17 octubre 2017

The beach (La Playa) de Danny Boyle. Fabricio Borja





Nunca te resistas a lo que no conoces

Fabricio Ernesto Borja



Cuando la civilización occidental ha perdido encanto, los jóvenes encuentran un mundo que devora sus proyectos de vida, los aliena, y en muchos casos los margina. La historia de Richard en la indonesia turística, explotada por el consumo, nos adentra en otro espacio posible, en una suerte de evasión, una ruta heterodoxa que se ha filtrado por los caminos trillados de la ortodoxia, una ruta privilegiada, sólo posible para unos pocos, los elegidos. La voz en off de Richard acompaña los acontecimientos de la aventura, contagiándose de una particular ansia de nuevas experiencias. “Nunca te resistas a lo que no conoces”, “asimila la experiencia, quizá valga la pena”, nos dice y empieza con esto una búsqueda más allá de sus límites, que elimina toda ley, un espacio que se particulariza y un tiempo que se suspende. La juventud se sacraliza, cruza el umbral (realiza el salto), su tiempo evade cualquier calendario y evita la reproducción de la especie: los elegidos de La Playa no pueden ser más de los que ya son, la circularidad destruye el proyecto, el placer del eterno momento encubre todo malestar inherente a la vida social. La voz de Richard es reveladora para la historia, es la voz masturbatoria del mundo interior del personaje y, como tal, inquieta por su carga emocional, su sentido dramático de la vida, su denudez absurda, su goce sin Otro.


La Playa es la utopía que se construye fragmentariamente (digamos polifónicamente), pero para ser una posibilidad sensible debe convertirse en un absoluto, y quienes participen de esta apertura trascendente también deben entregarse al precio de abandonar todo. Sin abandono no existe la sacralización, no existe el contacto con lo divino. La evasión, no obstante, siempre es parcial, tergiversada por el temor a la muerte; la muerte, representada en varías imágenes – el cuerpo depredado del pescador, el suicidio de Duffy, la masacre de los turistas–, para la moral consumista de occidente es una aberración, se opone al goce y a la acumulación que redunda en felicidad, y en este terreno, donde la ley desaparece y la muerte asoma como una sombra constante, Richard teme su propia derrota, su retorno al mundo de la oscuridad (una metáfora del tercer mundo representada en la parte de la isla que pertenece a los campesinos). En una escena, la del pescador depredado por los tiburones, la voz dice: “nada debe interrumpir el placer, ni siquiera la muerte”. En la Playa la muerte debe desaparecer frente al ideal de un tipo de vida eterna, y frente a esa omisión Richard despierta y comprende su finitud, comprende su temporalidad, duda de la trascendencia, se siente más humano que nadie. Es en la supuesta “locura”, donde entran en juego las visiones que contradicen lo que en apariencia es incuestionable. 





Richard emprende su destierro, que de alguna manera también es la muerte y pasaje por el infierno, y en ese estado de turbación y apartamiento, estalla la subjetividad y el personaje se nos escapa, no le encontramos un marco de comprensión para lo que pasa por su cabeza. El elemento lúdico se incorpora: él se imagina como el héroe de un videojuego, también un soldado en misiones extremas, acuerda con el Duffy muerto una solución para todo: la destrucción, el irremediable fracaso de su búsqueda. En ese momento él puede serlo todo, su historia puede ser todas las historias. Tal vez es éste su espacio sagrado, espacio de la imaginación, y no la Playa, y tal vez encuentre aquí su comunión divina. No la entendemos, la resistimos porque no nos pertenece, porque Richard, en la coherencia de su relato se nos muestra incoherente. “Todavía creo en el paraíso”, nos dice al final, “no es un lugar, sino un sentimiento en particular”. Como lugar, el paraíso se convierte en sentimiento frente a lo ya vivido, una idea de futuro pero incorporada a su pasado; el espacio negado trasciende su presente, pero no es una sensación futura, sino pasada. Lo que él está anhelando está en el registro de la memoria; no la conocemos, la reconstruimos fragmentariamente, mediante elaboraciones: la imagen de Francoise, es la reconstrucción de un modelo que deviene de muchas otras mujeres; el mapa, es a la vez todos los mapas que guardan el secreto de todos los tesoros y misterios; la Playa es el paraíso perdido.


Como adolescente insatisfecho con el proyecto que se le impone, Richard sintetiza lo épico, la aventura, la conquista y lo romántico, donde la pasión reniega de la razón de la Polis y huye hacia otros horizontes, obedeciendo al más voluptuoso egocentrismo. Su voz en off resulta reveladora no por lo que dice, sino por lo que calla: una textualidad permanece oculta y se confiesa tímidamente. La turbación le hace decir: “Pensé que iba a morir, pero todavía faltaba mucho, el dolor como el amor desaparece”. Su presente puede agonizar, pero su pasado resiste, se reconoce, se controla y se corrige; el hombre es producto de su circunstancia, es contradictorio, teme lo peor y combate su malestar en el mundo, pero también puede sentirse absoluto frente a lo vivido, embellecer lo desagradable, encontrarse a sí mismo y simbolizar lo maravilloso, lo prodigioso, y lo misterioso de sus experiencias.






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