El adjetivo es el "decir" del deseo
Entrevista a Roland Barthes
La entrevista con Roland Barthes ha sido realizada antes de la aparición de su importantísimo libro El placer del texto, en las Éditions de Seuil (Siglo XXI, 1974). Es evidente que este libro es la referencia principal de esta entrevista.No nos proponemos hacer exégesis de Barthes, y este dossier no reemplaza la lectura de El placer del texto: al contrario, quisiéramos incitar de leerlo.
-La cuestión del placer estético no parece nueva: fue evocada, entre otras, por la generación de los Valéry Larbaud, Schlumberger, etc. ¿Pero se trata realmente de la misma cuestión? O más precisamente: ¿qué cambia cuando se práctica esta ínfima manipulación de los términos, sustituyendo el "placer literario" por el "placer del texto"?
-Nada es nuevo, todo vuelve, es un antiguo romance. Lo importante es que el retorno se haga en el mismo lugar: sustituir el círculo (religioso) por la espiral (dialéctica). El placer de la lectura es conocido y comentado desde hace mucho tiempo; no veo ninguna razón para cuestionarlo o censurarlo, incluso si se expresa en el marco de lo que podría llamar un pensamiento de mandarín. Los placeres también son finitos, y si la sociedad desalienada se logra un día será necesario que retome ciertos fragmentos del "savoir vivre" burgués, pero en otro lugar, en espiral.
Una vez dicho esto, la expresión "placer del texto" puede ser nueva de dos maneras: por una parte, permite poner en igualdad de condiciones, diré incluso en identidad, el placer de escribir y el placer de leer (el ´"texto" es un objeto sin vector, ni activo ni pasivo; no es un objeto de consumo, es una producción cuyo sujeto irreparable está en perpetuo estado de circulación); por otra parte, el "placer" en esta expresión no tiene valor estético: no se trata de "contemplar" el texto, ni siquiera de "proyectarse", de "participar" de él; si el "texto" es objeto, es en un sentido puramente psicoanalítico: aprisionado en una dialéctica del deseo, y para ser más precisos, de la perversión: sólo es "objeto" durante el tiempo suficiente para poner en cuestión al "sujeto". No hay erotismo sin "objeto", pero también lo hay sin vacilación del sujeto: todo está allí, en esa subversión, en ese tambaleo de la gramática. En mi pensamiento, el "placer del texto" también remite al algo que es totalmente desconocido por la estética, y sobre todo por la estética literaria, y es el goce, modo de desvanecimiento, de anulación del sujeto. ¿Por qué decir entonces "placer del texto" y no "goce del texto"? Porque hay en la práctica textual toda una gama, todo un abanico de dispersiones del sujeto: el sujeto puede ir de la consistencia (entonces hay contentamiento, plenitud, satisfacción, placer en sentido propio) a un pérdida (entonces hay anulación, fading, goce); desgraciadamente la lengua francesa no dispone de una palabra que recubra a la vez placer y goce; hay que aceptar la ambigüedad de la expresión "placer del texto", que a veces es especial (placer contra goce) y otras es general (placer y goce)
-En el trabajo que es propio de usted, la palabra "placer" no surgió de manera explícita más que muy recientemente. Pero antes de aquella palabra había ya una actividad, o al menos una obsesión, algo latente y suficientemente ramificado como para inervar hasta sus propios escritos. Se diría que la cuestión comenzó a resolverse (en la práctica) antes de ser planteada (en la teoría): por su propia cuenta adoptó el partido de una lengua mullida, sensual, que al hablar de un textoya dejaba pasar un poco del placer que usted había sentido al leerlo...
-El placer del texto es un valor muy antiguo en mí: el primero que me aportó el derecho teórico al placer fue Bretch. Si en cierto momento afirmé explícitamente este valor, fue bajo la presión táctica de cierta situación. Me pareció que le desarrollo casi salvaje de la crítica ideológica exigía cierta corrección, porque corría el riesgo de imponer al texto, a su teoría, una especie de padre cuya función vigilante sería la de impedir el goce; el peligro entonces sería doble: privarse uno mismo de un placer capital y abandonar ese placer al arte apolítico, al arte de derecha, cuya propiedad abusiva se reservaría. Soy demasiado bretchiano como para no creer en la necesidad de hacer coexistir la crítica y el placer.
-A usted le gusta sembrar sus textos de incisos metafóricos, de los que se adivian que exceden la pura y simple función ornamental o explicativa. Y el adjetivo, plaga de la crítica burguesa, es redundante en usted. ¿Pero hasta dónde se permite ir sin sucumbir al subjetivismo? ¿No mantiene un precario equilibrio entre dos inconciliables que son la relación "amorosa" y relación "científica".
-Hablar, escribir uniformemente sin adjetivo no sería más que un juego a menudo muy sabroso análogo al que montan los "oulipianos". De hecho (¡gran descubrimiento!), hay bueno y malos adjetivos. Cuando el adjetivo viene al lenguaje de manera puramente estereotipada, abre en para en par la puerta a la ideología y estereotipo. Sin embargo, en otros casos, cuando escapa a la repetición, el adjetivo, en cuanto atributo mayor, es también la vía regia del deseo: es el decir del deseo, una manera de afirmar mi voluntad de goce, de comprometer mi relación con el objeto e la loca aventura de mi propia pérdida.
-Hay algo opresivo en el discurso que hacen, desde Sollers (lado militante), hasta Todorov (lado universitario), todos aquellos que se preocupan más por las leyes del texto que por su placer. La generación que fue educada en esta escuela corre el riesgo de la frigidez, a largo o corto plazo. Ya los estudiantes (¿es el "control" que nos prometían después del viaje de placer de hace cinco años?) están tan apasionados por la teoría aprendida, como ignorantes de la nuevas invenciones novelescas...
-El texto de Sollers es múltiple, heterológico, cuyas riendas hay que tener con una sola mano. Sollers es uno de los raros escritores que no hay que fetichizar, es decir: recortar, sopesar, seleccionar; hay que tomarlo como un torrente, una rociada potente, el acarreo de todo plural del lenguaje; un pensamiento selectivo, distributivo, sería con respecto a Sollers un pensamiento de placer y no de goce. En cuanto a los enunciados "científicos" o "universitarios", es verdad que la mayoría de las veces dependen de una escribancia, no de una escritura, en la medida en que se renuncia al significante más inmediatamente eficaz, que es el significante estilístico en líneas generales (con sus figuras); pero la escritura no puede limitarse a semejante significante; de hecho incluso sin "estilo" puede haber "escritura": es suficiente con que haya una energía y una singularidad de pensamiento bastante poderosas como para engendrar un nuevo recorte (un nuevo mapping) de lo real (por ejemplo del discurso literario); clasificar, vigorosamente y por sí mismo, es siempre escribir. Un escritor que clasifica está en camino hacia la escritura, porque se arriesga en el significante, en la enunciación, incluso si se ofrecen coartadas cientificistas.
-¿El placer del texto depende del nivel de cultura? ¿O por el contrario, es esencialmente corporal? Usted mismo habló de la cuestión en una entrevista reciente. En sume es preguntarse si es legítimo hablar o no hablar de un "erotismo" de la lectura.
-Nada es probablemente más cultural, y por ende, más social, que el placer. El placer del texto (lo opongo aquí al goce) está ligado a una domesticación cultural, o si se prefiere, a una situación de complicidad, de inclusión (muy bien simbolizada por el episodio en el que el joven Proust se encierra en el gabinete perfumado por los libros para leer novelas, separándose del mundo, envuelto por una especie de medio paradisíaco) El goce del texto es, por el contrario, atópico, asocial; se produce manera imprevisible en las familias de la cultura, del lenguaje: nadie puede rendir cuentas por su goce, nadie puede clasificarlo ¿Erotismo de la lectura? Sí, con la condición de no borrar jamás la perversión, y yo diría caso: el miedo.
Tomado de:
BARTHES, Roland (2005): El grano de la voz. Entrevistas 1962-1980. Bs. As. Siglo XXI, pp. 150-153.
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