Satanás
Gabriel Andrade
Surgimiento de la imagen pictórica.
En términos doctrinales, el concepto del diablo quedó más o menos bien delineado durante los cinco prmeros siglos de la historia del cristianismo. Satanás ya no sería meramente el adversario en la corte de Dios, sino que se habría convertido ya en el archienemigo, dispuesto a asediar a los hombres con sus tentaciones y, en fechas más tardías, cargaba con la responsabilidad de administrar los castigos en el Juicio final.
Pero, todo esto permaneció fundamentalmente en un elevado nivel de abstracción. Los teólogos discutían sobre cuál fue el pecado primordial de Satanás, cómo fue engañado por Dios en el pago del rescate, etc.; pero muy rara vez se plantearon su aspecto físico. Si bien, en especial en épocas más tardías, hubo algunos teólogos que insistían en la inmaterialidad de los demonios y ángeles y, en ese sentido, no podían ser representados pictóricamente, la inmensa mayoría de cristianos asumía que el diablo sí tenía una figura representable físicamente.
Con todo, es curioso que, hasta el siglo VI, no hubiera ninguna representación pictórica de Satanás. E, incluso, no fue sino hasta el siglo IX cuando el diablo empezó a aparecer con mayor recurrencia en el arte cristiano. Las primeras formas de representación pictórica en el arte cristiano aparecen en las catacumbas romanas, a partir del siglo II. Pero, curiosamente, no hay representaciones del diablo ahí. El historiador Luther Link supone que esta ausencia es debida a la confusión y falta de nitidez en el concepto de diablo durante los primeros siglos de cristianismo (por ejemplo, siempre fue motivo de confusión si el diablo es un castigado más en el infierno, o si más bien es el verdugo que atormenta a los condenados).
Los inicios de la Edad Media coincidieron con la expansión proselitista del cristianismo al resto de Europa. Y, en su ímpetu exclusivista, los misioneros cristianos quisieron asegurarse de que los vestigios de las antiguas religiones europeas desaparecieran, o en su defecto, que fuesen asociadas con el mal y Satanás.
Así, muy pronto, las representaciones artísticas de Satanás a partir de la edad media empezaron a asimilar al dios Pan, el cual, según hemos visto, no es propiamente un dios maligno o del Inframundo, pero su indecorosa conducta sexual, obviamente, era asimilada al mal en una religión incómoda con el libre ejercicio de la sexualidad. Pan tocaba una flauta. Pues bien, la asociación del diablo con la música ha sido también un motivo recurrente en el arte cristiano (en algunas representaciones del infierno aparecen varios instrumentos musicales), y en el siglo XX, los representantes del heavy metal explotarían aún más este vínculo entre Satanás y la música.
Satanás empezó a ser representado con cuernos, cola y barba de cabra; estos elementos, por supuesto, proceden de Pan. En el siglo V, el autor cristiano san Jerónimo de Estridón asumió que los sátiros (como hemos visto, figuras mitológicas asociadas con las cabras) son demonios y, así, se fortaleció el vínculo entre Satanás y las cabras. También existe la posibilidad de que la asociación del chivo con Satanás proceda de la interpretación de la parábola de los corderos y las cabras, narrada en Mateo 25: 31-46.
Ahí, Jesús cuenta que el Juicio Final será como un pastor que separa a los corderos de las cabras. Los corderos son bendecidos, mientras que las cabras son arrojadas al fuego eterno. Los historiadores del arte asumen que la primera representación del diablo precisamente recapitula esta parábola. Se trata de un mosaico del siglo VI en Rávena (Italia), en el cual aparece Cristo en el medio, un ángel rojo a su derecha con los corderos, y otro ángel azul a su izquierda con las cabras. Se ha asumido que ese ángel azul es el diablo, aunque Luther Link opina que es sencillamente otro ángel, sin connotaciones satánicas.
En todo caso, la representación del diablo tardó al menos tres siglos más (a partir del siglo IX), y se le empezó a representar con el color negro (el gran pintor del temprano Renacimiento, Giotto, por ejemplo, pinta a un Judas que vende a su maestro y es acompañado por Satanás, una figura de color negro, en claro contraste con el colorido del fresco). Probablemente, el color negro es un corolario de la idea de que el mal es vacío o ausencia y, en ese sentido, se parte de la idea de que el negro es ausencia de color. Durante la época de la persecución de brujas, se asoció continuamente el negro con Satanás y, hasta el día de hoy, persiste esa asociación.
El rojo, como es sabido, también ha sido frecuentemente empleado para representar al diablo. Seguramente, tiene una asociación con la carnalidad y la sexualidad. Algunos pintores también optaron por el azul (por ejemplo, el propio Giotto) en su representación del diablo, quizás debido a su asociación con el combustible en las llamas del infierno. Desde un principio, el diablo fue representado con tonalidades de bestialidad. Desde el siglo VI en adelante, en el arte, Satanás, es un híbrido entre hombre y animal, muy similar a las figuras híbridas de la mitología clásica, pero con más énfasis en su aspecto repugnante. En virtud de su asociación con Pan, recurrentemente se le representaba con pezuñas y, en la imaginación popular, este rasgo era uno de los más persistentes. Cuando un viajero se encontraba con alguna entidad extraña, esperaba poder reconocerlmo Satanás observando sus patas y verificando que tuviera pezuñas. En varias pinturas medievales y renacentistas, apareció el tema del diablo que se disfraza como una persona amigable, pero al final, siempre se le puede descubrir debido a sus patas de animal. En el siglo XVI, por ejemplo, Shakespeare hace una irónica referencia a esta idea: en Otelo, el esposo consumido por los celos llega a creer que Iago (el personaje que lo ha contaminado con cizaña respecto a la fidelidad de su mujer) es el diablo y, para confirmar su creencia, revisa sus patas. Por supuesto, no tiene pezuñas, pero Shakespeare magistralmente maneja la idea de que el mal no necesita venir de criaturas fantásticas; con los seres humanos es suficiente.
En las representaciones pictóricas medievales, el diablo también empieza a aparecer con alas. Probablemente se trate de una recapitulación de la tradición de que Lucifer era originalmente un ángel y, en su rebeldía, cayó. Pero, si bien conserva sus alas, los artistas no deseaban asimilarlo demasiado a los ángeles benéficos, tradicionalmente representados con alas de aves. Así, Satanás empezó a ser representado con alas de animales más repugnantes, como el murciélago. Fue común pintar al diablo desnudo, presumiblemente para enfatizar su mundanidad e inclinación al pecado. También empezó a aparecer peludo para resaltar su aspecto bestial.
En varias representaciones aparece con faldas de pieles, a la manera de los renegados o cavernícolas, presumiblemente para presentarlo como un ser alienado de la sociedad. Es común verlo con el pelo flameante, probablemente porque así lo utilizaban varias tribus bárbaras en la antigüedad. Durante la Edad Media, el diablo no fue representado tanto en frescos o cuadros. Pero, las imágenes de Satanás sí empezaron a aparecer con mayor recurrencia en los manuscritos ilustrados, que empezaron a florecer durante la mayor parte del período medieval. Aparecieron manuscritos bestiarios, compendios de animales, algunos reales, otros imaginarios. Parte de esta imaginería fue empleada en la representación de Satanás. Se produjeron, también, salterios (colecciones del libro bíblico de los Salmos y otros añadidos) y los llamados Libros de horas, a saber, documentos que servían como manuales de instrucción a la hora de orar.
A estos manuscritos se les incorporaban imágenes extensamente decoradas. En muchas de estas ilustraciones, fue recurrente la aparición de Satanás. Quizás la más famosa aparece en Las muy ricas horas del duque de Berry, un manuscrito muy colorido del siglo XV. Una de las ilustraciones representa a un Satanás bestial que escupe fuego hacia arriba, y en ese fuego se consumen los condenados; aparecen, además, demonios subalternos con cuernos y alas de murciélago, temas muy comunes en la representación del diablo. Entre los historiadores del arte, predomina la opinión de que la imagen artística prototípica del diablo en la Edad Media fue tomada de las obras teatrales de misterio que se volvieron muy populares en aquella época. Estas consistían en representar escenas conocidas de la Biblia, en un formato sencillo, y en ocasiones con un aspecto bufo. Pero, pronto, las obras teatrales fueron mucho más libres en sus representaciones y el diablo no tardó en aparecer en ellas. La doctrina del descenso de Cristo a los infiernos, por ejemplo, vino a ser extensamente popularizada a partir de las obras de misterio.
Así pues, Satanás dejó de ser meramente una preocupación doctrinal de los teólogos y el populacho empezó a tomarlo muy en serio en todos los aspectos de la vida cotidiana. Frente a cualquier infortunio, se invocaba su responsabilidad. Y, a medida que tenía más espacio en las representaciones artísticas, crecía a su vez la preocupación en torno a sus triquiñuelas.
Leyendas medievales populares.
La literatura popular medieval se impregnó de las imágenes bestiales de Satanás. La leyenda dorada, un compendio de historias sobre santos recopiladas por Santiago de la Vorágine en el siglo XIII, adaptó el antiguo tema del mito de combate a un contexto cristiano. Así, en varias de las historias recopiladas en esta colección, un santo se enfrenta a un monstruo que presumiblemente es un representante de Satanás y lo vence. Por ejemplo, la veneración por san Jorge se hizo popular, a partir de su reseña en La leyenda dorada. Se narra ahí que un dragón (quizás en forma de cocodrilo) tenía un nido en un riachuelo que abastecía de agua a la ciudad de Cirene. Para distraer al dragón, los ciudadanos le ofrecían ovejas y, en su defecto, hermosas doncellas escogidas al azar. Un día, el azar estipula que la hija del rey debe ser entregada al dragón, pero repentinamente llega san Jorge. Se persigna, mata al dragón, y rescata a la princesa.
A la par del diablo en la doctrina, la teología y el arte, en la Edad Media fue prosperando el folclore popular en torno a Satanás. La imagen terrorífica del diablo continuó, pero también fue apareciendo la imagen del diablo estúpido. Ciertamente la Edad Media fue un período lúgubre y deprimente para buena parte de la población europea, pero con todo, hubo espacio para las ocasiones bufas y, en muchas de ellas, la imagen del diablo se hacía presente. Por ejemplo, circuló la leyenda de san Dunstan, un monje inglés del siglo IX. San Dunstan se dedicaba al estudio, la artesanía, y a tocar el harpa. En una ocasión, el diablo se le apareció para molestarlo. Pero, en vez de sentir temor, san Dunstan tomó unas pinzas y sujetó la nariz del diablo con ellas. Vencido, el diablo se tuvo que marchar. También circulaban leyendas sobre los puentes del diablo. La ingeniería medieval empezó a producir puentes sobre ríos y entre montañas. El populacho admiraba estas obras de ingeniería pero, en buena medida, debido a la falta de confianza en las capacidades humanas, se dudaba de que los seres humanos fueran capaces de producir semejantes obras. Así, se empezó a postular que el diablo habría hecho un pacto con los arquitectos: construiría el puente, pero a cambio, exigiría el alma de la primera persona que lo cruzara. No obstante, los humanos terminan siendo más astutos que el propio Satanás, pues se aseguran de que un perro o algún otro animal sea el primero en cruzar el puente. Así, a pesar de su talento para construir puentes, el diablo es al final estúpido y es burlado.
Las historias de los pactos con el diablo serían desarrolladas durante el Renacimiento, pero ya en la Edad Media empezaron a aparecer leyendas de este tipo. Quizás la pionera en este tipo de leyenda (y la cual sirvió de inspiración para la posterior leyenda de Fausto), es la historia sobre Teófilo. Según se narra, Teófilo era el archidiácono de Adana en el siglo VI, y fue seleccionado como obispo de esa localidad, pero por humildad, rechazó esa posición. Otra persona asumió el obispado, pero removió a Teófilo de su posición como archidiácono. Entonces, Teófilo buscó la ayuda de un hechicero e hizo contacto con Satanás. El diablo hizo un pacto con Teófilo: lo convertiría en obispo, pero a cambio, exigiría su alma. El pacto se firmó con sangre. Pero, al pasar los años, Teófilo se arrepintió e imploró a la Virgen María, y ayunó. La Virgen hizo que el pacto quedase impreso sobre el pecho de Teófilo, este acudió a un obispo, y se quemó públicamente el pacto. Así, Teófilo murió, pero salvó su alma.
Teófilo de Aldana inspiró las leyendas populares sobre los pactos con el diablo. |
Eventualmente, el diablo se volvió un asunto cotidiano en la imaginación medieval. Su encuentro no era ya un evento tan extraordinario. Cualquiera podría encontrarse con Satanás en cualquier lugar y a cualquier hora y, para eso, era necesario estar prevenido. En tal momento, esta cotidianidad asumió una tonalidad sexual y surgieron así las leyendas en torno a los íncubos y los súcubos. Los íncubos eran demonios que visitaban a las mujeres durante el sueño. Mientras dormían, estos demonios yacían sobre ellas (de ahí la etimología, «incubare», que significa «yacer encima de») y las violaban. Según el relato de las supuestas víctimas, sentían un peso encima, mientras dormían, y la penetración del demonio. Casi todas las mujeres narraban que los íncubos tenían el órgano sexual frío como el hielo. Para algunas, la experiencia era fundamentalmente una violación. Para otras, la experiencia era placentera, pero irónicamente, esto contribuía a su estigma, pues se esperaba un total repudio de los avances sexuales de los demonios.
No sabemos bien qué ocurría durante estos supuestos encuentros. Bien pudieron tratarse de hombres que se disfrazaban para violar a las mujeres, y empezaron a circular rumores de que los demonios acechaban. O bien pudieron tratarse de histerias colectivas, las cuales fueron típicas durante la época de caza de brujas. Hoy sabemos que hay varios tipos de trastornos del sueño; la ciencia moderna nos permite comprender mejor la llamada Parálisis del sueño, un desorden mediante el cual la víctima está a medio camino entre estar dormida y estar despierta, y siente una tremenda debilidad muscular. Estos síntomas muchas veces parecen coincidir con los relatos sobre las visitas de los íncubos. No en vano, los sueños pesados han sido reportados durante todas las épocas y a lo largo de casi todas las culturas.
La preocupación por los ataques de los íncubos es de vieja data en la historia del cristianismo. La asociación entre Satanás y la sexualidad ha sido antigua y perenne, pero salió especialmente a relucir a partir de las historias sobre los ángeles caídos que, como hemos visto, bajaron a la tierra a aparearse con las mujeres. Entre los teólogos medievales, hubo desacuerdo respecto a las posibilidades sexuales de los demonios. En un inicio, los teólogos admitían que los íncubos tenían la capacidad de embarazar a las mujeres y, precisamente, ahí yacía su peligro. La imaginación medieval era muy proclive a interpretar los nacimientos deformes como el producto de relaciones entre íncubos y mujeres. Pero, si como se suponía, los demonios eran ángeles caídos, y por lo tanto, no eran seres con sustancia propiamente material, ¿cómo podían fertilizar a las mujeres? En el siglo XIII, santo Tomás de Aquino propuso que los demonios no tienen capacidad para reproducirse y formuló una teoría muy curiosa: los súcubos (demonios femeninos) visitan a los hombres en la noche y recogen su semen. Luego, se convierten en íncubos (demonios masculinos), e implantan en las mujeres el semen recogido previamente.
Tomado de:
ANDRADE, Gabriel (2014): Breve historia de Satanás. Desde los persas hasta el heavy metal. Nowtilus, pp. 99-107.
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