Los lectores “populares” del Renacimiento, no se veían confrontados con una literatura propia. Por todas partes, los textos y libros que circulaban en la totalidad del mundo social eran compartidos por unos lectores de condición y cultura harto diversas. Es conveniente que, pues, que traslademos la atención hacia los usos contrastados de los mismos géneros, de las mismas obras en conjunto y, aunque las formas editoriales están dirigidas a públicos distintos, de las mismas obras en particular.
En efecto, para los historiadores, la pregunta fundamental puede formularse de la siguiente manera: ¿cómo captar las variaciones cronológicas y sociales del proceso de construcción de sentido, tal como tiene lugar en el encuentro entre “el mundo del texto” y el “mundo del lector” según los términos de Paul Ricoeur?
La línea teórica hermenéutica y fenomenológica de Ricoeur constituye un valioso apoyo en la definición de una historia de las prácticas de leer. En primer lugar, en contra de las formulaciones estructuralistas y semióticas más abruptas que localizan el significado únicamente en el funcionamiento automático e impersonal del lenguaje, obliga a considerar como el acto mediante el cual el texto cobre sentido y adquiere eficacia. Sin lector, el texto no es más que un texto virtual, sin verdadera existencia.
Restituida en su forma de efectuación, la lectura es pensada en una doble dimensión a través de una doble referencia. En su dimensión individual, tiene que ver con una descripción fenomenológica que la considera como una acción dinámica, como una respuesta a las solicitaciones del texto, como una “labor” de interpretación. Con ello se instaura una figura entre el texto y lectura que, en su capacidad inventiva y creadora, nunca está totalmente sometida a las órdenes acuciantes de la obra. En su dimensión colectiva, la lectura debe caracterizarse como una relación analógica entre las “señales textuales” emitidas por cada obra en particular y el “horizonte de espera” compartido colectivamente, que gobierna su recepción. El significado del texto, o mejor dicho sus significados, dependen de los criterios de clasificación, de los corpus de referencias, de las categorías interpretativas que son los diferentes públicos, sucesivos o contemporáneos.
Por último, el seguir a Paul Ricoeur nos permite comprender la lectura como una “apropiación”. Y ello, en un doble sentido: por una lado, la apropiación designa la “efectuación”, la “actualización” de las posibilidades semánticas del texto; por otro lado, sitúa la interpretación del texto como una mediación a través de la cual el lector puede llevar a cabo la compresión en sí, y la construcción de la “realidad”.
La perspectiva así trazada es esencia y, no obstante, no puede satisfacer por completo a un historiador. Su primer límite, que es asimismo el de las referencias que le sirven de basamento, la fenomenología del acto de lectura por una lado, y la estética de la recepción por el otro, se debe al hecho de que considera los textos como si existieran en sí mismo, fuera de su materialidad. Contra esa abstracción del texto, conviene recordar que la forma que le da a leer participa, a su vez, en la construcción del sentido. El “mismo” texto, fijo en su letra, no es el “mismo” si cambian los dispositivos del soporte que le trasmite a sus lectores, sus auditores o sus espectadores.
La línea fenomenológica y hermenéutica supone implícitamente una universalidad del leer. Por doquier y siempre, la lectura es pensada como un acto de mera intelección e interpretación, un acto cuyas modalidades concretas no importan. Contra esa proyección de la lectura a lo universal cabe poner de relieve que es una práctica de múltiples diferenciaciones, en función de las épocas y los ambientes, y que el significado de un texto depende, también, de la manera en que es leído (en voz alta o de modo silencioso, en soledad o en compañía, para un fuero interno o en la plaza pública, etc.)
Una historia de las lecturas y de los lectores (populares o no) será pues, la de la historicidad del proceso de apropiación de los textos. Considera que el “mundo del texto” es un mundo de objetos o de formas cuyas estructuras, dispositivos y convenciones dan sentido y ponen límites a la producción del sentido. Considera asimismo que el “mundo del lector” está constituido por la “comunidad de interpretación”, a la cual pertenece, y que define un mismo conjunto de competencias, usos, códigos e intereses. De ahí la necesidad de una doble atención: a la materialidad de los objetos escritos y a los gestos de los sujetos lectores.
En efecto, para los historiadores, la pregunta fundamental puede formularse de la siguiente manera: ¿cómo captar las variaciones cronológicas y sociales del proceso de construcción de sentido, tal como tiene lugar en el encuentro entre “el mundo del texto” y el “mundo del lector” según los términos de Paul Ricoeur?
La línea teórica hermenéutica y fenomenológica de Ricoeur constituye un valioso apoyo en la definición de una historia de las prácticas de leer. En primer lugar, en contra de las formulaciones estructuralistas y semióticas más abruptas que localizan el significado únicamente en el funcionamiento automático e impersonal del lenguaje, obliga a considerar como el acto mediante el cual el texto cobre sentido y adquiere eficacia. Sin lector, el texto no es más que un texto virtual, sin verdadera existencia.
Restituida en su forma de efectuación, la lectura es pensada en una doble dimensión a través de una doble referencia. En su dimensión individual, tiene que ver con una descripción fenomenológica que la considera como una acción dinámica, como una respuesta a las solicitaciones del texto, como una “labor” de interpretación. Con ello se instaura una figura entre el texto y lectura que, en su capacidad inventiva y creadora, nunca está totalmente sometida a las órdenes acuciantes de la obra. En su dimensión colectiva, la lectura debe caracterizarse como una relación analógica entre las “señales textuales” emitidas por cada obra en particular y el “horizonte de espera” compartido colectivamente, que gobierna su recepción. El significado del texto, o mejor dicho sus significados, dependen de los criterios de clasificación, de los corpus de referencias, de las categorías interpretativas que son los diferentes públicos, sucesivos o contemporáneos.
Por último, el seguir a Paul Ricoeur nos permite comprender la lectura como una “apropiación”. Y ello, en un doble sentido: por una lado, la apropiación designa la “efectuación”, la “actualización” de las posibilidades semánticas del texto; por otro lado, sitúa la interpretación del texto como una mediación a través de la cual el lector puede llevar a cabo la compresión en sí, y la construcción de la “realidad”.
La perspectiva así trazada es esencia y, no obstante, no puede satisfacer por completo a un historiador. Su primer límite, que es asimismo el de las referencias que le sirven de basamento, la fenomenología del acto de lectura por una lado, y la estética de la recepción por el otro, se debe al hecho de que considera los textos como si existieran en sí mismo, fuera de su materialidad. Contra esa abstracción del texto, conviene recordar que la forma que le da a leer participa, a su vez, en la construcción del sentido. El “mismo” texto, fijo en su letra, no es el “mismo” si cambian los dispositivos del soporte que le trasmite a sus lectores, sus auditores o sus espectadores.
La línea fenomenológica y hermenéutica supone implícitamente una universalidad del leer. Por doquier y siempre, la lectura es pensada como un acto de mera intelección e interpretación, un acto cuyas modalidades concretas no importan. Contra esa proyección de la lectura a lo universal cabe poner de relieve que es una práctica de múltiples diferenciaciones, en función de las épocas y los ambientes, y que el significado de un texto depende, también, de la manera en que es leído (en voz alta o de modo silencioso, en soledad o en compañía, para un fuero interno o en la plaza pública, etc.)
Una historia de las lecturas y de los lectores (populares o no) será pues, la de la historicidad del proceso de apropiación de los textos. Considera que el “mundo del texto” es un mundo de objetos o de formas cuyas estructuras, dispositivos y convenciones dan sentido y ponen límites a la producción del sentido. Considera asimismo que el “mundo del lector” está constituido por la “comunidad de interpretación”, a la cual pertenece, y que define un mismo conjunto de competencias, usos, códigos e intereses. De ahí la necesidad de una doble atención: a la materialidad de los objetos escritos y a los gestos de los sujetos lectores.