02 febrero 2017

Alucinaciones de uno mismo. Oliver Sacks




«Doppelgängers»:
 Alucinaciones de uno mismo

Oliver Sacks


La parálisis del sueño puede ir asociada, como han recalcado algunos de mis corresponsales, a la sensación de levitar o flotar, e incluso con alucinaciones en las que uno abandona el propio cuerpo y flota por el espacio. Estas experiencias, tan diferentes de las horribles pesadillas, pueden ir acompañadas de sentimientos de calma y alegría (algunos de los sujetos de Cheyne utilizaron el término «dicha»). Jeanette B., que toda su vida ha sufrido narcolepsia y parálisis del sueño (a los que se refiere como «ataques»), me describió lo siguiente:

Después de acabar la universidad los ataques se convirtieron en una carga y una bendición. Una noche en que era incapaz de salir de la parálisis, me dejé ir; ¡y sentí cómo lentamente salía de mi cuerpo! Había superado la parte terrorífica y sentí una dicha maravillosa y pacífica mientras salía de mi cuerpo y subía flotando. Mientras lo experimentaba, me parecía muy difícil creer que fuera una alucinación. Todos mis sentidos estaban insólitamente aguzados: oía una radio en la otra habitación, fuera chirriaban los grillos. Sin entrar en detalles, esa alucinación era lo más agradable que había experimentado nunca. (…)


Pero la dicha puede coincidir con el terror, algo que descubrió Peter S., un amigo mío, cuando tuvo un episodio de parálisis del sueño con alucinación. Le parecía que abandonaba el cuerpo, volvió la cabeza para lanzarle una mirada, y se elevó hacia el cielo. Tuvo una enorme  sensación de libertad y alegría, ahora que había abandonado las limitaciones del cuerpo humano y le parecía que podía vagar a su antojo por el universo. Pero también sentía miedo, que se convirtió en terror, ante la idea de extraviarse para siempre en el infinito y no ser capaz de volver a reunirse con su cuerpo en la tierra.


Parálisis del sueño


Las experiencias extracorpóreas pueden ocurrir cuando algunas regiones específicas del cerebro se ven estimuladas durante un ataque con una migraña, y también con estimulación eléctrica de la corteza cerebral. Pueden darse cuando se experimenta con drogas o en trances autoinducidos. Las experiencias extracorpóreas también pueden producirse cuando el cerebro no recibe suficiente sangre, como sucede a veces si hay paro cardíaco o arritmia, una enorme pérdida de sangre o una conmoción.


Mi amiga Sarah B. tuvo una experiencia extracorpórea en la sala de partos, justo después de dar a luz. Había tenido un bebé saludable, pero había perdido mucha sangre, y su tocólogo le dijo que tendría que comprimir el útero para detener la hemorragia. Sarah escribió: Sentí que me apretaba el útero y me dije que no tenía que moverme ni gritar. (…) Entonces, de repente, flotaba con la nuca contra el techo. Miraba un cuerpo que no era el mío. El cuerpo estaba a cierta distancia de mí. (…) Observé cómo el médico golpeaba a esa mujer y le oí gruñir con fuerza a causa del esfuerzo. Me dije «Esta mujer es muy desconsiderada. Le está causando muchos problemas al doctor J.» (…) O sea que estaba completamente orientada respecto a la hora, el día, el lugar, la gente y el suceso. Sólo que no me daba cuenta de que el centro del drama era yo.Al cabo de un rato, el doctor J. retiró las manos del cuerpo, retrocedió y anunció que la hemorragia había cesado. Mientras lo decía, me sentí regresar a mi cuerpo igual que un brazo se adentra en la manga de un abrigo. Ya no miraba al médico desde arriba, de lejos; ahora era él el que se alzaba sobre mí, muy cerca. Su bata blanca de cirujano estaba cubierta de sangre.


La presión sanguínea de Sarah había bajado hasta un nivel crítico, y fue precisamente eso -no le llegaba suficiente oxígeno al cerebro- lo que precipitó la experiencia extracorpórea. Es posible que la ansiedad constituyera un factor adicional, al igual que el hecho de tranquilizarse finalizó el ataque, a pesar de que seguía con la presión muy baja. El que no reconociera su propio cuerpo es algo curioso, aunque a menudo se menciona que el cuerpo parece «vacío» o «desocupado» cuando el yo ahora incorpóreo baja la vista hacia su antigua morada.


Otra amiga, Hazel R., que es química, me contó la experiencia que tuvo hace muchos años, cuando estaba de parto. Le ofrecieron heroína para el dolor (algo muy común en Inglaterra en aquella época), y a medida que la heroína le hacía efecto, se sintió flotar hacia arriba, deteniéndose debajo del techo en un rincón de la sala de partos. Vio su cuerpo abajo, y no sintió ningún dolor: le pareció que el dolor se había quedado en el cuerpo que había abajo. También experimentó una gran agudeza visual e intelectual: se sentía capaz de resolver cualquier problema (por desgracia, dijo con ironía, no se le presentó ninguno). A medida que la heroína dejaba de hacerle efecto, regresó a su cuerpo y a sus violentas contracciones y dolor. Cuando su tocólogo le dijo que podía darle otra dosis, ella le preguntó si aquello no afectaría al bebé. Una vez tranquilizada por la respuesta negativa del médico, consintió en que le administrara una segunda dosis, y de nuevo disfrutó de la separación de su cuerpo y de sus dolores de parto, así como de una sensación de claridad mental sobrenatural. 


Aunque esto ocurrió hace más de cincuenta años, Hazel todavía lo recuerda con todo detalle. No es fácil imaginar dicha separación del cuerpo si no se ha experimentado. Yo nunca he sufrido una experiencia extracorpórea, pero una vez participé en un experimento extraordinariamente simple que me demostró lo fácil que es que el propio yo se separe del cuerpo y se «reencarne» en un robot. El robot era una enorme figura metálica que tenía videocámaras en lugar de ojos y unas pinzas como de langosta en lugar de manos; lo habían diseñado para enseñar a los astronautas a utilizar máquinas similares en el espacio. Me colocaron unas gafas conectadas a las cámaras de vídeo, con lo que de hecho ya estaba viendo el mundo a través de los ojos del robot, e inserté las manos en los guantes con sensores que registrarían mis movimientos y los transmitirían a las pinzas del robot. En cuanto lo conectaron y comencé a mirar a través de los ojos del robot, tuve la extraña experiencia de ver, a poco menos de un metro a mi izquierda, una figura extrañamente pequeña (¿me parecía pequeña porque yo, encarnado en el robot, ahora era tan grande?), sentada en una silla y provista de guantes y gafas, una figura vacía que comprendí, con un sobresalto, que debía de ser yo.


El cirujano Tony Cicoria fue golpeado por un rayo hace unos años y sufrió un paro cardíaco. (Relato la totalidad de esta compleja historia en Musicofilia). Esto es lo que me contó:


Recuerdo el destello de luz que salió del teléfono. Me golpeó en la cara. Lo siguiente que recuerdo es que volaba hacia atrás. (…) [A continuación] volé hacia delante. (…) Vi mi cuerpo en el suelo. Me dije: «Mierda, estoy muerto». Vi que la gente se reunía en torno al cuerpo. Vi una mujer (…) que se inclinaba sobre mi cuerpo y me hacía la resucitación cardiopulmonar. La experiencia extracorpórea de Cicoria se hizo más compleja: «Luego me rodeó una luz blancoazulada, una enorme sensación de paz y bienestar»; a continuación sintió que se lo llevaban al cielo (la experiencia extracorpórea se había convertido en una «experiencia cercana a la muerte», algo que casi nunca ocurre con las experiencias extracorpóreas), y entonces —quizá habían pasado más de treinta o cuarenta segundos desde el momento en que lo golpeó el rayo—: «¡PAM! Ya estaba de vuelta».


Doppelgängers, fotografía de Javier Roz

El término «experiencia cercana a la muerte» fue introducido por Raymond Moody en su libro de 1975 Vida después de la vida. Moody, tras seleccionar información de muchas entrevistas, describió una serie de experiencias extraordinariamente uniformes y estereotipadas, comunes a muchas experiencias cercanas a la muerte. Una mayoría de las personas afirmaban haberse visto atraídas hacia un túnel oscuro, y luego lanzadas hacia un resplandor (que algunos entrevistados denominaron «un ser de luz»); y finalmente intuían un límite o una barrera delante de ellos: casi todo lo interpretaban como el límite entre la vida y la muerte. Algunos experimentaban una rápida reproducción o revisión de los hechos de sus vidas; otros veían amigos y parientes. En una típica experiencia cercana a la muerte, todo esto quedaba incluido de una sensación de paz y alegría tan intensa que el verse «obligado a volver» (al cuerpo, a la vida) podía ir acompañado de una poderosa sensación de pesar. Dichas experiencias se percibían como reales: «más reales que lo real», se comentaba a menudo. Muchos de los entrevistados por Moody se inclinaban por una interpretación sobrenatural de estas singulares experiencias, pero otros tienden cada vez más a verlas como alucinaciones, aunque de un tipo extraordinariamente complejo. Algunos investigadores han buscado una explicación natural en términos de actividad cerebral y flujo sanguíneo, puesto que las experiencias cercanas a la muerte suelen ir asociadas sobre todo con un paro cardíaco y también pueden ocurrir en desmayos, cuando la presión sanguínea se desploma, la cara se vuelve cenicienta, y la cabeza y el cerebro se quedan sin sangre.


Kevin Nelson y sus colegas de la Universidad de Kentucky han presentado pruebas que sugieren que, cuando el flujo sanguíneo del cerebro se ve comprometido, existe una disociación de la conciencia, de modo que los sujetos, aunque despiertos, están paralizados y sometidos a alucinaciones oníricas características de la fase del sueño REM («intrusiones REM»), en un estado, por tanto, que guarda semejanzas con la parálisis del sueño (las experiencias cercanas a la muerte son también más corrientes en personas propensas a la parálisis del sueño). A esto se añaden varios rasgos especiales: el «túnel oscuro» guarda correlación, según Nelson, con la falta de riego sanguíneo en las retinas (se sabe que esto produce una constricción de los campos visuales, o visión de túnel, y puede ocurrirles a los pilotos sometidos a grandes tensiones gravitatorias). Nelson relaciona «la luz brillante» con un flujo de excitación neuronal que se desplaza de una parte del tallo cerebral (el pons) a las estaciones repetidoras visuales subcorticales y de ahí a la corteza occipital. Además de todos estos cambios neurofisiológicos, puede darse una sensación de terror y pavor reverencial al saber que uno sufre una crisis mortal —algunos sujetos, de hecho, han oído cómo se les declaraba muertos—, y el deseo de que la muerte, aunque inminente e inevitable, sea tranquila y quizá un tránsito a otra vida.


En otras ocasiones uno no abandona el cuerpo, sino que ve un doble de sí mismo desde su punto de vista normal, y ese otro yo a menudo imita (o comparte) las propias posturas y movimientos. Estas alucinaciones autoscópicas son puramente visuales y generalmente bastante breves. Pueden ocurrir, por ejemplo, en los escasos minutos que dura una migraña o aura epiléptica. En su deliciosa historia de la migraña: «Migraine: From Cappadocia to Queen Square», Macdonald Critchley describe este fenómeno en el gran naturalista Carl Linneo:


A menudo Linneo veía a «su otro yo» paseando por el jardín en paralelo a sí mismo, y el fantasma imitaba sus movimientos, por ejemplo, agacharse para examinar una planta o coger una flor. A veces su otro yo ocupaba su asiento en el escritorio de la biblioteca. En una ocasión, mientras hacia una demostración a sus alumnos, quiso ir a buscar una muestra a su habitación. Abrió la puerta rápidamente con la intención de entrar, pero se detuvo enseguida diciendo: «¡Ah! Si ya estoy ahí».


Charles Lullin, el abuelo de Charles Bonnet, vio regularmente una alucinación parecida de su doble durante unos tres meses, tal como lo relata Douwe Draaisma:


Una mañana, mientras fumaba tranquilamente su pipa junto a la ventana, vio a un hombre despreocupadamente apoyado contra el marco de la ventana. Exceptuando el hecho de que era una cabeza más alto, el hombre era exactamente igual que él: también fumaba en pipa, y llevaba el mismo gorro y la misma bata. El hombre volvía a estar allí a la mañana siguiente, y poco a poco se convirtió en una aparición familiar.


El doble autoscópico es literalmente una imagen especular de uno mismo, con la derecha transpuesta a la izquierda y viceversa, que hace de espejo de las propias posturas y actos. El doble es un fenómeno puramente visual, sin identidad ni intencionalidad propia. No tiene deseos ni toma iniciativas; es pasivo y neutral.


Jean Lhermitte, al analizar el tema de la autoscopia en 1951, escribió: «El fenómeno del doble lo pueden producir muchas otras enfermedades del cerebro, además de la epilepsia. Aparece en la parálisis general (neurosífilis), en la encefalitis, en la encefalosis de la esquizofrenia, en lesiones focales del cerebro, en trastornos postraumáticos. (…) La aparición del doble debería hacernos sospechar seriamente que quien lo ve padece alguna enfermedad».


El tema del doble, el doppelgänger, un ser que es en parte uno mismo y en parte Otro, resulta irresistible para la mentalidad literaria, y generalmente se lo retrata como un presagio siniestro de muerte o calamidad. A veces, como en el relato «William Wilson» de Edgar Allan Poe, el doble es la proyección tangible e invisible de una conciencia culpable que se vuelve cada vez más intolerable hasta que, por fin, la víctima ataca a su doble con intenciones aviesas y se da cuenta de que se ha apuñalado a sí mismo. A veces el doble es invisible e intangible, como en el cuento de Guy de Maupassant, «Le Horla», pero sin embargo, este doble deja pruebas de su existencia (por ejemplo, se bebe el agua que el narrador coloca en su botella de la mesita de noche).


En la época en que escribió su cuento, Maupassant a menudo veía un doble de sí mismo, una imagen autoscópica. Como le comentó a un amigo: «Cuando vuelvo a casa, casi siempre veo a mi doble. Abro la puerta y lo veo sentado en la butaca. Sé que se trata de una alucinación en cuanto lo veo. Pero ¿no es extraordinario? Si uno no tuviera la cabeza fría, ¿no le daría miedo?». En aquella época Maupassant padecía neurosífilis, y cuando la enfermedad estuvo más avanzada, era incapaz de reconocerse en un espejo, y, se cuenta, saludaba a su imagen en el espejo, le hacía una reverencia e intentaba estrecharle la mano.


Este Horla que lo persigue y sin embargo es invisible, aunque quizá esté inspirado en sus experiencias autoscópicas, es algo completamente distinto; pertenece, al igual que William Wilson y el doble de Goliadkin en la novela de Dostoievski, a lo esencialmente literario, el género gótico del doppelgänger, un género que conoció sus días de gloria entre finales del siglo XVIII y comienzos del XX.


En la vida real —a pesar de los casos extremos relatados por Brugger y otros—, los dobles autoscópicos podrían ser menos malignos; incluso podría tratarse de figuras bondadosas o implícitamente morales. Uno de los pacientes de Orrin Devinsky, que sufría heautoscopia asociada a sus ataques de lóbulo temporal, describió el siguiente episodio: «Era como un sueño, pero estaba despierto. De repente, me vi a mí mismo a un metro y medio delante de mí. Mi doble cortaba el césped, que es lo que yo había estado haciendo». Posteriormente, este hombre sufrió más de una docena de episodios justo antes de sus ataques, y muchos otros que al parecer no guardaban relación con la actividad del ataque. En un artículo de 1989, Devinsky et al. escribieron:

Su doble siempre es transparente, una figura completa ligeramente más pequeña que en la vida real. A menudo viste ropa distinta a la del paciente y no comparte sus pensamientos o emociones. Generalmente el doble lleva a cabo una actividad que el paciente considera que debería estar haciendo, y así afirma que «ese tipo es mi conciencia culpable».









Tomado de:
SACKS, Oliver (2012): Alucinaciones, Barcelona, Anagrama, pp. 135-141.

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