eso tampoco tiene ninguna importancia siempre y cuando domine la esencia del objeto manifestada en el nombre»; en otra parte recuerda que «la adición o la supresión de letras alteran profundamente el sentido de los nombres hasta el punto que con unos cambios minúsculos a veces se les hace significar lo contrario». El término de elemento, sinónimo de letra, acoge la noción de fonema en el Cratilo: se trata, en efecto, del elemento mínimo de la cadena sonora. Platón distingue: las vocales, las consonantes y una tercera categoría, «los que, sin ser vocales, no son mudos, sin embargo». Los elementos forman las sílabas de las cuales podemos encontrar el ritmo del enunciado. Si, en Platón, los conceptos de letras y de fonema no se distinguen, posteriormente los científicos hablarán de figura, forma escrita de la letra, y de su potestas o valor fónico. En Platón, las sílabas forman los nombres y los verbos con los cuales se constituye «un gran y hermoso conjunto, cual el ser viviente reproducido por la pintura; lo que aquí constituiremos será el discurso, con el arte de los nombres y con la retórica, en fin, con el arte apropiado». Aquí vemos enunciarse la gramática. γραμματιχή, el arte de escribir, de origen sin duda escolar y practicada por Sócrates en cuanto que estudio de las letras como elementos de las palabras y de su valor fonético, aunque también ya como un estudio de las partes del discurso.
Platón crea el área de la Idea y es ahí donde se mueve su teoría,
teoría que, más tarde, Aristóteles definirá como siendo del orden lógico.
La primera distinción gramatical fue visiblemente la de los nombres y de los verbos. Platón ha sido el primero que la estableció de manera definitiva. De tal manera se constituye la teoría platónica del discurso, teoría filosófica en la que se mezclan consideraciones lingüísticas (acerca de la sistematización de las categorías lingüísticas) y lógicas (acerca de las leyes del sentido y de la significación), sin que esas distinciones sean puramente lingüísticas o lógicas en la clara acepción de estos términos actualmente. Al separar lo real del símbolo, Platón crea el área de la Idea y es ahí donde se mueve su teoría, teoría que, más tarde, Aristóteles definirá como siendo del orden lógico: «Si así separó del mundo lo Uno y los Números, contrariamente a los pitagóricos, y si introdujo las Ideas, se debió a sus investigaciones de orden lógico». Aristóteles piensa en aquella filosofía del concepto que Sócrates fue el primero en practicar: no se planteaba las cosas desde el punto de vista de los hechos (εργα), sino desde el punto de vista de las nociones y de las definiciones (λόγοι). Platón aplica también este método de los λόγοι a su análisis del lenguaje, del discurso, del λόγος . La teoría detallada de discurso-verdad. Cualquier recurso a la substancia del lenguaje y a las especificidades de su formación se omite: «No se plantea al lenguaje desde el punto de vista de los hechos —decía Aristóteles—, sino desde el punto de vista de las nociones y de las definiciones». La relación logos/cosa viene planteada así: «Solamente hay esencia de las cosas cuya enunciación es una definición»; o bien: «Al ser la definición una enunciación, y como toda enunciación tiene partes; por otro lado, al ser la enunciación a la cosa lo que la parte de la enunciación es a la parte de la cosa, la cuestión se plantea entonces a saber si la enunciación de las partes debe estar presente, o no, en la enunciación del todo...», y, por último: «Una enunciación falsa es la que expresa, en cuanto que falsa, lo que no es». El logos [aquí, tal vez, en el sentido de «acto significante»] es también la causa de las cosas, fuerza motriz, equivalente de la materia: «En un sentido, por causa entendemos la substancia formal (ούσία) o esencia (en efecto, la razón de ser de una cosa conduce en definitiva a la noción — λόγος—de esa cosa, y la razón de ser primera es causa y principio); en otro sentido también la causa es la materia o el substrato; en un tercer sentido, es el principio de donde parte el movimiento; en un cuarto, finalmente, opuesto al tercero, la causa es la causa final o el bien (pues el bien es el fin de cualquier generación o de cualquier movimiento)». Aunque consideremos, junto con Steinthal, que antes del período de Alejandría no había en Grecia una verdadera gramática, es decir, un estudio de las propiedades concretas de la organización específicamente lingüística, constatamos que Aristóteles ya formuló algunas distinciones importantes de categorías del discurso y sus definiciones. Separa los nombres (con tres géneros) de los verbos que tienen como propiedad fundamental la de expresar el tiempo, y de las conjugaciones (σύνδεσμοι). Fue el primero que estableció la diferencia entre el sentido de una palabra y el sentido de una proposición: la palabra sustituye o designa (σηνάινει) algo, la proposición afirma o niega un predicado a su sujeto, o bien dice si el sujeto existe o no. He aquí, a título de ejemplo, algunas reflexiones aristotélicas acerca de las partes del discurso, tales como se presentan en la Poética:
«Pues ¿cuál sería la obra propia del personaje hablante si su pensamiento fuera manifiesto y no el resultado de su lenguaje?» concentrada en su Poética. Para Aristóteles, el logos es una enunciación, una fórmula, una explicación, un discurso explicativo o un concepto. Lógica se vuelve sinónimo de concepto, de significación y de reglas de la «La elocución se refiere por entero a las siguientes partes: la letra, la sílaba, la conjunción, el artículo, el nombre, el verbo, el caso, la locución (λόγος)» «La letra es un sonido indivisible, no cualquier sonido, sino el de un sonido compuesto; pues las fieras también emiten sonidos indivisibles mas no doy a ninguno de éstos el nombre de letra (στοιχεĭον).» «La letra comprende la vocal, la semivocal y la muda. Es una vocal la letra que tiene un sonido audible sin que haya un acercamiento de la lengua a los labios; es semivocal la letra que tiene un sonido audible con ese acercamiento, por ejemplo: la Σ y la Ρ [son las líquidas]; es muda la letra que, aun con acercamiento, no tiene por sí misma sonido alguno, pues sólo es audible si está acompañada por unas letras que lo tengan, por ejemplo: la Γ y la Δ .» «Esas letras difieren según las formas que toma la boca y según el sitio en que se producen...» «La sílaba es un sonido desprovisto de significación, compuesto de una muda y de una letra que tiene sonido...» «La conjunción es una palabra carente de significación que ni impide ni lleva la composición, por medio de varios sonidos, de una sola expresión significativa...» «El artículo es una palabra desprovista de significación que indica el comienzo, el final o la división de la oración...» «El nombre es un compuesto de sonidos significativos, sin idea de tiempo, y en el que ninguna parte es significativa por sí misma.» «El verbo es un compuesto de sonidos significativos, con idea de tiempo, y en el que ninguna parte es significativa por sí misma, como en los nombres...» «El caso afecta al nombre o al verbo e indica la relación “de”, “a” y otras semejantes, o bien la unidad o la pluralidad, por ejemplo, “hombres” y “hombre”, o bien los modos de expresión del personaje que habla, por ejemplo la interrogación o el orden; pues “¿anduvo?”, “¡anda!”, según esta distinción, son casos del verbo.» «La locución (λόγος) es un compuesto de sonidos significativo en que varias partes tienen un sentido por sí mismas (ya que todas las locuciones no se componen de verbo ni de nombres, sino, por ejemplo, en la definición del hombre puede haber locución sin verbo; deberá, sin embargo, contener siempre una parte significativa). Ejemplo de parte significativa por sí misma: “Cleón” en “Cleón anda”. La locución puede ser de dos maneras: designando una sola cosa o estando compuesta de varias partes ligadas entre sí; así ocurre en la Ilíada que es una por la ligazón de sus partes y la definición del hombre lo que es porque designa una sola cosa...»
Aristóteles estudia posteriormente los tipos de nombres: nombres simples, nombres compuestos, así como el traslado a una cosa de un nombre que designa a otra: metáfora, metonimia, etc. Los estoicos, discípulos de Zenón de Cilio (308-264 a. C.) fueron quienes elaboraron una teoría completa del discurso que se presentaba como una gramática detallada, sin ser por ello distinta de la filosofía y de la lógica. Reflexionando acerca del proceso simbólico, los estoicos establecieron la primera distinción clara entre significante y significado (τό σήμαινον //τό σημαινόμενον), entre significación y forma, entré interior y exterior. Examinaron, además, problemas de fonética así como la relación entre lo fonético y la escritura. Analizando las partes del discurso, las denominaciones στοί – χεĭα más que μέρη (partes) que encontraban tanto en el mundo físico como en el lenguaje. No abordaremos aquí la lógica de los estoicos, la cual ocupa una parte importante de su teoría del lenguaje; indiquemos, no obstante, algunas de sus sistematizaciones puramente lingüísticas. Distinguían cuatro partes del discurso: 1. nombres que significan cualidades (los estoicos distinguían, como sabemos, las siguientes categorías: cualidad, estado, relación, substancia) y se dividen en nombres comunes y nombres propios; 2. verbos en cuanto que predicados (como los definía Platón): el verbo está incompleto sin sujeto; expresa cuatro tiempos: presente continuo, presente pasado, pasado continuo, pasado realizado; 3. conjunciones (σύνδεσμοι); 4. άρορα, que comprenden los pronombres personales así como los pronombres relativos y el artículo. Asimismo, los estoicos distinguían las modalidades (o categorías gramaticales secundarias) siguientes: el número, el género, la voz, el modo, el tiempo, el caso, siendo los primeros que fijaron la teoría (Aristóteles, como lo hemos visto, hablaba también de casos pero, bajo ese término, metía las derivaciones, las flexiones verbales, etc.).
Tomado de:
KRISTEVA, Julia (1988): El lenguaje, ese desconocido. Introducción a la lingüística. Madrid, Ed. Fundamentos, pp. 94-105