Cine y literatura:
el problema de la estructura temporal
Umberto Eco
Es evidente que para hablar de las relaciones o analogías entre cine y narrativa es necesario, ante todo, distinguir rigurosamente las características específicas de estas dos formas de arte, distintas por la «materia» artística de que se sirven por la relación de placer que se establece entre el producto estético y el consumidor, tanto a un nivel psicológico como sociológico, y, por consiguiente, por todos esos elementos «gramaticales» y «sintácticos» que se derivan de estos factores. En este sentido toda la discusión de Chiarini me parece aceptable al menos como discurso preliminar para limpiar el campo de una serie ele equívocos, en primer lugar el que se refiere a los «géneros», que en una determinada etapa de la estética italiana se creyó oportuno arrinconar.
Chiarini insiste en la diferencia substancial entre un arte que utiliza palabras-conceptos y un arte que utiliza imágenes; y debemos pensar que en el primer caso (el de la literatura) el consumidor es provocado por un signo lingüístico recibido bajo forma sensible, pero consumido sólo a través de una operación más bien compleja, aunque inmediata, de exploración del «campo semántico» ligado a dicho signo, hasta que, sobre la base de los datos del contexto, el signo evoque, con la acepción apropiada, una suma de imágenes capaces de estimular emotivamente al receptor. Por el contrario, en el caso de estímulo-a través de una imagen (el caso del cine), el proceso es inverso y el primer estímulo procede del dato sensible sin racionalizar ni conceptualizar, recibido con toda la viveza emotiva que esto entraña. En otros términos (y como han demostrado recientes estudios, por ejemplo los análisis de Cohen-Séat), la primera reacción frente a la imagen no es, no ya intelectiva, sino ni siquiera «intuitiva» (en el sentido que la estética crociana suele conferir a este término); es precisamente fisiológica: una pulsación cardíaca acelerada precede a toda comprensión y decantación crítica del dato, el esbozo de respuesta motora registrado por el encefalograma precede no sólo al asentimiento de la inteligencia sino también al de la fantasía. Sin hablar de la relación diferente de contacto con el objeto artístico, según la cual el lector de la obra literaria recibe el complejo de estímulos cuando se halla en relación individual y privada con la página escrita, mientras que el espectador de la ,obra cinematográfica consume dicha obra en un ambiente social de características muy concretas, cuyas repercusiones psicológicas han sido ya objeto de demasiados estudios y discusiones para que nosotros nos ocupemos aquí de ellas.
Bastan estas diferencias tan evidentes para desaconsejar una comparación demasiado fácil entre cine y narrativa. Por consiguiente tiene razón Chiarini cuando rechaza, por ejemplo, la analogía entre la noción de «imagen» fílmica y la de «imagen» narrativa, o la analogía entre determinadas nociones de gramática fílmica (travelling, corte, etc.) y determinados procedimientos literarios. Pero obsérvese que cuando alguien utiliza tales analogías lo hace en forma de metáfora: del mismo modo, podríamos decir, que un crítico literario que afirme que la figura del Cardenal Federico está «esculpida» con vigor. A un nivel crítico esta utilización de expresiones metafóricas es correcta; más aún, en la medida en que la crítica es una disciplina que no puede proceder a través de como probaciones cuantitativas, sus valoraciones no pueden expresarse, en general, más que a través de metáforas. El error empieza cuando de este uso empírico de una metáfora se pasa a una teorización en la que la metáfora se considera válida, confiriéndole valor literal.
Pero ocurre que muchas disciplinas contemporáneas proceden en sus análisis transformando la investigación de analogías en determinación de «homologías»: es decir, determinando homologías de estructura entre fenómenos pertenecientes a distintos órdenes y, sin embargo, descriptibles e interpretables recurriendo a modelos estructurales que, en su forma general, son iguales. Pensemos en los estudios de Lévi-Strauss sobre las homologías entre las estructuras de la familia y las estructuras lingüísticas en determinadas civilizaciones; o, a un nivel bastante más sencillo, en las homologías de estructura entre ciertos minerales y los cristales de nieve; por último, hasta un límite a partir del cual puede empezar la libre e inverificable intuición interpretativa y la reconstrucción novelada, en los estudios realizados por Panofsky sobre las homologías entre el modo de organizar los elementos en la planta de una catedral gótica y el modo de organizar los elementos de un tratado teológico (homologías que permiten al historiador de arte hallar criterios operativos en el ámbito de una misma cultura). De este tipo de homologías considero que puede hacerse una utilización metodológicamente cauta, encaminada simplemente, a una estudio unitario de un complejo de fenómenos (sociológicos, físicos o culturales), hoy, cuando no admitimos la posibilidad de recurrir a la noción dogmática de un designio metafísico inherente a las cosas, capaz de explicar con una fórmula única la complejidad de los fenómenos conocidos; y la aplicación de la homología estructural facilita un terreno en el que moverse para adelantar hipótesis acerca de la conexión de dos fenómenos, sin que, por otra parte, la conexión se haya establecido a priori como condición de la inteligibilidad del fenómeno, y teniendo plena consciencia del hecho de que la homología se presenta únicamente porque para describir e interpretar los diversos fenómenos se recurre al convencionalismo de ciertos módulos descriptivos que permiten su determinación. Hay quien, al aplicar en otro campo un método de este tipo, ha acusado al método mismo de no ser más que un enmascaramiento de la noción de «reflejo», utilizada para determinar conexiones entre fenómenos culturales y fenómenos económicos y sociales; y hemos de responder que no se trata de ninguna forma de enmascaramiento, sino de un procedimiento descriptivo preliminar en base al cual se podría, después, llevar a cabo de forma útil una interpretación en términos de reflejo.
Ahora bien, volviendo a las relaciones entre cine y narrativa, creo que entre ambos «géneros» artísticos puede determinarse al menos una especie de homología estructural sobre la que se puede investigar: y es que ambos son artes de acción. Y entiendo «acción» en el sentido que da al término Aristóteles en la Poética: una relación que se establece entre una serie de acontecimientos, un desarrollo de' hechos reducido a una estructura de base. Que después esta acción en la novela sea «narrada» y en el cine «representada» (y aquí se establece la diferencia sobre la que acertadamente insiste Chiarini) no invalida el hecho de que en ambos casos se estructure una acción (aunque sea con medios distintos).
La diferencia entre la acción fílmica y la narrativa parece ser la siguiente: la novela nos dice «sucede esto y aquello, etc.», mientras que el film nos sitúa ante una sucesión de «esto + esto + esto etc.», una sucesión de representaciones de un presente, jerarquizables sólo en la fase de montaje.
Pensemos en el episodio de la sala de máquinas en el Potemkin: es sólo una sucesión de momentos «presentes» que, inteligentemente montada, se convierte en un discurso capaz de ofrecernos motivaciones psicológicas, el desarrollo de una disposición interior, un choque de sentimientos. Y por este motivo Balázs (citado por Chiarini) recordaba cómo -a propósito del Potemkin-había podido eludirse la censura dejando para el final la escena inicial del fusilamiento.
El tratamiento de la temporalidad que el film introduce no carece, ciertamente, de efectos en la cultura contemporánea: ha propuesto de una forma tan violenta un nuevo modo de entender la sucesión y la contemporaneidad de los acontecimientos que incluso las demás artes han reaccionado ante esta provocación. Y si varios autores han hablado tan insistentemente de las relaciones entre cine y narrativa y si Hauser ha podido plantear «bajo el signo del cine» casi todo el arte contemporáneo, esto significa que, si bien estos autores utilizaban a menudo analogías-metáforas advertían también, quizá sin analizarlas, homologías de estructura.
Y si es cierto que puede analizarse el Ulises y demostrar que el modo de expresar la inmediatez de los monólogos interiores de Bloom no tiene nada que ver con la inmediatez de las imágenes fílmicas, sin embargo, tratando de analizar el episodio de los Wandering Rocks vemos que, en la descomposición del episodio en dieciocho episodios menores nos hallamos frente a un tratamiento ele la acción que permitiría perfectamente pasar al comienzo el episodio del final sin que ninguna censura se percatase del hecho, puesto que bastaría recurrir a este subterfugio para camuflar el capítulo en cuestión.
Arte y técnica del film de L. Chiarini (1962) |
Pensemos ahora en una novela como Dans le Labyrinthe de Robbe-Grillet: también en este caso el uso del presente permite en realidad concebir la acción como un sistema de yuxtaposiciones de la estructura temporal más próximo al de una película que al de una novela tal como tradicionalmente se ha venido entendiendo.
Pero no necesitamos recurrir a obras de refinada estructura experimental; estoy pensando en una novela policíaca comercial, En La vorágine del tiempo, de B. S. Ballinger, que empieza con el hallazgo de un cadáver y continúa, a través de una serie de fragmentos narrativos, con la crónica de la encuesta que se lleva a cabo sobre dicho cadáver; pero estos fragmentos se dividen a su vez en otra serie de fragmentos, la sucesión de los cuales nos va ofreciendo paralelamente la historia de un individuo que, al final, es asesinado y resulta ser el cadáver aparecido al principio. El procedimiento de la novela muestra tales características que muy bien podría constituir el guión de una película. Cada fragmento, aunque en su interior está articulado de acuerdo con la temporalidad propia de la novela tradicional, en relación con los fragmentos alternos no se «compromete» hasta el punto de revelar su posición temporal recíproca. Si la segunda serie precediese, reunida en bloque, a la primera y ésta se pusiera completa a continuación, el relato podría seguirse igualmente. Sólo le faltaría el suspense y ese sutil sentimiento de angustia, de fatalismo, de inquietud, que impregna esta digna, aunque artesanal, novela. En otras palabras, la calidad de la novela deriva de la aceptación de una temporalidad «ajena» que la literatura ha «aprendido» viendo cine e intentando trasladar sus artificios a un nivel literario. Esto no significa que la novela (aparte de su valor artístico) sea una falsa novela o un film abortado: constituye un determinado tipo de novela, posible solamente en una cultura provocada por el cine, y que ha alcanzado su especial calidad narrativa precisamente aceptando homologías de estructura con el film.
Estos intercambios son más frecuentes de lo que a primera vista parece, y no son tampoco demasiado nocivos. Por ejemplo: el film puede presentar como contemporáneas dos escenas ocurridas en distintas épocas. Habitualmente hace uso de ello con sobriedad (representación del recuerdo, por ejemplo) pero dos films como Robo a mano armada y Salvatare Giuliano se basan, en cambio, exclusivamente en el uso de flash-back: en el primer caso para poder presentar todas las acciones paralelas-ejecutadas a un mismo tiempo por distintos personajes, en el segundo caso para romper la sucesión temporal de una acción única y dar la sensación de una verdad de los hechos que se perfila confusamente, bajo la forma de las distintas etapas de una encuesta, y de modo contradictorio. Ahora bien, es indudable que al menos en una medida tan rigurosa e intensa, técnicas de este tipo han sido utilizadas antes por la literatura (pensemos en el ejemplo citado de Joyce). El hecho de que procedan de la literatura no ha llevado a nadie a acusar a estos dos films de «literarios»; y, de hecho, no podría afirmarse que sus dos directores tuvieran en la mente modelos literarios. Lo único que puede legítimamente afirmarse es que existen homologías en la forma de estructurar la acción en films de este tipo y en obras narrativas como las de Joyce y Robbe-Grillet.
Poner de relieve homologías de estructura significa simplemente esto: insinuar la sospecha de que la observación de Balázs sobre el final del Potemkin puede aplicarse también a una obra como Composition N°1 de Max Saporta (dejando a un lado el hecho de que en el primer caso nos enfrentamos con una obra de arte y en el segundo con un juego que sólo es válido por las reflexiones que inspira). La conclusión, preliminar, cauta, y, sobre todo, modesta, es que resulta posible establecer comparaciones entre la forma de un film v la forma de una novela al menos en el plano ele la estructuración de la acción; y aquí existe una posibilidad de investigación para quien quiera profundizar más el hecho de que en un determinado clima cultural distintas artes planteen problemas del mismo género con soluciones estructuralmente semejantes. Y tiene razón Chiarini cuando advierte que ciertos paralelismos entre distintas artes no deben nunca verificarse en base al patrón de una absoluta contemporaneidad; existen variaciones de decenios, décalages de diverso tipo. Una propuesta para un desarrollo posterior podría ser la siguiente: el film, cuando descubre la posibilidad de jugar, a través del montaje, con varios «presentes» y poner así en tela de juicio una determinada noción de sucesión temporal, se sirve de esta prerrogativa como de un medio para representar algo distinto: mientras que la narrativa, en el momento en que descubre esta posibilidad, la elige como objeto de discurso, es decir, no se sirve de la combinación de series temporales para narrar una historia que exigiera este artificio, sino que, en realidad, relata determinadas historias para poder profundizar el tema de la posibilidad de combinación de series temporales, eligiendo, en definitiva, como «terna» del relato el problema del tiempo (y a través de éste el de la consciencia).
Pero tampoco el film se ha mantenido al margen de esta consciencia: en el Potemkin el hecho de que la escena final pueda trasladarse al comienzo no tiene nada que ver con las intenciones del autor y sólo accidentalmente se deriva de la naturaleza misma del lenguaje fílmico, basado precisamente en una sucesión de representaciones del presente; pero en Salvatore Giuliano el hecho de que la escena final (la descarga de fusiles, pudiera ser muy bien la escena inicial -y se pone al final precisamente por concretas razones polémicas, para poner de manifiesto que la historia no ha terminado, que todo vuelve a empezar como al principio -no es un hecho casual, sino que depende de una rigurosa voluntad formativa del director que ha asumido intencionadamente una visión polémica de las relaciones temporales y ha sometido un determinado esquema estructural a las exigencias de un discurso comprometido. Vemos, por lo tanto, que el problema de la estructura temporal, tanto en el film como en la narrativa, se convierte en objeto consciente de reflexión. En último extremo, un film como El año pasado en Marienbad utiliza la historia como un simple pretexto para representar la problematicidad de las sucesiones temporales; y, por «literario» que resulte, ha resuelto, sin embargo, su vocación literaria en una materia fílmica, asumida como tal por el espectador en la oscuridad de la sala, ese mismo espectador que, lector de Robbe-Grillet, «razona» sobre la descomposición del tiempo «relatada» en El Laberinto pero, espectador de Resnais, «sufre» sobre todo como choque emotivo la misma descomposición del tiempo. En último extremo Marienbad podría considerarse como un film fallido, pero un film, no una novela fallida. Nos hallamos frente a dos «géneros. distintos a pesar de una enorme homología de estructura que, una vez evidenciada, nos debe llevar a un estudio más general sobre la circulación de las ideas en un determinado ámbito cultural y sobre la forma que asumen, en el ámbito de distintos géneros artísticos, los mismos problemas culturales.
1962
Tomado de:
Eco, Umberto (1970): La definición del arte. Madrid, Ed. Martínez Roca.
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