25 junio 2018

La Grecia lógica. Julia Kristeva




La Grecia lógica

Julia Kristeva


Al plantear las bases del razonamiento moderno, la filosofía griega dio también los principios fundamentales a partir de los cuales se ha podido pensar el lenguaje hasta nuestros días. En efecto, si la lingüística de estos últimos años y la teoría de la significación en general se alejan cada vez más de las nociones tradicionales que dominaran la reflexión clásica del lenguaje, se trata tan sólo de un fenómeno muy reciente y poco afianzado todavía. Los principios ideados por los griegos han ido guiando durante siglos las teorías y las sistematizaciones lingüísticas en Europa. Y aunque cada época y cada tendencia descifraran a su manera los modelos legados por los griegos, las conceptualizaciones fundamentales del lenguaje, así como las clasificaciones básicas, han seguido siendo constantes. Los griegos son los primeros —después de los fenicios a los que consideraron maestros suyos— que utilizaron una escritura alfabética. Adoptando el alfabeto consonántico de los fenicios y acomodándolo a las características de la lengua griega (cuyos radicales no son consonánticos como en las lenguas semíticas), se vieron obligados a introducir unas marcas para las vocales. Cada letra recibió un nombre (alfa, beta, gama, etc.), y marcaba el fonema inicial de su nombre: β βετα. El análisis del significante en sus  mínimos no es un fenómeno aislado en el procedimiento del conocimiento griego. Los filósofos materialistas anteriores a Sócrates, en sus  teorías del mundo físico, dividen hasta el infinito la «substancia primordial e infinita» para aislar sus elementos, los cuales son los correlatos de las letras del lenguaje, cuando no se confunden con ellas de forma explícita. 


Lo que Empédocles (siglo V a. C.) llamara elementos, Anaxágoras (500-428 a. C.) homeómetros. Leucipo (siglo V antes de C.) y Demócrito (siglo V a. C.) átomos, y lo que se llegó a llamar más tarde στοιχείόν, son —dentro de un único proceso de conocimiento— el correspondiente material a las letras del acto significante. La división infinita de las cosas conducía en los presocráticos a una masa de partículas, unas semillas en estado germinal: Anaxágoras hablaba de σπέρματα , y Demócrito veía las grandes masas del universo como una πανπερμια. Estas teorías físicas se metían con la praxis del lenguaje en algunos presocráticos (entre los filósofos griegos, sólo Parménides y Empédocles eran poetas; más tarde Lucrecio agregó su nombre a la lista), así como con la teoría del lenguaje, aún en período de formación en los presocráticos: Aristóteles consideraba a Empédocles como el inventor de la retórica. Estos materialistas griegos cuyas teorías expondría más tarde Lucrecio, consideran claramente las letras como unos átomos fónicos, unos elementos materiales del mismo orden que la substancia material. Demócrito fue el primero que empleó las letras del alfabeto como ejemplos que ilustraban sus demostraciones atomísticas. Por igual, Epicuro (341-270 a. C.) sostenía que las cosas podían descomponerse en elementos ínfimos e invisibles, condiciones del engendramiento y de la muerte, asimilables a las letras del alfabeto. La idea de la correspondencia, por no decir de la adecuación entre los elementos corporales (átomos) y los elementos de la cadena hablada (letras) fue corriente en Grecia; una prueba de ello nos viene dada por una observación de Posidonio, según la cual los primeros atomistas habrían sido los fenicios, los inventores del alfabeto. Pero, a pesar de los materialistas —últimos defensores de la solidaridad del lenguaje con lo real (Heráclito, 576-480 antes de C., sostenía que las cualidades de las cosas se reflejaban en su fonetismo, mientras que Demócrito pensaba que tal correspondencia se debía a una convención social— el tipo mismo de escritura así como, sin lugar a duda, las necesidades económicas e ideológicas de la sociedad griega sugerían  y acabaron imponiendo una concepción del lenguaje en tanto que idealidad que reflejaba lo exterior, sin otra ligazón con ello que la conceptual. Cierto es que la escritura fonética participa de una concepción analítica de la substancia fónica del lenguaje. No sólo se distingue lo que más tarde se llamaría el «significante» del referente y del significado, sino que está dividido en elementos constituyentes (fonemas) clasificados ellos mismos según dos categorías: vocales y consonantes. El pensamiento griego está, pues, a la escucha del lenguaje en tanto que sistema formal, distinto del exterior que aquél significa (lo real), constituyendo un dominio propio, un objeto de conocimiento peculiar, sin confundirse con su exterioridad material. Aquí vemos cómo se cumple plenamente el proceso de separación del lenguaje con lo real, proceso que hemos podido constatar en las teorías lingüísticas de las anteriores civilizaciones. El lenguaje ya no es una fuerza cósmica que ordena la escritura a la vez que ordena el cosmos. El griego lo extrae de la ganga unida y ordenada en la que otros mezclaban lo real, el lenguaje y los que lo manejan; lo entiende como autónomo y, por ende, se entiende a sí mismo como sujeto autónomo. El lenguaje es en primer lugar una sonoridad. Como ya pudimos observarlo, desde la tradición homérica se ha descrito el pensar como el hablar, localizándolo en el corazón, pero sobre todo en los pulmones, φήν, φενός, considerados como un diafragma. Partiendo de esta concepción del pensamiento en tanto que palabra vocal, se llega a la noción de λόγσς en tanto que equivalente de ratio (razón) y de oratio (oración). Si bien es un vocalismo, el lenguaje es también lo propio de un sujeto, una facultad subjetiva autentificada por el nombre propio del individuo que habla. La Ilíada (I, 250) canta a «Néstor con su dulce lenguaje, el orador sonoro de Pilos. De su boca, los acentos manan con más dulzura que la miel...». Sistema fónico controlado por el sujeto, el lenguaje es casi un sistema secundario que influye lo real aunque está lejos de igualarse a la fuerza material. El griego se piensa a sí mismo en tanto que sujeto que existe fuera de su lenguaje, en tanto que adulto poseedor de un real distinto del de las palabras, en cuya realidad creen sólo los niños. Ejemplo, esta frase de Eneas a Peleides: «No creas que me vas a asustar con palabras como si fuera un niño...  No nos verán volver del combate tras haberle concluido así, simplemente, con palabras infantiles...» (Iliada. XX. 200-215). 


Las principales manifestaciones del cumplimiento de la separación real-lenguaje son: la escritura alfabética y la teoría fonética platónica y posplatónica; la constitución de la gramática como un «arte del escribir bien» o ciencia del lenguaje en tanto que sistema formal; las discusiones y las proposiciones referentes a la relación entre lenguaje y realidad (ya conocidas en la India, llegaron a Grecia en su forma más acabada). El famoso diálogo de Platón (429-347 a. C.), el Cratilo, muestra la vigencia de tales discusiones filosóficas que, considerando admitida la separación real/lenguaje, tratan de establecer las modalidades de la relación entre ambos términos. Este diálogo, muy diferente de los demás escritos de Platón, presenta dos caras a menudo contradictorias de la concepción socrática del lenguaje (una defendida por Cratilo, otra sostenida ante Hermógenes, aparentemente discípulo de Heráclito) y nos muestra una concepción del lenguaje que vacila, replanteándose a sí misma, y que parece incapaz de enunciar nada que sea mínimamente científico acerca de la lengua: pues, en lo tocante a la lengua, uno está preso de una «inspiración» irracional. Diríase que Platón responde a las concepciones de los sofistas para quienes el lenguaje no enuncia nada que sea fijo y estable al estar en pleno movimiento: Parménides (siglo VI a. C.) sostenía, en efecto, que el lenguaje —inasible fluidez— aparece en el momento de la disolución de la inamovible realidad y que no puede, por tanto, expresar lo real. En la primera parte del Cratilo, Platón responde con soltura a sus concepciones, confesando sin embargo, la dificultad que siente para explicar el lenguaje de poetas tales como Hornero (392-393). Le resulta más difícil todavía cuando el discípulo de Heráclito le propone una teoría según la cual el mismo mundo se halla en pleno movimiento y en contradicción por lo que el movimiento de la lengua no corresponde sino a la modalidad real (440 a-d). Si se pueden desprender de esta forma poco legisladora del diálogo unos problemas centrales, insistiremos sobre dos de ellos: en primer lugar, la postura platónica dentro de la polémica acerca del carácter θέσει. (convencional) o φύσει (natural) del lenguaje: ¿se dan los nombres de las cosas por  contrato social o, al contrario, derivan de la naturaleza de las cosas? En segundo y consiguiente lugar, la sistematización platónica de los elementos y de las partes del lenguaje. Platón opta por el carácter φύσει del lenguaje, pero da una significación más concreta a este término para el cual había cuatro interpretaciones en las anteriores discusiones. Concilia las dos tesis al postular que el lenguaje es una creación humana (y, en este sentido, convencional) que aun así deriva de la esencia de las cosas que representa (y, en este sentido, la creación es natural) por lo que se convierte en una obligación, una ley para la sociedad. El nombre, νόμος;. para Platón significa ley, costumbre, uso. Hablar es distinguirse de las cosas expresándolas, dándoles nombres. Nombrar se convierte en el acto diferencial que da lugar a la palabra ya que sitúa dicha palabra (con su sujeto) frente a las cosas: «Ahora bien ¿nombrar no es acaso una parte de la acción de hablar? Pues, al nombrar, ¿verdad?, hablamos... Si hablar era un acto que se refiere a las cosas, ¿nombrar no será entonces un acto?...». El nombre distinto de la cosa «es un instrumento que sirve para instruir y para distinguir la realidad como la lanzadera hace el tejido». «Un buen tejedor, por tanto, utilizará como debe ser la lanzadera y “como debe ser” quiere decir: de modo apropiado para tejer; un buen instructor, como debe serlo el nombre, y “como debe ser” significa: de modo apropiado para instruir.» Por lo cual, el lenguaje tiene una función didáctica, siendo un instrumento del conocimiento. El mismo nombre es ya un conocimiento de la cosa: «cuando sabemos los nombres, sabemos también las cosas» dice Cratilo, «es imposible hablar falso». Pero Sócrates distingue el «conocimiento hecho» (μαθεĭν) de las cosas por los nombres, de la búsqueda personal filosófica de la verdad. El nombre no deja de ser por ello un revelador de la esencia de las cosas porque se parece a ellas. La relación nombre/cosa es una relación de semejanza, incluso de imitación: «Parece ser que el nombre es una manera de imitar mediante la voz lo que imitamos y nombramos, cuando nos servimos de la voz para nombrar lo que imitamos». El nombre es un simulacro mediante la voz, diferente del simulacro mediante el sonido y el color: «por medio de sus letras y de sus sílabas, el autor capta su ser (de las cosas) para imitar su esencia». El nombre «parece poseer cierta exactitud natural y no todo el mundo puede aplicarla como debe ser a cualquier objeto». Para demostrar esa exactitud natural de las palabras. Platón procede a un estudio «etimológico» de diversos tipos de palabras: nombres propios, palabras compuestas o descompuestas por Platón, palabras «primitivas» indescomponibles para Platón. Dudosa a menudo, esta etimología demuestra el postulado platónico: la palabra es una expresión del sentido del que está cargado el objeto nombrado. De la concepción platónica se deduce que no sólo se extrae el lenguaje de lo real que nombra y se considera como un objeto aparte que estator crear, sino también que el significado en sí está aislado del significante y, más aún, situado como si existiera antes que éste. El significado precede al significante; distinto del referente y como olvidándolo, se esparce por un terreno dominador y privilegiado: el terreno de la idea. Crear palabras consistirá en hallar una corteza fónica para esa idea «aquí ya».


El lenguaje será sobre todo un significado que se habrá de organizar lógica o gramáticamente. Se ha podido observar que algunas teorías modernas, como las posiciones de Cassirer,  siguen los postulados platónicos y continúan privilegiando el sentido al omitir el significante dentro de la organización del lenguaje. La palabra, para semejantes teorías, es un símbolo conceptual. Con tales perspectivas, se puede apreciar aún más el papel de Saussure, quien hizo hincapié en la forma del signo y abrió, de este modo, la vía para un estudio del significante a la vez que para un análisis verdaderamente sintáctico (relaciones formales) del lenguaje. Así, pues, para Platón es el legislador el que establece el nombre al conocer la forma o la matriz ideal de la cosa. «No le incumbe a cualquiera establecer el nombre, sino a un fabricante de nombres; éste es, por lo que se ve, el legislador, es decir el artesano que lo menos de las veces encontramos entre los humanos». El nombre impuesto por el legislador no se aplica directamente a la cosa, sino a través de un intermediario: su forma o su idea. «El nombre que se otorga de forma natural a cada objeto, ¿no deberá nuestro legislador saber imponerlo a los sonidos y a las sílabas, y estar  atento a lo que es en sí el nombre, para crear y establecer todos los nombres, si quiere ser autoridad en este asunto?» Y, además: «Mientras imprime la forma de nombre requerida para cada objeto con unas silabas de cualquier naturaleza, ¿no será tan buen legislador aquí entre nosotros o en cualquier otra parte?» No obstante, dos restricciones frenan la ley del legislador. Por un lado, el dialéctico, es decir el que conoce el arte de interrogar y de responder, es quien ha de juzgar el trabajo del legislador. Por otro lado, por muy natural que pueda ser el nombre, «la convención en cierto modo y el uso deben contribuir necesariamente a la representación de lo que tenemos en la mente cuando hablamos» ¿Cómo sistematiza Platón el lenguaje creado de este modo? Dentro del conjunto lingüístico distingue una capa sonora que divide en elementos— στοιχεĭο . Más tarde, Aristóteles (384-322 a. C.) dará del στοιχεĭον la siguiente definición: «Se llama elemento al primer componente inmanente de un ser y específicamente indivisible en otras especies: por ejemplo, los elementos de la palabra son las partes de las que se compone la palabra y en las que se le divide en último grado, partes que ya no se pueden dividir en más elementos de una especie diferente de la suya; pero si se las dividiese, sus partes serían de una misma especie de la misma forma que una partícula de agua es agua, mientras que una parte de la sílaba no es una sílaba...». «El elemento de cada ser es su principio constitutivo e inmanente» (Metafísica, Δ 3). El término στοιχεĭον designa también los cuatro elementos de Empédocles, del mismo modo que los términos, axiomas, postulados e hipótesis de la geometría, y cualquier proposición matemática. Leyendo el desarrollo platónico acerca de los elementos fonéticos, el lector moderno advierte que, lejos de ser meramente formal, la teoría fonética de Platón se deduce de su teoría del sentido, siendo en primer lugar semántica: «Puesto que la imitación de la esencia se hace con sílabas y letras, ¿el procedimiento más exacto no será entonces distinguir primero los elementos (στοιχεĭοα)? Es lo que hacen quienes se enfrentan a los ritmos; empiezan distinguiendo el valor de los elementos, luego el de las sílabas, y entonces y sólo entonces es cuando abordan el estudio de los ritmos». Si bien admite Platón la existencia de un sentido anterior al lenguaje (la esencia) no concreta claramente si el significante juega un papel en la constitución de ese sentido. De cuando en cuando admite que «el mismo sentido se expresa con tales o cuales sílabas, poco importa; que se agregue o se reste una letra, eso tampoco tiene ninguna importancia siempre y cuando domine la esencia del objeto manifestada en el nombre»; en otra parte recuerda que «la adición o la supresión de letras alteran profundamente el sentido de los nombres hasta el punto que con unos cambios minúsculos a veces se les hace significar lo contrario». El término de elemento, sinónimo de letra, acoge la noción de fonema en el Cratilo: se trata, en efecto, del elemento mínimo de la cadena sonora. Platón distingue: las vocales, las consonantes y una tercera categoría, «los que, sin ser vocales, no son mudos, sin embargo». Los elementos forman las sílabas de las cuales podemos encontrar el ritmo del enunciado. Si, en Platón, los conceptos de letras y de fonema no se distinguen, posteriormente los científicos hablarán de figura, forma escrita de la letra, y de su potestas o valor fónico. En Platón, las sílabas forman los nombres y los verbos con los cuales se constituye «un gran y hermoso conjunto, cual el ser viviente reproducido por la pintura; lo que aquí constituiremos será el discurso, con el arte de los nombres y con la retórica, en fin, con el arte apropiado». Aquí vemos enunciarse la gramática. γραμματιχή, el arte de escribir, de origen sin duda escolar y practicada por Sócrates en cuanto que estudio de las letras como elementos de las palabras y de su valor fonético, aunque también ya como un estudio de las partes del discurso.




Platón crea el área de la Idea y es ahí donde se mueve su teoría,
 teoría que, más tarde, Aristóteles definirá como siendo del orden lógico.


La primera distinción gramatical fue visiblemente la de los nombres y de los verbos. Platón ha sido el primero que la estableció de manera definitiva. De tal manera se constituye la teoría platónica del discurso, teoría filosófica  en la que se mezclan consideraciones lingüísticas (acerca de la sistematización de las categorías lingüísticas) y lógicas (acerca de las leyes del sentido y de la significación), sin que esas distinciones sean puramente lingüísticas o lógicas en la clara acepción de estos términos actualmente. Al separar lo real del símbolo, Platón crea el área de la Idea y es ahí donde se mueve su teoría, teoría que, más tarde, Aristóteles definirá como siendo del orden lógico: «Si así separó del mundo lo Uno y los Números, contrariamente a los pitagóricos, y si introdujo las Ideas, se debió a sus investigaciones de orden lógico». Aristóteles piensa en aquella filosofía del concepto que Sócrates fue el primero en practicar: no se planteaba las cosas desde el punto de vista de los hechos (εργα), sino desde el punto de vista de las nociones y de las definiciones (λόγοι). Platón aplica también este método de los λόγοι a su análisis del lenguaje, del discurso, del λόγος . La teoría detallada de discurso-verdad. Cualquier recurso a la substancia del lenguaje y a las especificidades de su formación se omite: «No se plantea al lenguaje desde el punto de vista de los hechos —decía Aristóteles—, sino desde el punto de vista de las nociones y de las definiciones». La relación logos/cosa viene planteada así: «Solamente hay esencia de las cosas cuya enunciación es una definición»; o bien: «Al ser la definición una enunciación, y como toda enunciación tiene partes; por otro lado, al ser la enunciación a la cosa lo que la parte de la enunciación es a la parte de la cosa, la cuestión se plantea entonces a saber si la enunciación de las partes debe estar presente, o no, en la enunciación del todo...», y, por último: «Una enunciación falsa es la que expresa, en cuanto que falsa, lo que no es». El logos [aquí, tal vez, en el sentido de «acto significante»] es también la causa de las cosas, fuerza motriz, equivalente de la materia: «En un sentido, por causa entendemos la substancia formal (ούσία) o esencia (en efecto, la  razón de ser de una cosa conduce en definitiva a la noción — λόγος—de esa cosa, y la razón de ser primera es causa y principio); en otro sentido también la causa es la materia o el substrato; en un tercer sentido, es el principio de donde parte el movimiento; en un cuarto, finalmente, opuesto al tercero, la causa es la causa final o el bien (pues el bien es el fin de cualquier generación o de cualquier movimiento)». Aunque consideremos, junto con Steinthal, que antes del período de Alejandría no había en Grecia una verdadera gramática, es decir, un estudio de las propiedades concretas de la organización específicamente lingüística, constatamos que Aristóteles ya formuló algunas distinciones importantes de categorías del discurso y sus definiciones. Separa los nombres (con tres géneros) de los verbos que tienen como propiedad fundamental la de expresar el tiempo, y de las conjugaciones (σύνδεσμοι). Fue el primero que estableció la diferencia entre el sentido de una palabra y el sentido de una proposición: la palabra sustituye o designa (σηνάινει) algo, la proposición afirma o niega un predicado a su sujeto, o bien dice si el sujeto existe o no. He aquí, a título de ejemplo, algunas reflexiones aristotélicas acerca de las partes del discurso, tales como se presentan en la Poética: 


«Pues ¿cuál sería la obra propia del personaje hablante si su pensamiento fuera manifiesto y no el resultado de su lenguaje?» concentrada en su Poética. Para Aristóteles, el logos es una enunciación, una fórmula, una explicación, un discurso explicativo o un concepto. Lógica se vuelve sinónimo de concepto, de significación y de reglas de la «La elocución se refiere por entero a las siguientes partes: la letra, la sílaba, la conjunción, el artículo, el nombre, el verbo, el caso, la locución (λόγος)» «La letra es un sonido indivisible, no cualquier sonido, sino el de un sonido compuesto; pues las fieras también emiten sonidos indivisibles mas no doy a ninguno de éstos el nombre de letra (στοιχεĭον).» «La letra comprende la vocal, la semivocal y la muda. Es una vocal la letra que tiene un sonido audible sin que haya un acercamiento de la lengua a los labios; es semivocal la letra que tiene un sonido audible con ese acercamiento, por ejemplo: la Σ y la Ρ [son las líquidas]; es muda la letra que, aun con acercamiento, no tiene por sí misma sonido alguno, pues sólo es audible si está acompañada por unas letras que  lo tengan, por ejemplo: la Γ y la Δ .» «Esas letras difieren según las formas que toma la boca y según el sitio en que se producen...» «La sílaba es un sonido desprovisto de significación, compuesto de una muda y de una letra que tiene sonido...» «La conjunción es una palabra carente de significación que ni impide ni lleva la composición, por medio de varios sonidos, de una sola expresión significativa...» «El artículo es una palabra desprovista de significación que indica el comienzo, el final o la división de la oración...» «El nombre es un compuesto de sonidos significativos, sin idea de tiempo, y en el que ninguna parte es significativa por sí misma.» «El verbo es un compuesto de sonidos significativos, con idea de tiempo, y en el que ninguna parte es significativa por sí misma, como en los nombres...» «El caso afecta al nombre o al verbo e indica la relación “de”, “a” y otras semejantes, o bien la unidad o la pluralidad, por ejemplo, “hombres” y “hombre”, o bien los modos de expresión del personaje que habla, por ejemplo la interrogación o el orden; pues “¿anduvo?”, “¡anda!”, según esta distinción, son casos del verbo.» «La locución (λόγος) es un compuesto de sonidos significativo en que varias partes tienen un sentido por sí mismas (ya que todas las locuciones no se componen de verbo ni de nombres, sino, por ejemplo, en la definición del hombre puede haber locución sin verbo; deberá, sin embargo, contener siempre una parte significativa). Ejemplo de parte significativa por sí misma: “Cleón” en “Cleón anda”. La locución puede ser de dos maneras: designando una sola cosa o estando compuesta de varias partes ligadas entre sí; así ocurre en la Ilíada que es una por la ligazón de sus partes y la definición del hombre lo que es porque designa una sola cosa...» 


Aristóteles estudia posteriormente los tipos de nombres: nombres simples, nombres compuestos, así como el traslado a una cosa de un nombre que designa a otra: metáfora, metonimia, etc. Los estoicos, discípulos de Zenón de Cilio (308-264 a. C.) fueron quienes elaboraron una teoría completa del discurso que se presentaba como una gramática detallada, sin ser por  ello distinta de la filosofía y de la lógica. Reflexionando acerca del proceso simbólico, los estoicos establecieron la primera distinción clara entre significante y significado (τό σήμαινον //τό  σημαινόμενον), entre significación y forma, entré interior y exterior. Examinaron, además, problemas de fonética así como la relación entre lo fonético y la escritura. Analizando las partes del discurso, las denominaciones στοί – χεĭα  más que μέρη (partes) que encontraban tanto en el mundo físico como en el lenguaje. No abordaremos aquí la lógica de los estoicos, la cual ocupa una parte importante de su teoría del lenguaje; indiquemos, no obstante, algunas de sus sistematizaciones puramente lingüísticas. Distinguían cuatro partes del discurso: 1. nombres que significan cualidades (los estoicos distinguían, como sabemos, las siguientes categorías: cualidad, estado, relación, substancia) y se dividen en nombres comunes y nombres propios; 2. verbos en cuanto que predicados (como los definía Platón): el verbo está incompleto sin sujeto; expresa cuatro tiempos: presente continuo, presente pasado, pasado continuo, pasado realizado; 3. conjunciones (σύνδεσμοι); 4. άρορα, que comprenden los pronombres personales así como los pronombres relativos y el artículo. Asimismo, los estoicos distinguían las modalidades (o categorías gramaticales secundarias) siguientes: el número, el género, la voz, el modo, el tiempo, el caso, siendo los primeros que fijaron la teoría (Aristóteles, como lo hemos visto, hablaba también de casos pero, bajo ese término, metía las derivaciones, las flexiones verbales, etc.). 




















Tomado de:
KRISTEVA, Julia (1988): El lenguaje, ese desconocido. Introducción a la lingüística. Madrid, Ed. Fundamentos, pp. 94-105

19 junio 2018

Gutenberg. Ewan Clayton





Gutenberg

Ewan Clayton



Gutenberg inició sus experimentos con la imprenta en Estrasburgo, donde vivió en el exilio desde principios de la década de 1430 hasta 1444. Aunque su impresión de la Biblia estaba terminada con toda seguridad en el otoño de 1455,  sospechamos que a partir de 1448 (año en que Gutenberg regresó a Mainz y obtuvo un préstamo, seguido de otro en 1452) estaba ya ocupado en culminar su invento. Tal vez en 1452 imprimiera una serie de indulgencias: en mayo de ese año Nicolás de Cusa, representante papal, solicitó al abad de San Jacobo de Mainz que tuviese preparadas dos mil indulgencias a finales de ese mes, un encargo bastante difícil de cumplir si había que escribirlas a mano, y además se han conservado dos de estas indulgencias impresas por Gutenberg. También existen fragmentos de otros proyectos tempranos: un libro sobre las profecías de las sibilas acerca del sino de un anónimo sacro emperador romano, una gramática de Donato de veintiocho páginas —un manual clásico de latín— y un calendario y panfleto contra los turcos, que habían invadido Constantinopla en 1453 acabando con el Imperio bizantino.


La Biblia de Gutenberg ha sido reconocida como una obra maestra. Sigue siendo uno de los libros más bellos jamás impresos. Esta historia nos sirve también como advertencia de que otros pasos decisivos podrían pasar bastante inadvertidos. Cada tomo de la Biblia de Gutenberg mide 405 x 295 mm. Aunque algunas secciones producidas en la fase más temprana del proceso de impresión tienen cuarenta líneas por página, pronto se fija su número en cuarenta y dos, dispuestas en dos columnas. Se dejan huecos para añadir encabezamientos y capitulares a mano; se han conservado algunos ejemplares de una guía de ocho páginas para esta tarea, asimismo impresa por Gutenberg.


Las letras del texto son grandes, «como las que ahora se usan para imprimir misales», escribió Ulrich Zell en 1499. Un misal era un libro que se usaba en el altar; se leía a cierta distancia, de pie. Cada columna está justificada a la izquierda y a la derecha, algo que intentaban hacer los copistas pero que era mucho más fácil al imprimir, ya que se podía componer cada línea de caracteres y espaciarla a posteriori, cosa imposible para un copista, que tiene que hacerlo a ojo sobre la marcha, a la primera. El número de innovaciones distintas que tuvo que afrontar Gutenberg para llegar a este resultado es considerable. Tuvo que encontrar una manera de fundir una enorme cantidad de letras armoniosamente proporcionadas; halló un modo de componerlas, separando las líneas con una «regleta», y de sujetarlas (usando «fornituras» de madera y tornillos) para imprimir; experimentó con la tinta y el papel para conseguir la combinación adecuada: la tinta tenía que ser inusualmente pegajosa y el papel, según descubrió, era mejor cuando estaba un poco humedecido. Luego hubo que construir una prensa que diera cabida a la forma de tipos y al «carro» que metía y sacaba la forma y el papel debajo de la prensa, y determinar la manera más eficaz de hacerla funcionar y de manejar el gran número de hojas resultantes, que luego había que pegar para formar el libro. Al parecer hubo nuevos descubrimientos en cada etapa. Mientras estaba trabajando en la Biblia, parece ser que Gutenberg empezó con un salterio que hizo avanzar mucho la tecnología: capitulares coloreadas impresas en rojo y azul, mayúsculas decoradas con filigrana y dos nuevas familias de fuente De la caligrafía a la imprenta: nuevos descubrimientos relacionados con el invento de Gutenberg Pero en 2001 Paul Needham, bibliotecario de la Scheide Library (Universidad de Princeton), junto con Blaise Agüera y Arcas, científico informático y licenciado en Física de la misma universidad, dieron a conocer el resultado de un estudio de los primeros tipos de Gutenberg. El estudio había comenzado siendo un ejercicio de recopilación bibliográfica de los primeros libros impresos. Identificando determinados tipos por sus marcas singulares (consecuencia de daños sufridos al componer y deshacer los bloques de tipos), los investigadores esperaban conocer mejor los primeros procedimientos de impresión. Agüera y Arcas desarrolló un programa que les permitiría comparar entre sí todos los ejemplos de una determinada letra; filtraba además irregularidades producidas por la tinta al extenderse o correrse o por aplicar demasiada o muy poca. Pero cuando tuvieron los resultados del análisis, casi no se lo podían creer. En vez de unas imágenes agrupadas de acuerdo con el número de punzones usados, cada ejemplo de un tipo en una página parecía ser una letra fundida por separado; unos investigadores japoneses han obtenido posteriormente el mismo resultado. Pero, en palabras de Agüera y Arcas, lo importante «es la naturaleza de la variabilidad, no su cantidad». Las diferencias entre las letras no son de la clase que se suponen provocadas por los daños, sino que proceden de la construcción misma de las letras: las diferencias se encuentran en los ángulos que forman las partes, en su colocación y en la proporción de las letras. ¿Cómo era posible?



Tipos móviles y prensa de Gutenberg



Había otro misterio. Al ver el papel iluminado desde atrás y fotografiar las letras aparecieron subestructuras dentro de las letras: pequeños resaltes y superposiciones. Por otro lado, la parte inferior del tipo no estaba totalmente a nivel, como debería ser si se hubiese hecho con un solo punzón. La solución propuesta a estos dos inesperados hallazgos es que Gutenberg no había inventado la típica matriz para fundir una fuente de tipos, sino algo diferente. Su tipo se fundió quizá en arena fina: «Pensad en azúcar en polvo en vez de en grano», dice Needham. El molde se rompería después para extraer el tipo, pero la diferencia clave era la manera en que la imagen se estampa en su matriz, sean cuales sean los materiales usados. Las irregularidades observadas por los investigadores podían explicarse si las letras se hubiesen realizado con una serie de punzones «elementales» con los que se hubiese marcado cuidadosamente el molde que componía cada una de las letras. Como calígrafo me parece una idea muy natural: así es desde luego como se escriben las letras, constituidas por pequeños grupos de trazos de la pluma. Cada alfabeto se compone de una serie esmeradamente coordinada y limitada de trazos proporcionalmente relacionados entre sí, cosa que se debe a la anchura fija de la punta de la pluma y a la actitud repetitiva y sistemática del calígrafo al hacer sus trazos. Esta es la clase de pensamiento sistemático que subyace tal vez en el procedimiento de Gutenberg.


En el pasado, las monedas, los sellos y otros objetos impresos contenían series cortas de letras grabadas; pero la Biblia de Gutenberg supuso un desafío a una escala totalmente distinta, pues tenía más de seiscientas páginas y casi dos millones de letras. Y en este vasto terreno debe prevalecer la armonía, pues, como dice Lorenzo Ghiberti, «La escritura no sería bella si las letras no fuesen proporcionadas en la forma, el tamaño, la posición y el orden y en todos los demás aspectos visibles en los que pueden armonizar las diversas partes». El tipo de Gutenberg posee más de doscientos noventa caracteres y ochenta y tres ligaduras, caracteres que se funden unidos. Sería un tarea abrumadora, no habiéndolo hecho nunca antes, tallar trescientos setenta y tres caracteres, todos de la misma altura y con anchura en proporción, de modo que todos los trazos sean del mismo grosor según su alineación. Al artesano novato quizá le sorprenda que sería mucho más fácil —y daría lugar quizá a un efecto más unitario— tallar un número menor de trazos elementales y luego hacer esas letras a partir de ellos; así se puede garantizar automáticamente que todo tenga el mismo peso y la misma altura. Esto es especialmente relevante dado que en la forma de la textura gótica entonces en uso, que tiene muchas líneas paralelas, cualquier diferencia resultaría muy evidente. El método que se eligió se basa en habilidades ya existentes —la mano y la vista del calígrafo— para juzgar el número y la ubicación de las partes para hacer cada uno de los moldes individuales. Hace falta un ojo experto para juzgar con exactitud en tiempo real la deseada anchura del espacio de una contraforma, y cuánto debe sobresalir un trazo para hacer converger y unir un asta y una curva o una curva y otra. Fue así, como dice el colofón del Catholicon de Gutenberg de 1460, como «una maravillosa concordia, proporción y medida de punzones y formas» produjo un libro que para muchos observadores se parece más a la escritura a mano que al tipo uniforme con el que nos hemos criado.


Lo bueno de este descubrimiento acerca del procedimiento de Gutenberg es que muestra que la creación de las primeras letras impresas surgió de las habilidades del calígrafo, y las dos artes —escritura e impresión— estuvieron tal vez unidas en un proceso orgánico de desarrollo. El punzón único para cada letra se inventó algo después. El final de la vida de Gutenberg no es una lectura alegre. Arruinado por los enormes costes del desarrollo de su invento y por el dinero que tuvo que adelantar para el tipo, el papel y la vitela de su proyecto de Biblia, Gutenberg tuvo que ceder su equipo a su patrocinador financiero, Johann Fust, justo en el momento en que la Biblia se imprimió por fin. Fust continuó el negocio sin la participación de Gutenberg, y estaba bien situado para hacerlo, pues ya tenía el suyo propio de manuscritos y libros impresos con bloques de madera, y mantenía buenas relaciones con el comercio del libro en París. Convenció a Peter Schoeffer, un calígrafo parisiense al que Gutenberg había contratado como ayudante, de que montase un negocio con él y en 1457 Schoeffer selló el trato casándose con la hija de Fust. Fust murió en 1466; Schoeffer vivió hasta 1503 y tres de sus cuatro hijos fueron también impresores, uno de ellos especialista fundidor de tipos. Gutenberg murió en 1468, una vez más exiliado de Mainz por conflictos civiles durante los cuales perdió todo cuanto poseía en aquella ciudad. Después del proyecto de la Biblia de cuarenta y dos líneas había iniciado otros empeños editoriales, al parecer en ocasiones como consejero además de impresor. La Biblia de Bamberg de treinta y seis líneas (1458-1460) es probablemente una de las producciones que supervisó. En 1465 Gutenberg recibió del príncipe arzobispo de Mainz un reconocimiento bienvenido aunque discutible, pues fueron las maquinaciones políticas del arzobispo las que habían causado tanto sufrimiento a la ciudad y su séquito seguía ocupando la histórica casa familiar de Gutenberg en Mainz. Por su invención de la imprenta, Gutenberg fue elevado a la nobleza menor y se le concedió una pensión anual en especie y un traje nuevo al año. Murió el 3 de febrero de 1468, día de san Blas. Hay en esto una ironía: con su invento, Gutenberg liberó la voz de la masa del pueblo en Europa, y san Blas es el patrono de los que se ahogan y cura la garganta, la voz. Gutenberg fue enterrado en la iglesia de los Frailes Descalzos de Mainz, de la cual no quedan vestigios.


Cuando murió, la imprenta estaba ya en marcha. Los disturbios de 1462 en Mainz habían hecho que algunos de sus primeros aprendices y otros aspirantes a impresores reconsideraran su situación y se dispersaran. En 1464, Konrad Sweynheym y Arnold Pannartz establecieron su taller en Subiaco, el hogar italiano de san Benito, que se había retirado a un cueva que está por encima de la ciudad y allí había fundado su primer monasterio. Subiaco estaba a sólo 70 kilómetros al este de Roma, adonde se trasladaron Sweynheym y Pannartz en 1467. Johann von Speyer y su hermano Wendelin viajaron de Mainz a Venecia, donde en 1468 se les otorgó un breve monopolio sobre la impresión. En 1470 el impresor Nicolas Jenson había creado en Venecia el primer tipo romano reconociblemente moderno inspirado en las letras humanistas, con mayúsculas basadas en letras epigráficas y minúsculas adaptadas para combinarse con ellas. En 1480 había imprentas por toda Europa: en treinta ciudades de Alemania, cincuenta de Italia, nueve de Francia, ocho de Holanda y España, cinco de Bélgica y Suiza, cuatro de Inglaterra y dos de Bohemia. Al comenzar el siglo XVI, sesenta ciudades de Alemania tenían imprentas, con cincuenta talleres individuales sólo en Estrasburgo.





















Tomado de:
CLAYTON, Ewan (2013): Historia de la escritura. Madrid, Siruela, pp. 98-103.

11 junio 2018

¿Qué significa leer hoy? Jesús Martín-Barbero




¿Qué significa leer hoy?

Jesús Martín-Barbero 



La pregunta ¿qué significa leer hoy? supone, de alguna manera, para la inmensa mayoría de los que tienen que ver con estos temas, una pregunta de tipo monoteísta, o sea leer es aprender a vivir, leer es informarse, leer es cultivar la personalidad, leer es hacerse partícipe de lo que vive tu sociedad. Lo complicado es lo que queda por fuera. Para responder a la pregunta ¿qué significa leer? hay que estudiar el fenómeno en sus muy diversas dimensiones histórico-sociales, histórico-culturales, histórico-políticas; el asunto no es, simplemente, leer un libro, comprar un libro o llenar las bibliotecas de libros.  Las preguntas son ¿para qué?, ¿para quiénes?, ¿en función de qué? 


Leer ha estado muy condicionado por los soportes; la materialidad, el modo cómo se escribe y cómo se publica lo escrito marca formas de lectura completamente distintas, formas social y culturalmente diversas, con condiciones políticas y económicas diferentes de lectura.  Es decir, una cosa era leer el rollo de los judíos; otra cosa era leer la tablilla, el rollo, el libro grandote de los conventos y de las catedrales; una diferente es el libro de bolsillo. Entonces una primera cosa es eso: El libro es como lo que conocemos desde el siglo XIX y no desde el siglo XVII, desde el siglo XIX para acá y casi que ya, en gran medida, el formato de bolsillo. Cuando estaba haciendo la historia de las culturas populares en términos de comunicación, uno de mis descubrimientos más lindos fue encontrar cómo la mayoría de la gente en el mundo nunca leyó solo; la lectura del individuo solo es un fenómeno moderno explica Benjamín. La lectura del individuo corresponde justamente al surgimiento de la subjetividad y de la intimidad; esta relación subjetividad-intimidad no tiene nada que ver con lo que fue la lectura en voz alta. Entonces,  no es que la gente no haya leído nunca alguna vez solo, pero no se puede enseñar a leer sólo para que la gente lea sola en su cuarto, en su casa, en su asiento del bus. Leer es mucho más. 


Leer hoy es un montón de prácticas diferentes. Primero, prácticas históricas que no han desaparecido y que se superponen a las más modernas. De otro lado, el leer en estos países ha estado determinado por la acción escolar. El leer en las culturas europeas, incluso en las nuestras, estuvo muy ligado al hecho de llegar a una cierta edad; en la propia familia los libros de la casa y la lectura en voz alta  la hacían las abuelas.  


América Latina ha tenido como eje político pero no como eje cultural al libro. Esto es lo que hay que entender. La cultura letrada está ligadísima a la cultura del  comendador leguleyo. De un lado, una lectura instrumentalizada por el poder colonial, muy ligada a lo religioso y político. De otra parte, cuando en América Latina  se independiza vamos a tener una visión de que las mayorías no son para leer; las mayorías, habitan sus culturas y la que tiene que saber leer porque es la que tiene saber hablar y escribir, es la minoría que va a gobernar. Entonces, la ciudad letrada  ha sido la ciudad que consagra la exclusión y en la que el libro es utilizado políticamente, tanto en su materialidad como en su metáfora. Ciudadano colombiano es el que tiene propiedad de bienes y el que tiene propiedad al hablar; el que no sabe hablar no es ciudadano y hablar se aprende leyendo. En Ciudad Bolívar y en mucho de la educación colombiana a los muchachitos se les quita su saber cultural (palabras, tonos, modos de hablar e imaginar) para enseñarles a hablar con propiedad, como se escribe. En este acto, la cultura es destruida como afirmación de la identidad para dar paso a un alfabetismo desculturalizado que establece como base de la cultura a la tradición. Hoy día los que defienden el libro y la lectura no se están planteando ni la historia de América Latina,  su historia real, la de las mayorías. Por eso, es una estupidez que se diga que se lee menos. Nunca se ha leído tanto como se está leyendo hoy. No sólo la cantidad de libros que se venden, sino la cantidad de gente que lee.  Eso es agarrar la quejumbre de los apocalípticos europeos y ponerla en América Latina. La mayoría de padres de los muchachos de hoy no leían en este país. Es como el cuento de que la ciudad que acaba con la diversidad; cuando yo llegué a Bogotá en el 63, la Bogotá gris, oscura, llena de gente de negro, los de ruanas cafés y grises, eso sí que era uniforme; hoy en día, Bogotá es el país entero y es el país en los colores, en las modas, en las diversidades.  


La lectura se encuentra fragmentada. Primero: Cada institución no tiene que ver con las otras; la escuela no tiene nada que ver con la biblioteca, la biblioteca no tiene nada que ver con la escuela, los intelectuales no tienen nada que ver con la lectura de la gente, la gente no tiene nada que ver con los intelectuales; la relación de los diversos sectores que tienen que ver con la lectura es nula. Segundo: Ni la oralidad, ni la cultura oral, ni la cultura de la imagen aparecen como claves del mundo de lectura. Tercero: todo lo que se habla de leer como parte de un ejercicio de participación ciudadana queda completamente anulado y no se ve ni en la escuela ni en las bibliotecas; la noción de lectura es una noción instrumental que está muy ligada a la función o bien escolar, o bien después, la función laboral.  


Las necesidades que la sociedad tiene hoy de los diversos tipos de lectores no está siendo para nada planteada. Entonces, seguimos con una respuesta monoteísta: leer es leer libros y leer libros como se leen en la escuela; seguimos con  las declaraciones que exaltan que la lectura es lírica, gozosa, sensual, sensorial que te abre los sentidos, que te ilumina, que te enriquece, que te enriquece.  


Para salir de la impotencia. 


¿Qué tipo de lectura se debe hacer para sobrepasar el monoteísmo? Has que pasar a las lecturas. Para hacerlo hay que pasar por un nivel mediación que es la escritura. La inmensa mayoría de los documentos establecen como fundamental a la lectura, no la escritura. Hay como una especie de “frase de calle” que dice que sabe leer y escribir van juntas. Pero todas las políticas son políticas de lectura; una biblioteca, por ejemplo, no tiene políticas de escritura, ni la escuela tampoco. Las políticas son de lectura y de lectura primaria, de lectura pasiva, de lectura instrumental. Hoy día para ser ciudadano, necesitamos no sólo saber leer, necesitamos saber escribir. Hemos entrado a la sociedad en la que la metáfora del escribir se ha hecho real en la virtualidad digital. Tú no puedes usar el computador sin escribir. Si tú no sabes escribir, tú no puedes disfrutar del computador, ni del internet. Se requiere de una lectura que capacite para asumir la palabra, para expresarse, para escribir. ¿Qué significa? Apropiarse de la lectura es hacer de la palabra un  modo de presencia social, un modo de intercambio activo y de interacción social.   


Hoy día, la lectura puede ser enormemente evasiva, implosiva; vea como está el mundo, como está la sociedad,  mejor me refugio en la lectura; la lectura puede ser un refugio de impotentes, sobre todo políticamente. Yo creo que realmente la clase media, que es la que más lee, lo hace para olvidar, lee para no pensar el país, para evadirse de la realidad, del país, del mundo. Yo me preguntaría si la lectura no está siendo hoy un modo de escape y no un modo de empoderamiento.  


La escritura es la forma de salir de la impotencia, el modo de asumir la palabra, de hacerla real. ¿Cuánta gente escribe a los periódicos? Es un hecho, hay mucha más gente que escribe por internet que la que escribe a los periódicos; internet incita y facilita el escribir, exige el escribir. Esa apropiación de la palabra tiene una función clarísima en términos de tomar posición frente a la palabra pública que son los medios masivos.  Se sigue diciendo que lo único que genera pensamiento son los libros, cuando lo que en realidad necesitamos es saber leer un noticiero de televisión. La información básica de la mayoría de los colombianos es la que obtienen por televisión; si no se sabe descifrar eso, si no se sabe responder a eso, si no hay capacidad interpretativa de eso, si no podemos ver la televisión con un poquito de inteligencia lectora, no estamos haciendo nada. Hay que saber leer el periódico y saber leer la televisión en términos de información a partir de la cual se toman decisiones.  


La otra lectura que tiene que ver con el mundo de la imagen, desde el comic hasta el videoclip, donde pasan todas las nuevas narrativas que están reinventando la literatura. Es muy curioso que Benjamin ya viera esto hace un siglo con el cine y la fotografía, que la literatura entraba en evolución, no podía ser la misma. “Nos hallamos en el corazón de un enorme proceso de refundición de las formas de literatura en el que las posiciones desde las cuales estamos habituados a pensar pueden estar perdiendo vigencia” (Benjamín). 


La creatividad narrativa es el derecho de la gente a hacer su historia. Saber narrar hoy día es clave; así a los  niños hay que estimularlos a escribir, a narrar como una estrategia para su desarrollo social y de su creatividad. En la actualidad, cualquier proyecto necesita un guión; un proyecto no es sólo un fenómeno de tipo administrativo y de gestión, mentira,  al revés, lo que quieren los que están a la cabeza de las empresas es que cualquier proyecto tiene que saber presentarse, comunicarse, narrarse. La narración tiene que ver con la recuperación y reconocimiento de las memorias. En la gente hay una capacidad narrativa enorme que está completamente perdida, desaprovechada, desperdiciada. Para volver una sociedad menos caótica no se necesita solamente de ingenieros, se requiere también de narradores que nos hagan entender la vida.  


El mundo de la lectura y de la escritura puede llegar a ser un espacio y un modo de creatividad social, en la medida en que las instituciones formadoras posibiliten el equilibrio entre lo personal y el proceso colectivo;  el proceso de gestación de una forma propia y de armarse con su identidad;  el proceso de interlocución e interacción social. La posibilidad de que se traduzca esto pasa por un empoderamiento subjetivo que es muy difícil en una escuela masificada, no sólo en términos de la cantidad de alumnos que tiene un maestro, si no de concepción del sujeto que se tiene adelante. La escuela tiende a homogenizar a todos porque no puede lidiar con todos si cada uno tiene su personalidad. Acá hay un elemento clave de la modernidad: Cómo formar un sujeto profundamente independiente y profundamente celoso de su independencia pero con responsabilidad colectiva. Ahí hay un gran desafío porque estamos entre dos metáforas “la del individuo y su soledad que es la novela” y la del colectivo que es el relato. Mientras que la novela es la experiencia del individuo en su soledad, el relato siempre fue algo que se le daba a un grupo.  Hoy día necesitamos mejorar mucho más el relato que la novela. Hay que recuperar la interlocución.  


Hay que ganarse la escucha.  


“Que los adultos aprendieran a contar su historia” fue el gran aporte de Pablo Freire. Esta utopía sobre el  darle la palabra a la gente necesita su complemento: la escucha.  ¿Quién lo escucha a uno?, ¿quién escucha a quién? Estamos llenos de palabras, llenos de ruidos, llenos de gente que dice cosas, de apóstoles nuevos y mercachifles viejos. Habitamos una enorme dificultad: escuchar. No sólo por lo que dicen los más apocalípticos acerca del ruido, si no también por la cantidad de gente que habla y que escribe. Entonces digamos, lo que se nos vuelve problemático es ¿qué sentido tiene hablar y escribir cuándo no sabemos quién escucha?    


La escucha es una pregunta comunicativa por el reconocimiento del otro y la significación del que habla y escribe. El fenómeno de la escucha tiene que ver con hacer una pausa, un silencio para escuchar al otro; hablamos tanto del otro y lo difícil que es escuchar al otro. Por ejemplo, se puede aprender mucho de la música, pues los modos de hacer música tienen mucho que ver con los modos de escuchar música. La otra cara es ¿quién habla de manera que se haga escuchar?, que sea una voz distinta. ¿Quién es capaz de hablar con una voz que se haga oír en medio de esta palabrería? Para tener la posibilidad social de tener una palabra propia es clave el construir una escucha, de ganarse una escucha.  


Aprender a leer y escribir hoy día es aprender a construir una escucha, aprender a tener una palabra propia en medio de este barullo que es el entremezclarse de cantidad de palabras que dicen lo mismo. Entonces ya no es sólo el derecho a hablar, darle la palabra, no; es algo mucho más complicado, mucho más complejo. Es ganarse un espacio, abrir una brecha en este barullo, en esta palabrería, en este bla, bla, bla de los políticos.  






Tomado de:
MARTÍN-BARBERO Jesús (2005): "Los modos de leer". Entrevista En: Centro de Competencia en Comunicación para América Latina. Bogotá.