19 junio 2018

Gutenberg. Ewan Clayton





Gutenberg

Ewan Clayton



Gutenberg inició sus experimentos con la imprenta en Estrasburgo, donde vivió en el exilio desde principios de la década de 1430 hasta 1444. Aunque su impresión de la Biblia estaba terminada con toda seguridad en el otoño de 1455,  sospechamos que a partir de 1448 (año en que Gutenberg regresó a Mainz y obtuvo un préstamo, seguido de otro en 1452) estaba ya ocupado en culminar su invento. Tal vez en 1452 imprimiera una serie de indulgencias: en mayo de ese año Nicolás de Cusa, representante papal, solicitó al abad de San Jacobo de Mainz que tuviese preparadas dos mil indulgencias a finales de ese mes, un encargo bastante difícil de cumplir si había que escribirlas a mano, y además se han conservado dos de estas indulgencias impresas por Gutenberg. También existen fragmentos de otros proyectos tempranos: un libro sobre las profecías de las sibilas acerca del sino de un anónimo sacro emperador romano, una gramática de Donato de veintiocho páginas —un manual clásico de latín— y un calendario y panfleto contra los turcos, que habían invadido Constantinopla en 1453 acabando con el Imperio bizantino.


La Biblia de Gutenberg ha sido reconocida como una obra maestra. Sigue siendo uno de los libros más bellos jamás impresos. Esta historia nos sirve también como advertencia de que otros pasos decisivos podrían pasar bastante inadvertidos. Cada tomo de la Biblia de Gutenberg mide 405 x 295 mm. Aunque algunas secciones producidas en la fase más temprana del proceso de impresión tienen cuarenta líneas por página, pronto se fija su número en cuarenta y dos, dispuestas en dos columnas. Se dejan huecos para añadir encabezamientos y capitulares a mano; se han conservado algunos ejemplares de una guía de ocho páginas para esta tarea, asimismo impresa por Gutenberg.


Las letras del texto son grandes, «como las que ahora se usan para imprimir misales», escribió Ulrich Zell en 1499. Un misal era un libro que se usaba en el altar; se leía a cierta distancia, de pie. Cada columna está justificada a la izquierda y a la derecha, algo que intentaban hacer los copistas pero que era mucho más fácil al imprimir, ya que se podía componer cada línea de caracteres y espaciarla a posteriori, cosa imposible para un copista, que tiene que hacerlo a ojo sobre la marcha, a la primera. El número de innovaciones distintas que tuvo que afrontar Gutenberg para llegar a este resultado es considerable. Tuvo que encontrar una manera de fundir una enorme cantidad de letras armoniosamente proporcionadas; halló un modo de componerlas, separando las líneas con una «regleta», y de sujetarlas (usando «fornituras» de madera y tornillos) para imprimir; experimentó con la tinta y el papel para conseguir la combinación adecuada: la tinta tenía que ser inusualmente pegajosa y el papel, según descubrió, era mejor cuando estaba un poco humedecido. Luego hubo que construir una prensa que diera cabida a la forma de tipos y al «carro» que metía y sacaba la forma y el papel debajo de la prensa, y determinar la manera más eficaz de hacerla funcionar y de manejar el gran número de hojas resultantes, que luego había que pegar para formar el libro. Al parecer hubo nuevos descubrimientos en cada etapa. Mientras estaba trabajando en la Biblia, parece ser que Gutenberg empezó con un salterio que hizo avanzar mucho la tecnología: capitulares coloreadas impresas en rojo y azul, mayúsculas decoradas con filigrana y dos nuevas familias de fuente De la caligrafía a la imprenta: nuevos descubrimientos relacionados con el invento de Gutenberg Pero en 2001 Paul Needham, bibliotecario de la Scheide Library (Universidad de Princeton), junto con Blaise Agüera y Arcas, científico informático y licenciado en Física de la misma universidad, dieron a conocer el resultado de un estudio de los primeros tipos de Gutenberg. El estudio había comenzado siendo un ejercicio de recopilación bibliográfica de los primeros libros impresos. Identificando determinados tipos por sus marcas singulares (consecuencia de daños sufridos al componer y deshacer los bloques de tipos), los investigadores esperaban conocer mejor los primeros procedimientos de impresión. Agüera y Arcas desarrolló un programa que les permitiría comparar entre sí todos los ejemplos de una determinada letra; filtraba además irregularidades producidas por la tinta al extenderse o correrse o por aplicar demasiada o muy poca. Pero cuando tuvieron los resultados del análisis, casi no se lo podían creer. En vez de unas imágenes agrupadas de acuerdo con el número de punzones usados, cada ejemplo de un tipo en una página parecía ser una letra fundida por separado; unos investigadores japoneses han obtenido posteriormente el mismo resultado. Pero, en palabras de Agüera y Arcas, lo importante «es la naturaleza de la variabilidad, no su cantidad». Las diferencias entre las letras no son de la clase que se suponen provocadas por los daños, sino que proceden de la construcción misma de las letras: las diferencias se encuentran en los ángulos que forman las partes, en su colocación y en la proporción de las letras. ¿Cómo era posible?



Tipos móviles y prensa de Gutenberg



Había otro misterio. Al ver el papel iluminado desde atrás y fotografiar las letras aparecieron subestructuras dentro de las letras: pequeños resaltes y superposiciones. Por otro lado, la parte inferior del tipo no estaba totalmente a nivel, como debería ser si se hubiese hecho con un solo punzón. La solución propuesta a estos dos inesperados hallazgos es que Gutenberg no había inventado la típica matriz para fundir una fuente de tipos, sino algo diferente. Su tipo se fundió quizá en arena fina: «Pensad en azúcar en polvo en vez de en grano», dice Needham. El molde se rompería después para extraer el tipo, pero la diferencia clave era la manera en que la imagen se estampa en su matriz, sean cuales sean los materiales usados. Las irregularidades observadas por los investigadores podían explicarse si las letras se hubiesen realizado con una serie de punzones «elementales» con los que se hubiese marcado cuidadosamente el molde que componía cada una de las letras. Como calígrafo me parece una idea muy natural: así es desde luego como se escriben las letras, constituidas por pequeños grupos de trazos de la pluma. Cada alfabeto se compone de una serie esmeradamente coordinada y limitada de trazos proporcionalmente relacionados entre sí, cosa que se debe a la anchura fija de la punta de la pluma y a la actitud repetitiva y sistemática del calígrafo al hacer sus trazos. Esta es la clase de pensamiento sistemático que subyace tal vez en el procedimiento de Gutenberg.


En el pasado, las monedas, los sellos y otros objetos impresos contenían series cortas de letras grabadas; pero la Biblia de Gutenberg supuso un desafío a una escala totalmente distinta, pues tenía más de seiscientas páginas y casi dos millones de letras. Y en este vasto terreno debe prevalecer la armonía, pues, como dice Lorenzo Ghiberti, «La escritura no sería bella si las letras no fuesen proporcionadas en la forma, el tamaño, la posición y el orden y en todos los demás aspectos visibles en los que pueden armonizar las diversas partes». El tipo de Gutenberg posee más de doscientos noventa caracteres y ochenta y tres ligaduras, caracteres que se funden unidos. Sería un tarea abrumadora, no habiéndolo hecho nunca antes, tallar trescientos setenta y tres caracteres, todos de la misma altura y con anchura en proporción, de modo que todos los trazos sean del mismo grosor según su alineación. Al artesano novato quizá le sorprenda que sería mucho más fácil —y daría lugar quizá a un efecto más unitario— tallar un número menor de trazos elementales y luego hacer esas letras a partir de ellos; así se puede garantizar automáticamente que todo tenga el mismo peso y la misma altura. Esto es especialmente relevante dado que en la forma de la textura gótica entonces en uso, que tiene muchas líneas paralelas, cualquier diferencia resultaría muy evidente. El método que se eligió se basa en habilidades ya existentes —la mano y la vista del calígrafo— para juzgar el número y la ubicación de las partes para hacer cada uno de los moldes individuales. Hace falta un ojo experto para juzgar con exactitud en tiempo real la deseada anchura del espacio de una contraforma, y cuánto debe sobresalir un trazo para hacer converger y unir un asta y una curva o una curva y otra. Fue así, como dice el colofón del Catholicon de Gutenberg de 1460, como «una maravillosa concordia, proporción y medida de punzones y formas» produjo un libro que para muchos observadores se parece más a la escritura a mano que al tipo uniforme con el que nos hemos criado.


Lo bueno de este descubrimiento acerca del procedimiento de Gutenberg es que muestra que la creación de las primeras letras impresas surgió de las habilidades del calígrafo, y las dos artes —escritura e impresión— estuvieron tal vez unidas en un proceso orgánico de desarrollo. El punzón único para cada letra se inventó algo después. El final de la vida de Gutenberg no es una lectura alegre. Arruinado por los enormes costes del desarrollo de su invento y por el dinero que tuvo que adelantar para el tipo, el papel y la vitela de su proyecto de Biblia, Gutenberg tuvo que ceder su equipo a su patrocinador financiero, Johann Fust, justo en el momento en que la Biblia se imprimió por fin. Fust continuó el negocio sin la participación de Gutenberg, y estaba bien situado para hacerlo, pues ya tenía el suyo propio de manuscritos y libros impresos con bloques de madera, y mantenía buenas relaciones con el comercio del libro en París. Convenció a Peter Schoeffer, un calígrafo parisiense al que Gutenberg había contratado como ayudante, de que montase un negocio con él y en 1457 Schoeffer selló el trato casándose con la hija de Fust. Fust murió en 1466; Schoeffer vivió hasta 1503 y tres de sus cuatro hijos fueron también impresores, uno de ellos especialista fundidor de tipos. Gutenberg murió en 1468, una vez más exiliado de Mainz por conflictos civiles durante los cuales perdió todo cuanto poseía en aquella ciudad. Después del proyecto de la Biblia de cuarenta y dos líneas había iniciado otros empeños editoriales, al parecer en ocasiones como consejero además de impresor. La Biblia de Bamberg de treinta y seis líneas (1458-1460) es probablemente una de las producciones que supervisó. En 1465 Gutenberg recibió del príncipe arzobispo de Mainz un reconocimiento bienvenido aunque discutible, pues fueron las maquinaciones políticas del arzobispo las que habían causado tanto sufrimiento a la ciudad y su séquito seguía ocupando la histórica casa familiar de Gutenberg en Mainz. Por su invención de la imprenta, Gutenberg fue elevado a la nobleza menor y se le concedió una pensión anual en especie y un traje nuevo al año. Murió el 3 de febrero de 1468, día de san Blas. Hay en esto una ironía: con su invento, Gutenberg liberó la voz de la masa del pueblo en Europa, y san Blas es el patrono de los que se ahogan y cura la garganta, la voz. Gutenberg fue enterrado en la iglesia de los Frailes Descalzos de Mainz, de la cual no quedan vestigios.


Cuando murió, la imprenta estaba ya en marcha. Los disturbios de 1462 en Mainz habían hecho que algunos de sus primeros aprendices y otros aspirantes a impresores reconsideraran su situación y se dispersaran. En 1464, Konrad Sweynheym y Arnold Pannartz establecieron su taller en Subiaco, el hogar italiano de san Benito, que se había retirado a un cueva que está por encima de la ciudad y allí había fundado su primer monasterio. Subiaco estaba a sólo 70 kilómetros al este de Roma, adonde se trasladaron Sweynheym y Pannartz en 1467. Johann von Speyer y su hermano Wendelin viajaron de Mainz a Venecia, donde en 1468 se les otorgó un breve monopolio sobre la impresión. En 1470 el impresor Nicolas Jenson había creado en Venecia el primer tipo romano reconociblemente moderno inspirado en las letras humanistas, con mayúsculas basadas en letras epigráficas y minúsculas adaptadas para combinarse con ellas. En 1480 había imprentas por toda Europa: en treinta ciudades de Alemania, cincuenta de Italia, nueve de Francia, ocho de Holanda y España, cinco de Bélgica y Suiza, cuatro de Inglaterra y dos de Bohemia. Al comenzar el siglo XVI, sesenta ciudades de Alemania tenían imprentas, con cincuenta talleres individuales sólo en Estrasburgo.





















Tomado de:
CLAYTON, Ewan (2013): Historia de la escritura. Madrid, Siruela, pp. 98-103.

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