02 septiembre 2013

La espera. Roland Barthes




La espera

("¿Estoy enamorado? -Sí, porque espero")

Roland Barthes


Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido. Puede ser fútil o enormemente poético: en Erwartung una mujer espera a su amante, por la noche, en el bosque; yo no espero más que una llamada telefónica, pero es la misma angustia. Todo es solemne: no tengo sentido de las proporciones.



Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en voy a limitar la perdida del objeto amado y provocar todos los defectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza de teatro. El decorado representa el interior de un café; tenemos cita y espero. En el Prólogo, único actor de la pieza (como del ser) compruebo, registro el retraso del otro; esa demora no es más que una entidad matemática, computable (miro mi reloj muchas veces); el Prólogo concluye con una acción súbita: decido "preocuparme", desencadeno la angustia de la espera. Comienza entonces el primer acto; esta ocupado por suposiciones: ¿y si hubiera un malentendido sobre la hora, sobre el lugar? Intento recordar el momento en que se concreto la cita, las precisiones que fueron dadas. ¿Que hacer (angustia de conducta)? ¿Cambiar de café? ¿Hablar por teléfono? ¿Y si el otro llega durante esas ausencias? -si no me ve lo más probable es que se vaya, etc. El segundo acto de el de cólera; dirijo violentos reproches al ausente: "Siempre igual, él (ella) habría podido perfectamente...", "él (ella) sabe muy bien que...", "¡Ah, si ella (él) pudiera estar allí, para que le pudiera reprochar no estar allí! En el tercer acto, pero (¿obtengo?) la angustia absolutamente pura: la del abandono; acabo de pasar en un instante de ausencia a la muerte; el otro está como muerto: explosión de duelo: estoy interiormente lívido. Así es la pieza; puede ser cortada por la llegada del otro; si llega en el primero, la acogida es apacible; si llega en el segundo, hay "escena"; si llega en el tercero, es el reconocimiento, la acción de gracias: respiro largamente, como Pelleas saliendo del túnel y reencontrando la vida, el olor de las rosas.



El ser que espero no es real. Como el seno de la madre para el niño de pecho, "lo creé y lo recreé sin cesar a partir de mi opacidad de amor, a partir de la necesidad que tengo de él": el otro viene allí donde yo lo espero, allí donde yo lo he creado ya. Y si no viene lo alucino: la espera es un delirio. Todavía el teléfono: a cada repiqueteo descuelgo rápido, creo que es el ser amado quien me llama (puesto que debe llamarme); un esfuerzo más y "reconozco" su voz, entablo el diálogo, a riesgo de volverme con ira contra el importuno que me despierta de mi delirio. En el café, toda persona que entra, si posee la menor semejanza de silueta, es de este modo, en un primer movimiento, reconocida. Y mucho tiempo después la relación amorosa se ha apaciguado conservo el habito de alucinar al ser que he amado: a veces me angustio todavía por un llamado telefónico que tarda y, ante cada importuno, creo conocer la voz que amaba; soy un mutilado al que continúa doliéndole la pierna amputada.



"¿Estoy enamorado? -Sí, porque espero" El otro, él, no espera nunca. A veces, quiero jugar al que no espera; intento ocuparme de otras cosas, de llegar con retraso; pero siempre pierdo a este juego: cualquier cosa que haga, me encuentro ocioso, exacto, es decir, adelantado. La identidad fatal del enamorado no es otra más que ésta: yo soy en que espera.




La languidez del amor.



("Me siento morir")



El sátiro dice: quiero que mi deseo sea inmediatamente satisfecho. Si veo un rostro que duerme, una boca entreabierta, una mano que pende, quiero poder echarme encima. Este Sátiro -figura de lo inmediato- es exactamente lo contrario que el languidescente. En la languidez no hago más que esperar: "Yo no terminaba de desearte" (El deseo está en todas partes: pero, en el estado amoroso, se convierte en esto, muy especial: la languidez)



"…y tú dices pues mi otro vas finalmente a responderme me aburro de ti te necesito sueño contigo por ti contra ti respóndeme tu nombre es un perfume derramado tu color estalla entre los espinos haz volver en sí a mi corazón con el vino fresco hazme un cobijo de madrugada me asfixio ajo esa mascara piel desecada desgastada no existe aparte del deseo"



"…porque en cuento te diviso un instante, no me es ya posible articular una palabra: sino que mi lengua se desgaja, y, bajo mi piel, súbitamente se insinúa un fuego sutil: mis ojos están sin mirada, mis oídos zumban, el sudor rocía mi cuerpo, un escalofrío me sobrecoge toda; me vuelvo mas verde que la hierba, y, poco falta, me siento morir"



En la languidez amorosa algo se va, sin fin; es como si el deseo no fuera sino esa hemorragia. Ha aquí la fatiga amorosa: un hambre sin satisfacción, un amor boquiabierto. O incluso: todo mi yo es sacado, transferido al objeto amado que toma su lugar: la languidez sería ese pasaje extenuante de la libido narcisista a la libido objetal (Deseo del ser ausente y deseo del ser presente: la languidez superpone los dos deseos, pone la ausencia en la presencia. De ahí el estado de contradicción: es el "ardor suave")






















Tomado de:
BARTHES, Roland (1993): Fragmentos de un discurso amoroso. Madrid, Siglo XXI, pp. 91,92,124.