15 febrero 2013

¿Qué significa leer? Fabricio Borja


Mujer leyendo de Sandra Batoni


¿Qué significa leer?


Fabricio Ernesto Borja




Roland Barthes: La lógica asociativa de la lectura.






Roland Barthes señala en sus reflexiones que los estudios sobre la lectura habían orientado su atención hacia el autor y casi nunca al lector. En ese marco, el autor es considerado la autoridad y el lector sólo está compelido a captar el sentido de la obra o a forzarlo en aras de una conclusión de acuerdo a un modelo deductivo. Para Barthes, a diferencia de la escritura, la lectura disemina, dispersa; su lógica no es deductiva sino asociativa, porque vincula el texto material con otras ideas, otras imágenes, otras significaciones, como una lógica que difiere de las reglas de la composición. El texto que se escribe debería denominarse textolectura, en tanto que la lectura reconstituye y trasciende al individuo lector o escritor, debido a las asociaciones engendradas por el texto, asociaciones que lo preceden y se insertan en determinados códigos, determinadas lenguas, determinadas listas de estereotipos. 


Asimismo, la lectura está sujeta a ciertas reglas que no proceden del autor sino de una lógica milenaria de la narración, de una forma simbólica que nos constituye antes de nuestro nacimiento; en otras palabras, de un espacio cultural del que nuestra persona, lector o autor, no es más que un episodio. En la lectura, apunta Barthes, no hay verdad objetiva o subjetiva: hay verdad lúdica en el trazo del texto, porque las normas que proporcionan a la lectura sus confines, al mismo tiempo le otorgarán su libertad. Leer es hacer trabajar a nuestro cuerpo siguiendo la llamada de los signos del texto, de todos esos lenguajes que lo atraviesan y que se constituyen en la profundidad de cada frase. 


Barhes, al abordar la cuestión sobre “¿Qué es leer?”, se interroga a sí mismo acerca de la necesidad de una doctrina a ese propósito y se plantea dudas en tal sentido, porque la lectura puede considerarse constitutivamente un campo plural de prácticas dispersas y efectos irreductibles, de manera que la lectura de la lectura -la metalectura- no sería en sí misma sino un destello de ideas, de temores, de deseos, de goces y de opresiones, porque la lectura desborda a su objeto. Al plantear la pregunta sobre la lectura, aclara primero que no tiene una doctrina relativa a ella, aunque sí empieza a esbozar una referente a la escritura. Además, pone de manifiesto su distancia de la pedagogía, y de alguna manera también de la lingüística, para dilucidar más libremente la cuestión. 


Al elaborar su propuesta considera cuatro ejes: pertinencia, rechazo, deseo y sujeto. La pertinencia es el punto de vista elegido para observar, interrogar, analizar los elementos de un conjunto, por lo que la falta de pertinencia en el análisis de los objetos de la lectura nos lleva a la imposibilidad de experimentar una anagnosis. En el análisis de la lectura no hay pertinencia de los objetos de la misma, ya que se leen textos, imágenes, ciudades, rostros, gestos, escenas, y en consecuencia no es posible unificarlos en alguna categoría sustancial o formal; lo único que se puede encontrar en ellos es una unidad intencional, es decir, el objeto que se lee está fundamentado en la intención de leer que proviene no de una semiología sino de una fenomenología. Tampoco se encuentra la pertinencia en el dominio de la lectura, puesto que resulta imposible describir niveles de lectura en tanto que no es factible cerrar la lista de ellos. Barthes explica que la lectura gráfica se inicia con el aprendizaje de las letras, de las palabras escritas, aunque hay lecturas sin aprendizaje técnico (las imágenes). Sin embargo, en esta lectura, el aprendizaje se encuentra en el orden de lo cultural, es decir, de lo simbólico. Una vez adquirido ese aprendizaje es difícil saber hasta dónde llegan la profundidad y la dispersión de la lectura, a lo que Barthes pregunta, en la captación de un sentido, ¿de qué clase es ese sentido?, ¿es denotado o connotado?


Barthes se interroga además sobre qué es lo que hay de deseo en la lectura. El deseo no puede nombrarse, pero hay un erotismo de la lectura, porque en ella todas las conmociones del cuerpo están presentes, mezcladas, enredadas: la fascinación, el dolor, la voluptuosidad. La lectura produce un cuerpo alterado, aunque no fraccionado. Así, Barthes identifica tres tipos de placer suscitados por la lectura, o tres vías por las que la imagen de la lectura puede aprisionar al sujeto lector: uno es el placer de las palabras, de ciertas combinaciones de palabras, cuando en el texto se dibujan playas e islas donde el sujeto-lector, fascinado, se abisma, se pierde; el segundo se deriva de la sensación experimentada por el lector cuando, gracias al suspenso, es arrastrado hacia delante a lo largo del libro por una fuerza que se va anulando poco a poco hasta desfallecer en la espera; y el tercer placer es el que se acerca al lector vía la escritura. La lectura es buena conductora del deseo de escribir -no necesariamente la acción de escribir en realidad, sino tan sólo el deseo de escribir-, y al respecto Barthes cita al escritor Roger Laporte: “Una lectura pura que no esté llamando a otra escritura tiene para mí algo de incomprensible”. Desde esa perspectiva, la lectura resulta verdaderamente la producción de una forma de trabajo, y el producto se convierte en promesa, en deseo de producción. 


En cuanto al sujeto -imaginar a un lector total-, Barthes encuentra lo que podría llamarse la paradoja del lector: por un lado, se admite que leer es decodificar letras, palabras, sentidos y estructuras, pero, por otra parte, al acumularse decodificaciones, ya que la lectura es infinita, se coloca en rueda libre y el lector queda atrapado en una inversión dialéctica, ya no decodifica, sino sobrecodifica, ya no descifra, sino amontona lenguajes y deja que ellos lo recorran infinitamente.




Raúl Dorra: La lectura como umbral entre lo visible y lo audible. 






En el libro Con el afán de página (2003), Raúl Dorra expresa que la construcción del espacio de legibilidad resulta de la permanente relación entre lo visible y lo invisible. Es así que para la escritura, tanto como la para la lectura, hay necesidad de esta relación entendida como engendramiento y como presuposición transformadora. Lo visible puede mostrar la invisibilidad que lo sostiene, ese punto de continua fuga y de continuo retorno. El ojo, si quiere ver, necesita apoyarse en lo invisible y desde ahí autoexpulsarse para construir una relación incesante consigo mismo. Esta relación hace del agente del mirar a la vez un paciente, un objeto mirante y mirado.


Leer supone concebir a las grafías como un umbral que separa y al mismo tiempo permite el habla. La escritura se despliega para traer ante nuestros ojos una imagen del habla, y sobre todo la huella de una voz.  La operación de leer consiste en posar la mirada sobre las grafías con decisión de atravesarlas en busca de esa imagen y sobre todo de esa huella. Se trata de ver las letras de tal modo que se comporten como si fueran un cuerpo translúcido que, sin dejar de mostrarse, nos muestre también aquello que está detrás de él. Leer entonces sitúa al lector en el paso de lo visible a lo audible, lo lleva de lo gráfico a lo fónico, mediante la mirada le permite encontrar la voz. Esta operación se vuelve más patente cuando la escritura nos remite a un tipo de discursividad en el que los procesos de enunciación adquieren un mayor protagonismo en la constitución del sentido.


La página alterna grafías y blancos, lo cual indica también una alternancia entre lo puntual y lo difuminado, entre indicaciones de sonido y silencio. Para el autor se trataría más bien de la relación entre un sonido puntual, el que las grafías evocan, y un sonido continuo que, en correspondencia con el régimen de visibilidad-invisibilidad, confina con el silencio y lo señala como un más allá. No obstante las grafías no evocan sólo los sonidos puntuales sino también una curva melódica puesto que las palabras tienen una ondulación. 


Cuando la mirada atraviesa la superficie donde discurren las grafías alternándose con los blancos, penetra en una zona de legibilidad audible, una zona dominada por la memoria donde se disponen los sonidos y las pausas y en la que se va recortando la significación contra el continuo murmullo del sentido. Se tratará de ver lo invisible que guardan las palabras, y ahí, en lo invisible, oír. Ver también es la espera por ver eso que vendrá: el murmullo de un habla que nunca termina de decir lo que quiere y por eso nunca deja de hablar y de esperar. De ese murmullo también emerge la voz: se trata de un murmullo que, sin abandonar su continuidad, ofrece pliegues para las articulaciones de la voz. La significación de las palabras llega al lector adherida a la voz que le da su matiz particular. La invisibilidad –mejor dicho ese umbral de visible-invisible donde permanecen tanto las grafías como los blancos- ha hecho posible la realización plena del mensaje porque ha dado curso al proceso de significación el cual consiste, no sólo en la recuperación de la significación sino en su actualización en una voz que a su vez, para recortarse como tal, necesita de la modulación tanto como del intervalo, de las aceleraciones y de las demoras. 



Noé Jitrik: La lectura como actividad que produce conocimiento









En sus obras Lectura y cultura (1998) y La lectura como actividad, Noé Jitrik concibe la lectura como una actividad, pero a la vez se pregunta en qué consiste, cómo se produce y qué estatuto le corresponde en el ámbito de las actividades sociales. Leer es un hecho cultural, no natural y constituye una instancia comunicativa que a su vez evade el circuito de la comunicación y, quizá por esto se sabe poco acerca de lo que es leer. 


Jitrik entiende que la lectura emana de un saber que engendra resultados cuyos alcances se desconocen y por ello propone construir un espacio teórico que permita salir de los términos que obstaculizan su reformulación. Con tal fin, busca anclar la lectura en el campo cultural y, por tanto, la sitúa a distancia del ámbito pedagógico. Responder a “¿qué es la lectura?”, implica para el autor tener en cuenta dos opciones: la senda de la fenomenología y la de la metafísica. Y elige la segunda en tanto que se propone aportar explicaciones epistemológicas, más que abundar en la experiencia.

La lectura como objeto de conocimiento brinda sentido, interpretaciones y saber, todo lo cual remite a las operaciones efectuadas para lograrlo. Jitrik parte del principio de que saber leer, tener una competencia lectora, es indispensable, y luego avanza un poco más para afirmar que la lectura es otra cosa: una actualización objetiva de la competencia y, al mismo tiempo, una construcción que se produce entre el lector y el texto. La escritura suscita una movilización de energías en la interacción entre emisor, receptor y mensaje, y la lectura, en tanto acción compleja, se descentra de esa relación porque se produce un vínculo implicado en una red de procesos establecidos al inicio entre el ojo y el texto. 


La lectura reviste en el espacio social una multiplicidad de formas resultantes de diversos factores, por ello, no es un objeto neutro ni instrumental; va más allá de la mera instrumentalidad, porque confirma valores existentes o porque instaura otros nuevos, es decir, porque excede lo previsible de una intención o designio. Uno de los valores que instaura es el de la diferencia entre quienes practican la lectura y los que no lo hacen: quienes pueden llevarla a cabo alcanzan un estatus diferente, pues mediante ella se procuran conocimientos de otro modo inalcanzables, puesto que la lectura no se circunscribe al texto y recupera la textualidad no necesariamente del objeto escrito, sino de cualquier otro signo. Así, el concepto de lectura se ha ampliado puesto que el texto puede estar construido con otros lenguajes, y es la lectura lo que constituye la textualidad, sea musical, pictográfica o gestual. 


En lo que respecta a la constitución de la lectura, Jitrik la concibe como un ciclo abstracto porque tiene un carácter de continuo limitado en la duración física del texto, aunque relativamente ilimitado en la duración de su contenido, la cual depende de muchas determinaciones pero resulta capaz de prolongarse en diversas resonancias y complejidades de significación, y así entrar en una dimensión inagotable. La cadena se inicia al ver la letra o el signo, prosigue luego al admitir la identidad textual, captar los significados, interpretar lo que se ha captado y recordar la interpretación para luego olvidarla, aunque sólo sea de manera momentánea, y más tarde hacerla resurgir e integrarla con otras interpretaciones hasta ordenar todo en un horizonte de sentido que reacciona psíquicamente aceptando o rechazando la propuesta del texto. 


En cuanto a la forma de la lectura, Jitrik la entiende como la configuración externa de un objeto, como el fenómeno resultante de cierto proceso. Propone pasar del objeto de conocimiento al objeto real, al cual ubica en el ritmo organizado por esa cronología, y da lugar a lecturas rápidas o lentas. En lo que concierne a dirección, puede ser en diagonal o espiral. Por lo que respecta a la característica cualitativa, superficial o profunda, aproximativa o exhaustiva, concluyente o inconclusa. Filosóficamente, la lectura puede ser abierta o dogmática, interpretativa o contemplativa. Y, por sus funciones, formativa o pedagógica, evasiva o placentera, todas ellas descritas a partir de las experiencias que son una base para un trabajo epistemológico.


Al definir niveles de lectura, Jitrik, guiado por una perspectiva psicoanalítica, propone tres categorías que un proceso ideal debería incluir: literal, indicial y crítico. Literal es la lectura espontánea e inmediata, realizada sobre la superficie de la letra; se trata de una lectura “inconsciente”, en tanto que no es llevada a la dimensión consciente. En el nivel indicial, la lectura se aleja de la superficialidad y se convierte en una preparación que encuentra indicios de una organización superior; esta lectura atraviesa límites que la lectura literal no se atreve a cruzar porque le parecen infranqueables, pero ya percibe que hay niveles más profundos y reconoce la letra o escritura como un enigma. 


En el nivel crítico se recupera todo lo que la lectura literal ignora y la indicial promete, y se canaliza el conocimiento producido en los estadios anteriores porque dicho nivel tiene un alcance metodológico. La lectura crítica es la más perfecta y, por tanto, constituye un objetivo, y no un oficio, de privilegiados; implica la intervención de las mejores capacidades lectoras y, además, una mayor conciencia de la lectura, tanto en el plano de las virtualidades del texto como de las operaciones para explotarlas.