06 julio 2018

Los modos de hablar revelan diferentes clases sociales. Peter Burke




Los modos de hablar revelan
 diferentes clases sociales

Peter Burke


Se ha criticado el concepto de "comunidad lingüística" pues la expresión supone un consenso social e ignora los conflictos y la subordinación. Ignorar conflictos sociales y lingüísticos sería ciertamente un error, pero rechazar la idea de comunidad es ir seguramente demasiado lejos. Después de todo, solidaridad y conflictos son las caras opuestas de una misma moneda. Los grupos se definen a sí mismos y forjan solidaridades en el curso de un conflicto con otros grupos. De ahí que la validez de esta crítica de la idea de comunidad lingüística depende de la manera en se use ese concepto.


Los sociolingüistas han empleado la idea de la variedad en el lenguaje para llegar a cuatro puntos o conclusiones sobre la relación entre las lenguas y las sociedades en que ellas se hablan o se escriben. Dichos puntos son: a) Diferentes grupos sociales usan diferentes variedades de lengua; b) Los mismos individuos emplean diferentes variedades de lengua en diferentes situaciones; c) La lengua refleja la sociedad o la cultura en la que se la usa; d) La lengua modela la sociedad en la que se la usa.


Diferentes grupos sociales usan diferentes variedades de lengua.


Los dialectos regionales quizá sean el ejemplo más evidente de variedades, que no sólo revelan diferencias entre comunidades, sino que también -por lo menos en ocasiones- expresan la conciencia de esas diferencias o el orgullo que ellas causan. Lo que los lingüistas llaman la "lealtad a la lengua", por lo menos de los que Benedict Anderson ha llamado una "comunidad imaginada". Sin embargo, un habla común puede coexistir con profundos conflictos sociales. Un acento distintivo une a católicos y protestantes de la Irlanda del Norte y a negros y blancos de Sudáfrica o de América del Sur.


Algunas otras variedades de lenguaje, basadas en las ocupaciones, los sexos, la religión y otras actividades que pueden ir desde el fútbol hasta las finanzas, se conocen como "dialectos sociales", "sociolectos"o "lenguas especiales". El lenguaje secreto de mendigos y ladrones profesionales despertaron el interés de autores en época relativamente temprana y comenzaron a aparecer guías publicadas a partir del siglo XVI.


El lenguaje de las mujeres fue y es diferente del de los hombres en una serie de aspectos. En varias sociedades estas diferencias comprenden cierta predilección por los eufemismos y por los adjetivos con carga emotiva, una retórica de la vacilación y de la alusión y un estricto atenerse a las formas "correctas". Las mujeres no sólo hablan de manera diferente de la de los hombres, sino que en muchos lugares se les ha enseñado a hablar diferentemente, a expresar su subordinación social en una variedad lingüística vacilante que expresa "impotencia". Le entonación, así como el vocabulario y la sintaxis del lenguaje de las mujeres están influidos por lo que ellas creen que los hombres desean oírles decir. Hasta la señora Thatcher se plegó a esta convención cuando, siendo primera ministra, tomó lecciones de elocución a fin de disminuir el volumen de su voz.


Las mediciones estadísticas muestras que los hombres hablan en voz más alta y más frecuentemente que las mujeres, que suelen interrumpir, imponer sus puntos de vista y hacerse cargo de la conversación y son más inclinados a amedrentar mediante gritos a los demás. Las mujeres tienden a sonreír obligadamente, a excusarse o, cuando dan en excesos de seguridad, intentan imitar a los hombres y superarlos. Por otra parte, las mujeres emplean estrategias indirectas, como las que practican el arte de hacer a sus maridos "preguntas insignificantes y discretas". 


Asimismo, verdades distintivas de lengua fueron a menudo la marca de minorías religiosas. En un estudio pionero, el historiador holandés Josef Schrijnen observaba que los primeros cristianos, lo mismo que los abogados, los soldados, los banqueros y otros grupos sociales empleaban una variedad de latín que expresaba su solidaridad. Los cristianos acuñaron nuevos términos, como por ejemplo baptizare o usaron antiguos términos como carnalis en un nuevo sentido, y así crearon una "ceñida comunidad lingüística" que expresaba la fuerte solidaridad de un grupo perseguido.


En la Inglaterra de fines de la Edad Media, los herejes conocidos como lolardos elaboraron, según parece, un vocabulario distintivo. A principios de los tiempos modernos, se suponía que los puritanos se reconocían por su pronunciación nasal, así como por la frecuencia con que usaban términos tales como "puro", "celo"o "carnal", una costumbre parodiada en una pieza de Ben Jonson, Bartholomew Fair. Los cuáqueros se distinguían no sólo porque insistían en emplear el familiar pronombre "tú" para dirigirse a cualquiera, sino también porque se negaban a usar ciertas palabras comunes como "iglesia", para no mencionar su especial proclividad por el silencio en reuniones destinadas a la oración.


En otras partes de Europa, algunas minorías religiosas se reconocían también por su modo de hablar. Según el autor italiano del Siglo XVI, Stefano Guazzo, los calvinistas franceses o hugonotes podían reconocerse por el tono de voz, tan mansa que resultaba apenas audible, como si estuvieran agonizando. Su habla estaba plagada de frases bíblicas, por lo cual irreverentemente se la conocía como "el dialecto de la Tierra Prometida" Según el crítico de fines de siglo XVIII, F. A. Weckherlin, el típico pietista alemán "es lloroso o gime o suspira suave y dulcemente"; además emplea un vocabulario distintivo con adjetivos favoritos como liebe o giors como "la plenitud del corazón".


Variedades lingüísticas están relacionadas también con la clase social. Dada la reputación del inglés en semejantes cuestiones, no nos sorprende descubrir que la discusión más conocida sobre este tema se refiere a las formas llamadas "U" y "no U" del inglés. fue el lingüista Alan Ross quien acuñó el término "U" para designar el lenguaje de las clases altas británicas y "no U", para designar el lenguaje de las demás clases. Explicaba este lingüista, que looking-glass (espejo) era "U", en tanto que note-paper (papel de notas) era "no U"; que napkin (servilleta) era "U" y que serviette era "no U", etc.


Esta discusión parece haber suscitado considerable inquietud, por lo menos en Gran Bretaña, y una generación después cuando va la disputa ha pasado a la historia, podría valer la pena investigar si los usos lingüísticos cambiaron en algunos círculos. Sin embargo, parejas tales de términos no eran nuevas en el uso inglés. En 1907, una autora que escribía sobre etiqueta, Iady Grove, ya recomendaba que uno debería decir looking-glass en vez de mirror y napkin en vez de serviette. En todo caso, si bien se cree que estas parejas de términos reflejan una obsesión peculiarmente inglesa por las clases, las distinciones de esta género tienen paralelos en otras partes del mundo.


En Filadelfia y en un década de 1940, por ejemplo, era "U" referirse a la ·casa" y a los muebles de uno pero era "no U" llamarlos "hogar y moviliario"; era "U" decir que uno "sentía malestar", pero "no U" decir que se sentía "enfermo". Análogamente, Emily Post recomendaba a sus lectores que no dijeran nunca que tenían un "hogar elegante", sino que lo llamaran una "bonita casa". Mucho antes, en la Dinamarca del siglo XVIII, el dramaturgo Ludvig Holberg presenta en escena un personaje en su Erasmus Montanus que hace un comentario sobre la manera en que cambiaba el lenguaje para reflejar algunas aspiraciones o pretensiones de la gente. "En mi juventud aquí la gente hablaba de manera diferente de lo que lo hace ahora; cuando hoy se habla de un "lacayo" la gente de antes decía "un muchacho"; un "músico" se llamaba "un ejecutante" y "un secretario", "un escribiente". Unas generaciones antes, en la Francia del siglo XVII, Francois de Callières, que luego llegó a ser secretario privado de Luis XIV, escribió un diálogo titulado Mots à la mode (1693), en el que señalaba diferencias entre lo que él llamaba "estilos burgueses de hablar y formas características de la aristocracia". Una de las participantes, la marquesa, se declara incapaz de soportar a una señora burguesa que llama a su cónyuge mon époux, en lugar de decir mon mari, de manera que los modos de hablar revelan "diferentes clases sociales".

   
Y ya antes, en la Italia del siglo XVI, en autor Pietro Aretino, que rechazaba el purismo lingüístico de Pietro Bembo y otros humanistas por considerarlo artificial, poco natural, se burlaba al presentar en uno de sus diálogos a una mujer de baja condición social y elevadas pretensiones que pensaba que ventana debía llamarse balcone y no finestra, como era lo corriente; que era apropiado decir viso para la cara, pero impropio (o sea "no U") deir faccia. La broma de Aretino habría habría tenido poco seriamente en cuenta la cuestión. En el mismo medio, los cortesanos parecen haber afectado una forma especia de pronunciación, un arrastrar las palabras criticado por uno de los interlocutores del famoso El cortesano, pues significaba hablar "de manera tan lánguida que parecían a punto de rendir el alma".


No sólo en el Occidente las variedades lingüísticas simbolizan posición social. En Java, por ejemplo, la élite tiene su propio dialecto, (o sociolecto), el alto javanés, que se distingue no sólo por su vocabulario sino también por su gramática y sintaxis. Entre los wolof del Africa Occidental, el acento o, más exactamente, el tono, es un indicador social. Los nobles nobles hablan en voz tranquila y baja, como si no necesitaran hacer ningún esfuerzo para captar la atención de sus oyentes, en tanto que la gente común habla a grandes voces y gritos. Análogamente, un autor isabelino que escribía sobre el inglés, aconsejaba a sus lectores que al hablar a un príncipe la voz debe ser baja y no alta ni estridente, pues aquélla es un signo de humildad y la otra manifiesta demasiada audacia y presunción. El paralelo con la voz baja que los hombres isabelinos preferían oír es sus mujeres es ciertamente evidente.


Desde el punto de vista de un historiador es importante observar que los símbolos lingüísticos de estatus están sujetos a cambios con el correr del tiempo. En Gran Bretaña, a diferencia de muchas partes de Europa, los acentos regionales fueron durante un par de siglos "no U". Sin embargo esto no siempre fue así. En la corte de la reina Isabel, sir Walter Ralegh hablaba, según se decía, con un fuerte acento de Devonshire que no lo perjudicó en su carrera y el doctor Johnson, ese árbitro del inglés correcto, hablaba con acento Staffordshire.


De esta propensión al cambio no se sigue que el simbolismo social de las variedades de lengua sea completamente arbitrario. El sociólogo norteamericano Thorstein Veblen expuso la fascinante sugerencia de que las maneras de hablar de una clase alta (o clase ociosa, como él dice) eran necesariamente "engorrosas y anticuadas" porque esos usos implicaban malgastar el tiempo y, por tanto, quienes hablaban de ese modo estaban exentos "de la necesidad de un discurso directo y eficaz". El ejemplo del pueblo wolof, que acabamos de citar, parece ilustrar bien este punto y a los historiadores no les será difícil reunir muchos ejemplos que presten apoyo a esta hipótesis. Unos sesenta años después de Veblen la idea de éste sobre los necesarios vínculos entre variedades de lenguaje y grupos sociales que los emplean fue fortalecida por otro sociólogo, Basil Bernstein, cuyas opiniones suscitaron considerable controversia.


Al estudiar el lenguaje de los alumno de algunas escuelas londinenses durante la década de 1950, Bernstein distinguió dos variedades principales (o como él las llamó, "códigos"), el código elaborado y el código restringido. El código restringido emplea expresiones concretas y dejan implícitas las significaciones que deben inferirse  del contexto. En cambio, el código elaborado es abstracto, explícito e independiente del contexto. Bernstein explicaba la diferencia atendiendo a dos estilos distintos de la crianza de los niños, estilos asociados a dos tipos de familia y dos clases sociales. En términos generales, el código elaborado es el código de la clase media, en tanto que el código restringido es el de las clase obreras.


Originalmente imaginado para explicar que en general los hijos de la clase obrera no logran obtener buenas notas en los exámenes de la escuela, la teoría de Bernstein tiene implicaciones mucha más amplias, especialmente en lo tocante a la relación entre lengua y pensamiento, investigada por Whorf y otros. Desde el punto de vista de un historiador de las mentalidades, existen inquietantes similitudes entre los dos códigos y los contrastes que tan a menudo se han establecido entre los estilo de pensamiento que se han llamado pensamiento "primitivo" y pensamiento "civilizado", "tradicional" y "moderno", "prelógico" y "lógico" o (a mi juicio, más convenientemente) "oral" y "letrado" o escrito.


Las observaciones de Bernstein sobre los niños ingleses provocaron una tormenta de críticas que, por ejemplo, señalaban que este autor había sugerido que los individuos son prisioneros del código que usan y que había hecho hincapié en las debilidades del código de la clase obrera, mientras ponía el acento en los rasgos positivos del código de la clase media. Algunas de estas críticas ciertamente dan en el blanco. Así todo, las hipótesis de Bernstein sobre los modos en se adquieren en la niñez estilos de habla y estilos de pensamiento resultan sumamente estimulantes y sugestivas.
























Tomado de:
BURKE, Peter (2001): Hablar y callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia. Barcelona, Gedisa, pp.18-25 


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