24 junio 2019

Tres ideas que (re)construyen el sentido de la literatura jujeña. Borja Fabricio




Tres ideas que (re)construyen
 el sentido de la literatura jujeña


Fabricio Ernesto Borja


 Intervención en la 15° Feria del Libro.
 S. S. de Jujuy, junio de 2019.



La literatura, entendida como una producción cultural de carácter social, comprende un conjunto heterogéneo de textos que una comunidad elabora, abierto a la incorporación de las más innovadoras formas de expresión. La generación de nuevas obras siempre convoca, aun en los períodos críticos, y va definiendo renovados itinerarios para el despliegue del imaginario social. Es la comunidad literaria (autores, editores, críticos y lectores) la que organiza y define lo propio en sus cotidianas prácticas de generación de sentido para los textos, tanto desde la producción como desde la recepción. Sobre estas prácticas se focalizan tres ideas o conceptos que, asociados, ofrecen un andamiaje para estudiar la literatura que viene.


La primera noción es la de campo cultural, entendido como un espacio social de lucha en torno a algo que es valorado y otorga prestigio. En el caso de nuestra comunidad literaria, los autores aspiran a obtener capital simbólico, es decir, reconocimiento de sus pares y del público. Los textos literarios, como bienes culturales, tienen más valor simbólico que económico, y las afinidades entre los autores, así como sus intereses, su participación en diferentes encuentros y certámenes, su menor o mayor vínculo con el mercado editorial, van definiendo sus lugares en el campo cultural, en muchos casos, marcando las diferencias sectoriales.

La segunda idea es la generación literaria. El filósofo español Ortega y Gasset delimita las generaciones en etapas etarias de quince años y afirma que en cualquier etapa de plena eficacia histórica son dos grupos generacionales los que disputan el dominio sobre las interpretaciones vigentes: el de treinta a cuarenta y cinco años, y el de cuarenta y cinco a sesenta años. Siempre hay dos generaciones actuando al mismo tiempo, con plenitud de actuación sobre los mismos temas. Si pensamos que los narradores y poetas considerados renovadores en la literatura jujeña de los años ’80 (A. Carrizo, P. Baca, A. Alabí y J. Accame) ya están superando la barrera de los sesenta años para convertirse en los “mayores”, la generación siguiente -que hoy está promediando los cuarenta años- será la que ocupe el escenario en la próxima década. Estos pasajes marcan el sentido de nuestra literatura, ya que los mayores exigen una mirada sobre la realidad a los más jóvenes, y éstos, no obstante, eligen sus propias estéticas y formas para representar el mundo que les toca, algunas veces en diálogo y otras veces en tensión con las estéticas precedentes.


Por último, la idea de mediación, que proviene de los estudios antropológicos.  Se trata de nuevas formas de interacción social cuya pretensión es masificar. Pero masificar la literatura significa construir lectores que apropien los bienes de la cultura hegemónica resignificándolos. Lectores operativos, situados, en diálogo con los productores, que contribuirán al sentido de los textos desde sus propias raíces culturales hasta constituirse en productores de innovadoras textualidades. El aporte institucional de los organismos del Estado, así como el ejercicio del periodismo cultural para la generación de revistas literarias y suplementos, las renovadoras propuestas de las editoriales independientes, y el avance de las producciones audiovisuales que contribuyan a un consumo transmediático de la literatura, son las acciones que favorecerán las mediaciones, sin olvidar aquellas prácticas tradicionales otorgadoras de prestigio como los certámenes literarios y encuentros de escritores, que, tal como vienen haciéndolo, fortalecerán los vínculos entre autores e impulsarán la renovación del campo literario.       




Para Seguir leyendo:



Sobre Campo cultural: BOURDIEU, Pierre (1990): Sociología y cultura, México, Grijalbo.
Sobre Generaciones literarias: MARÍAS, Julián (1949): El método histórico de las generaciones. Revista de Occidente. Bárbara de Braganza 12. Madrid.
Sobre Mediaciones: MARTÍN-BARBERO, Jesús (1998): De los medios a las mediaciones: comuncación, cultura y hegemonía. Bogotá, Convenio Andrés Bello.

          


       

07 junio 2019

El narcisismo y el doble. Otto Rank




El narcisismo y el doble


Otto Rank



Que el significado de muerte del doble tiende a ser reemplazado por el significado de amor, puede verse en tradiciones manifiestamente tardías, secundarias y aisladas. Según estas tradiciones, las muchachas son capaces de ver a sus enamorados en el espejo, en las mismas condiciones en que también se les revela la muerte o el infortunio. Y en la concepción de que esto no rige para las jóvenes vanas, podemos reconocer una referencia al narcisismo, que se interpone en la elección del objeto de amor. De la misma manera, en la leyenda de Narciso hay una versión tardía, pero válida en términos psicológicos, que informa que el hermoso joven pensó que veía a su amada hermana melliza (su novia) en el agua. Además de este enamoramiento claramente narcisista, el significado de muerte también tiene tanta validez, que la estrecha vinculación y profunda relación de ambos complejos queda despojada de toda duda.


Por su naturaleza, el significado de Narciso no es ajeno al motivo del doble, que exhibe significados del espíritu y de muerte en el material folklórico. Esta observación surge, no sólo de las tradiciones mitológicas citadas, de creación por autorreflejo, sino, ante todo, por los tratamientos literarios que hacen que el tema de Narciso aparezca en primer plano, junto con el problema de la muerte, ya sea de modo directo o en deformación patológica.


Al lado del temor y el odio al doble, el enamoramiento narcisista de la propia imagen y el yo aparece en forma muy notable en el Dorian Gray, de Oscar Wilde. El sentimiento de su propia belleza surgió en él como una revelación ante la primera visión de su retrato, cuando se hallaba contemplando la sombra de su propio encanto. Al mismo tiempo, se apodera de él el temor de envejecer y llegar a ser distinto, un temor de muy estrecha vinculación con la idea de la muerte: Cuando descubra que envejezco, me mataré. Dorian, a quien se caracteriza de manera directa como Narciso, ama a su propia imagen, y por lo tanto su propio cuerpo. Unido a esta actitud narcisista está su imponente egoísmo, su incapacidad para el amor y su vida sexual anormal. Las amistades íntimas con hombres jóvenes, que Hallward le reprocha, son intentos de realizar el enamoramiento erótico con su propia imagen juvenil. De las mujeres sólo es capaz de obtener los más toscos placeres sensuales, sin lograr jamás una relación espiritual. Esta capacidad defectuosa para el amor la comparte Dorian con casi todos los héroes-dobles. Él mismo dice, en una cita importante, que esta deficiencia surge de su fijación narcisista en su propio yo. Ojalá pudiera amar —exclamó Dorian Gray, con una profunda nota de patetismo en la voz—. Pero parece que hubiese perdido la pasión, y olvidado el deseo. Me encuentro muy concentrado en mí mismo. Mi propia personalidad se me ha convertido en una carga. Quiero escapar, irme, olvidar". En forma defensiva de particular claridad, El estudiante de Praga muestra que el yo temido es un obstáculo para °@@@@@@@°el amor por una mujer; y en la novela de Wilde resulta claro que el temor y el odio respecto del yo doble tienen estrecha relación con el amor narcisista por él, y con la resistencia de ese amor. Cuanto más desprecia Dorian a su imagen, que se vuelve vieja y fea, más intenso resulta su amor por sí mismo: La agudeza del contraste solía acentuar su sensación de placer. Se enamoró cada vez más de su propia belleza.


Esta actitud erótica hacia el propio yo sólo es posible porque, junto con ella, pueden descargarse los sentimientos defensivos por la vía del odiado y temido doble. Narciso es ambivalente hacia su yo, porque hay en él algo que parece resistirse al exclusivo amor hacia sí mismo. La forma de defensa contra el narcisismo encuentra su expresión, ante todo de dos maneras: en el miedo y la repugnancia ante la propia imagen, como se ve en Dorian y en casi todos los personajes de Jean Paul; o, como en la mayoría de los casos, en la pérdida de la imagen de la sombra o la imagen del espejo. Pero esta pérdida no es en modo alguno tal pérdida, como lo muestran las persecuciones. Por el contrario, es un fortalecimiento, un volverse independiente y superiormente fuerte, que a su vez muestra nada más que el interés, sobremanera enérgico, por el propio yo. De tal modo, la contradicción aparente —la pérdida de la imagen de la sombra o de la imagen del espejo representada como persecución— se entiende como una representación de lo contrario, la repetición de lo reprimido en lo que reprime.


El mismo mecanismo lo muestra el desenlace de la locura, que casi siempre lleva al suicidio, y que con tanta frecuencia se vincula con la persecución por el doble, el yo. Inclusive cuando la descripción no se encuentra a la altura de la insuperable exactitud clínica de Dostoievski, resulta claro que se trata de ideas paranoicas de persecución e influencia, de las cuales el protagonista es víctima a consecuencia de su doble. Desde que Freud ofreció el esclarecimiento psicoanalítico de la paranoia, sabemos que esta enfermedad tiene como base una fijación en el narcisismo, a la cual corresponde la megalomanía típica, la sobrestimación sexual de uno mismo. La etapa de desarrollo de la cual los paranoicos regresan a su narcisismo primitivo es la homosexualidad sublimada, contra cuyo estallido indisimulado se defienden con el mecanismo característico de la proyección. Sobre la base de esta comprensión, se puede mostrar con facilidad que la persecución de la persona enferma nace casi siempre de las personas amadas al comienzo (o de sus reemplazantes).


Las representaciones literarias del motivo del doble, que describen el complejo de persecución, confirman, no sólo el concepto de Freud sobre la disposición narcisista a la paranoia, sino que además, en una intuición muy pocas veces lograda por los mentalmente enfermos, reducen el principal perseguidor al propio yo, a la persona que antes se amó más que a ninguna, y entonces dirigen su defensa contra ella. Esta concepción no contradice la etiología homosexual de la paranoia. Sabemos, como ya se mencionó, que el objeto de amor homosexual se elige al comienzo con una actitud narcisista hacia la imagen propia.


Con la persecución paranoica se vincula otro tema que debemos destacar. Sabemos que la persona del perseguidor representa muchas veces al padre o a un sustituto (hermano, maestro, etc.), y también encontramos en nuestro material que el doble se identifica a menudo con el hermano. Esto está muy claro en Musset, pero también aparece en Hoffmann (Los elixires del diablo, Los dobles), Poe, Dostoievski y otros. En su mayor parte, la aparición es un mellizo, y nos recuerda la leyenda del Narciso femenino, pues Narciso cree que ve en su imagen a su hermana, quien se le parece desde todo punto de vista. El hecho de que los escritores que prefirieron el tema del doble también tuvieron que luchar contra el complejo del hermano de sexo masculino, se sigue del nada infrecuente tratamiento de la rivalidad fraterna en sus otras obras. Así, por ejemplo, Jean Paul, en la famosa novela Los mellizos, trató el tema de los hermanos gemelos que compiten entre sí, como lo hizo Maupassant en Pedro y Juan, y en la novela inconclusa Ángelus, y Dostoievski en Los hermanos Karamazov, etcétera.


En verdad, y considerado desde afuera, el doble es el rival de su prototipo en todas y cada una de las cosas, pero ante todo en el amor por la mujer, rasgo que puede deberse en parte a la identificación con el hermano. Un autor se expresa en otro sentido acerca de esta relación: El hermano menor está acostumbrado, aun en la vida corriente, a ser un tanto parecido al mayor, por lo menos en su aspecto exterior. Por decirlo así, es un reflejo de su yo fraternal que ha cobrado vida: y en ese sentido, es también un rival en todo lo que el hermano siente, ve y piensa. La relación que esta identificación puede tener con la actitud narcisista se muestra por otra afirmación del mismo autor: La vinculación del hermano mayor con el menor es análoga a la del masturbador consigo mismo.


Con esta actitud fraternal de rivalidad hacia el odiado competidor en el amor por la madre, el deseo de muerte y el impulso al asesinato del doble se vuelven razonablemente comprensibles, aunque el significado del hermano en este caso no agote nuestra comprensión. El tema de los hermanos no es con exactitud la raíz de la creencia en el doble, sino más bien una interpretació del significado sin duda puramente subjetivo, del doble. Este significado no lo explica lo suficiente la afirmación psicológica de que el conflicto mental crea al doble, que corresponde a una proyección del tumulto interior, y cuya formación provoca una liberación interna, una descarga, inclusive aunque sea al precio del temor al encuentro. De tal modo, el miedo modela, con el complejo del yo, el aterrador fantasma del doble, que satisface los deseos secretos, siempre reprimidos, de su alma. Sólo después de determinar este significado formal del doble surge el verdadero problema, pues apuntamos a una comprensión de la situación y de la actitud psicológicas que, juntas, crean esa división y proyección internas.


El síntoma más destacado de las formas que adopta el doble es una poderosa conciencia de culpa que obliga al protagonista a no aceptar ya la responsabilidad de ciertas acciones de su yo, sino a descargarlas sobre otro yo, un doble, que es personificado, o bien por el propio diablo o creado por la firma de un pacto diabólico. Esta personificación diferenciada de los instintos y deseos que alguna vez se sintieron como inaceptables, pero que pueden satisfacerse sin responsabilidades de esa manera directa, aparece en otras formas del tema, como un admonitor benéfico, a quien se denomina en forma directa conciencia de la persona (por ejemplo Dorian Gray, etc.). Como lo demostró Freud, esta conciencia de la culpa, que tiene varias fuentes, mide, por un lado, la distancia entre el ideal del yo y la realidad lograda; por el otro, es alimentado por un poderoso temor a la muerte y crea fuertes tendencias al autocastigo, que también implican el suicidio.


Después de subrayar la importancia narcisista del doble en su significado positivo, así como en sus diversas formas defensivas, aún nos queda por entender algo más acerca del significado de la muerte en nuestro material, y demostrar su relación con la significación ya obtenida. Lo que revelan las representaciones folklóricas, y varias de las literarias, y ello en modo directo, es una tremenda tanatofobia que se refiere a los síntomas defensivos hasta ahora analizados en la medida en que, en ellos, el temor (a la imagen, a su pérdida o a la persecución) constituía la característica más destacada. Un motivo que revela cierta relación entre el temor a la muerte y la actitud narcisista es el deseo de ser joven para siempre. Por un lado, este deseo representa la fijación libidinosa del individuo en una etapa definida de desarrollo del yo; y por la otra, expresa el temor a envejecer. Así, el Dorian de Wilde dice: Cuando vea que envejezco, me mataré. Aquí nos encontramos con el importante tema del suicidio, punto en el cual toda una serie de personajes llegan a su fin mientras son perseguidos por sus dobles. Acerca de este motivo, en apariencia en tal contradicción con el confeso miedo a la muerte, puede mostrarse, precisamente por su aplicación especial en este sentido, que tiene estrecha pertenencia, no sólo con el tema de la tanatofobia, sino también con el narcisismo. Porque esos personajes y sus creadores —en la medida en que intentaron suicidarse o lo hicieron (Raimund, Maupassant)— no temían la muerte; antes bien, les resulta, insoportable, la expectativa del inevitable destino de la muerte. Como lo expresa Dorian Gray: No tengo terror a la Muerte. Sólo me aterroriza la llegada de la Muerte. El pensamiento normalmente inconsciente de la inminente destrucción del yo —el ejemplo más general de la represión de una certidumbre insoportable— atormenta a estos infortunados con la idea consciente de su eterna, eterna incapacidad de regresar, idea de la cual sólo es posible obtener una liberación con la muerte. Así tenemos la extraña paradoja del suicida que busca la muerte en forma voluntaria, para liberarse de la intolerable tanatofobia.


Podría objetarse que el temor a la muerte no es más que la expresión de un instinto fuerte de autoconservación, que insiste en ser satisfecho. Por cierto que el miedo a la muerte, demasiado justificado, visto como uno de los males fundamentales de la humanidad, tiene su raíz principal en el instinto de autoconservación, cuya mayor amenaza es la muerte. Pero esta motivación es insuficiente para la tanatofobia patológica, que en ocasiones lleva de modo directo al suicidio. En esta constelación neurótica —en la cual el material que debe reprimirse y contra el cual se defiende el individuo es definitiva y prácticamente realizado—, se trata de un complicado conflicto en el que, junto con los instintos del yo que sirven a la autoprotección, también funcionan las tendencias libidinosas, apenas racionalizadas en las ideas conscientes del temor. Su participación inconsciente explica por entero el temor patológico que surge en este caso, detrás del cual debemos suponer una porción de libido reprimida. Esto, junto con otros factores ya conocidos, creemos haberlo encontrado en la parte del narcisismo que se siente amenazado con tanta intensidad por la idea de la muerte, como ocurre en el caso de los puros instintos del yo, y que por consiguiente reacciona con el temor patológico a la muerte y sus consecuencias finales.


Como prueba de que los puros intereses del yo, de autoconservación, no pueden explicar de manera satisfactoria el temor patológico a la muerte, y menos aún a otros observadores, citamos el testimonio de un investigador carente por completo de prejuicios en el terreno psicológico. Spiess, de cuya obra hemos tomado mucha documentación, expresa la concepción de que el horror del hombre a la muerte no es el simple resultado del amor natural a la vida. Lo explica con las siguientes palabras: Pero esa no es una dependencia respecto de la existencia terrenal, pues a menudo el hombre la odia. No, es el amor por la personalidad que le es peculiar, que se encuentra en su posesión consciente, el amor por su yo, por el yo central de su individualidad, que lo apega a la vida. Este amor a sí mismo es un elemento inseparable de su ser. En él se funda y arraiga el instinto de autoconservación, y de él nace la profunda y poderosa ansia de escapar a la muerte o a la inmersión en la nada, y la esperanza de volver a despertar a una nueva vida y a una nueva era de desarrollo continuado. La idea de perderse resulta insoportable para el hombre, ese pensamiento hace que la muerta le parezca terrible. 


Esta relación es evidente en toda su deseable claridad —en verdad, absoluta plasticidad—, en los materiales literarios, aunque la autoafirmación y la autoexageración narcisista predominan en ellos por lo general. El frecuente asesinato del doble, por medio del cual el protagonista trata de protegerse en forma permanente de las persecuciones de su yo, es en verdad un acto suicida. Es, por cierto, una forma indolora de matar a un yo distinto: una ilusión inconsciente de la división del yo malo, culpable, separación que, además, parece ser la condición previa de cada suicidio. La persona suicida es incapaz de eliminar, por autodestrucción directa, el temor a la muerte que nace de la amenaza a su narcisismo. Por cierto que elige la única salida posible, el suicidio, pero es incapaz de realizarlo de otra manera que no sea por el camino del fantasma de un doble temido y odiado, porque ama y estima demasiado a su yo para inferirle dolor o para trasformar la idea de su destrucción en el hecho mismo. En este significado subjetivo, el doble resulta ser una expresión funcional del hecho psicológico de que un individuo con una actitud de este tipo no puede liberarse de cierta fase de su desarrollo del yo amado en forma narcisista. Lo encuentra siempre y en todas partes, y le impone sus acciones con una dirección definida. Aquí, la interpretación alegórica del doble como parte del pasado indesarraigable obtiene su significado psicológico. Resulta claro lo que apega a la persona a su pasado, y se hace evidente por qué ello adopta la forma del doble.


Por último, la importancia del doble como encarnación del alma —idea representada en la creencia primitiva y que sobrevive en nuestra superstición — tiene estrecha pertinencia con los factores antes analizados. Parece que el desarrollo de la creencia primitiva en el alma es en gran medida análoga a las circunstancias psicológicas aquí demostradas por el interés patológico, observación que parecería confirmar una vez más la coincidencia en la psicología de los aborígenes y los neuróticos. Esta circunstancia también explicaría por qué las condiciones primitivas se repiten en las representaciones míticas y artísticas posteriores del tema, en especial, con acento particular en los factores libidinosos que no surgen con tanta claridad en la historia primitiva, pero que sin embargo nos permitieron extraer una conclusión acerca de los fenómenos primarios, menos trasparentes.


Al señalar la concepción animista del mundo, basada en el poder de los pensamientos, Freud justificó que pensáramos en el hombre primitivo, así como en el niño, como exquisitamente narcisistas. Además, las teorías narcisistas sobre la creación del mundo que cita, al igual que los posteriores sistemas filosóficos basados en el yo (por ejemplo Fichte), indican que el hombre es capaz de percibir la realidad que lo rodea, principalmente como un reflejo, o como una parte de su yo. De la misma manera, Freud señaló que la muerte, ananké, el implacable, se opone al narcisismo primitivo del hombre y lo obliga a entregar a los espíritus una parte de su omnipotencia. Pero a este hecho de la muerte, que se impone al hombre y que él constantemente trata de negar, están unidos los primeros conceptos del alma, que pueden encontrarse en los pueblos primitivos, tanto como en los de culturas avanzadas.


Entre los primeros y más primitivos conceptos sobre el alma se cuenta el de la sombra, que aparece como imagen fiel del cuerpo, pero de sustancia más ligera. Es cierto que Wundt afirma que la sombra presentó un motivo original para el concepto del alma. Cree que la sombra-alma, el alter ego, como cosa distinta del cuerpo, hasta donde podemos saberlo tiene su fuente única en los sueños y las visiones. Pero otros investigadores —por ejemplo Tylor— mostraron, con abundancia de materiales, que entre los pueblos primitivos predominan las designaciones de imágenes o sombras; y Heinzelmann, quien encuentra respaldo en las investigaciones más recientes, se opone a Wundt en este punto, y muestra, con una plétora de ejemplos, que también aquí se trata de puntos de vista muy constantes y que se repiten con amplitud. Tal como Spencer afirma con justicia, en el caso del niño, el hombre primitivo considera su sombra como algo real, como un ser apegado a él, y confirma su concepción de ella como un alma gracias al hecho de que la persona muerta (yacente) ya no proyecta una sombra. De la experiencia del sueño, el hombre puede haber extraído pruebas para su creencia de que el yo viable podría existir inclusive después de la muerte; pero sólo su sombra y su imagen reflejada lo han convencido de que tiene un doble misterioso, inclusive en vida.


Diversos tabús, precauciones y evasiones que el hombre primitivo utiliza respecto de su sombra muestran asimismo muy bien su estima narcisista por su yo, y su tremendo miedo a que éste corra peligro. El narcisismo primitivo se siente amenazado ante todo por la ineludible destrucción del yo. Pruebas muy claras de la verdad de esta observación las da la elección, como el concepto más primitivo del alma, de una imagen tan parecida como sea posible al yo físico, y por lo tanto, de un verdadero doble. En consecuencia, la idea de la muerte se niega por una duplicación del yo incorporado a la sombra o a la imagen reflejada.


Ya vimos que entre los primitivos las designaciones de sombra, imagen reflejada y otros conceptos similares sirven también para la noción de alma, y que el concepto más primitivo de alma de los griegos, egipcios y otros pueblos de cultura destacada coincide con el doble, que es en esencia idéntico al cuerpo. Además, el concepto del alma como imagen reflejada supone que se parece a una copia exacta del cuerpo. En verdad, Negelein habla directamente de un monismo primitivo de alma y cuerpo, con lo cual quiere decir que la idea del alma coincidía al comienzo, y por completo, con la de un segundo cuerpo. Como prueba, cita el hecho de que los egipcios hacían imágenes de los muertos para protegerlos de la destrucción eterna. Por lo tanto, ese es el origen material que tiene la idea del alma. Más tarde se convirtió en un concepto inmaterial, con la creciente experiencia de la realidad por parte del hombre, que no quiere admitir que la muerte es la aniquilación eterna.


Por cierto que al principio el problema de una creencia en la inmortalidad no era tema de preocupación; pero el total desconocimiento de la idea de la muerte surge del narcisismo primitivo, como se evidencia inclusive en el niño. Para el primitivo, como para el niño, resulta evidente por sí mismo que seguirá viviendo, y la muerte se concibe como un suceso artificial, producido en forma mágica. Sólo con el reconocimiento de la idea de la muerte, y del temor a la muerte, consecuencia del narcisismo amenazado, aparece el deseo de inmortalidad como tal. Este deseo lo establece en verdad la primitiva creencia ingenua en una existencia continua y eterna, en adaptación parcial a la experiencia de la muerte obtenida entre tanto. De este modo, pues, la creencia primitiva en las almas es, en su origen, nada más que un tipo de creencia en la inmortalidad, que niega con energía el poder de la muerte; y aun en la actualidad el contenido esencial de la creencia en el alma —tal como subsiste en la religión, la superstición y los cultos modernos — no ha llegado a ser otra cosa, ni mucho más que eso.


El pensamiento de la muerte resulta soportable cuando uno se asegura una segunda vida después de ésta, como doble. Como en la amenaza al narcisismo por el amor sexual, así también, en la amenaza de la muerte, la idea de la muerte (en sus orígenes desviada por el doble) se repite en esta figura que, según la superstición general, anuncia la muerte, o cuyo daño perjudica al individuo. Así, pues, vemos el narcisismo primitivo cómo aquello en lo cual los intereses libidinosos y los que sirven a la autoconservación se concentran en el yo con la misma intensidad, y que del mismo modo protegen contra una serie de amenazas, por reacciones dirigidas contra la aniquilación total del yo, o bien hacia su daño y lesión. Estas reacciones no son el simple resultado del temor real que, como dice Visscher, puede denominarse forma defensiva de un instinto de autoconservación demasiado fuerte. También nacen del hecho de que el primitivo, junto con el neurótico, exhibe ese miedo normal, aumentado en un grado patológico, que no puede explicarse con las experiencias concretas de terror. Hemos derivado la componente libidinosa, que representa un papel, de la amenaza al narcisismo, experimentada con igual intensidad, que se resiste a la absoluta inmolación del yo, del mismo modo que resiste su disolución en el amor sexual. El hecho de que el narcisismo primitivo es el que en verdad se resiste a la amenaza lo muestran con suma claridad las reacciones en que vemos que el narcisismo amenazado se reafirma con acentuada intensidad: ya sea en la forma del autoenamoramiento patológico, como en la leyenda griega, o en Oscar Wilde, el representante del esteta moderno; o en la forma defensiva del miedo patológico al yo propio, que a veces conduce a la insania paranoica y que aparece personificado en la sombra perseguidora, en la imagen del espejo o en el doble. Por otro lado, en el mismo fenómeno de defensa también se repite la amenaza contra la cual el individuo quiere protegerse y afirmarse. Y así sucede que el doble, que encarna al amor narcisista hacia sí mismo, se convierte en un rival inequívoco en el amor sexual: o bien, creado en sus: orígenes como un deseo de defensa contra una temible destrucción eterna, reaparece en la superstición como el mensajero de la muerte.




















Tomado de:

RANK, Otto [1925 (1976)]: El Doble. Un estudio psicoanalítico. Bs. As. Orión, pp. 82-93.