27 junio 2015

Psicología de la televisión. Fernando Cembranos Díaz.




Psicología de la televisión

Fernando Cembranos Díaz



El punto de partida del análisis es la dificultad que el sistema nervioso en su conjunto tiene para distinguir las imágenes de la realidad de las imágenes virtuales o de representación de la realidad. Por eso lloramos viendo una película de ficción o nos emocionamos con los anuncios de turrones. El cerebro ha ido evolucionando en los organismos más complejos, incluida la especie humana, basándose en la credulidad de lo que ve. Todo el mundo sabe que añadir una imagen a una noticia cualquiera le confiere un carácter de más veracidad. Las informaciones icónicas producen en el cerebro la sensación de que son algo intrínsecamente creíble. A lo largo de la evolución no ha sido necesario desarrollar la capacidad de discriminar las imágenes virtuales de las reales, puesto que estas primeras no existían o eran poco relevantes (espejismos, reflejos en el agua, o dibujos estáticos poco precisos). 

La dificultad para distinguir las imágenes de la realidad de las virtuales hace que cuando el locutor de TV mira a la cámara, millones de personas se sientan miradas, a pesar de que no las mira nadie. “Me pongo la televisión porque me siento acompañada”, dicen muchas personas desde su soledad. La realidad se desplaza del territorio a la pantalla. Millones de personas han dejado de cotillear sobre sus vecinos y vecinas y cotillean ahora sobre los famosos (en muchas ocasiones auténticos personajes virtuales). El cotilleo sobre los vecinos, además de enfadar a unos cuantos, tiene otras funciones como transmitir la información local o mantener ciertas reglas que permiten una articulación comunitaria. El cotilleo sobre los famosos o personas lejanas es puro espectáculo, ya no sirve para la articulación social. Muchas personas tienen miedo ahora de que secuestren a sus hijos, incluso aunque vivan en hábitats tranquilos, por el mero hecho de que han visto cientos de relatos amenazantes en los programas de telerrealidad.

La fuerza de las imágenes de la pantalla hace que a menudo reciban un estatus de realidad superior a la realidad misma. Al estar más aislados de los demás y más desconectados del territorio, entre otras causas por la televisión misma, y al mirar todos las mismas imágenes, la televisión consigue ser el referente más potente de validación de la realidad. Lo que no sale en televisión no existe. “Anunciado en TV”. La TV inventa y legitima la realidad. Incluso las conversaciones que tenemos en el tiempo que no vemos la televisión son dirigidas por las propuestas de la televisión. “Si no veo la tele luego no tengo de que hablar con mis amigos”. Los niños y las niñas juegan a lo que sale en la televisión (y compran los juguetes de acuerdo a lo que en ella sale). Se pierde así una de las funciones principales del juego, la adaptación a la realidad, creándose un bucle loco y autorreferente que flota en el vacío virtual. Los niños y las niñas no cuentan con ninguna capacidad innata para distinguir lo que es real de lo que es ficción. Las personas adultas usan la televisión como modelo para resolver muchos problemas específicos de la vida cotidiana: cómo besar, cómo amenazar, cómo parecer una persona actual, cómo mejorar el aspecto de la cocina. La imagen del mundo, del bienestar, o del malestar, del éxito, o del miedo, deja de ser construida por las relaciones de millones de personas con el mundo y entre sí y pasa a ser diseñada por un selecto grupo de personas que controlan lo que aparece y lo que no aparece en las pantallas. 

La dificultad para distinguir entre imágenes reales y virtuales, junto con el aislamiento social y la cantidad de tiempo dedicado a ver la televisión, borra las fronteras entre realidad y ficción e invierte el referente para conocer quiénes somos, cómo es la realidad, y cuál es el mundo deseable. 


La televisión se opone a la práctica del
 entendimiento, de la argumentación
 y la racionalidad.

Mirar la TV

Para mantener su atención la pantalla necesita producir numerosos estímulos y alteraciones. El espectador no aguantaría la imagen estática de un locutor más allá de unos pocos minutos. Por eso la TV hace una pequeña trampa que se denomina acontecimiento técnico. Un acontecimiento técnico es la alteración intencionada del flujo o movimiento natural de un acontecimiento: un cambio de plano, una aceleración, una ralentización, un objeto que entra en pantalla, un cambio de sonido, una perspectiva extraña, etc. Si se mira una televisión encendida desde detrás de la pantalla en una habitación a oscuras, puede observarse un relampagueo constante que indica la utilización de acontecimientos técnicos visuales con el objetivo de mantener la atención del espectador. Escucha el griterío y los ruidos de la televisión del vecino en una noche de verano: son los acontecimientos técnicos auditivos. 
El fenómeno de la habituación al estímulo, bien conocido por la psicología de la percepción, ha provocado que el número y la velocidad de acontecimientos técnicos haya ido subiendo con los años en los programas de la televisión (de uno cada 20 segundos a uno cada 4 segundos). En la publicidad (en general de poco interés para el espectador) el número de acontecimientos técnicos sube a uno cada uno o dos segundos para mantener la atención sobre la pantalla. Las películas por su parte se parecen cada vez más a la publicidad y ésta a los video-clips. El espectador, al aburrirse, provoca con el mando a distancia nuevas alteraciones que le siguen manteniendo pegado a la pantalla. En el mundo real las cosas no se alteran claramente cada dos o cuatro segundos, así que el mundo real puede llegar a ser menos atractivo para el sistema nervioso que la televisión.

Para mantener la atención, además de la aceleración de los acontecimientos técnicos, ha sido necesario ir subiendo el impacto emocional de las propuestas televisivas. Así se ha ido incrementando el valor provocativo de los estímulos, lo que antes era un debate tranquilo, ahora tiene que ser necesariamente acalorado, la retransmisión de robos de ficción ha ido dando paso a la filmación directa de conductas delictivas. El repertorio de extravagancias empieza, a su vez, a ser habitual. Al igual que ya se televisan intervenciones quirúrgicas, es previsible la retransmisión de la tortura, los suicidios y todo aquello que pueda mantener sentados a los espectadores, para que vean entre unos y otros programas, o en el interior de los mismos, unos cuantos mensajes de carácter comercial o ideológico. Para mantener la atención la televisión transforma todo lo que trata en espectáculo. El discurso político, el conocimiento, el conflicto, el temor, la muerte, la guerra, la destrucción son fundamentalmente espectáculo para la televisión.


El flujo continuo de imágenes dificulta los procesos cognitivos complejos


La situación de privación sensorial en la que se visualiza la pantalla de la televisión (prolongadamente quietos, en una habitación en semipenumbra, sin hablar y sin relacionarse) produce en el espectador un estado parecido al de la ensoñación, dejando camino libre a la implantación de imágenes en nuestro cerebro. Imágenes que han sido previamente seleccionadas, tratadas, aceleradas, cortadas y combinadas por otras personas. La ensoñación, vivida como propia, en realidad es de otras personas lejanas con unos objetivos muy diferentes a los nuestros.

En la conversación, en la lectura y en la acción, la velocidad del procesamiento de la información la ponen quienes las realizan. En estas acciones se puede interrumpir, preguntar, releer, subrayar, volver a mirar, manipular. Las imágenes de la televisión, sin embargo, entran directamente en los bancos de la memoria sin poder ser filtradas, ni procesadas. Ante el flujo de imágenes la mente actúa sólo como receptáculo. 

Una de las especificidades del ser humano es el hecho de ser un animal simbólico, esto es, puede realizar abstracciones a través del lenguaje. Para desarrollar la capacidad de abstracción la mente necesita alejarse de las imágenes concretas. Las palabras al convertirse en imágenes reducen su campo semántico, se empobrecen y la capacidad de razonar con ellas se dificulta. Si la palabra “éxito” va acompañado de la imagen de un joven ejecutivo sonriente, el campo semántico del concepto “éxito” tiende a reducirse a aquello que la imagen muestra. La televisión supone una preponderancia de lo visible sobre lo inteligible. Mientras se ve la TV no se pueden llevar a cabo procesos cognitivos complejos como contextualizar, inferir o cambiar la perspectiva. La información que se trasmite no puede ser pensada en el momento de la exposición. Al suprimir el esfuerzo cognitivo en el espectador, se suprime también el placer de la comprensión y de la reflexión. La televisión se opone a la práctica del entendimiento, de la argumentación y la racionalidad. Se piensa por asociación simple. Las asociaciones son creadas intencionalmente. La publicidad es fundamentalmente asociativa. No por casualidad la persuasión del discurso político se ha ido desplazando del poder de la argumentación al de la apariencia, la imagen y las asociaciones emocionales.

La descontextualización, la velocidad y la discontinuidad habitual de las imágenes y la programación televisiva perjudica la percepción de procesos complejos, que son los que explican nuestras vidas.

La visualización de la televisión impide también el pensamiento a la deriva propio de los ratos de reposo o de las tareas de baja concentración. Este pensamiento a la deriva es imprescindible para reprocesar y organizar la información que entra en el cerebro, al igual que lo es el sueño. 

Los mapas cognitivos se desarrollan en el cerebro a partir de las actividades que realizamos. La televisión se convierte en uno de los mayores campos de experiencia mental, desplazando la experiencia con la realidad, con los otros, y dificultando la elaboración propia de nuestro cerebro. Una buena parte de nuestros mapas cognitivos están implantados por la televisión. Estos mapas están gravemente distorsionados, sesgados y desordenados con respecto a la realidad al ser introducidos sólo con la finalidad mantener la atención a la pantalla (para este fin, vale todo). Y también porque sirven sólo a los fines de quienes controlan el medio. 


La lógica inherente de la televisión y la representación social de la realidad


En el cuadro se muestran algunas dimensiones y la opción que elige la televisión por el hecho de ser una pantalla que requiere seguir siendo mirada con la pasividad de la persona que la mira.

Es más fácil televisar...             Que...

Lo simple                                    Lo complejo
Los efectos                                 Las causas
Lo concreto                               Lo abstracto
Lo individual                              Lo colectivo
La competición                         La cooperación
Lo extravagante                       Lo común
Los hechos                                 Las relaciones
Lo que se tira                            Lo que dura
Los sucesos                               Los procesos
Los datos                                   El significado de los datos
Las conductas                          Los motivos de las conductas
La tensión                                  La articulación
Las relaciones mecánicas             Las relaciones orgánicas
Los líderes                                Los pueblos
Los excluidos                           La exclusión
La fuerza                                  La razón
Los productos                         La contaminación que producen
La jerarquía                             La democracia participativa
El consumo                             El no consumo



La televisión selecciona como un telescopio un puñado de acontecimientos entre billones de acontecimientos y los envía a millones de personas que dejan de ver el resto de los acontecimientos. El telescopio no selecciona la subida de la marea, ni la gente común que tiende la ropa, ni los cientos de reuniones de las personas que desarrollan alternativas viables.

Por otra parte, la secuencia de imágenes del rato en el que vemos la televisión, lejos de ser un discurso con una sintaxis más o menos coherente, carece de estructura narrativa. En conjunto, no es otra cosa que una superposición atropellada de imágenes e informaciones breves y descontextualizadas, ahora ficción, ahora noticias, ahora publicidad, ahora telerrealidad, ahora cambio de canal. Esta fragmentación llega a su paroxismo con el discurso del vídeo clip, al que cada vez se asemejan más los otros discursos: películas, publicidad, reportajes, telediarios, etc.

Al mezclarse realidad con ficción, publicidad con noticias cortas, al cambiar de lugares, temas y canales con tanta facilidad, al descontextualizar y manipular las imágenes, al tratar muchos temas lejanos y pocos cercanos, y al estar el cerebro que lo mira a bajo rendimiento, se crea una especie de sopa o caleidoscopio en el que uno no sabe a que atenerse, borrándose las fronteras de la verdad y la falsedad. 

Al perderse los referentes directos de la realidad, se crean las condiciones adecuadas para implantar imágenes y convertirlas en el referente más potente. 

El espectador es acostumbrado a ver el mundo sin actuar sobre él. Al separar la información de la ejecución, al contemplar un mundo mosaico en el que no se perciben las relaciones, se crea un estado de aturdimiento, indefensión y modorra en el que crece con facilidad la parálisis social.


La televisión suprime o debilita la
 conversación cotidiana


La competencia de la pantalla con la realidad acarrea numerosas consecuencias: 

-De entrada suprime o debilita la conversación inmediata, la de las comidas y las cenas, recorta la conversación con las personas más próximas dificultando su conocimiento y convierte lo cercano en extraño.

-El aislamiento que provoca permite adaptarse a las relaciones sociales de baja intensidad, de ahí el éxito de las relaciones en el ciberespacio. La soledad que produce se resuelve a su vez viendo aún más horas de televisión. La televisión calma el dolor que ella misma provoca.

-Disminuye la información local, tanto de personas como de realidades, y por lo tanto disminuye las posibilidades de articular relaciones y conocer y actuar sobre el territorio próximo.

-Homogeneiza las cabezas y suprime la sociodiversidad, al seleccionar la pantalla un trozo muy pequeño de realidad y repartirlo a todos los cerebros por igual. Dejan de ser conocidas las realidades que no han sido seleccionadas, sin que por otra parte se echen de menos. Al no aparecer otras realidades en las pantallas y ser éstas últimas el principal referente, lo lógico es pensar que no existen.

-Una buena parte de las personas que aparecen en la pantalla son seleccionadas para que puedan ser deseadas. El resultado es un espejo distorsionado de la realidad. Cada vez más personas se gustan menos al contemplarse en el espejo de la televisión. Una de las consecuencia más visibles de este fenómeno es el incremento acelerado de las anorexias. Por otra parte, como la actividad de ver la TV consiste en estar ratos prolongados sin hacer nada útil, las personas disminuyen el valor que se otorgan a sí mismas, lo que podría ser una de las razones de la caída de la autoestima sin precedentes que se ha producido en las últimas décadas.

-Se invita a leer la realidad en clave individual, cada uno desde su sofá. El debate se dificulta o se realiza en los términos propuestos por la pantalla. Queda mermado el conocimiento colectivo y se ignoran las formas de democracia participativa. El discurso político pierde los argumentos y la interacción siendo sustituida por los video-líderes5 en los que no importan tanto los fundamentos de lo que dicen, sino cómo se dice y su impacto emocional inmediato. 

El resultado es una fragmentación de las relaciones y una pérdida de las agrupaciones, asociaciones y estructuras comunitarias territoriales, y por lo tanto, del poder y la cohesión que éstas tenían asociados al territorio.


La aceleración de la concentración de poder


La razón última de la TV es anunciar, la razón última de anunciar es obtener beneficios monetarios, y la razón última de acumular beneficios monetarios es concentrar poder. El medio televisivo es bastante torpe para transmitir argumentos, debates científicos, representaciones culturales complejas, pero es absolutamente idóneo para introducir mensajes publicitarios cortos. Los productos se presentan aislados, sin relaciones y sin consecuencias. No es lo mismo anunciar un automóvil aparcado en el risco de una montaña que presentar todo lo que conlleva: carreteras, suministro de petróleo, control militar sobre las zonas de extracción del mismo, políticas promotoras de las distancias largas, residuos, cambios en la construcción de las ciudades, etc. Los mensajes cortos comerciales se presentan sin razonamientos, con asociaciones emocionales simples, y en un momento, en el que el cerebro además no puede desarrollar potencialidades como la reflexión, la imaginación o la crítica.

La publicidad expresa una relación de poder: un anunciante invade y millones de personas la absorben. Sólo unos pocos tienen acceso a publicitarse en televisión. La mente de las personas está siendo cada vez más ocupada con información puramente comercial. Es prácticamente imposible hablar mal de las grandes empresas en televisión, incluso a pesar de que la mayor parte de los problemas de la sostenibilidad del planeta está causado por su acción depredadora.

El objetivo de la publicidad es crear malestar, para resolverlo después a través de aquello que publicita. Cuando alguien necesita de verdad algo suele saberlo sin que se lo recuerden. La publicidad tiene como objetivo producir carencias. Para ensalzar sus propuestas triviales, la publicidad asocia los productos con valores no triviales (relacionarse, gustar, alegrarse, tener seguridad, pertenecer a la comunidad, ser inteligente, respetar la naturaleza, ser querido, no envejecer, tener éxito, etc.), produciendo con ello un fuerte desorden semántico en los valores que asocia, al forzarlos, descafeinarlos, simplificarlos y ponerlos junto al producto anunciado. Es curioso que de los numerosos mecanismos que utiliza la publicidad sólo haya sido denunciado el de la publicidad subliminal, cuando en realidad esta denuncia camufla que casi toda la publicidad (fundamentalmente asociativa) es subliminal, en el sentido de que es difícil procesarla conscientemente mientras se ve. Con una variedad de ingeniosas triquiñuelas, la publicidad consigue suprimir las numerosas maneras que las personas y las comunidades tienen para desarrollar su bienestar (entre otras relacionándose), y las reduce a un pequeño espectro de soluciones que ofrecen las grandes compañías. 


Las representaciones sociales y el pensamiento único


De la misma manera que las lenguas con las que nos comunicamos y pensamos han sido producto de innumerables interacciones entre las personas a lo largo de muchas generaciones, también las representaciones sociales y los diferentes relatos con los que se entiende el mundo, han sido producto de la interacción de las personas entre sí y con el territorio. Si bien es cierto que los relatos culturales también han sido promocionados (cuando no impuestos) desde los diferentes núcleos de poder en los territorios, nunca ha existido una tecnología capaz de introducir las imágenes y sus mensajes cortos directamente en el interior de los cerebros mientras se mantienen éstos a bajo rendimiento y aislados entre sí. Hasta hace dos generaciones las representaciones sociales tenían que propagarse despacio, y a través de una maraña de interacciones y distancias, siendo matizadas aquí y allá según las circunstancias y recursos de cada lugar. La diversidad de representaciones sociales ha permitido a las diferentes comunidades relacionarse con su entorno. A la vez, éstas se iban modificando de acuerdo a los nuevos problemas (y también pugnas de poder) que se iban presentando. En la actualidad, las representaciones sociales (la mayor parte de ellas comerciales, aunque también políticas) son diseñadas por un pequeño número de personas al servicio de los intereses de quienes las producen y son difundidas simultáneamente y sin apenas resistencia cognitiva a millones de personas que las reciben quietas en su sofá, probablemente calladas, en su habitación en semipenumbra. No hay que olvidar que un sector importante de la población tiene la TV como fuente casi exclusiva de información, y que incluso el resto de medios de información, ya en buena parte en manos de las propias cadenas de televisión, desarrollan una fuerte servidumbre con la televisión. 

El discurso y las representaciones sociales difundidas a través de la televisión muestran una serie de características que pasamos a enumerar brevemente:

-Es en buena parte un discurso comercial desarrollado de forma directa a través de la publicidad (la mayoría de los programas son una excusa para ver la publicidad) o indirectamente a través de programas esponsorizados, películas, concursos, deportes que introducen la publicidad, publireportajes camuflados (por ejemplo los que promocionan tecnologías), noticiarios que hablan de las grandes compañías (en sus cabeceras o en la sección económica), etc.

-Es un discurso simple, con muchos adjetivos y pocos argumentos. No se analizan en general las causas de los problemas. (¿Alguien recuerda más de tres programas que hayan hablado de las causas que producen la exclusión social?). La televisión no soporta la construcción colectiva del discurso, sólo le interesa la confrontación emocional. El debate es extravagante (los polos están cuidadosamente seleccionados) y tiene la función de crear espectáculo, para mantener mirando y sin pensar al espectador.

-Adula al espectador (“Nos importas”, “Vd elige”, “Muestre su inteligencia”, “Su personalidad es única”) mientras le propone gratificaciones inmediatas, triviales y pueriles. Y celebra el sistema que lo hace posible (la modernidad, el crecimiento, el progreso, la tecnología, la :sociedad de la información, la globalización, las armas inteligentes, etc.). Mientras ignora o reduce a “sucesos” o accidentes los destrozos que el sistema proporciona.


-Elimina, ignora, silencia, esoteriza, convierte en espectáculo o distorsiona cualquier tipo de alternativa al modelo de desarrollo que propone, haciendo ver que sólo hay un camino posible y el resto es el caos, la superstición, la violencia o el fanatismo. La propia naturaleza de la televisión y sus servidumbres (sin las cuales no sería posible) impide desde ella iniciar una alternativa, pues se le cortarían las alas de forma inmediata.


La televisión se convierte en el principal productor de representaciones “sociales”, en el medio difusor por excelencia del discurso dominante. Desde unos pocos centros de diseño se seleccionan las informaciones, programas y mensajes comerciales y se distribuyen con una inmensa eficacia al interior del cerebro de millones de espectadores, a los que se les dice qué estilo de vida es el deseable, qué valores defender, cómo entender la economía, cómo entender la tecnología, qué es el terror, cómo construir las sociedades y cómo mirar el planeta. Como, cuando las personas reciben el discurso icónico dejan de interaccionar y pensar, este discurso se convierte en el principal referente en la construcción de la visión del mundo. Desde la tecnología de la televisión el concepto de pensamiento único adquiere toda su significación. 






Tomado de:
CEMBRANOS DIAZ, Fernando: "Televisión, interacciones sociales y poder". En:

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