Historia y memoria
Roger Chartier
Las obras de ficción, al menos algunas de ellas, y la memoria, sea colectiva o individual, también dan una presencia al pasado, a veces a menudo más poderosa que la que establecen los libros de historia. Por ello, lo que se debe analizar en primer lugar son esas competencias. Gracias al gran libro de Paul Ricoeur, Memoire, histoire, oubli, las diferencias entre historia y memoria pueden trazarse con claridad. La primera es la que distingue al testimonio del documento. Si el primero es inseparable del testigo y supone que sus dichos se consideren admisibles, el segundo da acceso a "acontecimientos que se consideran históricos y que nunca han sido el recuerdo de nadie" Al testimonio, cuyo crédito se basa en la confianza otorgada al testigo, se opone la naturaleza indiciaria del documento. La aceptación o el rechazo de la credibilidad de la palabra que testimonia el hecho es reemplazada por el ejercicio crítico, que somete al régimen de lo verdadero y de lo falso, de lo refutable y lo verificable, a las huellas del pasado.
Una segunda diferencia opone la inmediatez de la reminiscencia a la construcción de la explicación histórica, sea explicación por las regularidades y las causalidades (desconocidas por lo actores) o explicación por sus razones (movilizadas como estrategias explícitas) Para poner a prueba las modalidades de la comprensión historiadora, Ricoeur optó por privilegiar la noción de representación, por dos razones. Por un lado, ésta tiene una doble condición ambigua en la operación historiográfica: designa una clase de objetos en particular, definiendo a la vez el régimen mismo de los enunciados históricos. Por otro lado, la atención que presta a la representación, como objeto o como operación permite retomar la reflexión sobre las variaciones de escala que ha caracterizado el trabajo de los historiadores a partir de las propuestas de la microhistoria y, más recientemente, de las diferentes formas de vuelta a una historia global.
Una tercera diferencia entre historia y memoria opone el reconocimiento del pasado y representación del pasado. A la inmediata fidelidad (o supuesta fidelidad) de la memoria se opone la intención de verdad de la historia, basada en el procesamiento de los documentos, que son huellas del pasado, y en los modelos de inteligibilidad que construyen su interpretación. Y sin embargo, dice Ricoeur, la forma literaria, en cada una de sus modalidades (estructuras narrativas, figuras retóricas, imágenes y metáforas) opone una resistencia a lo que él designa como "la pulsión referencial del relato histórico" La función de "representancia" de la historia (definida como la "capacidad del discurso histórico para representar el pasado") es constantemente cuestionada, sospechada, por la distancia introducida necesariamente en el pasado representado y las formas discursivas necesarias para su representación. entonces, ¿cómo acreditar la representación histórica del pasado?
El testimonio se asocia a la memoria. |
Ricoeur propone dos respuestas. La primera , de orden epistemológico, insiste en la necesidad de distinguir claramente y articular las tres "fases" de la operaciones historiográfica: el establecimiento de la prueba documental, la construcción de la explicación y la puesta en forma literaria. La segunda respuesta es menos familiar para los historiadores. Remite a la certidumbre de la existencia del pasado tal como la garantiza el testimonio de la memoria. En efecto, ésta debe ser considerada como "matriz de historia, en la medida en que es la guardiana de la problemática de la relación representativa del presente con el pasado" No se trata de reivindicar la memoria contra la historia, a la manera de algunos escritores del siglo XIX, sino mostrar que el testimonio de la memoria es el garante de la existencia de un pasado que ha sido y no es más. El discurso histórico encuentra allí la certificación inmediata y evidente de la referencialidad de su objeto. Incluso acercadas de esa manera, la memoria y la historia siguen siendo inconmensurables. La epistemología de la verdad que rige la operación historiográfica y el régimen de la creencia que gobierna la fidelidad de la memoria son irreductibles, y ninguna prioridad, ni superioridad, puede darse a una a expensas de la otra.
Por cierto, entre historia y memoria las relaciones son claras. El saber histórico puede contribuir a disipar las ilusiones o los desconocimientos que durante largo tiempo han desorientado a las memorias colectivas. Y al revés, las ceremonias de rememoración y la institucionalizacion de los lugares de la memoria han dado origen a menudo a investigaciones historicas originales. Pero no por ello memoria e historia son identificables. La primera es conducida por las exigencias existenciales de las comunidades para las que la presencia del pasado en el presente es un elemento esencial en la construcción de su ser colectivo. La segunda se inscribe en el orden de un saber universalmente aceptable, "científico", en el sentido de Michel de Certeau.
Tomado de:
CHARTIER, Roger (2007): La historia o la lectura del tiempo. Barcelona,Gedisa, pp. 34-38.