24 octubre 2015

Formar hábitos de lectura




Formar hábitos de lectura


Josefina Peña y Francis Barboza


La formación del hábito de la lectura es un proceso más complejo de lo que pudiéramos pensar, están presentes la familia, la escuela y el ambiente sociocultural circundante. Sin embargo, siempre se pueden emprender acciones que comprometan a todas las instituciones involucradas –familia, escuela, comunidad– en esta tarea. Así, una de las acciones que ayuda a formar este hábito es, en concordancia con Agudo, fundamentalmente, la promoción de la lectura. 


Andricaín, Marín y Rodríguez se plantean la pregunta ¿qué entendemos por promoción de lectura? Al respecto, estos autores señalan lo siguiente: Promover es impulsar, acercar, estimular. La promoción de la lectura debe entenderse como la ejecución de un conjunto de acciones sucesivas y sistemáticas, de diversa naturaleza, encaminadas a despertar o fortalecer el interés por los materiales de lectura y su utilización cotidiana, no sólo como instrumentos informativos o educacionales, sino como fuentes de entretenimiento y placer.


El planteamiento anterior es apoyado por teóricos e investigadores en el campo de la lectura (Barboza; Bettelheim y Zelan; Goodman; Rosenblatt; Smith). Todos están de acuerdo en que despertar en los niños el interés por los materiales de lectura y por su utilización cotidiana como fuentes de entretenimiento y placer desde temprana edad, favorece la formación de hábitos de lectura. Entre las instituciones que conforman una sociedad, las más llamadas a lograr la promoción de la lectura son la escuela y la familia. Estas instituciones deberían disponer de espacios en los que se les ofrezca a los niños y jóvenes abundante material impreso. Pero esto sólo no es suficiente, es importante que junto a los niños/as existan personas dispuestas a leer con ellos y para ellos, que les muestren la lectura como generadora ilimitada de conocimiento, y como instrumento de esparcimiento y goce estético.



La lectura que se realiza con fines recreativos es una fuente que le da al lector la posibilidad de conocer mundos amplios y maravillosos, estimula la fantasía, desarrolla la imaginación creadora, los procesos mentales superiores, responde a las preguntas que se hace el lector, enriquece la vida, amplía el espacio de comunicación y desarrolla el vocabulario. En muchas oportunidades ha quedado demostrado que la lectura recreativa cumple, además, otras funciones: ‘enganchar’ a los alumnos que rechazan la actividad o acto de leer y, también, son la que más contribuye a crear en el individuo el hábito lector (Bettelheim y Zelan).

El hábito, según el Diccionario de Psicología, “es una forma de reacción adquirida, que es relativamente invariable y fácilmente suscitada”. En el Diccionario de Psicología Wikipedia encontramos que “el hábito es cualquier comportamiento repetido regularmente, que requiere de un pequeño o ningún raciocinio y es aprendido, más que innato”. Como se puede apreciar, el hábito es un comportamiento adquirido.


Por su parte, Andricaín, Marín y Rodríguez señalan que “el hombre no llega al mundo apreciando los libros; esa es una capacidad que desarrolla con la práctica y como consecuencia de un modelo de conducta que se le propone”. De ahí que el hábito de leer es el resultado de un proceso de aprendizaje, de inculcar una costumbre, un patrón de conducta, y los más indicados para hacerlo son los padres y los docentes. 


Podemos afirmar, desde nuestra particular perspectiva, que se han formado hábitos de lectura cuando el niño, el adolescente, el joven o el adulto toman contacto con los libros de manera habitual y muestran una relación afectiva muy estrecha con los mismos, cuando leer forma parte vital de sus vidas, cuando consideran que la lectura es un medio efectivo para satisfacer sus demandas cognoscitivas y de entretenimiento. Para ello “el niño debe encontrar, desde que se inicia en la lectura, que ella es significativa y placentera porque está vinculada a su mundo real, […] porque le da respuestas a sus preguntas, porque le enriquece la vida, porque le amplía su ámbito de comunicación” (Charría y González).


Por estas razones, formar hábitos de lectura requiere de otras acciones más allá de la promoción, ésta sola no es suficiente. Lo que se entiende como promoción es el conjunto de acciones administrativas, académicas, económicas, políticas, sociales y culturales que una persona, comunidad, institución o nación desarrollan a favor de la formación de lectores y del acceso democrático a la lectura. Por ejemplo, una acción como la dotación de libros a una escuela, la creación de una biblioteca, la transmisión de programas radiales y/o televisivos y la creación de círculos de lectores, son actividades de ‘promoción de lectura’.


Dentro de las acciones de promoción se inserta la animación a la lectura, pero ésta se entiende directamente con los textos y comprende la realización de actividades que tienen como objetivo “animar” el texto, es decir, dotar de vida a los libros, hacer que habiten en el conocimiento, la experiencia y la imaginación de los lectores (Robledo y Rodríguez). Esta es una actividad que exige un mediador y se desarrolla con el propósito de crear una relación afectiva entre un libro y un lector o grupo de lectores, como punto de partida para establecer un vínculo más íntimo, permanente y sólido con los demás libros. 


La animación a la lectura debe ser, a juicio de Domech, Martín Rogero y Delgado Almansa, “abierta y flexible, pero a la vez exige una participación activa y responsable por parte de educadores/as y del grupo, en la línea de desarrollar la creatividad y las propias potencialidades de los jóvenes sin forzar su proceso de aprendizaje”. La formación de hábitos de lectura se relaciona estrechamente con el proceso de animación a la lectura, porque las actividades que se realizan “nacen directamente de una lectura atenta de los textos […] incluyen el diálogo, la predicción, el uso creativo de otros lenguajes artísticos e, incluso, el silencio” (Robledo y Rodríguez). Se debe tener claro que “el aprendizaje de la lectura se considera una competencia técnica, mientras que el hábito lector constituye un comportamiento, y en este caso, el placer se entrelaza con el entorno y las necesidades internas”.






Tomado de:
PEÑA; Josefina y BARBOZA, Francis: "La formación de hábitos de lectura desde los inicios de la escolaridad" En: Revista Entre Lenguas Vol 14. Enero-diciembre de 2009, pp. 96-98.

16 octubre 2015

La mujer para Shopenhauer, Nietzsche y el Islam




Misoginia en Shopenhauer y Nietzsche


Schopenhauer y Nietzsche son dos filósofos que tienen muchos puntos en común, entre ellos el estar estigmatizados por su misoginia y el haber tenido relaciones desafortunadas con el sexo femenino. El filósofo de Danzig, huérfano de padre a los dieciséis años, tuvo una madre que ejerció un fuerte dominio sobre él, circunstancia por la cual desarrolló una marcada misoginia. Su relación con las mujeres fue más bien desastrosa; con 43 años se enamora de una adolescente de 17 años que lo rechaza, circunstancia que le conduce a ser aún más solitario y misántropo.


Los aforismos y sentencias de Schopenhauer sobre la mujer son más crudos y despiadados que los de Nietzsche: “La mujer no está destinada ni a la gran labor intelectual ni a la física”, sino que “ha de ser una compañera paciente y animosa”. Para Schopenhauer la mujer no puede ser considerada como una persona adulta, sino más bien como un sujeto intermedio entre el niño y el hombre. Una de sus afirmaciones más despiadadas dice: “Con las mujeres jóvenes la naturaleza ha previsto lo que, en un sentido dramático, se llama un efecto teatral, al dotarlas durante unos pocos años de abundante belleza, gracia y plenitud, en detrimento del resto de su vida, para que, durante aquellos años, se puedan apoderar de la fantasía de un hombre en tal medida que éste se vea arrebatado para asumir honestamente su cuidado, en alguna forma, para toda la vida; para el logro del cual, la mera reflexión racional no parecía de ninguna garantía segura y suficiente. Por esta razón, la naturaleza ha equipado a la mujer con las armas y herramientas que necesita para asegurar su existencia y durante el tiempo que las necesita […] Al igual que la hormiga reina, después del apareamiento, pierde las alas, en lo sucesivo superfluas e incluso peligrosas para la puesta; así la mujer pierde la belleza” 


Schopenhauer no sólo considera que la mujer es toda su vida una menor de edad, sino también un ser desprovisto de inteligencia. La mujer “es un miope intelectual”, “si es cierto que los griegos no dejaban que las mujeres entrasen en los teatros, hicieron bien, al menos en sus teatros se podrá haber escuchado algo. Pero de las mujeres no se puede esperar otra cosa, si se piensa que las mentes más eminentes de entre ellas nunca han podido alcanzar un único logro realmente grande, auténtico y original en las bellas artes, y nunca han puesto en el mundo una obra de valor duradero”. Así, ante toda esta concepción de la mujer no es de extrañar que diga: “la mujer, por naturaleza, está destinada a obedecer […] Cuando una de ellas se queda en la situación antinatural de completa independencia, no tarda en unirse a un hombre por el que se deja dirigir y dominar; porque ella necesita de un amo” 


Nietzsche también tuvo una infancia marcada por lo femenino, pues también se quedó huérfano de padre como Schopenhauer, pero a una edad aún más temprana, a los cuatro. Así, el futuro sacerdote de Zaratustra se crió con su madre, su hermana y sus tías. Para muchos entendidos el genial filósofo alemán es un “misógino infame” que demuestra un odio desmesurado por las mujeres (Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres. La diferencia sexual en la historia de la filosofía”). Muchos de ellos lo relacionan a su atracción por el pensamiento de Schopenhauer –del que nos habla en Ecce homo– y su desventurada relación con las mujeres –Lou Andreas Salomé o Mathilde Trampedach, le rechazaron en cuanto éste les propuso matrimonio–.


Ciertamente, y a diferencia de Schopenhauer, es muy aventurado tildar de misógino al filósofo del martillo, pues todo versado en su obra puede comprobar que a lo largo de ésta se produce una fuerte crítica al ser humano en general, tanto a la mujer como al hombre (Más allá del bien y del mal, por ejemplo) y que incluso en muchos textos relaciona a la mujer con la verdad, (El crepúsculo de los ídolos). Realmente podemos decir que la supuesta misoginia de Nietzsche es un verdadero ataque al feminismo, efervescente en su época; aunque, ciertamente, la dualidad y la contradicción en Nietzsche es más profunda que en ningún otro filósofo, y una rápida lectura de su obra puede llevarnos a entenderlo de modos bien distintos. Así se puede substraer un Nietzsche muy schopenhaueriano o, por el contrario, un Nietzsche antifeminista; en este último sentido es interesante la interpretación que realiza Derrida, padre del deconstruccionismo: “Y en verdad las mujeres feministas contra las que Nietzsche multiplica los sarcasmos, son los hombres. El feminismo es la operación por la que una mujer quiere asemejarse al hombre –dejar de ser ella misma–“.


Lo que está bien claro es que más allá de una visión psicológica de la mujer, la relación real del filósofo con el sexo contrario fue más bien problemática. Suele decirse que contrajo la sífilis en una de sus visitas a un burdel, aunque de ello no hay referencia alguna y menos porque su hermana se encargó de eliminar todo resquicio que pudiera suponer una mácula para la familia. Sin embargo, Paul Deussen, amigo de Nietzsche, habla en una carta de un visita que hicieron ambos a un burdel – la historia es recreada por Thomas Mann en Doctor Fausto–. Paul dice que al llegar al prostíbulo Nietzsche quedó sumamente intimidado por la hueste de mujeres desinhibidas que en él se encontraban y que de inmediato desvió su atención hacia un piano que no dejó de tocar en toso el tiempo que estuvieron ahí. Esto nos lleva a pensar que Nietzsche no fue nunca un asiduo de tales lugares, sino que más bien siempre fue un hombre intimidado por las mujeres hasta que conoce a Lou-Andreas Salomé, por entonces una joven de 20 años, con la que entabla una bella amistad y a la que no tardó en pedir matrimonio –como ya hizo en otras relaciones–, pero ella le rechazó.


Tras esta dramática ruptura la agresividad del autor de Así habló Zaratustra respecto a la mujer ralla la misoginia, aunque no es difícil descubrir que en realidad su ira va dirigida a Salomé, a causa de su resentimiento. No obstante es preciso ir más allá del Nietzsche autor y prestar atención, también, a su vida. A diferencia del Nietzsche agresivo y altivo de los escritos existe un Nietzsche amable y dulce en la vida real que encandiló a muchas mujeres con las que entablo buena amistad, algunas de ellas militantes del naciente feminismo del siglo XIX, lo que podría ser una aparente contradicción respecto al supuesto Nietzsche misógino.




Irum (30), atacada en la calle por un hombre que ella rechazó, y Shanaz (32), 
rociada con ácido por la familia de un joven que ella había rechazado como esposo. 



Desvalorización fundamentalista en el Islam


La situación moral de la mujer musulmana evolucionará bajo la influencia de tres factores: la islamización, la urbanización y la conquista. Es preciso señalar, no obstante, que el Islam nunca modificó los comportamientos triviales tradicionales anteriores a su aparición. El historiador Louis Gardet señala en La cité musulmane (1969) que “las prescripciones coránicas no se ocuparon en absoluto de definir la familia propiamente dicha. La toman tal como era antes del Islam, al menos en su aspecto patriarcal y agnaticio”. Sin embargo, aunque el Islam no se ha enfrentado con las tradiciones de los árabes en materias de estructuras familiares, sí consagra con toda claridad la supremacía del hombre sobre la mujer, tanto en principio –pues el Corán declara que “los hombres tienen (sobre sus esposas) una preeminencia” (II, 29), y sobre todo, que “los hombres gozan de autoridad sobre las mujeres porque Alá ha preferido a algunos de vosotros a ciertos otros” (IV, 38)– como en las disposiciones jurídicas concretas, ya que en el derecho de sucesión, igual que en lo que se refiere al testimonio o a la diya –pena de sangre–, las mujeres valen una mitad menos que un hombre (Jules Roussier, La femme Dans la société islamique). Eso sí,  en el plano espiritual la mujer goza de un mismo nivel que el hombre, reconociéndosele un destino de salvación, aunque la presencia de la mujer en las reuniones de culto público no es deseada.


Es interesante constatar que la condición femenina suele ser más precaria en las sociedades urbanizadas que en las sociedades rurales y nómadas. El historiador German Tillion considera que hay una estrecha relación entre la urbanización y la degradación del estatuto de la mujer. Serían particularmente el velo y el enclaustramiento las manifestaciones del deseo del grupo agnaticio de protegerse de los riesgos de la exogamia, de su repugnancia a ceder a sus hijas a extranjeros y de su tendencia a reservarlas normalmente para sus primos paternos (Hady Roger Idris, La Berbérie orientale sous les Zirides; Charles Pellat, Le milieu basrien). Con el tiempo el velo y el enclaustramiento adquieren una mayor importancia y su proliferación va en detrimento de la vida pública de la mujer, que durante los primeros tiempos del Islam habían desempeñado un notable papel (Nada Tomiche, La femme en Islam). La condición de la mujer en el Islam también tienes su fundamento en el período de la existencia de la esclavitud –como nota a pie de página indicar que la situación de los esclavos en el mundo musulmán fue en general mucho más suave y casi más envidiable que la de aquellos que padecieron la esclavitud en el mundo antiguo–. La esclavitud femenina experimentó particularmente un importante aumento con la difusión del Islam y la conquista. Las mujeres esclavas solían servir de concubinas además de las esposas legítimas (J.D.Sourdel, La civilisation de l’Islam classique).




Tomado de:
https://opusprima.wordpress.com