02 noviembre 2014

Memoria colectiva. Joël Candau




Memoria colectiva

Joël Candau


Los “difusores” de la memoria por excelencia son los monumentos a los muertos, las necrópolis, los osarios, etc., y, de manera más general, todos los monumentos funerarios que son el soporte de una fuerte memoria afectiva.


Los monumentos le deben su aparente indestructibilidad al hecho de que se les considera “memoria mineral”, eternamente válida. Lo que hace que una colectividad decida erigir un monumento en honor de tal o cual personaje es la producción de una leyenda o, más exactamente, de una “bioleyenda” -“interpretación biográfica post-mortem”-. De manera estereotipada, la memoria colectiva convierte al héroe al que, por haberse sacrificado por la comunidad, es digno de conmemoración. Pero como señala Gardes, la memoria a través de los monumentos tiene su escala de valores y, en función de los azares  de la historia, puede deshacer lo que antes había unido. Mientras el desfasaje entre la memoria colectiva y la memoria a través de los monumentos se mantenga dentro de ciertos límites, los monumentos no están amenazados. Por el contrario en períodos de fuerte tensión social, puede suceder que el pueblo o un nuevo poder no tolere más las distancias entre la antigua memoria de los monumentos y la nueva memoria dominante o la que aspire a convertirse en ella. Entonces llega el momento de iconoclasmo, que siempre coincide con las crisis políticas y religiosas. 93


Los diferentes poderes siempre instauraron una política de monumentos porque integra a los marcos sociales de la memoria. Al crear espacios comunes de la memoria, señala James Young, “los monumentos propagan la ilusión de una memoria común” pero más allá de la ilusión, ¿cuál es la verdadera naturaleza de esta memoria? ¿El entusiasmo patrimonial contemporáneo y la profusión de monumentos no son finalmente sustituidos del trabajo de memoria que deberían efectuar la comunidad y los individuos? Para Pierre Nora “cuanto menos se vive la memoria desde el interior , más necesita apoyos externos y puntos de referencias tangibles” y agrega: la memoria de las sociedades modernas es “una memoria registradora, que delega en el archivo la preocupación de recordar por ella y multiplica los signos de los que se despoja, como la serpiente lo hace con su piel muerta”; memoria registradora pero también memoria relajada y atrapa-todo que cumple compulsiva y mecánicamente con su tarea, sin preocuparse por el sentido del acto de memoria.


La historia se esfuerza por poner distancia frente al pasado, la memoria intenta fusionarse con él. Una y la otra se vinculan con el pasado. La irrupción de la memoria en la disciplina histórica se volvió inevitable a partir del momento en que los que transmitían la memoria comenzaron a hacer historia, como sucedió con las víctimas del nazismo que se comportaron -y siguen haciéndolo- como los archivistas de la tragedia. La comparación entre memoria e historia se dificulta a causa de la polisemia de esta última palabra, que designa simultáneamente una disciplina, el contenido de una acontecimiento y una forma de conciencia colectiva e identitaria. 


La noción de memoria colectiva es práctica, pues no es posible ver cómo designar de otro modo que con este término ciertas formas de conciencia del pasado (o de la inconsciencia en el caso del olvido), aparentemente compartidas por un conjunto de individuos. 


Podemos admitir que la sociedad produce “percepciones fundamentales” (Diderot) que por analogías, por reuniones entre lugares, personas e ideas, etc. provocan recuerdos que pueden ser compartidos por varios individuos, incluso por una sociedad. Incluso en este caso, aun cuando existiera un corpus de recuerdos constitutivos de la memoria colectiva de una sociedad dada, las secuencias de evocación, de estos recuerdos estarían obligatoriamente diferenciadas individualmente. 


Los mitos, las leyendas, las creencias, las diferentes religiones son construcciones de la memoria colectiva. Así, a través del mito, los miembros de una sociedad dada buscan traspasar una imagen de su pasado de acuerdo con su propia representación de lo que son, algo totalmente explícito en el mito sobre los orígenes. El contenido del mito es objeto de una regulación de la memoria colectiva que depende, como el recuerdo individual, del contexto social, y de lo que se pone en juego en el momento de la narración. 



Monumento a San Martín en San Salvador de Jujuy


Las representaciones que acarrea y provoca el mito son objeto de variaciones personales, individuales, aun cuando sean elaboradas en marcos sociales determinados y aun cuando podamos admitir que la significación que se les da a esos mitos es objeto de una focalización cultural que produce de esta manera una “memoria étnica”.


Lo que observamos en cada ocasión es el trabajo de una memoria sino la obra de memorias múltiples, a veces convergentes, con frecuencia divergentes e, incluso, antagónicas. Por consiguiente, la memoria colectiva nunca es unívoca. 


La reconstrucción de un recuerdo pasa por la de las circunstancias del acontecimiento pasado y, por consiguiente, de los marcos sociales o colectivos entre los cuales se encuentra el lenguaje, el marco social que mayores restricciones presenta: las convenciones verbales, las simples palabras que la sociedad nos propone tienen un poder evocador y proporcionan el sentido de esta evocación como, por otra parte, cualquier ideación. 


El grupo no conserva más que la estructura de las conexiones entre las diversas memorias individuales. Si el otro es necesario para recordar, esto no sucede porque “yo y el otro” nos sumergimos en un mismo pensamiento social, sino porque nuestros recuerdos personales se articulan con los recuerdos de otras personas en un juego muy regulado de imágenes recíprocas y complementarias. 


La semilla de la rememoración necesita un terreno colectivo para germinar. Es posible que cuando la germinación no se logre, porque hay incopatibilidades entre el terreno colectivo y el trabajo personal de la memoria. 


En un momento o en otro, la memoria individual necesita el eco de la memoria de los otros, y un hombre que solitario se acuerda lo que los demás no recuerdan corre riesgo de pasar por alguien con “alucinaciones”. Desde esta perspectiva, la memoria individual siempre tiene una dimensión colectiva, ya que la significación de los acontecimientos memorizados por el sujeto se mide según la vara de su cultura. Esto equivale a decir que el estatus de custodio de la memoria que parece ser una función meramente individual, es inseparable de las acciones sociales.


La noción de marcos sociales nos ayuda a comprender cómo los recuerdos individuales pueden recibir una cierta orientación propia de un grupo, pero el concepto de memoria colectiva no nos dice cómo orientaciones más o menos próximas pueden volverse idénticas al punto de fusionarse y producir una representación común del pasado que adquiere, entonces, su propia dinámica respecto de las memorias individuales 


Dado que los marcos sociales de la memoria orientan la evocación, la anamnesis de una informante dependerá de los marcos sociales contemporáneos a él y, por consiguiente, éste otorgará una visión de los acontecimientos pasados en parte modificada por el presente. El informante que quisiera revivir con fidelidad un hecho de su vida pasada tendría que ser capaz de olvidar  todas sus experiencias ulteriores, incluida la que está viviendo durante la narración.


El acto de memoria que se deja ver en los relatos de vida pone en evidencia esa aptitud específicamente humana que consiste en poder darse vuelta hacia el pasado propio para hacer un inventario con él, poner en orden y dar coherencia a los acontecimientos de la vida que se consideran significativo en el momento del relato. Al proceder de este modo, la memoria autobiográfica tiene como objetivo construir un mondo relativamente estable, verosímil y previsible, en el que los proyectos de vida adquieren sentido y en el que la sucesión de los episodios biográfico pierden su carácter aleatorio y desordenado para integrarse una continuum tan lógico como sea posible. 










Tomado de:
CANDAU, Joël (2002): Antropología de la memoria, Bs. As. Nueva Visión. pp, 93, 94, 60-68, 101.

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