26 septiembre 2017

Sátiros: monstruosidad jocosa y atrevida. Guillermo de Santis




Sátiros: monstruosidad jocosa y atrevida

Guillermo De Santis


Los sátiros son figuras que pertenecen al folclore griego y que conocemos desde Hesíodo como, theoí, hasta la demonología platónica que los ubica como seres inmortales entre dioses y hombres. Su forma física, su naturaleza mixta animal (cabra) y humana no es única en la cultura griega. Son singulares, en cambio, algunas características de su comportamiento y de su forma de relacionarse con otros seres y, en particular, con el hombre.


Los sátiros nos son conocidos básicamente a través de las representaciones figurativas, numerosas entre los siglos VI y IV aC., y por el drama satírico, subgénero teatral que formaba parte del espectáculo trágico. Su presencia en el teatro se debe a que forma parte del cortejo báquico junto a las ménades y en las representaciones pictóricas de vasijas de escenas teatrales se los distingue por su cuerpo de hombre con cola de animal, orejas en punta, una nariz chata, a veces calvos, generalmente barbados y con una corona en su cabeza. Se suma a todo esto su falo prominente que los distingue de cualquier otra figura folclórica. Básicamente, estas características figurativas debían ser reproducciones del vestuario junto a la máscara teatral.

Su asociación con Dionisos es firme a partir del siglo VI aC., época en la que se asimila a otros seres con características físicas similares, los silenos de tradición jónico-ática, de manera que los términos “sátiros” y “silenos” se volvieron intercambiables.

En el Drama Satírico un sátiro se individualiza del resto, Sileno, anciano padre de los sátiros. Si bien su origen mitológico es confuso, su pertenencia a una generación temprana de dioses, le confiere sabiduría y, por ello, Zeus le encarga la educación de su hijo Dionisos. En la escena teatral, esta ancianidad y esta sabiduría lo convierten en jefe del Coro de sátiros y lo caracteriza su pasión por lo desconocido y su permanente cobardía, su amor por el vino y la comida y un notable sentido de la oportunidad para entrometerse en asuntos serios, en los que aparenta colaborar, aunque solo para obtener algún provecho, pero en los que se muestra fuera de lugar.

En general, el Drama Satírico muestra que los sátiros son grotescos y elementales, pícaros y petulantes, irresponsables, burlones y no merecedores de confianza. Por ejemplo, en Ichneutai de Sófocles Son básicamente definidos como θῆρες, “bestias” (v. 147, 153) y comparados con animales como el “puercoespín” (v. 127) y al “mono” (v. 128). Su sexualidad exacerbada obliga a las ninfas y jóvenes mujeres a mantenerlos a raya. En este caso las heroínas como la joven Dánae y la ninfa Cilena los califican de κνωδάλοι, es decir “monstruos” que dejan ver su lado menos cómico para ser más agresivos, incluso, temibles.

Son además, valientes y decididos cuando la situación que enfrentan no implica riesgo alguno, pero sumamente cobardes ante el mínimo atisbo de peligro. Pero el rasgo más sobresaliente de estos monstruos jocosos es su marginalidad, una muy extraña, por cierto, pues son coro de una obra dramática, es decir son el corazón de una obra de teatro en el marco de una tetralogía trágica. Esta aparente incongruencia puede resolverse si se atiende a la no pertenencia de los sátiros a las clasificaciones definidas por la cultura ateniense, posición intermedia entre lo humano y lo animal, entre la infancia y la adultez y, lo que no trataremos en esta ocasión, entre masculino y femenino. Veremos que este permanente no ser ni una ni otra cosa, se condensa en la certeza de ser siempre esclavos e incapaces de interactuar con el mundo de las instituciones.

Veamos los versos 366-368 de Ichneutai de Sófocles:

Pero tú eres siempre un niño; pues siendo ya un joven hombre
de barba floreciente, como la de una cabra, retozas entre los cardos;
deja de agitar con excitado placer tu pulida calva.

La ninfa Cilena ve a los sátiros y destaca su barba, motivo de orgullo de este néos anér que, si bien no es un hombre, se comporta como un país y a esto se le suma el falo destacado, es decir un carga sexual propia de una edad en la que aún la virilidad no es controlada por el adolescente y que transgrede un esquema social de la sexualidad. Entonces no es niño ni adulto sino que ocupa un franja etaria intermedia bastante compleja.

Por medio de la barba, los sátiros son asimilados a cabras, de manera que se pasa del juicio sobre el comportamiento inadecuado para la edad, a la figura de un animal que parece explicar mucho de la actitud del coro de sátiros frente a lo desconocido, como indica Pierre Voelke, al afirmar que la cabra es un animal que se comporta de manera totalmente impredecible, especialmente frente a situaciones que le son infrecuentes. Y precisamente, Ichneutai ubica a los sátiros de frente a una novedad, la lira, creada por Hermes niño, y la nueva música que ella provee. Esta situación deriva, de manera imprevista, del móvil inicial de la aparición de los sátiros en la escena: la búsqueda de las vacas de Apolo.

Sileno y sus sátiros se ofrecen a encontrar las vacas hurtadas y hablan a Apolo como si estuvieran a su misma altura: Apolo ha emitido un bando, ellos se presentan, Apolo promete una recompensa, Sileno pide una corono de oro y, lo que más nos interesa, Apolo dice “metafóricamente” que él mismo ha buscado su ganado:

enajenado sigo el rastro (como un perro)

A lo que Sileno responde:

por si de algún modo te rastreara este asunto

Lo interesante es que Sileno parece responder con la misma metáfora del “sabueso” y en los versos 91a 99 da la orden a sus sátiros de seguir el rastro con la nariz (ῥινηλατῶν, v. 94), inclinados hacia el suelo (ὀκλάζω[ν, v. 96), es decir que asuman una función plenamente animal de perro que, si bien conviene a la búsqueda de vacas, en nada se condice con la altanera presentación de “tú a tú” frente aun dios como Apolo, y dando muestras incluso de un cierto dominio retórico.

Los sátiros asumen la posición y la función que Sileno les manda. Incluso, desde el verso 183 serán llamados con los nombres usuales de perros, tales como Dracis, Grapis, Urias, Estratis y Trequis. Es decir que su posición casi divina se degrada a una animalidad que, además, es una forma clara de esclavitud, ahora son perros domésticos de caza, bien caracterizados por Jenfonte en su Cinegética. Este tratado nos permitiría obtener muchos datos para establecer comparaciones pero solo mencionaremos que en 3.3 afirma que los perros “clavos y débiles son flojos” y en 4.1 sostiene que es condición de un beun perro que su vientre sea “flaco”, es decir que los sátiros no serían jmás buenos perros.

Peor aún, por temor al sonido desconocido de la lira, que de repente oyen, toman otra postura física, la de un “erizo” ([ἐ]χῖνος. 127), y la de un “simio” (πίθηκος v. 128), ante lo cual Sileno pregunta si es una nueva téchne kynegetein, “técnica de olfateo” (v. 124 y ss.), siendo evidente que para rastrear, los sátiros se vuelven perros y, por temor, estos perros se convierten a su vez en erizos y monos.

Si los sátiros pueden hablar a dioses y hombres con dominio de la retórica, si pueden prever beneficios y realizar acciones “arriesgadas”, todo esto puede cambiar de un momento a otro. La única valencia constante en la figura de los sátiros es su esclavitud, constatada en el inicio de la obra por la promesa liberadora de Apolo y reafirmada por su conversión en malos perros sabuesos.






Como vimos en el texto de Rastreadores, los sátiros son jóvenes retozones que se comportan como niños. Para concluir de revisar esta adolescencia en la que sexualidad está exacerbada, recordemos que en Arrastradotes de Redes de Esquilo, el Coro de Sátiros afirma que la joven Dánae los desea por su prominente falo: 

ahora entonces
viendo nuestra juventud
se le ilumina el rostro

el término hébe, indica tanto la “sexualidad” cuanto la edad que los sátiros se  atribuyen, precisamente de acuerdo a su potencia fálica. En otras circunstancias, en las que la sexualidad no juega un rol principal, los sátiros son solo niños. En tal sentido los amonesta Sileno en Rastreadores 145 y ss. cuando, ante el sonido de la lira, sus sátiros se asustan: 

asustados por todo
servidores sin nervio, sin decoro, como persona no libre
no os veis sino solo como cuerpo,
lengua y falo

y más adelante:

teméis como niños antes de ver
y dejáis escapar la riqueza en oro,
que Febo os mencionó
y la libertad que prometió
a vosotros y a mí

el temor es propio de niños y en este contexto, es evidente, se insiste en la esclavitud de los sátiros, son diáconos y aneléutheros y es ese temor pueril el que impide que alcancen la libertad que Apolo prometió. Es un complejo juego de niñez e imposibilidad de libertad que debemos sumar a su animalidad servil (la del perro) para insistir en que todos estos estatus intermedios los conducen a sostener su estado de esclavitud. Y es esta condición la que demuestra que es jocosamente ambivalente la semblanza que Sileno hace de su juventud para mostrarle a sus hijos que él sí era valiente. Imitando al anciano Néstor de Ilíada dice Sileno (v. 153 y ss.):

hijos de este padre, oh, las peores de las bestias,
de quien, desde su juventud, muchos recuerdos de valentía
quedan, acciones en las casas de las ninfas,
no por darse a la huida, ni por temer,
ni espantarse por los ruidos de animales salvajes,
sino por haber librado con la lanza
brillantes empresas manchadas ahora por vosotros
por un nuevo y engañoso ruido de pastores en alguna parte.

Sileno se posiciona como un héroe cuya única hazaña es el acoso sexual de las ninfas, por lo que su posición de adolescente de exacerbada condición sexual es irónicamente expuesta: su lanza guerrera no es otra cosa que su falo acosador.. Si sus hijos se comportan literalmente como niños por su temor, Sileno es un joven retozón sexuado, pero siempre tan esclavo como aquellos.

De la misma manera que la animalidad, la niñez es metafórica y configura un imaginario de la esclavitud basado en la falta de control del propio cuerpo, en la ignorancia del mundo y de las convenciones sociales más elementales. Servilismo La condición servil de los sátiros parece natural a su representación. En el Cíclope, Sileno narra su llegada a la tierra de los Cíclopes y dice:

habiéndonos atrapado (i. e. Polifemo) uno de estos en su casa somos
esclavos

Los ejemplos son numerosos y varios dramas satíricos llevan por nombre la referencia al coro de sátiros en situación de esclavitud, por ejemplo: Los sátiros en Ténaros, de Sófocles, donde son encargados de vigilar algo o alguien que desconocemos; Los forjadores, título que Hesiquio da a la obra de Sófocles que otras fuentes llaman Pandora, en la que los sátiros estarán bajo las órdenes de Hefesto. El mismo Sófocles los presenta en su Cedalón como esclavo de Cedalión o de Hefesto y Ateneo transmite el en el que se los fustiga:

buenos para el látigo, los aguijones, parásitos

aquí, además, el término kéntrwn podría significar “ladrón”, como sugiere un escolio a Aristófanes, que junto a “parásitos” mostrarían que los sátiros suelen vivir a costa de o robando los bienes de otra persona. Y tal es la situación cómica del Cíclope de Eurípides donde Sileno le ofrece a Ulises quesos y otros productos robados a su Polifemo, su amo, a cambio del vino. Ya hemos visto en Rastreadores de Sófocles que Sileno llama a sus sátiros “no libres” y que Apolo les promete la libertad, dando muestras de que el dios conoce bien su condición de esclavos. Más allá de quién fuera el “amo” de los sátiros que Apolo tiene en mente, la ninfa Cilena en sus primeras palabras dice:

Bestias, ¿ por qué irrumpís en esta verde y boscosa
colina habitada por fieras con tal griterío?
¿Qué esta actividad, este cambio respecto de las fatigas
que antes afrontabas para complacer a tu señor,
siempre ebrio, vestido con la piel de cervatillo
el tirso liviano en las manos,
gritabas evoé alrededor del dios
con tus hermanas ninfas y el grupo de cabras?
Ahora no comprendo qué sucede, ¿a dónde os arrastran
los nuevos tornados de locura?

La ninfa Cilena describe el cortejo de Dionisos que es despótes, “amo” de los sátiros de manera que, según lo que vimos antes, esta nueva téchne de convertirse en perros no es más que un desplazamiento a otra forma de esclavitud de la que Apolo promete liberarlos. En Emisarios o Participantes a los juegos ístmicos, los sátiros han abandonado a Dionisos para participar en la competición atlética. Se presentan, entonces, ante el templo de Poseidón para depositar unas ofrendas. Un interlocutor, muy probablemente Dionisos, los encuentra y recrimina:

Pero tú participas de los juegos ístmicos y aprendiendo nuevas posturas
ejercitas los brazos, dilapidando mis bienes 
para ofrecer estos dones al protector de tus esfuerzos.

Parece que se reitera aquí la dependencia de los sátiros de Dionisos y la actitud de usar sus bienes furtivamente, lo que reafirma su esclavitud. Pero aún más, a partir del verso 48 de la segunda columna del fr. 78c, un personaje, con mucha probabilidad Dionisos, se acerca al templo de Poseidón, donde los sátiros se han refugiado, para ofrecerles “regalos” que los convenzan a volver con él. El dios les ofrece “novedades hechas con el hacha y el yunque”. La hipótesis acerca de la naturaleza de estos regalos son diversas. Massimo Di Marco afirma que es una especie de yugo con la que Dionisos convencería a los sátiros de participar en los juegos en la carrera de carros, siendo ellos los caballos y él mismo el auriga. Una forma cómica de recuperar el dominio de sus esclavos y una forma irónica de hacer volver a los sátiros junto a su dios en su normal posición de esclavos, animalizados:

estos (los yugos/cadenas) se ajustan precisamente al arte que has adoptado

Engañados pero felices, los sátiros aceptarían regresar con Dionisos y serían cómicamente expuestos en la escena como un tiro de carro. En definitiva, reencontrarse con su amo, es el final feliz al que aspiran los sátiros y el Drama Satírico. Así, como diákonos, “servidor”, própolos, “ministro” o doúlos, “esclavo”, los sátiros funcionan siempre en el sistema de esclavitud de un dios o un monstruo temible. La famosa afirmación de Tiresias en el v. 410 de Edipo Rey, en el que reivindica su estatus de “esclavo de Apolo”, no se aplica aquí de la misma manera.

La esclavitud de los sátiros, como hemos visto, es un estado del que ellos pretenden escapar, la libertad es siempre un objetivo. Pero su naturaleza que media entre el hombre y el animal, entre la divinidad y el hombre más vil, entre el niño y el adulto, los lleva a encontrarse cada vez con su inherente esclavitud y sometimiento a su señor Dionisos a quien recriminan y abandonan pero con quien regresan al final de cada drama.

De esta manera, hemos intentado presentar la monstruosidad de los sátiros en algnas de sus acciones y roles que los ubican en un permanente plano intermedio e indefinido, sin olvidar que un aspecto monstruoso central es el acoso sexual a las jóvenes, sean ninfas, sean doncellas. Interesante en este sentido es la respuesta de Dánae a la oferta de Sileno de “protegerla” en Arrastradores de redes.

Ante la propuesta de Sileno, cargada de insinuaciones sexuales, Dánae responde:

dioses de la estirpe de Zeus
que me imponen este fin a mis tormentos
me entregaréis a estos monstruos...

Los knwdála son bestias, generalmente marinas, y es posible que Dánae, apenas salida del arca que ha derivado por el mar, piense aún en bestias marinas. Sin embargo, el tono de la queja, partiendo de la invocación a Zeus, nos advierte que la heroína está hablando como si fuera personaje de una tragedia y a continuación amenazará ahorcarse con su lazo, como hacen las Danaides en Suplicantes de Esquilo. Si respetamos este “tono” trágico, es claro que knwdála no apunta aquí a la forma animal de los sátiros sino al carácter engañoso y peligroso, indefinido y escurridizo que, en el curso de un Drama de Sátiros resulta cómico, pero, para una doncella a punto de ser sometida, es un signo inequívoco de monstruosidad.



















Tomado de:
DE SANTIS, Guillermo: "Sátiros: monstruosidad jocosa y atrevida" En: AAVV (2014): Actas de las V Jornadas de Reflexión Monstruos y Monstrusidades. En Perspectivas disciplinarias IV, UBA, Facultad de Filosofía y Letras, pp. 112-118.

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