18 noviembre 2018

Espiral del silencio. Elisabeth Noelle-Neumann




Espiral del silencio


Elisabeth Noelle-Neumann



La opinión pública es, en esencia, un mecanismo que hace posible la cohesión y la integración de sociedades y grupos, de las que dependen la supervivencia de la comunidad y su capacidad de acción. Y aun cuando todavía no tenemos grandes conocimientos sobre la forma en que se produce este proceso desde el punto de vista antropológico o –en sentido más amplio– biológico, hay muchos indicios de que la investigación del cerebro humano nos proporcionará una pista importante. La clave estriba en que las personas, lo mismo que los animales, tienen un miedo innato al aislamiento. Me dicen los investigadores que ese temor al aislamiento se encuentra localizado en una zona determinada del cerebro humano, que hay lesiones que eliminan ese sentimiento y que con los animales sucede lo mismo. Este miedo orgánico al aislamiento hace que el hombre se esfuerce instintivamente en ser aceptado y querido por los demás, y en evitar la enemistad, el aislamiento y el ostracismo.


Hay otro aspecto de la naturaleza humana que debemos distinguir de este esfuerzo por integrarse en la sociedad, obtener su simpatía y evitar el aislamiento: la lucha por alcanzar una posición, prestigio, fama –que sirve de título a un capítulo de A Treatise on Human Nature, de David Hume, y como consecuencia, el miedo al desprecio. Estos dos aspectos de nuestra naturaleza social están relacionados entre sí, pero han de estudiarse por separado si queremos comprender el fenómeno en su conjunto. El temor al aislamiento se encuentra íntimamente relacionado con el deseo de seguridad y protección, mientras que la lucha por el prestigio y el miedo al desprecio responden mucho más a la necesidad de autoestima. Las encuestas realizadas demuestran que existe una estrecha relación entre confianza en sí mismo y vitalidad, como también entre confianza en sí mismo y buen humor. Nuestro objetivo es inculcar a nuestros hijos un sentido bien arraigado de confianza en sí mismos y esperamos que lo consigan a través de la educación.


Aun cuando existe una conexión entre la lucha por el prestigio y la necesidad de evitar el aislamiento, es importante distinguirlos cuando se discute el doble aspecto de la opinión pública, como es, por ejemplo, la relación entre opinión pública y autoridad por una parte, y entre opinión pública y cada uno de los miembros de la comunidad, por la otra. La opinión pública es un proceso de integración del que dependen también los gobernantes, o, como señaló David Hume, "El gobierno se basa únicamente en la opinión". No es signo de debilidad por parte del gobernante prestar una cuidadosa atención a la opinión pública. El prestigio es también un motivo importante y el "status" es un elemento necesario del gobierno. Por lo que a éste se refiere, ambos principios se encuentran estrechamente vinculados. La situación es muy diferente con respecto al doble aspecto de la opinión pública con que ha de encararse cada miembro de la sociedad; afecta a todos y cada uno de nosotros. De esta relación nos vamos a ocupar en adelante, puesto que nos incumbe a todos.


Donde quiera que la sociedad se sostiene por el consenso y los valores comunes, existe la amenaza del aislamiento. Al individuo que no actúa de acuerdo con esos valores, se le castiga con el aislamiento, se le retira el trato y se le hace el vacío. Existe también la amenaza de aislamiento cuando no hay acuerdo sobre los valores, es decir, cuando la sociedad, por una u otra razón, busca nuevas perspectivas y nuevos valores y encuentra muchos. En nuestros días, el término "cambio de valor" se emplea prácticamente todos los días. Es en este campo donde se producen los procesos más sorprendentes. Absolutamente todos los académicos y filósofos que nos han ayudado a comprender el carácter de la opinión pública, habían experimentado personalmente su poder como víctimas de una revolución o como herejes surgidos en un período de profundos cambios de valores, antes de llegar a una comprensión intelectual de la opinión pública.

Los sondeos de opinión demuestran que en aquellas zonas en las que los valores están cambiando, desde los aparentemente triviales como los que se refieren a la moda o la estética, a los más importantes, como los políticos y morales, en los que se basa la labor de gobierno, los miembros de la sociedad observan la comunidad con mucha atención. Incluso los más leves cambios de opinión se perciben colectivamente, esto es, los observan todos los grupos de la población casi al mismo tiempo. Hablamos de un sentido "cuasi-estadístico" inherente a nuestra naturaleza social. De las respuestas a nuestra encuesta sobre "cómo opina la mayor parte de la gente", se deduce que cuando una actitud importante relacionada con los valores experimenta una variación de sólo el dos o el tres por ciento, la población percibe el cambio y lo refleja aumentándolo a un diez o un quince por ciento. Ahora bien, ¿por qué la gente dedica esa inmensa cantidad de energía y presta tanta atención a la observación de su entorno social?


Nuestra tesis es que la gente intenta evitar el aislamiento en áreas controvertidas en las que hay valores en juego. En esas áreas se pone en marcha un proceso que he denominado la espiral del silencio. Aquellos que al observar su entorno social tienen la impresión de que sus opiniones y valores están adquiriendo más peso y consiguen cada vez más partidarios, se sienten fuertes. No tienen miedo al aislamiento, así que expresan sus opiniones en público, donde cualquiera puede escucharles aunque se trate de personas anónimas a las que dirigen la palabra seguros de sí mismos. Los que, por el contrario, piensan que sus opiniones pierden terreno, se hacen más cautelosos y se quedan callados, especialmente en situaciones difíciles en las que no están familiarizados con lo que piensan los demás, esto es, cuando se encuentran entre un público anónimo. Y el hecho de que un grupo exprese sus opiniones con seguridad y el otro permanezca en silencio, influye sobre la forma en que esta situación se presenta al público. El primero de los grupos aparenta tener más partidarios de los que realmente tiene, mientras que el otro da la sensación de tener menos de los que en verdad le corresponden. Esto, a su vez, induce a la gente a adherirse a la opinión que parece más sólida, mientras que los del otro bando se desaniman e incluso llegan a cambiar de opinión. Hasta que en un proceso con forma de espiral, uno de los bandos llega a dominar completamente la opinión pública, mientras que en el otro, sólo una minoría aislada deja oír su voz. Suponiendo que llegue a oírse.


El proceso de la espiral del silencio culmina en el silencio. Hay dos clases de silencio: en primer lugar, el que indica que la controversia ha terminado de una vez por todas, que es algo que pertenece al pasado. A medida que la sociedad continua su progreso, los valores que en otro tiempo fueron de extraordinaria importancia se ven desbordados por otros más modernos. Solamente queda un núcleo poco numeroso de personas irreductibles que mantienen vivos los viejos valores. La sociedad los aísla y los desprecia. 


Hay un segundo tipo de silencio que pone el punto final al proceso de la espiral. En este caso, el debate de la opinión pública no ha concluido realmente y sigue sin resolverse el conflicto entre los valores opuestos. Más bien continúa existiendo bajo la superficie. Pero el grupo vencedor en el proceso de la espiral del silencio impone un tabú al perdedor. La opinión ganadora no puede discutirse ni ser objeto de debate en público. Una vez que se declara tabú a un valor, – quedando, por tanto, rodeado de una muralla protectora– nadie puede expresar su desacuerdo sin arriesgarse a quedar excluido de la comunidad de gentes íntegras y bienpensantes. La oposición a un tabú de este tipo, sea a través de una idea, un argumento en contra o de un valor que no puede expresarse sin correr el peligro de un aislamiento total, indica que surge de nuevo un conflicto entre valores sociales.


Esto nos lleva a la siguiente definición de opinión pública: Opiniones y comportamientos en áreas cargadas de valores, que cada individuo puede expresar en público previendo una buena acogida. En otras palabras, las opiniones y modos de comportarse que pueden expresarse y exhibirse en público sin arriesgarse al aislamiento. El término "opinión" en "opinión pública" no hay que tomarlo al pie de la letra, esto es, como opiniones expresadas verbalmente; abarca también símbolos que representan actitudes o valores, como insignias, lemas, banderas, vestidos, peinados, marcas de automóvil, pegatinas y otras formas de opinión, como es, por ejemplo, la manera de comportarse en público. 


En tanto se mantengan en la esfera de lo privado, ni el pensamiento, ni la palabra, ni los actos influyen en la cohesión de la comunidad. Son importantes solamente cuando pueden ser vistos y oídos, cuando se expresan en público. El término "pública" de "opinión pública" no se refiere a un contenido político. La opinión pública se aplica a cualquier área en la que una opinión determinada puede conducir al aislamiento. Podemos, en cambio, expresarnos libremente sobre nuestro color favorito, puesto que esta opinión no puede dar lugar al aislamiento. La cuestión fundamental es si una opinión sobre determinado tema dará lugar o no al aislamiento. El término "pública" en "opinión pública" debe entenderse en el sentido de "apertura"; "coram publico", el público como tribunal, como juez ante el cual el individuo tiene que comportarse correctamente, si es que quiere evitar que le aíslen. 


Investigué el término "ojo público". Gunnar Schanno, estudiante de comunicaciones en Mainz, lo encontró en los escritos del filósofo inglés Edmund Burke (1729-1797). Así, en el siglo XVIII Burke recomendaba la adquisición de la siguiente virtud: someterse a la censura del ojo público en una etapa temprana de la vida. En el párrafo siguiente afirma que la observación anticipada de la opinión pública, o dicho en sus palabras, "observar pronto la opinión pública", es lo que define a un aristócrata. Conscientes ya del poder integrador de la opinión pública, encontramos descripciones de su actuación en todas partes. En la Biblia vemos cómo David embauca hábilmente a la opinión pública –tenemos una tesis sobre esto en Mainz–, o la frase "vox populi vox Dei" en Isaías. Lo encontramos también en los cuentos de hadas y en las leyendas.


Aparece en La Iliada y en las obras de Herodoto y Sófocles. El mismo concepto figura en los escritos del famoso obispo y hereje español Prisciliano: "opinionis publicae". Un hereje está excomulgado; y cuando consideramos el temor del individuo al aislamiento, podremos imaginar las enormes implicaciones de una excomunión. Carlomagno mantuvo correspondencia con su cuñado Alcuin sobre la interpretación de "vox populi vox dei". Montaigne, alcalde de Burdeos, fue víctima de la opinión pública en un momento extremadamente crítico del conflicto entre protestantes y católicos. Lo describe con astucia en un ensayo publicado en 1588, en el que emplea varias veces el término "opinion publique". No obstante, un amigo le advirtió que no parecía probable que se aceptasen esas extrañas expresiones. Tenía razón este amigo, ya que tuvieron que transcurrir 200 anos, hasta la Revolución francesa, para que el concepto de opinión pública se convirtiera en una palabra de uso corriente.


El concepto de opinión pública que sirve de base a la teoría de la espiral del silencio se contiene en el título del último capítulo de The Spiral of Silence (1993): "The Manifest and Latent Function of Public Opinion: A Summary". En este artículo afirmamos que las cincuenta definiciones citadas por Childs tienen su origen en sólo dos conceptos diferentes de opinión pública. Hay, además, unas cuantas definiciones de índole técnico-instrumental, toda vez que se equipara la opinión pública con los resultados de los sondeos de opinión, definidos como "la suma de las actitudes individuales halladas por los encuestadores". Prácticamente todas las definiciones reunidas por Childs están relacionadas con los dos conceptos siguientes:


1. La opinión pública como racionalidad. Es instrumental en la formación de opinión y en la toma de decisiones en una democracia.

2. La opinión pública como control social. Tiene como fin la promoción de la integración social y la garantía de un nivel suficiente de consenso que sirva de base para la adopción de acciones y decisiones.


Observé que esos dos conceptos podían diferenciarse de acuerdo con sus funciones, manifiestas o latentes, según la teoría del sociólogo americano Robert Merton, que describe ambas categorías en el primer capítulo de su obra Social Theory and Social Structur. Para Merton, el término "funciones manifiestas" define los factores de influencia y las consecuencias objetivas que contribuyen al ajuste del sistema, propuestos y reconocidos por los participantes. Las "funciones latentes" son, por lo tanto, las que no son ni propuestas ni reconocidas.


La función latente de la opinión pública, según Merton, no es ni propuesta ni reconocida, y de ahí que cueste tanto trabajo señalarla. La función latente de la opinión pública como control social tiene la misión de integrar la sociedad y asegurar un grado suficiente de cohesión en lo que atañe a valores y objetivos. Es difícil reconocerla, porque ni siquiera estamos seguros de la necesidad de esa integración y también porque los sociólogos la han abordado solamente desde un punto de vista abstracto, teórico y aún no ha sido objeto de una investigación empírica. No nos damos cuenta de la enorme presión que ejerce sobre todos los miembros de la sociedad, de la misma manera que no nos fijamos en la presión atmosférica, pero lo cierto es que es tremenda. El filósofo inglés John Locke, en su obra Essay Concerning Human Understanding publicada en 1690, afirma que la presión que ejercen las "leyes de opinión, reputación y moda" – término que emplea para referirse a la opinión pública – es tan grande que no hay uno entre diez mil que pueda resistirla.





En la XXV conferencia anual de la American Association for Public Opinion Research celebrada en 1970, durante la sesión titulada "Toward a Theory of Public Opinion", Brewster Smith, psicólogo de la Universidad de Chicago, afirmó que la investigación "no se había encarado con el problema de cómo se articulan las opiniones individuales para dar lugar a consecuencias sociales y políticas”. En otras palabras: aún no había respuesta a la pregunta de cómo la suma de opiniones individuales, determinada por la investigación de la opinión pública, se transforma en un poder poder político temible llamado "opinión pública", con todas sus consecuencias políticas y sociales. 


¿Hemos adelantado mucho desde que Brewster Smith planteó esta cuestión en 1970? No se ha podido encontrar respuesta a la pregunta de Smith porque ningún investigador buscaba una opinión pública capaz de ejercer presiones. El concepto racional de opinión pública no explica la presión que tiene que ejercer para que llegue a influir sobre el gobierno y los ciudadanos. El razonamiento es luminoso, estimulante e interesante, pero no es capaz de ejercer la clase de presión a la que –como diría John Locke– ni uno entre diez mil sería invulnerable.


La opinión pública no queda descrita por ese concepto racional y democrático según el cual las opiniones informadas de los ciudadanos responsables sirven de relación recíproca con el gobierno, sino que se trata de una cuestión de control social. Me habían nombrado profesora de investigación de periodismo y comunicaciones, y me encargaron el desarrollo de un instituto fundado recientemente. Mi lección inaugural sobre el tema "Public Opinion and Social Control" tenía influencias de John Locke y Edward Ross. 


Aquel mismo año de 1965 tuve otra experiencia significativa. Era año de elecciones, como sucede cada cuatro años, se elegiría a los miembros del Bundestag alemán.  Tres semanas antes de las elecciones, la intención de voto fue arrastrada por los pronósticos sobre el posible vencedor. Ganaron los cristiano-demócratas con una ventaja del 8,6% sobre los social-demócratas. Tardé más de seis años en hallar una explicación de la ausencia de un cambio en la intención de voto que se correspondiera con el constante aumento de las expectativas sobre el posible ganador de las elecciones. La solución se me ocurrió posiblemente por mi experiencia sobre desórdenes estudiantiles en mi capacidad de profesora de investigación de comunicaciones de la Universidad de Mainz durante aquellos años.


En el invierno de 1970/71 sólo pude terminar una de cada dos disertaciones. A pesar de eso, el número de estudiantes que querían oírlas en paz era mayor que el de los que interrumpían las clases en un intento de influir en el programa. Estaba claro que eran más los que querían oírme, y así me lo hacían saber los que venían a verme a mi despacho. Pero mientras el grupo de revoltosos desarrollaba una gran actividad llenando paredes, puertas, ventanas y coches de pintadas, pasquines y pegatinas contra mi persona, e interrumpiendo mis clases, el grupo de los que querían escuchar mis conferencias permanecía en silencio. Parecían tener cada vez más miedo a que al apoyarme a mí quedaran aislados de sus compañeros y perdieran simpatías. De esta manera se creó la falsa imagen pública de una masa de estudiantes unánimes en su protesta; lo cierto es que llegaron a ocupar el Instituto de Investigación de las Comunicaciones y permanecieron dentro durante una semana. 


El motivo de tanta lentitud en el desarrollo de la teoría es que en su origen, más que de un concepto teórico que habría de ensayarse después empíricamente, se trataba de un concepto basado en los confusos hallazgos de 1965 que requerían una explicación teórica. Incluso hoy, son muy pocas las teorías relacionadas con las ciencias sociales que se desarrollan de esta manera, aunque sí sucede con muchas otras de las ciencias naturales. En el futuro, con la realización de un número cada vez mayor de investigaciones empíricas en el campo de las ciencias sociales, se podrán desarrollar muchas más teorías de este tipo. Envié a Robert Merton un ensayo sobre los dos conceptos de opinión pública, interpretados como funciones manifiestas y latentes. Le escribí en el mes de julio pasado y me contestó en septiembre aprobando mi idea. Me envió también un nuevo artículo publicado en 1989, "Unanticipated Consequences and Kindred Sociological Ideas: A Personal Gloss". Me complació ver que durante más de sesenta anos – desde que en 1949 se publicó por primera vez Social Theory and Social Structure–, Merton ha venido estudiando la importante diferencia que existe entre las funciones manifiestas y las latentes.


Al comparar los dos conceptos distintos de opinión pública, hay que hacer hincapié en que se asientan sobre dos suposiciones completamente diferentes sobre la misión de la opinión pública. Como proceso racional, la opinión pública se centra en la participación democrática y en el intercambio de opiniones diversas sobre asuntos públicos, juntamente con la petición de que el gobierno considere esas ideas y la preocupación de que el proceso de formación de opinión pueda manipularse desde el poder estatal y el capital, a través de los medios de comunicación y de la tecnología moderna. 


La opinión pública, considerada como control de la sociedad, se centra en la obtención de un nivel suficiente de consenso sobre los valores y objetivos de la comunidad. De acuerdo con este concepto, el poder de la opinión pública es tan grande que no puede pasar inadvertido ni por el gobierno ni por los miembros de la sociedad. Este poder surge de la amenaza de aislamiento con que la sociedad amenaza a los individuos y gobiernos que desvían su camino, y del miedo al aislamiento inherente a la naturaleza social del hombre. 


Una de las diferencias más importantes que existen entre el concepto racional de opinión pública y el concepto de opinión pública como control social, llamado también "concepto dinámico socialpsicológico", estriba en la interpretación de la palabra "pública". Según el concepto demócratateórico de opinión pública como producto del raciocinio, "público" se considera de acuerdo con el contenido de los temas de opinión pública, que son los de contenido político. El concepto de opinión pública como control de la sociedad interpreta el término "público" en el sentido de "ojo público": "a la vista de todos", "visible a todos", "coram publico". El ojo público es el tribunal que enjuicia al gobierno y también a cada individuo. 


Los dos conceptos difieren también en la interpretación de la palabra "opinión". De acuerdo con el concepto demócrata-liberal consiste en primer lugar en una cuestión de opiniones y discusiones, mientras que el concepto de opinión pública como control de la sociedad tiene aplicaciones mucho más extensas –de hecho, todo lo que en forma visible exprese una opinión relacionada con los valores, que puede manifestarse directamente en forma de opiniones, pero también, indirectamente, en forma de insignias y emblemas, banderas, gestos, peinados, barbas, símbolos visibles y conductas que reflejan un tipo de moral.


Según la teoría de la espiral del silencio, el hecho de que alguien hable fuerte o se quede callado, por lo que respecta a la opinión pública depende de la observación de cuáles son las ideas sobre temas conflictivos que son bien recibidas y cuáles dan lugar al aislamiento, y en especial, qué bando es el que está cada vez más fuerte y cuál el que pierde puntos. La gente basa fundamentalmente sus conclusiones en las impresiones recibidas de los medios de comunicación. Por ejemplo, hasta qué punto se ocupan los medios de un asunto determinado (función de selección de temas) y qué hechos, argumentos y valoraciones entran en el proceso. 


En la lucha por la opinión pública, el silencio es un arma importante. Hay personas y acontecimientos de los que no se dice nada. Hay personas y hechos cuyos aspectos positivos no se mencionan, mientras se realzan los negativos. Tenemos incontables ejemplos de esta conducta informativa, derivados de encuestas y análisis de contenidos de los medios, que han de estudiarse conjuntamente.


Durante largo tiempo, la distinción entre información y opinión ha venido siendo un principio fundamental del periodismo, con el fin de evitar una influencia partidista por parte de los mass media, Pero ahora vemos que no son los artículos de opinión los que parecen tener mayor influencia sobre el público, sino la selección de noticias. ¿Qué es lo que se publica como noticia y qué es lo que no se publica? ¿Qué acontecimientos, personas y valoraciones se omiten y son, por tanto, objeto de un bloqueo informativo? Basándonos en los sondeos realizados, podemos demostrar que las ideas sobre el entorno –lo que es importante, lo que es bueno, lo que es peligroso, lo que va para arriba y lo que va para abajo– están influidas decisivamente  por las opiniones de los periodistas creadores de opinión y por el contenido de los medios igualmente creadores de opinión. Por lo que respecta a las cuestiones especialmente controvertidas, los sondeos demuestran que la gente que ve mucha televisión tiene una noción de los hechos y de las personas, y de su importancia, distinta a la de la gente que no ve apenas la televisión. Es lo que llamamos "doble clima de opinión” .


Los medios creadores de opinión influyen en que la gente hable o se quede callada, de dos maneras distintas:.


Primera. Las personas son más valientes para apoyar públicamente la opinión dominante en los medios creadores de opinión. Nadie teme el riesgo de aislamiento público si sostiene una opinión predominante en los medios, porque los medios son públicos, Esto es una realidad, independientemente de que una opinión sea compartida por la mayoría de la población o solamente por una pequeña minoría. La expresión "mayoría silenciosa" se viene empleando desde los primeros años de la década de los setenta. 


La mayoría silenciosa aparece cada vez que la mayor parte de la población adopta una postura y sabe que la mayoría comparte esa opinión, pero al mismo tiempo se da cuenta de que los medios están de la otra parte. Uno de los capítulos de la segunda edición alemana de The Spiral of Silence (1989) lleva por título "La mayoría silenciosa no contradice la espiral del silencio". Dondequiera que los medios creadores de opinión adoptan un punto de vista opuesto al de la mayoría de la población, la minoría se hace oír fuertemente y sin temor a sufrir ningún tipo de aislamiento, mientras la mayoría permanece en silencio. Lo cual demuestra claramente por qué no puede eliminarse el contenido de los medios como factor importante a la hora de ensayar la teoría de la espiral del silencio.


Existe otra razón por la que la gente que tiene a su favor a los medios habla fuerte en público. Se trata de la "función unificadora de los medios". Los medios proveen al público de palabras y razones. La idea que en los medios recibe un trato especial, puede expresarse muy fácilmente en una conversación, ya que muchas de las palabras, expresiones, razones y elementos retóricos, se obtienen de los medios. Me gustaría terminar con un tema que no he tocado apenas hasta ahora: la opinión pública en una dictadura. 


Muchos sociólogos, investigadores de la comunicación y graduados en ciencias políticas afirman que en una dictadura no hay opinión pública. Es cierto, si se considera la opinión pública solamente a la luz de su función manifiesta: como un discurso racional protagonizado por ciudadanos responsables e informados, cuyo objetivo es la formación de la opinión y la toma de decisiones en una democracia. La opinión pública en el sentido de "raisonnement" (raciocinio) no existe, de hecho, en una dictadura. Pero la opinión pública sí existe en su función latente: ¿qué piensa la mayoría?, ¿qué opiniones están en alza?, ¿cuáles están en descenso? incluso en una dictadura.


Los dictadores usurpan el elemento público; usurpan el tribunal integrado por el público, el ojo del público, que en una sociedad libre juzga tanto al gobierno como a los miembros de la sociedad, otorgando su aprobación o su rechazo, y estableciendo reputaciones. Controlan al público imponiendo la censura a los medios y controlando cualquier conducta en público que exprese una opinión, tanto si es para aprobar como si es para protestar. A los gobernantes de un país totalitario les gustaría controlar todos los lugares públicos; cafés y restaurantes, por ejemplo. Esto explica por qué los ciudadanos de la Unión Soviética tenían que beberse su cerveza en un quiosco, por mucho frío que hiciera, en vez de hacerlo en un lugar cerrado.


10 noviembre 2018

El estrés postraumático en La isla siniestra



El estrés postraumático en La isla siniestra.


Daniel Moñino y Francisco González Urbistondo 



Sinopsis de la película


En 1954, los agentes federales Edward “Teddy” Daniels y su recientemente asignado compañero Chuck Aule, van al hospital de Ashecliffe para personas dementes en Shutter Island, isla situada en el puerto de Boston para investigar la desaparición de Rachel Solando, una paciente que en apariencia se evaporó de una habitación cerrada, dejando tras ella una nota en la que escribió “The law of 4; who is 67?” (La ley de 4; ¿quién es 67?). El doctor John Cawley, el jefe de psiquiatras, le explica que Rachel fue internada tras ahogar a sus tres hijos, negándose sin embargo a aceptar la realidad de que se encuentra en un hospital mental.


Durante la búsqueda Teddy se interesa por un faro, en el cual le dicen ya se ha buscado. Piden que le muestren los archivos de los empleados del hospital, a lo que Cawley se niega, aunque le permite interrogarlos. Al respecto, resultan desconcertados cuando saben que el psiquiatra de Rachel, el doctor Sheehan, se ha ido de vacaciones. Esa noche, Teddy tiene un extraño sueño en el cual ve a su esposa Dolores Chanal (Michelle Williams), que murió en un incendio algunos años antes, quien le dice que Rachel sigue en la isla, lo mismo que Andrew Laeddis, el incendiario responsable de su muerte. Daniels concluye que el “67” de la nota es este, de quien cree que es el paciente no reconocido por la institución número 67.


Por la mañana, interrogan a los pacientes de las sesiones de terapia grupal de Rachel, una de las cuales, durante una distracción de Chuck, advierte a Teddy que corra. Luego, Teddy dice a su compañero que la razón por la que ha aceptado la misión es porque que allí se encuentra Andrew Laeddis, quien fue enviado a Ashecliffe debido a su crimen pero luego desapareció, lo cual arroja dudas sobre la institución. Teddy conoció asimismo a otro de sus pacientes, George Noyce, quien afirmaba que allí se experimentaba con los reclusos. Por su parte, Teddy está decidido a que la institución sea cerrada.


De regreso a la clínica, Cawley informa a Teddy que Rachel ha sido hallada, y se la presenta. En su delirio, ella lo toma por su marido muerto en la Segunda Guerra Mundial, y a continuación se muestra muy angustiada. Más tarde, Teddy desarrolla migrañas de intensidad creciente acompañada de fotofobia. Por su parte, sus sueños son cada vez mas extraños, acompañadas por alucinaciones durante la vigilia. A esa altura de la situación está determinado a encontrar a Laeddis en el Sector C, que alberga a los pacientes de mayor peligrosidad. Allí encuentra a Noyce (Jackie Earle Haley) quien teme que se le lleve al faro, donde se practican lobotomías, y le dice que toda la investigación es un juego construido a su medida.


Teddy se reúne con Chuck y juntos se dirigen a los acantilados que rodean la isla, con el fin de llegar al faro. En un punto del camino, Chuck alega que continuar es demasiado peligroso y Teddy con suspicacia decide continuar solo. Sin embargo, es incapaz de llegar y, al regresar, descubre que su compañero ha desaparecido. Buscándolo al pie el acantilado, descubre a una mujer que se esconde en una cueva, la cual confirma sus sospechas revelándole que ella es la verdadera Rachel Solando. En una conversación junto a una fogata, la mujer le revela asimismo que era un psiquiatra en Ashecliffe hasta que se enteró de los experimentos. Para garantizar su silencio, se le encerró en la clínica. La mujer explica en fin que se están empleando medicamentos psiquiátricos para desarrollar técnicas de control mental y crear espías durmientes, advirtiéndole asimismo que es probable que él mismo esté siendo drogado desde que llegó.


Teddy regresa a Ashecliffe, donde el doctor Cawley le dice que llegó a la isla sin compañero alguno, y que nadie conoce a Chuck. Teddy logra sin embargo llegar al faro sin encontrar nada anormal en su planta baja ni en las escaleras de su interior, contrariamente a sus expectativas. En la zona superior del edificio, encuentra Cawley, quien le revela que él no es Edward Daniels, sino el ex agente Andrew Laeddis. Le revela asimismo que ha sido un paciente en Ashecliffe desde hace dos años, cuando asesinó a su esposa maníaco-depresiva en un acto de rabia tras descubrir que había asesinado a sus tres hijos, y que Rachel Solando nunca existió, ni como paciente, ni como psiquiatra. A continuación llega “Chuck”, quien se presenta como el doctor Sheehan, el psiquiatra de Andrew, resultando ser una enfermera la mujer que había tomado por Solando. Sheehan y Cawley afirman que Andrew vivió el delirio de ser un agente activo, buscando a Andrew Laeddis como una manera de disociarse de lo que había hecho. Asimismo, le muestran que los nombres “Edward Daniels” y “Rachel Solando” son respectivos anagramasde “Andrew Laeddis” y “Dolores Chanal”, representando “la ley de 4” (cuatro nombres) y afirmando a Laeddis como el “67”.


Cawley explica que Andrew ha atravesado diferentes ciclos en los que termina por enterarse de la verdad, tan sólo para regresar en su fantasía una y otra vez, atravesando etapas en las que ha lastimado a varios empleados y pacientes, llevando a la junta administrativa a solicitar una lobotomía como solución permanente a su problema. Sheehan y Cawley explican que trataron de poner en práctica una terapia, en la cual crearon la situación de la desaparición de “Rachel” basándose en la fantasía de Andrew, con el fin de poner de manifiesto su complot imaginario, y de permitirle ver la realidad y regresar a ella de manera permanente. Andrew parece aceptar las explicaciones, echándose la culpa de haber ignorado la enfermedad mental de Dolores hasta que cometió el crimen. Tras sufrir otra migraña, que le hace revivir la muerte de sus hijos y de su mujer, Andrew pierde el sentido.


Por la mañana siguiente, Andrew llama de nuevo Chuck a Sheehan y habla de revelar al mundo exterior lo que sucede en la isla. Sheehan señala discretamente a Cawley, y algunos empleados se acercan a Andrew para llevarlo a la lobotomía. Este le pregunta a Sheehan que sería peor, “si vivir como un monstruo, o morir como un buen hombre”. A continuación sale de la escena acompañado por los empleados.


Descripción psicológica del protagonista


Es evidente que algo le ocurre al agente Daniels. Tiene ensoñaciones en las que revive vívidamente pasajes del pasado, de la guerra concretamente. Además periódicamente tiene alucinaciones en las que ve a su mujer, fallecida en un incendio, que le previene de acontecimientos y le dice lo que debe hacer.


La situación se va complicando a medida que más misterios se van añadiendo a la investigación. La conspiración parece cierta y el que Daniels consiga salir de la institución, improbable.


Y es que es cierto que el agente tiene alucinaciones. Puede padecer trastorno de estrés postraumático por lo que vivió en la guerra y además se siente culpable por la muerte de su mujer y por no haber evitado la de sus hijos. La situación le ha trastornado, sufre un trastorno psicótico , probablemente esquizofrenia . Él fue agente, pero ahora es un interno de la institución. Está sometido a un tratamiento farmacológico a base de Clorpromazina , pero no responde adecuadamente a él porque se ha fabricado una historia para dar sentido a todo lo que le ha pasado y eso interfiere en su proceso curativo.


El doctor Cawley ha montado un psicodrama para hacerle salir de su fantasía. Una especie de “role-playing ”, para que Daniels vea lo incongruente de su historia y asuma la realidad. Es su única oportunidad. Si la medicación no funciona tendrán que dejar paso a la cirugía. Es un paciente muy violento, ya ha agredido a varias personas en la institución. De no encontrar una solución rápida le practicarán una lobotomía .

Pero al final el proceso funciona y el “agente” recuerda todo lo que pasó. La representación ha sido un éxito, ahora sabe que Daniels es un personaje inventado, en realidad es Andrew Laeddis. Fue él quien mató a su mujer cuando vio que había ahogado a sus tres hijos y desde entonces la culpa lo persigue.


Por fin la terapia farmacológica puede tener una oportunidad de éxito. Pero Laeddis, que se ha fabricado toda una historia para huir de la realidad, ahora tampoco está dispuesto a aceptarla. Ante la opción de asumir los hechos y curarse o de negarlos y seguir siendo un “loco”, prefiere la segunda. Por muy dura que parezca, la última escena de la película, es una representación, ahora consciente, para conseguir que le hagan una lobotomía. Es la única manera que le queda de salirse con la suya, de persistir en su postura inicial, de seguir negando la realidad.






El trastorno por estrés postraumático o TEPT es un trastorno psicológico clasificado dentro del grupo de los trastornos de ansiedad, que sobreviene como consecuencia de la exposición a un evento traumático que involucra un daño físico. Es una severa reacción emocional a un trauma psicológico extremo. El factor estresante puede involucrar la muerte de alguien, alguna amenaza a la vida del paciente o de alguien más, un grave daño físico o algún otro tipo de amenaza a la integridad física o psicológica, a un grado tal que las defensas mentales de la persona no pueden asimilarlo. En algunos casos, puede darse también debido a un profundo trauma psicológico o emocional y no necesariamente algún daño físico, aunque generalmente involucra ambos factores combinados.


Para hacer el diagnóstico de trastorno de estrés postraumático con base en los criterios de la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, se requiere lo siguiente:


-La persona ha experimentado, presenciado o le han explicado uno o más acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás


-La persona ha respondido con temor, desesperanza u horror intensos. En los niños estas respuestas pueden expresarse mediante comportamientos desestructurados o agitados


-El acontecimiento traumático es reexperimentado persistentemente a través de una o más de las siguientes formas:

  • Recuerdos del acontecimiento recurrentes e intrusos que provocan malestar y en los que se incluyen imágenes, pensamientos o percepciones. En los niños pequeños esto puede expresarse en juegos repetitivos donde aparecen temas o aspectos característicos del trauma
  • Sueños de carácter recurrente sobre el acontecimiento. En los niños puede haber sueños terroríficos de contenido irreconocible
  • El individuo actúa o tiene la sensación de que el acontecimiento traumático está ocurriendo. Se incluyen la sensación de revivir la experiencia, ilusiones, alucinaciones y flashbacks. Los niños pequeños pueden reescenificar el acontecimiento traumático específico
  • Malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático
  • Respuestas fisiológicas al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático
  • Evitación persistente de estímulos asociados al trauma y embotamiento de la reactividad general del individuo, tal y como indican tres o más de los siguientes síntomas:
  •      Esfuerzos para evitar pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre el suceso traumático
  •      Esfuerzos para evitar actividades, lugares o personas que motivan recuerdos del trauma
  •      Incapacidad para recordar un aspecto importante del trauma
  •      Reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas
  •      Sensación de desapego o enajenación frente a los demás
  •      Restricción de la vida afectiva
  •      Sensación de un futuro desolador, pesimismo


Síntomas persistentes de aumento de la activación, tal y como indican dos o más de los siguientes síntomas:


-Insomnio de conciliación o de mantenimiento
-Irritabilidad
-Dificultades para concentrarse
-Hipervigilancia
-Sobresaltos





Tomado de 

03 noviembre 2018

Fotografiar al natural. H.Cartier Bresson



Fotografiar al natural
L'imaginaire d'apres nature

Henri Cartier-Bresson.


El reportaje es una operación progresiva de la mente, del ojo y del corazón para expresar un problema, para fijar un acontecimiento o impresiones sueltas. Un acontecimiento tiene una riqueza tal que uno le va dando vueltas mientras se desarrolla. Se busca la solución. A veces se halla al cabo de unos segundos, otras se requieren horas o días; no existe la solución estándar; no hay recetas, hay que estar preparado como en el tenis. La realidad nos ofrece tal abundancia que hay que cortar del natural, simplificar, aunque ¿se corta siempre lo que se debe? Es necesario adquirir, con el propio trabajo, la conciencia de lo que uno hace. A veces, se tiene la sensación de que se ha tomado la fotografía más fuerte y, sin embargo, sigue uno fotografiando, incapaz de prever con certeza cómo seguirá desarrollándose el acontecimiento. Mientras tanto, evitaremos ametrallar, fotografiando deprisa y maquinalmente, para no sobrecargarnos con esbozos inútiles que atestan la memoria y perjudican la nitidez del conjunto.

La memoria es muy importante, memoria de cada fotografía que, al galope, hemos tomado al mismo ritmo que el acontecimiento; durante el trabajo tenemos que estar seguros de que no hemos dejado agujeros, de que lo hemos expresado todo, puesto que luego será demasiado tarde, no podremos recuperar el acontecimiento a contrapelo.


Para nosotros, existen pues dos selecciones y, por lo tanto, dos reproches posibles; uno cuando nos enfrentamos a la realidad con el visor, otro, cuando las imágenes están reveladas y fijadas y se ve uno en la obligación de separar aquellas que, aunque justas, son también las menos fuertes. Cuando es demasiado tarde, se sabe exactamente por qué se ha fallado. A menudo, durante el trabajo, una duda, una ruptura física con el acontecimiento nos crea la sensación de que no hemos tenido en cuenta tal detalle en el conjunto; otras veces, con bastante frecuencia, el ojo se ha dejado ir con indolencia, la mirada se ha vuelto vaga. Es suficiente.


En cada uno de nosotros es nuestro ojo el que inaugura el espacio que va ampliándose hasta el infinito, espacio presente que nos impresiona con mayor o menor intensidad y que se encerrará rápidamente en nuestros recuerdos y se modificará en ellos. De todos los medios de expresión, la fotografía es el único que fija el instante preciso. Jugamos con cosas que desaparecen y que, una vez desaparecidas, es imposible revivir. No se puede retocar el tema; como mucho se puede hacer una selección de imágenes para la presentación del reportaje. El escritor dispone de tiempo para reflexionar antes de que la palabra se forme, antes de plasmarla en el papel; puede enlazar varios elementos. Hay un periodo en que el cerebro olvida, una fase de asentamiento. Para nosotros, lo que desaparece, desaparece para siempre jamás: de ahí nuestra angustia y también la originalidad esencial de nuestro oficio. No podemos rehacer nuestro trabajo una vez que hemos regresado al hotel. Nuestra tarea consiste en observar la realidad con la ayuda de ese cuaderno de croquis que es nuestra cámara; fijar la realidad pero no manipularla ni durante la toma, ni en el laboratorio jugando a las cocinitas. Quien tiene ojo repara fácilmente en esos trucajes.


En un reportaje fotográfico llega uno a contar los disparos, un poco como un árbitro y, fatalmente, se convierte en un intruso. Es preciso, pues, aproximarse al tema de puntillas, aunque se trate de una naturaleza muerta. Sigiloso como un gato, pero ojo avizor. Sin atropellos, «sin levantar la liebre». Naturalmente, nada de fotos de magnesio, por respeto a la luz, aunque esté ausente. De lo contrario, el fotógrafo se convierte en un ser insoportablemente agresivo. 


Este oficio depende tanto de las relaciones que establecemos con la gente, que una palabra puede estropearlo todo, y hacer que todas las puertas se cierren. Tampoco en esto hay un único sistema, lo mejor que puedes hacer es que te olviden, al fotógrafo y a la cámara que es siempre demasiado visible. Las reacciones son muy distintas según el país y el medio; en Oriente, un fotógrafo impaciente o apresurado se pone en ridículo, lo que es irremediable. Si alguna vez nos vencen las prisas, o alguien ha reparado en tu cámara, basta con olvidar la fotografía y dejar, amablemente, que los niños se reúnan a tu alrededor.





El tema se impone. Y puesto que hay temas tanto en lo que ocurre en el mundo como en nuestro universo personal, basta con ser lúcido respecto a lo que ocurre y ser honesto respecto a lo que uno siente. En definitiva, basta con situarse en relación a lo que se percibe. El tema no consiste en recolectar hechos, ya que los hechos por sí mismos no ofrecen interés alguno. Lo importante es escoger entre ellos; captar el hecho verdadero con relación a la realidad profunda.

En fotografía, lo más pequeño puede constituir un gran tema, un pequeño detalle humano convertirse en un leit-motiv. Vemos, y hacemos ver, en esta especie de testimonio, el mundo que nos rodea, y es el acontecimiento, a partir de su misma función, lo que provoca el ritmo orgánico de las formas. En cuanto a la manera de expresarse, hay mil y una maneras de destilar lo que nos ha seducido. Dejemos pues a lo inefable toda su frescura, y no volvamos a hablar de ello…


Existe un territorio que la pintura ya no explota, el retrato, y algunos dicen que la fotografía es la causa de ello; de todos modos, la fotografía lo ha recuperado en parte, en forma de ilustraciones. Pero no debemos achacarle a la fotografía el que los pintores hayan abandonado uno de sus grandes temas. La levita, el quepis, el caballo, repelen en estos momentos al más académico de los pintores que se sentirá estrangulado por todos los botones de las polainas de Meissonier. Nosotros los aceptamos, tal vez porque nuestra obra es menos permanente que la de los pintores; ¿por qué deberían molestarnos? Más bien nos divierten, ya que, a través de nuestra cámara, aceptamos la vida en toda su realidad. La gente anhela perpetuarse en su retrato y le tiende su perfil a la posteridad; este deseo a menudo está entreverado de un cierto temor mágico: este deseo nos justifica.


Uno de los aspectos más emotivos de los retratos consiste en intentar hallar similitudes entre los hombres que se representan, de encontrar elementos de continuidad en todo lo que describe su medio; en un álbum de familia, confundir al tío con el sobrino. Pero, si el fotógrafo puede captar el reflejo de un mundo, tanto exterior como interior, es porque las gentes están «en situación», como se suele decir en el lenguaje teatral. El fotógrafo, pues, deberá respetar el ambiente, integrar el hábitat que describe el medio, evitar sobre todo el artificio que mata la verdad humana y conseguir, también, que se olvide la cámara y el que la manipula. El material complicado y los proyectores impiden, en mi opinión, que «salga el pajarito». ¿Hay algo más fugaz que una expresión en un rostro? La primera impresión que da ese rostro suele ser muy justa, y si bien se enriquece a medida que frecuentamos a la persona, se hace cada vez más complicado poder expresar su naturaleza profunda a medida que adquirimos un conocimiento más íntimo de ella. Considero que es bastante peligroso ser retratista cuando se trabaja por encargo para determinados clientes ya que, aparte de algunos mecenas, todo el mundo quiere quedar favorecido, y se pierden los vestigios de lo verdadero. Los clientes desconfían de la objetividad de la cámara mientras que el fotógrafo busca la agudeza psicológica; el encuentro entre estos dos reflejos hace que se genere un cierto parentesco entre todos los retratos de un mismo fotógrafo: una semejanza que surge de la relación que se establece entre las personas retratadas y la estructura psicológica del mismo fotógrafo. La armonía se encuentra en la búsqueda del equilibrio a través de la asimetría propia de cada rostro, lo que evita tanto la suavidad excesiva como lo grotesco.


Al artificio de determinados retratos, prefiero, con mucho, esas pequeñas fotografías de identidad que se aprietan, unas contra otras, en los escaparates de los fotógrafos de estudio. Siempre cabe la posibilidad de descubrir en estos rostros una identidad documental, a falta de la identificación poética que uno esperaría obtener.





Para que un tema posea toda su identidad, las relaciones de forma deben estar rigurosamente establecidas. Se debe colocar la cámara en el espacio en relación al objeto, y ahí es donde empieza el gran dominio de la composición. La fotografía es para mí el reconocimiento en la realidad de un ritmo de superficies, líneas o valores; el ojo recorta el tema y la cámara no tiene más que hacer su trabajo, que consiste en imprimir en la película la decisión del ojo. Una foto se ve en su totalidad, de una vez como un cuadro; la composición es en ella una coalición simultánea, la coordinación orgánica de elementos visuales. No se compone gratuitamente, se precisa, de entrada, tener la necesidad de ello y no se puede separar el fondo de la forma. En fotografía, hay una plástica nueva, función de líneas instantáneas; trabajamos en el movimiento, una especie de presentimiento de la vida, y la fotografía tiene que atrapar en el movimiento el equilibrio expresivo.

Nuestro ojo debe medir constantemente, evaluar. Modificamos las perspectivas mediante una ligera flexión de las rodillas, provocamos coincidencias de líneas mediante un sencillo desplazamiento de la cabeza de una fracción de milímetro, pero todo esto, que sólo se puede hacer con la rapidez de un reflejo, nos evita, afortunadamente, la pretensión de hacer «Arte». Se compone casi al mismo tiempo en que se aprieta el  disparador y, al colocar la cámara más o menos lejos del tema, dibujamos el detalle, lo subordinamos, o por el contrario, nos dejamos tiranizar por él. En ocasiones, insatisfechos, quedamos atrapados, esperando que ocurra alguna cosa; a veces se rompe todo y no habrá foto, pero si, por ejemplo, de repente alguien cruza ese espacio, seguimos su trayectoria a través del cuadro del visor, esperamos, esperamos… disparamos, y nos vamos con la sensación de haber obtenido algo. Después, podremos entretenernos trazando la media proporcional en la foto o alguna otra figura, y comprendemos que disparando en ese preciso instante, hemos fijado, instintivamente, los lugares geométricos precisos sin los que la foto sería amorfa y carente de vida. La composición tiene que ser una de nuestras preocupaciones constantes, pero en el momento de fotografiar no puede ser más que intuitiva, ya que nos enfrentamos a instantes fugitivos en que las relaciones son móviles. Para aplicar la relación de la «sección áurea», el compás del fotógrafo no puede estar más que en su ojo. Ni que decir tiene que todo análisis geométrico, toda reducción a un esquema, sólo puede producirse cuando ya está hecha la foto, cuando está revelada, cuando hemos sacado copia y no sirve más que de materia de reflexión. Espero que no llegue el día en que se vendan los esquemas grabados sobre cristales pulidos. La elección del formato de la cámara juega un papel determinante en la expresión del tema; el formato cuadrado tiende a ser estático por la similitud de sus lados; por algo será que, no hay lienzos cuadrados. Si recortamos, aunque sea un poco, una buena foto, destruimos fatalmente este juego de proporciones y, por otra parte, es muy raro que una composición cuya toma es floja pueda salvarse buscando la manera de recomponerla en el cuarto oscuro; al recortar el negativo en la ampliadora, se pierde la integridad de la visión. A menudo oímos hablar «de los ángulos de toma de vistas» cuando los únicos ángulos que existen son los ángulos de la geometría de la composición. Son los únicos ángulos válidos y no los que consigue el tipo que se tumba en el suelo para «obtener efectos» u otras extravagancias. 









Tomado de:
CARTIER-BRESSON, H. (2003): Fotografiar al natural. G gili. p. 10-15.