27 enero 2022

¿Cuál es nuestra lengua, castellano o español? Humberto López Morales

 



¿Cuál es nuestra lengua, 
castellano o español?


Humberto López Morales


Durante mucho tiempo -y hasta hoy- algunos conceptos básicos permanecen en un estado calamitoso de confusión, al menos desde el punto de vista técnico y científico. Como se trata de elementos imprescindibles para entender lo relativo al mundo hispanohablante de hoy, es preciso despejarlos. Con toda seguridad que este ejercicio no convencerá a todos; es de suponer, estando como están, estrechamente unidos a intereses y preferencias individuales, grupales y hasta nacionales. 


A pesar de que desde el punto de vista lingüístico castellano y español no son sinónimos, el uso de uno u otro término depende del ámbito geográfico, el momento histórico o la necesidad de distinguir lo que se  estima contenidos semánticos diversos. Las dos palabras conviven todavía hoy como nombres de nuestra lengua común. Para el lingüista, el único término existente para denominar la lengua general es español, en claro contraste con castellano, que como bien decía Octavio Paz, hace referencia a la forma de hablar de Castilla, al habla de los castellanos:


Yo me siento ciudadano de la lengua española y no ciudadano mexicano; por eso me molesta mucho que se hable de lengua castellana, porque el castellano es de los castellanos y yo no lo soy; yo soy mexicano y, como mexicano, hablo español y no castellano.


Es muy frecuente el uso del término español en los círculos intelectuales de Hispanoamérica, ya que lo considero heredero de los aportes que hicieron al pequeño y primitivo dialecto original lenguas y hablantes desde fuera del condado de Burgos, primero en la península misma y después en América.


También se aplica a lo que fue la lengua de épocas medievales con anterioridad al siglo XV, cuando todavía no había nacido la lengua general de los españoles, y más tarde, de los nacidos en sus posesiones. No cabe duda de que la historia de Castilla, de sus hombres y de su lengua, hizo que el castellano medieval cambiara, y mucho, su fisonomía. Su pervivencia no toma en consideración estas realidades; en cambio parecen suficientes a los que prefieren español; ya que toman en cuenta los importantes cambios en el sistema lingüístico que han contribuido a darla una nueva personalidad al viejo dialecto de Castilla.


No es casual que la palabra castellano haya sido mayoritaria en la Edad Media española, que el predominio de español sea ya un hecho en la España del siglo XVI con reinado de Carlos I, y que la sustitución sea evidente en el siglo XVIII, en que castellano queda teñida de connotación arcaizante.


Por otra parte, si se comparan los dialectos españoles actuales, se notará la clara diferenciación existente entre ellos. Si a este ejercicio se añaden las variedades americanas -para no hablar de Filipinas y Guinea Ecuatorial-, la variación aumenta sensiblemente. Parece razonable que en el caso general se prefiera una designación internacional que abarque todas las variaciones locales, y español cumple adecuadamente con esa función.


Así, tras un estudio exhaustivo y riguroso, Alonso explicó el asunto con gran lucidez y erudición. En este caso, castellano estaría en paralelo con el franciano de Ile de France, convertido en francés en el momento de su expansión nacional y mundial. Es decir que español estaría en línea con francés, alemán, italiano, inglés; castellano con extremeño, asturiano, andaluz y canario, por ejemplo. Por otra parte, español es el nombre propio de nuestra lengua, y así es reconocido en todo el mundo; de ahí que anglos y alemanes escriban Spanish, y Spanisch, respectivamente, pues en esas lenguas los nombres propios de lenguas se escriben con mayúsculas.


Desde tres puntos de vista, ajenos al nivel científico, otros argumentos -históricos, tradicionales y, sobre todo, políticos- han privilegiado la palabra castellano. En unos casos se trata de calcos decimonónicos, en otros, de intencionalidad política y en algún que otro país latinoamericano se debe a la necesidad de especificar entre las funciones adjetivas (historia española, idiosincrasia española) y las sustantivas, en este caso, el nombre de la lengua (el castellano).


El dictamen que Alonso expone con contundencia es: "El nombre de castellano había obedecido a un visión de paredes peninsulares adentro, el de español, miraba al mundo" Y años después, Salvador anotaba: "sobre los bienes comunes no caben decisiones particulares". Castellano se mantuvo en América durante el siglo XIX -buen ejemplo de ello es la Gramática de la lengua castellana, de Andrés Bello (1876)- pero en el siglo XX ya se va imponiendo español. Elda Lois escribía:


"Lengua castellana" y no "lengua española" pone de manifiesto un ideal lingüístico que no se corresponde con el centralismo uniformador de la política borbónica, y con "lengua española" se nombra más cabalmente el instrumento lingüístico suprarregional común a los hablantes de los distintos dialectos de España y América.


Pasado el tiempo, la dependencia política originaria era ya tan solo un recuerdo histórico: castellano como nombre  específico -sobre todo en la dialectología- de la variedad de español hablado en Castilla la Vieja "parece conferirle a tal variedad una primacía jerárquica entre las múltiples variedades, una facultad normativa, una carácter modélico, y esa posible identificación de castellano y norma es la que rechazan". El término español refleja mejor, desde la propia diversidad de la lengua en España, la correlativa diversidad americana, con algunas normas nacionales muy caracterizadas y con una creación literaria consagrada y pujante. Un campesino de la isla de la La Palma (Canarias), de la localidad de El Paso, cuando Manuel Alvar le preguntó (en una encuesta dialectal) por el nombre de la lengua que hablaba, dijo: "Aquí hablamos español, porque el castellano no lo sabemos pronunciar".


Admirable distinción, comenta Salvador: canarios, andaluces, murcianos, manchegos, extremeños, leoneses, aragoneses, navarros deben lógicamente, como el palmero, sentirse instalados más cómodamente en una lengua llamada castellana. Lo que no obsta para que estos últimos años haya ganado terreno en todas las regiones, desde la decisión constitucional, la denominación de castellano, que antes solo era predominante en las zonas bilingües, donde el español convive con las otras lenguas de España, que comprenden menos de la quinta parte del territorio nacional, porque el español es la lengua única del 82% de sus habitantes.


Sin duda, comenta Andión, la raíz de la coexistencia y predominio de un término sobre otro ha estado en que la maduración  de la nación española como estado moderno llegó después de que su poder y su lengua se hubieran extendido enormemente. Ello puede haber ocasionado que el término castellano se mantuviera durante tantos siglos y pasara a América.


Como señala esta investigadora, en ambos territorios -España y América- han existido y existen factores políticos, históricos y sociales que inclinan la tendencia hacia el uso de uno u otro término. En España las reacciones están determinadas por la posición que se tenga frente al Estado español como comunidad supranacional y la pertenencia o no a esa unidad. Tras el término español -cito- algunos han visto un exceso de un patriotismo exacerbado que alcanzó su máxima expresión en las dictaduras de Primo de Rivera y de Francisco Franco; otros, una lengua común, ajena a temas históricos, que identifica a loa ciudadanos de España.


En Hispanoamérica, donde ambos términos son heredados, las polémicas han sido menos encendidas pero, con todo, en algunos países se prefiere castellano para evitar una supuesta subordinación cultural a España. Por el contrario, los que han optado por español, nada reivindicativos, creen que se trata del nombre "moderno" natural para una lengua extensa y común que la realidad americana terminó por convertir de manera decisiva en algo más que el viejo dialecto de Castilla.


Esa misma dualidad ha llegado incluso al texto constitucional de las repúblicas americanas. Con respecto a estos textos existen dos posturas: las que no hacen mención "expresa" de la lengua nacional, y las que sí la hacen. Y en este caso los textos están divididos entras las dos etiquetas en discusión: "español" y "castellano".


Los que no mencionan la lengua nacional "expresamente" son las constituciones de Argentina, Bolivia, Chile, El Salvador, México, la República Dominicana y Uruguay. Es más que probable que esta omisión se deba a lo obvio que resulta mencionar el punto. Se ha sugerido, quizá inspirándose en el caso de España, que hubiera podido tratarse del temor a impulsar la agresión a las lenguas indígenas que conviven con el español en estos países, o en otros casos, por recelos históricos hacia la antigua metrópoli. Son afirmaciones que podrían ponerse seriamente en duda, ya que en algunos de ellos no existe un peso considerable de lenguas indígenas y porque es cierto que omiten el artículo sobre la lengua nacional, pero sí la nombran sin ambages, y de manera reiterada en el mismo texto constitucional múltiples alusiones siempre hacen referencia al español; así lo hacen también los documentos expedidos por sus ministerios de Educación y otras dependencias estatales.











Tomado de:

LÓPEZ MORALES, Humberto (2010): La andadura del español por el mundo. México, Taurus, pp. 185-191.

    

16 enero 2022

La esencia del Neoliberalismo. Pierre Bourdieu

 



La esencia del Neoliberalismo


Pierre Bourdieu


¿El mundo económico es verdaderamente como lo quiere el discurso dominante, un orden puro y perfecto, desplegando implacablemente la lógica de sus consecuencias previsibles, y presto a reprimir todas las infracciones por las sanciones que inflige, sea de manera automática, o –más excepcionalmente- por intermedio de sus brazos armados, el FMI o el OCDE (Organización de Cooperación del Desarrollo Económico), y políticas que ellos imponen: baja del costo de la mano de obra, reducción de los gastos públicos y flexibilización del trabajo? ¿Y si no fuera, en realidad, sino la puesta en práctica de una utopía, el neoliberalismo, convertido así en programa político, pero una utopía que, con la ayuda de la teoría económica de la cual se reclama, llegue a pensarse como la descripción científica de lo real?


Esta teoría tutelar es una pura ficción matemática, fundada, desde el origen, en una formidable abstracción: aquella que, en nombre de una concepción tanto estrecha como estricta de la racionalidad identificada a la racionalidad individual, consiste en poner entre paréntesis las condiciones económicas y sociales de las disposiciones racionales y de las estructuras económicas y sociales que son la condición de su ejercicio. Basta pensar, para dar la medida de la omisión, en el único sistema de enseñanza, que jamás es tomado en cuenta en tanto que tal en un tiempo en que juega un rol determinante en la producción de los bienes y de los servicios, como en la producción de los productores. De esta suerte de falta original, inscrita en el mito walrasiano de la "teoría pura", derivan todas las faltas en la disciplina económica, y la obstinación fatal con la cual se aferra a la oposición arbitraria que ésta hace existir, por su sola existencia, entre la lógica propiamente económica, fundada en la competencia y portadora de eficacia, y la lógica social, sometida a la regla de la equidad. Dicho esto, esta "teoría" originalmente desocializada y deshistorizada tiene, hoy más que nunca, los medios de hacerse verdadera, empíricamente verificable.


En efecto, el discurso neoliberal no es un discurso como los otros. A la manera del discurso psiquiátrico en el asilo, según Erving Goffman, es un discurso duro, que no es tan duro ni tan difícil de combatir sino porque tiene para sí todas las fuerzas de un mundo de relaciones de fuerza que contribuye a hacerlo como es, sobre todo orientando las elecciones económicas de quienes dominan las relaciones económicas y agregando así su propia fuerza, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerzas. En nombre de este programa científico de conocimiento, convertido en programa político de acción, se cumple un inmenso trabajo político (negado porque es, en apariencia, puramente negativo) que busca crear las condiciones de realización y de funcionamiento de la "teoría"; un programa de destrucción metódica de los colectivos. El movimiento, hecho posible por la política de desreglamentación financiera, hacia la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto, se cumple a través de la acción transformadora y, es necesario decirlo, destructora de todas las medidas políticas (de las cuales la más reciente es el AMI, Acuerdo Multilateral sobre la Inversión, destinado a proteger, contra los estados nacionales, las empresas extranjeras y sus inversiones), tendente a poner en cuestión todas las estructuras colectivas capaces de obstaculizar la lógica del mercado puro: nación, cuyo margen de maniobra no deja de decrecer; grupos de trabajo, con, por ejemplo, la individualización de los salarios y de las carreras, en función de las competencias individuales y la atomización de los trabajadores que resulta de ello; colectivos de defensa de los derechos de los trabajadores, sindicatos, asociaciones, cooperativas; familia misma que, a través de la constitución de mercados por clases de edad, pierde una parte de su control sobre el consumo. El programa neoliberal, que saca su fuerza social de la fuerza político- económica de aquellos cuyos intereses expresa (accionistas, operadores financieros, industriales, hombres políticos conservadores o social-demócratas convertidos en dimisiones tranquilizantes del dejar hacer, altos funcionarios de las finanzas, tanto más encarnizados en imponer una política preconizando su propio debilitamiento que, a diferencia de los cuadros de las empresas, no corren riesgo alguno de pagar eventualmente las consecuencias), tiende globalmente a favorecer el corte entre la economía y las realidades sociales, y a construir así, en la realidad, un sistema económico conforme a la descripción teórica, es decir, una suerte de máquina lógica que se presenta como una cadena de presiones que animan a los agentes económicos.


La mundialización de los mercados financieros, unida al progreso de las técnicas de información asegura una movilidad sin precedentes del capital y da a los inversionistas, preocupados de la rentabilidad a corto plazo de sus inversiones, la posibilidad de comparar de manera permanente la rentabilidad de las más grandes empresas y de sancionar en consecuencia los fracasos relativos. Las empresas mismas, colocadas bajo dicha amenaza permanente, deben ajustarse de manera cada vez más rápida a las exigencias de los mercados; eso bajo pena, como se dice, de "perder la confianza de los mercados" y, a la vez, el sostén de los accionistas que, preocupados de obtener una rentabilidad a corto plazo, son cada vez más capaces de imponer su voluntad a los managers, de fijarles normas, a través de las direcciones financieras, y de orientar sus políticas en materia de contrataciones, de empleo y de salario.


Así se instauran el reino absoluto de la flexibilidad, con los reclutamientos bajo contratos de duración determinada o los provisionales y los "planes sociales" a repetición y, en el seno mismo de la empresa, la competencia entre filiales autónomas, entre equipos obligados a la polivalencia y, por último, entre individuos, a través de la individualización de la relación salarial: fijación de objetivos individuales; entrevistas individuales de evaluación; evaluación permanente; alzas individualizadas de los salarios o concesiones de primas en función de la competencia y del mérito individuales; carreras individualizadas; estrategias de "responsabilización" tendentes a asegurar la autoexplotación de algunos cuadros que, simples asalariados bajo fuerte dependencia jerárquica, son al mismo tiempo considerados responsables de sus ventas, de sus productos, de su sucursal, de su tienda, etc., a la manera de "independientes"; exigencia del "autocontrol" que extiende la "implicación" de los asalariados, según las técnicas del "manejo participativo", mucho más allá de los empleos de cuadros. Tantas técnicas de sometimiento racional que, al imponer la sobreinversión en el trabajo, y no solamente en los puestos de responsabilidad, y el trabajo de urgencia, contribuyen a debilitar o a abolir las referencias y las solidaridades colectivas. La institución práctica de un mundo darwiniano de la lucha de todos contra todos, en todos los niveles de la jerarquía, que encuentra los recursos de la adhesión a la tarea y a la empresa en la inseguridad, el sufrimiento y el stress, sin duda no podría tener un éxito tan completo si no encontrara la complicidad de las disposiciones precarizadas que produce la inseguridad y la existencia, a todos los niveles de la jerarquía, e incluso a los niveles más elevados, sobre todo entre los cuadros, de un ejército de reserva de mano de obra docilizada por la precarización  y por la amenaza permanente del desempleo. El fundamento último de todo este orden económico colocado bajo el signo de la libertad es, en efecto, la violencia estructural del desempleo, de la precariedad y de la amenaza de despido que implica: la condición del funcionamiento "armonioso" del modelo microeconómico individualista es un fenómeno de masa, la existencia del ejército de reserva de los desempleados.


Esta violencia estructural pesa también sobre lo que se llama el contrato de trabajo (sabiamente racionalizado y desrealizado por la "teoría de los contratos"). El discurso de empresa nunca ha hablado tanto de confianza, de cooperación, de lealtad y de cultura de empresa que en una época donde se obtiene la adhesión de cada instante haciendo desaparecer todas las garantías temporales (las tres cuartas partes de los contratos tienen duración determinada, la parte de los empleos precarios no deja de crecer, el despido individual tiende a no estar sometido a restricción alguna). Se ve así cómo la utopía neoliberal tiende a encarnarse en la realidad de una suerte de máquina infernal, cuya necesidad se impone a los mismos dominantes. Como el marxismo en otros tiempos, con el cual, bajo esta relación, tiene muchos puntos comunes, esta utopía suscita una formidable creencia la free trade faith (la fe en el libre comercio), no solamente en aquellos que viven materialmente de esto como los financistas, los patrones de las grandes empresas, etc., sino también en aquellos que sacan de esto sus justificaciones para existir, como los altos funcionarios y los políticos, que sacralizan el poder de los mercados en nombre de la eficacia económica, que exigen el levantamiento de las barreras administrativas o políticas capaces de molestar a quienes detentan los capitales en la investigación puramente individual de la maximización del beneficio individual, instituido en modelo de racionalidad, que quieren bancos centrales independientes, que recomiendan la subordinación de los estados nacionales a las exigencias de la libertad económica para los maestros de la economía, con la supresión de todas las reglamentaciones sobre todos los mercados, comenzando por el mercado del trabajo, la prohibición de los déficits y de la inflación, la privatización generalizada de los servicios públicos, la reducción de los gastos públicos y sociales.


Sin compartir necesariamente los intereses económicos y sociales de los verdaderos creyentes, los economistas tienen suficientes intereses específicos en el campo de la ciencia económica para aportar una contribución decisiva, cualesquiera que sean sus opiniones a propósito de los efectos económicos y sociales de la utopía que ellos visten de razón matemática, a la producción y a la reproducción de la creencia en la utopía neoliberal. Separados por toda su existencia y, sobre todo, por toda su formación intelectual, con más frecuencia puramente abstracta, libresca y teoricista, del mundo económico y social tal como es, son particularmente proclives a confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas.


Confiados en modelos que prácticamente jamás han tenido la ocasión de poner a prueba de la verificación experimental, llevados a mirar desde arriba las adquisiciones de las otras ciencias históricas, en las cuales no reconocen la pureza y la transparencia cristalina de sus juegos matemáticos, y de las cuales son con mayor frecuencia incapaces de comprender la verdadera necesidad y la profunda complejidad, participan y colaboran en un formidable cambio económico y social que, aún si algunas de sus consecuencias les producen horror (pueden cotizar al Partido Socialista y dar consejos sensatos a sus representantes en las instancias de poder), no puede desagradarles puesto que, con el peligro de algunos fracasos, imputables sobre todo a lo que ellos llaman a veces "burbujas especulativas", tiende a dar realidad a la utopía ultraconsecuente (como algunas formas de locura) a la cual consagran su vida. Y sin embargo el mundo está allá, con los efectos inmediatamente visibles de la puesta en obra de la gran utopía neoliberal: no solamente la miseria de una fracción cada vez más grande de las sociedades más avanzadas económicamente, el crecimiento extraordinario de las diferencias entre las ganancias, la desaparición progresiva de los universos autónomos de producción cultural, cine, edición, etc., por la imposición intrusiva de los valores comerciales, pero también y sobre todo la destrucción de todas las instancias colectivas capaces de contrarrestar los efectos de la máquina infernal, en el primer rango de los cuales está el Estado, depositario de todos los valores universales asociados a la idea del público, y la imposición, en todas partes, de las alta esferas de la economía y del Estado, o en el seno de las empresas, de esta suerte de darwinismo moral que, con el culto del winner, formado en las matemáticas superiores y al salto al elástico, instaura como normas de todas las prácticas la lucha de todos contra todos y el cinismo.


¿Se puede esperar que la masa extraordinaria de sufrimiento que produce dicho régimen político-económico esté algún día en el origen de un movimiento capaz de detener el curso al abismo? En efecto, se está aquí ante una extraordinaria paradoja, mientras que los obstáculos hallados en la vía de la realización del orden nuevo -el del individuo solo, pero libre- son hoy día tenidos por imputables a rigideces y arcaísmos, y que toda intervención directa y consciente, por lo menos puesto que viene del Estado, por los sesgos que sean, está desacreditada por adelantado, y en consecuencia llamada a borrarse en beneficio de un mecanismo puro y anónimo, el mercado (del cual se olvida que es también el lugar, el ejercicio de intereses), es en realidad la permanencia o la sobrevivencia de las instituciones y de los agentes del orden antiguo en vías de desmantelamiento, y todo el trabajo de todas las categorías de trabajadores sociales, y también todas las solidaridades sociales, familiares u otras, que hacen que el orden social no se hunda en el caos a pesar del volumen creciente de la población precarizada.


El pasaje al "liberalismo" se cumple de manera insensible, por lo tanto imperceptible, como el abatimiento de los continentes, tapando así a las miradas sus efectos, los más terribles a largo plazo. Efectos que se encuentran también disimulados, paradójicamente, por las resistencias que suscita, desde ahora, de parte de aquellos que defienden el orden antiguo tomando de los recursos que temía, en las solidaridades antiguas, en las reservas de capital social que protegen toda una parte del orden social presente de la caída en la anomia. (Capital que, si no es renovado, reproducido, está llamado al debilitamiento, pero cuyo agotamiento no es para mañana).


Pero si estas mismas fuerzas de "conservación", que es muy fácil tratar como fuerzas conservadoras, son también, bajo otra relación, fuerzas de resistencia a la instauración del orden nuevo, que pueden devenir en fuerzas subversivas, y si se puede pues conservar alguna esperanza razonable, es que existe todavía, en las instituciones estatales y también en las disposiciones de los agentes (sobre todo los más ligados a estas instituciones, como la pequeña nobleza de Estado), tales fuerzas que, bajo la apariencia de defender simplemente, como se les reprochará rápidamente, un orden desaparecido y los "privilegios" correspondientes, deben de hecho, para resistir la prueba, trabajar en inventar y en construir un orden social que no tenga por única ley la búsqueda del interés egoísta y la pasión individual del beneficio, y que le dará lugar a los colectivos orientados hacia la persecución racional de fines colectivamente elaborados y aprobados. Entre estos colectivos, asociaciones, sindicatos, partidos, cómo no darle un lugar especial al Estado, Estado nacional o, mejor todavía, supranacional, es decir europeo (etapa hacia un Estado mundial), capaz de controlar e imponer eficazmente los beneficios realizados en los mercados financieros y, sobre todo, de contrarrestar la acción destructora que estos últimos ejercen sobre el mercado del trabajo, organizando, con la ayuda de los sindicatos, la elaboración y la defensa del interés público que, se quiera o no, no saldrá jamás, aun al precio de alguna falla en escritura matemática, de la visión del contador (en otros tiempos, se habría dicho del "bodeguero") que la nueva creencia presenta como la forma suprema de la realización humana. 


Ensayo publicado en Mayo de 1998. Tomado de bloghemia

02 enero 2022

El papel de los mediadores. Michele Petit

 



El papel de los mediadores


Michele Petit



El gusto por leer no puede surgir de la simple frecuentación material de los libros. Un saber, un patrimonio cultural, una biblioteca, pueden ser letra muerta si nadie les da vida. Sobre todo si uno se siente poco autorizado para aventurarse en la cultura letrada debido a su origen social o al alejamiento de los lugares del saber, la dimensión del encuentro con un mediador, de los intercambios, de las palabras "verdaderas" es esencial.


Regresemos por un momento a la institución escolar. Ayer les comentaba que esos jóvenes no eran muy benevolentes con la escuela y que solían decir que la escuela les había quitado el gusto por leer, porque lo había convertido en una obligación, en una disección de textos, textos que no les decían nada la mayor parte de las veces. "Cuando me han obligado a leer, he reaccionado en forma sistemática", dice un muchacho. Y otro más: "¡Qué flojeral ¡Guácalal En los libros no haces más que trabajar". En realidad, el efecto de la escuela sobre el gusto por la lectura es a menudo complejo. Escuchemos a Bopha, por ejemplo. En un primer momento, en la escuela adquirió el gusto de leer, según dice: Recuerdo muy bien cómo fue que le encontré gusto a la lectura. Presentando un libro a mis compañeros en primero de secundaria. Tenía que exponer a mis compañeros un libro que hubiera leído y escogí "Of mice and men ", de Steinbeck. Era la historia de un retrasado mental, la historia de la amistad entre dos hombres. Ese libro me marcó profundamente, y a partir de él empecé realmente a leer otras cosas, a leer libros sin imágenes, a leer autores, a frecuentar las bibliotecas, siguiendo a mi hermana, para ir a ver los libros, hojeando, mirando. 


En la preparatoria donde la postura del lector debe ser mucho más distante y el acercamiento más erudito, muchos jóvenes pierden el gusto por leer. Desde luego, hay otros factores que intervienen en esta edad, pero la enseñanza en sí al parecer tiene mucho que ver.


El psicoanalista Bruno Bettelheim decía que para sentir muchas ganas de leer, un niño no necesitaba saber que la lectura le serviría más adelante. En vez de ello -cito-: "Debe estar convencido de que éste le abrirá todo un mundo de experiencias maravillosas, disipará su ignorancia, lo ayudará a comprender el mundo y a dominar su destino. Según él, debe sentir que en particular en la literatura hay un 'arte esotérico' que le revelará secretos hasta entonces ocultos, un 'arte mágico' capaz de ofrecerle un poder misterioso".


Desconozco por completo cómo se enseñan la lengua y la literatura en las escuelas mexicanas; espero que en un rato ustedes me lo expliquen. Pero en Francia, durante los últimos treinta años, me parece que la enseñanza ha evolucionado más bien hacia lo opuesto de la iniciación a un "arte mágico", y que de manera general ha asignado una parte menor a la literatura. Con la mejor intención del mundo, por cierto: era en gran parte el efecto de una critica social mezclada con sociología que sólo veía en la lectura literaria una preciosidad, una coquetería de la gente bien nacida. 


De hecho, diversos factores han contribuido a este cambio en la enseñanza del francés. La industria tenía una urgente necesidad de ingenieros, y se elaboraba otra concepción de la cultura general, otros modelos de lectura. Además, cabe señalar que esta enseñanza necesitaba una buena desempolvada. A lo que llevaba era a una especie de panteón, a un monumento austero, pomposo: un corpus de grandes textos clásicos, que te miraban desde arriba a menos que un maestro con genio supiera darles vida. Así pues, en los años sesenta y setenta se criticó mucho esta fonna de dejarles caer encima a los muchachos fragmentos literarios escogidos con fines de edificación moral. En este método se descubrió algo que contribuía a reproducir cierto orden social, pues sólo los niños de los medios favorecidos se sentían en su elemento en esta cultura letrada que era el pan de cada día para sus familias. 


Y poco a poco se fue privilegiando un enfoque que se creía más democrático, más "científico", inspirado en el estructuralismo y la semiótica. Evidentemente, habría que afinar las cosas, sobre todo para ajustarlas a los momentos de la trayectoria escolar: no se enseña francés de la misma manera en primaria que en secundaria o en preparatoria. Además estoy resumiendo y simplificando este tema en una forma que horrorizaría a los especialistas en historia de la educación. Pero alguien que conoce bien esta historia, Francis Marcoin, escribió: "Apenas es exagerado decir que en 1968, en las universidades, la lingüística era de izquierda y la literatura, de derecha. Esta curiosa dicotomía inspirará durante mucho tiempo la pedagogía del francés, empeñada en borrar del aprendizaje de la lengua cualquier uso literario considerado elitista, normativo, y casi ajeno al público interesado". Menciona también que el esquema de la "comunicación" había sido el pilar de la formación lingüística de los maestros durante diez largos años.


Pero con toda la voluntad de desacralizar las letras, muchos de los que hacían votos por estos cambios, muchos de quienes los pusieron en práctica, olvidaron que en la desigual habilidad para manejar el lenguaje no influye simplemente la posición más o menos privilegiada que uno ocupe dentro del orden social. Y que el lenguaje no es simple vehículo de información, un simple instrumento de "comunicación". Olvidaron que el lenguaje tiene que ver con la construcción de los sujetos hablantes que somos, con la elaboración de nuestra relación con el mundo. Y que los escritores pueden ayudarnos a elaborar esa relación con el mundo. No debido a una inefable grandeza aplastante sino, al contrario, por el desnudamiento extremo de sus cuestionamientos, por brindarnos textos que llegan a lo más profundo de la experiencia humana. Textos donde se realiza un trabajo de desplazamiento sobre la lengua, que nos permite abrirnos hacia otros movimientos. 


Al privilegiar las técnicas de desciframiento de los textos, los enfoques inspirados en la semiología y la lingüística lograban una distancia mayor en relación con dichos textos. Hasta el momento en que los profesores fueron sacudidos por el libro de Daniel Pennac, Como una novela, que se presentaba como un alegato a favor de la "lectura placer" y rehabilitaba la oralización. Y que reivindicaba, frente a los que clamaban que "había que leer", el "derecho a no leer". Lo que tal vez es un poco limitado. Nuevamente, estoy caricaturizando la situación para hacerles sentir lo esencial, para que ustedes puedan encontrar las semejanzas o las diferencias entre esta situación francesa y la de su propio sistema de enseñanza. Y, desde luego, hay que decir que en todas las épocas, pese a las limitaciones que se han impuesto, a las modas y a los cambios en los programas, siempre hubo maestros que supieron transmitir a sus alumnos la pasión de leer, como veremos en un momento. También hay que decir que se les pide algo imposible, un verdadero rompecabezas chino. Se espera que enseñen a los niños a "dominar la lengua", como se dice en la jerga oficial. Que los inviten a compartir este supuesto "patrimonio común". Que les enseñen a descifrar textos, a analizarlos, a tomar cierta distancia. Pero, además, que los inicios en el "placer de leer". Todo esto es materia de numerosos debates, de numerosas interrogantes en la profesión. 


Pero regreso a mis investigaciones. Durante las entrevistas que realizamos había algo que me llamaba la atención: estos jóvenes tan críticos hacia la escuela, entre frase y frase evocaban a veces a un maestro que había sabido transmitirles su pasión, su curiosidad, su deseo de leer, de descubrir. E incluso hacerlos amar textos difíciles. Hoy, como en otras épocas, aunque la escuela tenga todos los defectos, no falta algún maestro singular, dotado de la habilidad de introducirlos a una relación con los libros que no sea la del deber cultural, la de la obligación austera. 


Daoud, un muchacho al que ya he citado, establece la diferencia entre la "institución" -donde dice él: "hay profesionales que están allí para instruir a la gente"- y lo que él llama "la creación", donde: Hay gente que rebasa, que va más allá de sus funciones, de su trabajo, para aportar lo que es en realidad. Me he topado con profesores de francés que tenían en su clase a gente desagradable que no los escuchaba pero que en cuanto veían que alguien se interesaba, trataban pese a todo de aportar algo más que sus horas contabilizadas. Su propia historia está marcada por encuentros con profesores y bibliotecarios que lo ayudaron a avanzar, mediante una atención personalizada que iba más allá de sus funciones estrictas. Hice los peores estudios posible en el sistema escolar francés. Es decir, el diploma técnico, las tecnologías, cosas sin ningún interés. Si embargo, los profesores de francés eran muy interesantes. Fueron ellos quienes me llevaron a leer, por ejemplo, "1984" de George Orwell, cosas como esa, que yo nunca habría leído por mi cuenta. No es la escuela, no es la institución: son los maestros quienes me enseñaron.


Pero si el maestro es presentado por esta población rural como alguien que inspiró el gusto por leer, es a menudo en una relación personalizada, individual, fuera del marco escolar. Esta dicotomía entre la escuela como institución y un maestro singular no es exclusiva de Francia. Por ejemplo, un investigador alemán, Eric Schon, que ha estudiado las biografías de muchos lectores jóvenes, señala que para ellos "la escuela aparece como la institución con mayor responsabilidad por la pérdida del encanto amable de las lecturas de infancia". Leer fue primero "algo maravilloso hasta que hubo que tomar los cursos de literatura alemana". Pero aquí también, "la imagen negativa que se atribuye a los cursos de literatura contrasta con los numerosos enunciados positivos acerca del profesor como individuo y su influencia positiva sobre la motivación del alumno".


Con esos maestros, la lengua, el saber, que hasta entonces eran ámbitos que los repelían, se vuelven acogedores, hospitalarios. Esos textos absurdos, polvorientos, de repente cobran vida. Curiosa alquimia del carisma. Del carisma o, una vez más, de la transferencia. Evidentemente, no toda la gente puede desencadenar esos movimientos del corazón. Pero, en cambio, creo que todos: maestros, bibliotecarios o investigadores, podemos interrogamos más sobre nuestra propia relación con la lengua, con la lectura, con la literatura. Sobre nuestra propia capacidad para vemos afectados por lo que surge, de manera imprevisible, a la vuelta de una frase. Sobre nuestra propia capacidad para vivir las ambigüedades y la polisemia de la lengua sin angustiamos. Y para dejamos llevar por un texto, en vez de intentar dominarlo siempre. 






Traspasar umbrales


No sólo para iniciar a la lectura, para legitimar o revelar un deseo de leer, resulta primordial el papel de un iniciador a los libros. También para acompañar, más adelante, durante el recorrido. Por ejemplo, en los barrios marginados, para quienes han elegido la biblioteca en vez de la vagancia, que osaron atravesar la puerta una primera vez y luego regresar regularmente, no significa que todo está ganado. Aún falta traspasar numerosos umbrales. 


Cuando alguien no se siente autorizado a aventurarse en los libros todo está por hacerse: cuando niño, uno puede haber adorado los cuentos que le leía un bibliotecario y sin embargo no volver a abrir un libro más adelante. Porque los recorridos de los lectores son discontinuos, marcados por momentos de interrupciones breves o largas. Algunos de estos momentos de suspensión son inherentes a la naturaleza de la actividad de la lectura; todos nosotros sabemos que hay periodos de la vida en que se siente de manera más imperiosa la necesidad de leer. No hay por qué inquietarse por las interrupciones de ese tipo: no se entra en la lectura o en la literatura como se abraza una religión.


Pero existen también suspensiones debidas a que un joven -o no tan joven- no pudo traspasar un .umbral, no pudo pasar a otra cosa, porque se sintió perdido, porque la novedad lo asustó, o bien porque le faltó algo, porque sintió que ya agotó el tema. Y el mediador, el bibliotecario en particular, puede ser quien le dé precisamente una oportunidad de atravesar una nueva etapa. 


En Francia, en muchas bibliotecas, se ha concedido gran atención desde hace una veintena de años a la llegada del niño, a los primeros pasos que da. Se ha desarrollado el trabajo conjunto con la escuela. Ha habido esfuerzos por iniciar al niño precozmente en el funcionamiento de la biblioteca, con plena conciencia de que saberse manejar en ella, apropiarse de los lugares, conocer las reglas necesarias para compartir un espacio público no son cosas evidentes. Se le han leído historias, se han creado espacios a su medida, se le ha enseñado a utilizar los catálogos, ya sean de papel o automatizados.


Sin embargo, se necesitó más tiempo para entender que, una vez iniciado el niño, no estaba ganada aún la batalla. Es en parte lo que decía ayer: había la idea de que el usuario era autónomo, pese a que la biblioteca estaba allí para que él construyera su autonomía. Muy a menudo esto se inspiraba en los mejores sentimientos: en el respeto por el usuario, al que se suponía lo bastante capaz como para saber lo que le convenía, así que había que dejarlo en paz. Muchos bibliotecarios tienen un espíritu un tanto libertario. Su oficio se ha constituido en parte deslindándose del maestro, y la idea de monitorear al lector, de imponerle cualquier cosa, resulta de lo más chocante para muchos de ellos. Y los jóvenes perciben muy bien esta especificidad. Aun cuando vienen a la biblioteca a hacer sus tareas, marcan claramente la diferencia entre la escuela, a la que ven como el lugar de la obligación, para desgracia de los profesores, y la biblioteca, una tierra de libertad, de elección. 


Esto está muy bien: evidentemente no se trata de cuestionar este aspecto, esta libertad del usuario. Pero, en ciertos momentos, es vital ayudar a ciertos usuarios, a ciertos lectores, una vez más, a superar algo. En efecto, cualquier umbral nuevo puede reactivar una relación ambivalente con la novedad. Y estos umbrales son numerosos: pasar de la sección juvenil a la de adultos, a otras formas de utilización, a otros registros de lectura, a otros anaqueles, a otros tipos de lectura. En particular para muchos chicos, es como si la elaboración, en la biblioteca, de una alternativa a la pandilla, de otra forma de grupo, con una fuerte cohesión, fuera por sí sola capaz de brindar una protección, de darles fuerzas para seguir adelante.


Pero en estos casos, si se aventuran por los anaqueles, es ante todo para encontrar documentos relacionados con el tema que están viendo en la escuela. y para algunos de ellos la utilización de la biblioteca parece terminar allí. Habrán pasado jornadas enteras en la biblioteca, rodeados de libros, pero nunca habrán buscado nada más que lo que les pidieron, nunca le encontraron gusto a la lectura. O incluso, en el caso de otros, quizá pudieron disfrutar del placer de leer durante su infancia gracias a la biblioteca, y al parecer lo perdieron más tarde. Y dejarán de asistir a ella en cuanto termine su trayectoria escolar.


En realidad es complicado entender qué es lo que permite la transición a los usos más "autónomos", que no estén inducidos únicamente por las exigencias escolares, sino también donde intervenga el gusto de descubrir. Al parecer esta transición es más dificil en el caso de los adolescentes que acostumbran acudir únicamente en grupo. Ya lo mencioné antes: es el reverso de la medalla: de tanto caminar juntos, no pueden moverse solos, y entonces ni siquiera se les ocurre la idea de levantarse a rebuscar en los anaqueles. Desde ahora podemos señalar que el inicio de una búsqueda personal, no dirigida por un maestro, se realiza a menudo autodocumentándose sobre temas tabú. Muchos buscan así en la biblioteca conocimientos sobre temas que no se abordan en familia, y casi nunca en la escuela; entre ellos, por excelencia, el de la sexualidad. Este tema puede asociarse en las entrevistas a otros temas prohibidos: el sexo y la religión, el sexo y la política, etc. Esta autodocumentación es importante por varias razones: ayuda a encontrar palabras para no ser presa de angustias incontrolables, o para evitar la burla de los compañeros, siempre listos a tranquilizarse a expensas de los demás en este campo; y la curiosidad sexual de la infancia es también, ya lo he mencionado, la base misma de una pulsión hacia el conocimiento. Pero no son únicamente los manuales de educación sexual o los libros de medicina lo que se consulta en estas investigaciones. Puede ser también una historieta, testimonios, biografía, o literatura erótica, como en el caso de una joven mujer de origen magrebí, para quien la lectura de Anais Nin fue toda una revelación y el inicio de un itinerario como lectora. "Cuando hablo de Anais Nin. es verdad que descubrí a una mujer que escribe literatura erótica sumamente bien. reconocida en el mundo entero. Aprendí cosas sobre mi vida sexual. sobre mi intimidad. que nadie hasta entonces pudo enseñarme. Al mismo tiempo me permitió comprender las cosas. descubrir el mundo, a Mark Twain. pasando por grandes sagas históricas. Descubrí que había vidas apasionantes y también temas íntimos".


Algunos bibliotecarios inventan diferentes tipos de animación y eventos para estimular el interés de los adolescentes en otros temas, para hacerlos pasar a otras lecturas distintas de los libros de consulta. Por ejemplo, ante el miedo que sienten los muchachos a perder su virilidad si se arriesgan a leer, ante el hecho de que en Francia, como en muchos otros países, los mediadores del libro son generalmente mujeres, los profesionales invitan a escritores que pueden romper con los estereotipos. Tenemos así autores de novelas policiacas con un aspecto de supermachos, que suelen recorrer el territorio francés en una gran motocicleta, con chamarra de cuero, para hablar de los libros y de su pasión por la escritura. En sentido más amplio, ver a un autor de carne y hueso modifica la impresión que estos jóvenes tienen de los libros. Pues más de uno pensaba hasta entonces que un escritor era forzosamente alguien muerto.


Otros profesionales, en el interior de la biblioteca o fuera de ella, animan clubes de lectura, talleres de escritura, actividades teatrales, e introducen así a los jóvenes en otras formas de compartir, diferentes de aquellas donde todos están pegados unos a otros, amontonados. Cabe señalar, de paso, que para un bibliotecario es muy sutil tener siempre en mente un doble aspecto: por un lado la importancia de compartir, de conversar acerca de los libros; por el otro, la importancia del secreto, de la dimensión transgresora de la lectura.


El papel del mediador, en todo momento, es, en mi opinión, tender puentes. Puentes hacia universos culturales más amplios Así pues, el iniciador a los libros es aquel o aquella que puede legitimar un deseo de leer no bien afianzado. Aquel o aquella que ayuda a traspasar umbrales, en diferentes momentos del recorrido. Ya sea profesional o voluntario, es también aquel o aquella que acompaña al lector en ese momento a menudo tan difícil, la elección del libro. Aquel que brinda una oportunidad de hacer hallazgos, dándole movilidad a los acervos y ofreciendo consejos eventuales, sin deslizarse hacia una mediación de tipo pedagógico.


El iniciador es, pues, aquel o aquella que está en una posición clave para hacer que el lector no se quede arrinconado entre algunos títulos, para que tenga acceso a universos de libros diversificados, ampliados. Porque una de las especificidades de los libros es la infinita variedad de sus productos. Pero en los espacios rurales, en los barrios urbanos marginados, ¿quién tiene acceso a esta diversidad?. Hoy en día, en nuestros países, el proceso de control de la difusión del libro incumbe rara vez a los censores. Pero hay otras formas de reglamentación que se aplica, comenzando por las que tienen que ver con los distribuidores o prescriptores.


Los lectores privilegiados, quienes tendrían acceso a una verdadera posibilidad de elección. De hacerlo así, se estaría perpetuando una vieja tendencia histórica: lo íntimo, la "preocupación por sí mismo", no era para los pobres. A éstos se les ha considerado por mucho tiempo "al mayoreo", en forma homogeneizadora. Si tenían diversiones, éstas generalmente se organizaban de manera colectiva y estaban debidamente enmarcadas, con fines edificantes y de higienización social. Sólo los privilegiados tenían realmente el derecho a la diferenciación, a ser considerados como personas. También dije en una jornada anterior que la lectura podía ser una especie de atajo que lleva de la intimidad rebelde a la ciudadanía. Puede ser pero, una vez más, no seamos ingenuos: ya lo dije, esto no siempre funciona así. Si bien hay un tipo de lectura que ayuda a simbolizar, a moverse de su lugar, a abrirse al mundo, hay otra que sólo conduce a las delicias de la regresión. Y si algunos mediadores ayudan a que algo se mueva, otros limitan su papel a una especie de patrocinio donde la lectura no tendría más que una función adormecedora.


Por ello me parece que nunca se insistirá demasiado en esta característica del libro, la diversidad, y en la importancia de esta diversidad para poder elaborar la propia historia, la propia combinación y no perderse en identidades postizas. Ahora bien, los jóvenes poco familiarizados con los libros no perciben muy a menudo la diversidad de los textos escritos. Para ellos, es un mundo monocromático, o más bien gris. En Francia, el estudio de los textos clásicos durante la vida escolar parece reforzar esta representación. Algunos sociólogos se han preguntado incluso en qué medida la "imposición masiva de grandes títulos literarios no es vivida por los jóvenes poco familiarizados con el universo literario como una información". Mientras nos mantenemos en el registro de un panteón por visitar, como vimos, todo el mundo bosteza de aburrimiento. Pero cuando se permiten encuentros singulares con esos mismos textos -o con otros-, la batalla está ganada. La apropiación es un asunto individual: un texto viene a damos noticias de nosotros mismos, a enseñamos más sobre nosotros, a damos claves, armas para pensar nuestra vida, para pensar la relación con lo que nos rodea. 


Cuando se aborda esta cuestión de la diversidad de textos, también hay que recordar que no todo es intercambiable, que leer literatura, ya se trate de ficción, de poesía o de ensayos con un estilo cuidado no pertenece al mismo orden que leer una revista de motociclismo o un manual de informática - aunque, desde luego, sea válido apropiarse de la mayor variedad  posible de soportes para la lectura-. Y que leer a García Lorca o a Kafka no es lo mismo que leer novelas de espionaje de baja calidad y quiero alentar a los bibliotecarios a que naden contra la corriente, en estos momentos en que los encargados de la programación televisiva de casi todo el mundo suelen recetamos programas de una estupidez y una vulgaridad pasmosas, aduciendo el mal gusto del público. En efecto, hay algo que me parece profundamente viciado, incluso perverso, en esta manera de escudarse en los más desprotegidos para bajar el nivel de los productos que ofrecen, pretextando que eso es lo que piden ellos. 


Tras haber visitado varias bibliotecas de los barrios marginados, me ha impactado el hecho de que algunas sólo ofrezcan revistas u obras de un nivel muy bajo, mientras que otras proponen estas mismas obras pero también otras. Por ejemplo, el otro día mencioné a un joven obrero laosiano que cultivaba bonsais y leía sonetos de Shakespeare. A veces también se lleva prestados libros de pintura. Si Guo Long hubiera frecuentado otra biblioteca de su ciudad, jamás habría descubierto los bonsais, ni a Shakespeare, ni a los grandes pintores románticos que tanto le gustan. Él tuvo la suerte de que los bibliotecarios de su barrio, por cierto muy marginado, pensaran que el lector puede evolucionar. El imaginario no es algo con lo que se nazca. Es algo que se elabora, crece, se enriquece, se trabaja con cada encuentro, cada vez que algo nos altera. Cuando siempre se ha vivido en un mismo universo de horizontes estrechos, es difícil imaginar que existe otra cosa. O cuando se sabe que existe otra cosa, imaginar que tenga el derecho de aspirar a eso. Además, cuando se ha vivido en ese estrecho marco de referencia para pensar la relación con lo que nos rodea, la novedad puede verse como peligrosa, como una invasión, una intrusión. Es todo un arte saber conducir a ella, y por eso es que tampoco se trata de ponerse en los zapatos del otro, de asestarle listas de "grandes obras", convencido de lo que es bueno para él. De lo que se trata en el fondo es de ser receptivo, de estar disponible para hacer proposiciones, para acompañar al joven usuario, para buscar con él, inventar con él, para multiplicar las oportunidades de lograr hallazgos, para que el juego esté abierto. Se trata de tender puentes, de inventar ardides que permitan a quien frecuenta una biblioteca no quedarse arrinconado durante años en un mismo anaquel o una misma colección. 


Atreverse a preguntar supone vencer el sentimiento de mostrarse "egoísta", de "molestar" al bibliotecario. Aquí se observa de manera ejemplar su dificultad para reconocer el derecho que tienen ellos mismos a tener voz en el asunto para afirmarse como actores o incluso como simples consumidores Les daré ahora un ejemplo para mostrarles que es posible ponerles metas muy ambiciosas pese a trabajar con "públicos" poco familiarizados con el libro y tener éxito. Se trata de una de las bibliotecas donde hemos hecho encuestas, en Bobigny, situada en los suburbios parisinos. Por ejemplo, hay un periódico que se distribuye entre niños por medio de la escuela: en él se presenta una selección anual de novelas y un juego-concurso. Hay otro periódico, destinado a los adolescentes, en el que los propios muchachos redactan artículos sobre las novelas que han leído. Un jurado formado por adolescentes otorga un premio literario; hay talleres de lectura conducidos por autores famosos, etcétera. Estas actividades llegan a un gran número de niños: aproximadamente uno de cada dos niños y uno de cada tres adolescentes están inscritos en la biblioteca. Durante nuestra investigación, observamos que los universos culturales de los jóvenes que encontramos en Bobigny parecían más abiertos que en otras ciudades donde habíamos trabajado. Allí encontramos más jóvenes que se abrían camino por su cuenta entre los libros y que se movían en varios registros de lectura. 


Por medio de los niños, los profesionales de esta biblioteca también han tratado de llegar hasta los padres. Pero los resultados en este punto son más bien frágiles. Y de paso añado que en casi todas partes se percibe la necesidad de un mayor trabajo de acompañamiento con los padres, y en especial con las mujeres. Como lo expresa una bibliotecaria: En África, un niño, aunque se hagan cargo de él los programas alimentarios, muere una vez que lo sueltas si sus padres no están allí. Los programas deberían apoyar a los adultos y a los niños. Creo que esa bibliotecaria tiene razón. El desarrollo de estructuras de alfabetización y de acogida, de lugares de intercambio, es tanto más importante porque las mujeres en casi cualquier parte del mundo suelen ser los agentes privilegiados del desarrollo cultural: ellas devuelven mucho de lo que adquieren sosteniendo a su familia, ayudando a los niños, desarrollando intercambios, vínculos sociales, aportando sus fuerzas y sus conocimientos a la vida de la sociedad civil. Algunos ejemplos durante la jornada anterior han mostrado que ciertas mujeres, a las que en un principio asustaba la cultura letrada, cambiaron radicalmente de actitud. Y que el miedo a leer, a saber, era algo ambivalente, que podía acompañarse de un fuerte deseo.


Sería deseable que un equipo de bibliotecarios conociera bien la pluralidad de la producción editorial y la diversidad de la literatura juvenil, pero jamás se podrá establecer una lista definitiva de las obras más adecuadas para ayudar a los adolescentes a construirse a sí mismos. Si me refiero a las entrevistas que hemos realizado, ¿quién habría podido imaginar que Descartes sería la lectura preferida de una joven turca preocupada por escapar de un matrimonio arreglado, o que la biografía de una actriz sorda le permitiría a un joven homosexual asumir su propia diferencia, o que los sonetos de Shakespeare inspirarían a un joven laosiano, trabajador de la construcción, a escribir canciones? Esto nos habla de los límites de esos libros escritos sobre pedido para satisfacer tal o cual "necesidad" supuesta de los adolescentes. Los textos que más les dicen algo a los lectores son aquel los donde algo pasa de inconsciente a inconsciente. 













Tomado de:

PETIT, Michele (1999): Los nuevos acercamientos de los jóvenes y la lectura. Buenos Aires, FCE.