24 abril 2015

Dandys. Gloria Durán Hernández-Mora


Barbey D' Aurevilly

Dandys


Gloria Durán Hernández-Mora



Barbey definió al dandy como un artista y una obra de arte, una síntesis de intelectualidad y aristocratismo. El trabajo de Barbey y su definición fueron clave para el ulterior desarrollo del fenómeno en manos de Baudelaire. Baudelaire re-escribe el texto definiendo el dandysmo como el símbolo de la modernidad. 


Los principios del dandysmo, destilados por la pluma de Barbey D´Aurevilly, definirán las pautas para todo el sistema del yo como arte. El dandy, surgido de estos principios, será pues un ser auto estilizado y movido por cierto impulso ex-céntrico en contraposición a la burguesía postrevolucionaria dominante. El yo se transforma pues en un complejo sistema de signos, el cuerpo se hace signo, los gestos, los adornos, las maneras y, por supuesto la retórica y la puesta en escena. Baudelaire, que postulaba la desaparición del yo personal en los poemas, afirmaba en cambio la intransferible singularidad del poeta. 


Todo este complejo sistema se presenta para los otros, los demás, los jueces supremos de uno mismo. Ante ellos uno ejerce cierta auto-promoción y auto-afirmación que publicita esa auto-construcción. Paradójicamente, él, la persona desaparecerá tras el dandy. En su desprecio al resto se muestra solo el ser disfrazado de otra cosa. Quizá estemos frente a un circuito cerrado sin salida aparente. Construcción de sí mismo para unos otros a quienes se desprecia. Construcción quizá para sí mismo. Auto-convencimiento de que se es eso que se muestra, a sabiendas de que nunca se acaba de ser del todo. Aquí comenzaría la misma paradoja del sistema pues cada dandy parece desaparecer bajo su misma distinción. 


El dandysmo es una oposición a la vulgaridad en todas sus posibles formas. En la ropa, en los objetos de los que se rodea, en el modo de andar, de sentarse, de caminar, de mostrarse, de presentarse y, claro, de relacionarse con los demás. El amor no será para ellos más que una calamidad, una burda dedicación que encierra cierta obligación asfixiante, la pasión un absurdo y la moral burguesa absolutamente deleznable. Muestran una indolencia manifiesta y prefabricada. Su filosofía es la del auto control no la del placer. Solo gustan de lo artificial. De nada hacen algo y lo que es considerado importante por el resto es despreciado por ellos. Ellos se consideran artefactos ex nihilo, artefactos de la perpetua negación. 


Por tanto el dandysmo sí se puede analizar, el mismo Baudelaire apunta como lo que hoy es bueno para un dandy no lo será mañana, él como hijo de un tiempo y una sociedad se va construyendo en cada caso, pero, eso sí, unos principios generales del dandysmo han de establecerse. Así es como los llamara D´Aurevilly en su tratado. Cada dandy perfila, destila y perfecciona ciertos principios, pero estos principios se fijaron durante el siglo XIX. 


Todo este sistema se asentará en la paradoja generando ciertos callejones sin salida. Para ser dandy habremos de establecer en primer lugar un prerrequisito, la vanidad, más que eso, la fatuidad, una vanidad satisfecha de sí misma. Después las mismas bases, todo un abanico de paradojas. 


Uno: seres desclasados, que evitan su origen burgués repudiando todo lo que ello implica, al salir de la clase que les toca deben generar otra clase, otra casta, esta vez de individualidades. Salen de una clase para, paradójicamente, inscribirse en otra por decisión personal y no por cuna. 

Dos: se posicionan contra toda la normativa y la normalidad de la clase media, son antisociales siendo plenamente sociales. Desarrollan su batalla privada contra todo convencionalismo en el centro mismo de la sociedad a la que condenan, siempre en los márgenes o en las fronteras, pero los márgenes, al fin y al cabo, siguen estando dentro del sistema. No abogan por la revolución sino por la sutil rebelión. 

Tres: generan su propuesta, compuesta por entero de matices, para un selecto público capaz de leer tales sutilezas. Se apoltronan en una ciudadela, un barrio, varias calles, que justifican su perpetuo performance. Se hacen vendedor y mercancía en un solo cuerpo, emisor y receptor del sistema de comunicación, principio y fin del dandysmo. 

Cuatro: su lema, nihil mirari, conservar siempre la impasibilidad, Epicuro y la dicha de las piedras. No mostrar su humanidad mostrándola permanentemente, ser inmunes a todo dolor, a toda pasión, a todo sobresalto. Azúa los llama enfermos de macrocefalia, Sartre habla de una hipersensibilidad que debe protegerse, una contención forzada que, quizá, les lleve a largas horas de solitario llanto. 

Cinco: rechazo del trabajo remunerado como representante del sistema económico y social burgués. Paradójicamente han de caminar en una fina línea que evite su inclusión en un amateurismo que también se rechaza. Fingir no trabajar y no parar de producir. Renuncia a beneficiarse económicamente de un producto de su elevado espíritu. 

Seis: vivir en un perpetuo ocio, beneficio de unos privilegiados, ocio que conduce inevitablemente al spleen, el ennui, o, el vulgar aburrimiento. Generar una vida que solo busca salir de ese aburrimiento que, por otro lado, es imprescindible, salir para regresar, o regresar para salir. De nuevo otro circuito cerrado y paradójico. 


Charles Baudelaire (1821-1867)


El yo como arte


El dandy era admirado como un retrato andante. Podía concebir una corbata, según Balzac, como una escultura del mismísimo Fidias. Infundía a un vulgar guante una belleza, insistirá Barbey, que probará que el dandy es un artista en todas las cosas. Y aun más allá, podía crear los mismos efectos con su persona que los demás con sus obras de arte. Para Baudelaire, incluso los más admirables artistas, Edgar Allan Poe, Eugéne Delacroix y Constantine Guys, serán los principales ejemplos de dandys, quienes no tienen más función que cultivar la idea de la belleza en su persona . Al final los mismos dandys hablan de otros dandys y del mismo dandysmo en términos de artefacto, ellos son, y quieren ser cosas, artefactos. El poder de su misma artisticidad los pone, sistemáticamente, en primer plano. 


Hay tres substancias naturales que son comunes a todos los seres humanos: un cuerpo; un comportamiento, que incluiría lo físico, los movimientos y los gestos, y también las manifestaciones fisiológicas, las maneras y la educación; y un discurso o un modo de hablar. Cada una de estas substancias naturales, sin embargo, pueden ser divididas en un número de categorías y subcategorías: cuerpo/ cara/ ojos. Cada una de las cuales a cambio implican un número de paradigmas; por ejemplo la subcategoría ojo implicará ciertas formas, colores, tamaños. Un individuo puede ser concebido como un compendio de elecciones hechas desde dentro de cada uno de estos paradigmas, elecciones que particularizarían las trazas de su cuerpo, el modo en el que habla y actúa. En este sentido, una auto-representación individual podría ser definida como un acto de elección. 


Cuando Baudelaire habla del dandy como un artista cuya persona irradia mucha más poesía que su trabajo, o cuando Balzac observa que su tratado sobre la elegancia contiene los principios que vuelven la vida poética, subrayan la noción de que el yo-como-arte es, como la función poética en el lenguaje, no son medios que conducen hacia unos fines pragmáticos. Son, sin embargo, elecciones que se justifican a sí mismas como autónomos objetos de contemplación. Ellos, los dandys, se convierten en unas obras de arte ambulantes que son un fin en sí mismos. 


Desde que existe un discurso poético común para todos los dandys será más significativo hablar de un idiolecto y por extensión de una écriture en el sentido dado por Barthes: el lenguaje de una comunidad lingüística, esto es, de un grupo de personas interpretando todas las sentencias lingüísticas, énoncés, de la misma manera. Este idiolecto (el lenguaje o el modo discursivo de un individuo durante un periodo particular de su vida) no se desarrolla, evoluciona, de ningún modo, como los lenguajes naturales. Este idiolecto emana de un grupo particular, en este caso los escritores del dandysmo, quienes conscientemente elaboran un código y un marco de reglas para su articulación. Al quedarnos con la noción de un idiolecto, el yo aristocrático debe mostrar un suficiente número de elementos del código para ser descifrado apropiadamente e identificado como uno perteneciente a la comunidad del idiolecto, pero, al mismo tiempo, cada miembro deberá enfatizar ciertos rasgos e introducir ciertas variantes permitidas. Cada dandy deberá demostrar su competencia a través del manejo maestro del código, pero también deberá crear un performance personalizado. 


Para el propósito de la simplificación, podemos hablar, con Lotman, de un yo-como-arte que se hace lenguaje transformándose en un texto artístico que manifiesta una estética de la identidad, la que ni soporta ni confirma los valores artísticos dominantes en la cultura, sino que se manifiesta como portador de una estética de oposición, cuyo objetivo es suplantar y/o destruir la hegemonía previa cultural. El dandy será pues portador de la estética de oposición, de negatividad dentro de la autonomía moderna a la que se refiere Claramonte. También, siguiendo a Domna Stanton, vamos a identificar esta estética de la oposición, de negatividad, como un afán muy dandystico de agradar desagradando, de desarrollar el sutil arte de seducir espantado; l´art de plaire en déplaisant. 


El arte de agradar desagradando 


En las sentencias de Barbey encontramos las suculenta mezcla de contrarios que caracteriza el sistema de los dandys: un juego perverso entre la atracción y la repulsión que llena una necesidad de cautivar a las gentes que se consideran inferiores y que, paradójicamente sucumbían encantadas a tal juego malvado.


Tal y como lo feo alcanzó su valor independiente en la estética romántica, déplaire, en un desarrollo análogo, llego a ser un principió poético autónomo. Incluso donde Baudelaire ofende, Gautier apuntó, lo hace de un modo tan intencionado, en acuerdo con una estética propia, y tras largas reflexiones


La definición de Baudelaire es prototípica: los dandys son seres privilegiados en los que el encanto (la monería) y lo maravilloso están tan intima y misteriosamente mezclados juntos . Baudelaire, como teórico y practicante del dandysmo apunta, que le proporcionaba un aristocrático placer el desagradar, desagradar inmovilizando a la presa en la sutil agresión, ese era el principio aristocrático y base estética. La paradoja contenida en ese agradar desagradando permite una fusión y una confusión de causa y efecto. Esta ambigüedad fundamental en el sistema del dandysmo nos provee del espacio de la diversidad, una noción que Baudelaire consideró integral a toda expresión artística.


Tal como Barbey lo expone, el dandy tiene la obligación de producir la impresión de ser un palacio dentro de un laberinto. El máximo dandy, Brummell era especialmente adepto a esparcir dosis perfectamente iguales de terror y de afabilidad, de las que el tramaba la poción mágica de su influencia. El más bello modo de amenazar, Barbey especificó, es esa cierta hostilidad contenida. Tal como Mesnilgrand, su personaje de Las Diabólicas, se apresura a explicar a un ser inferior: Mi querido amigo…. Los hombres… como yo siempre han existido con el único propósito de asombrar a los hombres… como usted. En la definición de Baudelaire, el dandysmo trae juntos el placer de sorprender con la arrogante satisfacción de no ser jamás sorprendido.


Una de las marcas de los dandys, generaliza Barbey en su tratado será, no hacer jamás lo que de ellos se espera; su contradicción sistemática los impulsa a salir siempre con aquello que es inesperado, siempre algo que sea singular. Este énfasis constante en lo raro refleja la valoración de la originalidad como la condición sin la cual no hay posibilidad de mostrar, y demostrar, la superioridad: el dandy, como el artista del XIX, no puede existir si no posee cierta exquisita originalidad. Ninguno sabía esto mejor que Baudelaire quien identificará al dandy con el poeta, ambos serán para el escritor desviaciones paralelas de los códigos de los burgueses filisteos. Con el cultivo de la perversión como principio, lo bizarro emerge lógicamente en la estética de Baudelaire como un signo positivo: Lo bello es siempre bizarro... contiene algo ligeramente bizarro, inocente, involuntario, e inconsciente, y es precisamente este toque bizarro lo que lo hace Bello…. La medida de lo bizarro que constituye y define la individualidad… juega en arte el mismo rol que el sabor o el condimento lo hace en las comidas; la comida no difiere una de otra, si dejamos aparte su utilidad o su valor nutricional, excepto por la idea que ellas revelan a la lengua.


Más aún, aunque lo bizarro, pudiera, en boca de Baudelaire, parecer espontáneo, habrá, deberá haber, una conciencia controladora que ordena el producto del arte, del yo-como-arte: No hay accidentes en el arte, ninguno más de los que hay en la mecánica. Un simple descubrimiento es el simple resultado de un buen razonamiento…. Una pintura es una máquina cuyos sistemas son inteligibles para un ojo entrenado. Esta concepción de la intencionalidad posee implicaciones globales para el sistema del yo aristocrático. La idea de la belleza de un hombre, escribe Baudelaire, esta impresa en el modo en el que él viste, el modo de arrugar o almidonar su traje, como afila o suaviza su gesto, y en el largo plazo, incluso sutilmente marcará los rasgos de su rostro. Finalmente aparecerá como la persona que quisiera ser. Es aquí donde el poeta es igual al dandy, esto es, el individuo que ilustra por medio de su corpus textual la significación de la misma modernidad como sistema … el vestir de una persona, el peinado e incluso sus movimientos, su mirada y su sonrisa (cada periodo tiene su propio modo de caminar, su look y su sonrisa) forman un conjunto que tiene una vitalidad propia.
















Tomado de: 

DURAN HERNANDEZ-MORA, Gloria (2009): Dandysmo y contragénero. El artista dandy de entreguerras. Tesis doctoral. Universidad Politécnica de Valencia, pp. 67-71, 95-100.