02 septiembre 2013

El orden de los discursos digitales. Roger Chartier






El orden de los discursos digitales 

Roger Chartier



Monolingüísta o políglota, el mundo de la comunicación electrónica es un mundo de sobreabundacia textual, cuya oferta desborda la capacidad de apropiación de los lectores. A menudo, los sabios y los autores denunciaron la inutilidad de los libros acumulados, el exceso de los textos demasiado numerosos. En el mundo utópico de Borges, lo demuestra el diálogo entre Eudoro Acevedo y el hombre sin nombre del futuro. Hojeando un ejemplar de la edición de 1518 de la Utopía de Tomás Moro, el primero declara: "Es un libro impreso. En casa habrá más de dos mil, aunque no tan antiguos ni tan preciosos". Su interlocutor se ríe y contesta: "Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo [sic] no habré pasado de una media docena. Además, no importa leer, sino releer". 


Más de tres siglos antes, el diálogo que Lope de Vega imagina en Fuenteovejuna entre Barrildo, el labrador, y Leonelo, el licenciado de Salamanca, ilustra la misma desconfianza frente a la multiplicación de los libros permitida por la invención de la imprenta -una invención reciente en el tiempo de los eventos narrados en la comedia que ocurrieron en 1476. A Barrildo, que alaba los efectos de la imprenta (^'Después que vemos tanto libro impreso, / no hay nadie que de sabio no presuma"), Leonelo contesta: "Antes que ignoran más, siento por eso, / por no se reducir a breve suma; / porque la confusión, con el exceso, / los intentos resuelve en vana espuma; / y aquel que de leer tiene más uso, / de ver letreros sólo está confuso". La multiplicación de los libros se ha vuelto una fuente de "confusión" más que de saber, y la imprenta con todo el "exceso" de libros que ha generado no produjo nuevos genios: "Sin ella muchos siglos se han pasado, / y no vemos que en éste se levante / un Jerónimo santo, un Agustino". De ahí surge una interrogante: ¿Cómo pensar la lectura frente a una oferta textual que la técnica electrónica multiplica aún más que la invención de la imprenta? En 1725, Adrien Baillet escribió: "On a sujet d'appréhender que la Multitude des Uvres qui augmentent tous lesjours d'une manier fácheux qu'était celui oü la barbarie avaitjetté les précédents depuis la décadence de l'Empire romain" (Tenemos rabones para temer que la Multitud de libros que aumenta cada día de manera prodigiosa haga caer los siglos siguientes en un estado tan lamentable como el de la barbarie que resultó de la decadencia del Imperio romano) Para comprobar si tenía razón Baillet y si hemos caído en tal barbarie, debemos distinguir entre diversos registros de mutaciones o rupturas introducidas por la revolución del texto numérico. 



La primera de estas rupturas se refiere al orden de los discursos. En la cultura impresa, tal como la conocemos, este orden se establece a partir de la relación entre tipos de objetos (el libro, el diario, la revista), categorías de textos y formas de lectura o de uso. Semejante vinculación se arraiga en una historia de larga duración de la cultura escrita y resulta de la sedimentación de tres innovaciones fundamentales: en primer lugar, entre los siglos II y IV, la difusión de un nuevo tipo de libro que es todavía el nuestro, es decir el libro compuesto de hojas y páginas reunidas dentro de una misma encuadernación que llamamos códex, y que sustituyó a los rollos de la Antigüedad griega y romana; en segundo lugar, a fines de la Edad Media, en los siglos XIV y XV, la aparición del "libro unitario", es decir, la presencia dentro un mismo libro manuscrito de prodigieuse nefasse tomber les siécles suivants dans un état a obras compuestas en lengua vulgar por un solo autor (Petrarca, Boccacio, Christine de Pisan) mientras que esta relación caracterizaba antes solamente a las autoridades canónicas antiguas y cristianas, y, finalmente, en el siglo XV, la invención de la imprenta que sigue siendo hasta ahora la técnica más utilizada para la reproducción de lo escrito y la producción de los libros. Somos herederos de esta historia tanto para la definición del libro, es decir, a la vez un objeto material y una obra intelectual o estética identificada por el nombre de su autor, como para la percepción de la cultura escrita e impresa que se funda sobre distinciones inmediatamente visibles entre objetos (cartas, documentos, diarios, libros, etcétera) asociados con diversos géneros textuales y usos de lo escrito. Este orden de los discursos cambia profundamente con la textualidad electrónica. Es ahora un único aparato, el ordenador, el que hace aparecer frente al lector las diversas clases de textos tradicionalmente distribuidas entre objetos distintos. Todos los textos, sean del género que fueren, son leídos en un mismo soporte (la pantalla de la computadora) y en las mismas formas (generalmente aquellas decididas por el lector). Se crea, así, una continuidad que ya no diferencia los diversos discursos a partir de su materialidad propia. De allí surge una primera inquietud, o confusión, de los lectores que deben afrontar la desaparición de los criterios inmediatos, visibles, materiales, que les permitían distinguir, clasificar y jerarquizar los discursos. 


Por otro lado, es la percepción de la obra como obra la que se vuelve más difícil. La lectura frente a la pantalla es generalmente una lectura discontinua, que busca, a partir de palabras claves o de rúbricas temáticas, el fragmento textual del cual quiere apoderarse (un artículo en un periódico, un capítulo en un libro, una información en un sitio web) sin que necesariamente sea percibida la identidad y la coherencia de la totalidad textual que contiene este elemento. En un cierto sentido, en el mundo digital todas las entidades textuales son como bancos de datos que procuran fragmentos cuya lectura no supone, de manera alguna, la comprensión o percepción de las obras en su identidad singular. 


Así, en cuanto al orden   de los discursos, el mundo electrónico provoca una triple ruptura: propone una nueva técnica de difusión de la escritura, incita a una nueva relación con los textos e impone a éstos una nueva forma de inscripción. La originalidad y la importancia de la revolución digital estriba en que obliga al lector con- temporáneo a abandonar todas las herencias que le han dado forma, ya que el mundo electrónico ya no utiliza la imprenta, ignora el "libro unitario" y es ajeno a la materialidad del códex. Es, al mismo tiempo, una revolución de la modalidad técnica de la reproducción de lo escrito, una revolución de la percepción de las entidades textuales y una revolución de las estructuras y formas más fundamentales de los soportes de la cultura escrita. De ahí, a la vez, el desasosiego de los lectores, que deben transformar sus hábitos y percepciones, y la dificultad para entender una mutación que lanza un profundo desafío a todas las categorías que solemos manejar para describir el mundo de los libros y de la cultura escrita. 







Tomado de: 
CHARTIER, Roger (2005): El presente del pasado: escritura de la historia, historia de lo escrito. Méx. Universidad Iberoamericana, p. 203-208.