21 junio 2020

La ficción del testimonio. Ana María Amar Sánchez





La  ficción del testimonio


Ana María Amar Sánchez



Los relatos de no-ficción -testimoniales- no son simplemente transcripciones de hechos más o menos significativos; por el contrario, plantean una cantidad de problemas teóricos debido a la peculiar relación que establecen entre lo real y la ficción, lo testimonial y su construcción narrativa. Si bien está claro que tienen como premisa básica el uso de un material que debe ser respetado (distintos registros como grabaciones, documentos y testimonios comprobables que no pueden ser modificados por exigencias del relato), el modo de disponer ese material y su narración producen transformaciones: los textos ponen en escena una versión con su lógica interna, no son una "repetición" de lo real sino que constituyen una nueva realidad regida por leyes propias, con la que se denuncia la "verosimilitud" de otras versiones.


El texto de no-ficción se juega así en el cruce de dos imposibilidades: la de mostrarse como una ficción puesto que los hechos ocurrieron y el lector lo sabe (además sería imposible olvidarlo en casos como La noche de Tlatelolco u Operación Masacre) y, por otra parte, la imposibilidad de mostrarse como un espejo fiel de esos hechos. Lo real no es describible "tal cual es" porque el lenguaje es otra realidad e impone sus leyes a lo ficticio; de algún modo lo recorta, organiza y ficcionaliza. El relato de no-ficción se distancia tanto del realismo ingenuo como de la pretendida "objetividad" periodística; produciendo simultáneamente la destrucción de la ilusión ficcional -en la medida en que mantiene un compromiso de "fidelidad" con los hechos- y de la creencia en el reflejo exacto e imparcial de los sucesos, al utilizar formas con un fuerte verosimil interno como la novela policial o el nouveau roman. 


En el modo en que el relato de no-ficción resuelve esta lucha entre lo "ficcional" y lo "real" creo que está lo especifico de sus textos: el encuentro no da como resultado una mezcla (aunque sea posible rastrear el origen periodístico o literario de muchos elementos), sino que surge una forma nueva cuya especificidad se halla en la constitución de un espacio intersticial de choque y destrucción de los límites entre distintos géneros. Esta perspectiva es la que explora Rodolfo Walsh a partir de Operación Masacre y es la que durante los '60, junto con otras formas de vanguardia, intenta la ruptura con la narrativa anterior. En la Argentina el proyecto de Cortázar -su reflexión sobre la escritura y la experimentación sobre el lenguaje- es alternativo con el de Walsh y quizá se encuentre aquí el verdadero corte en la medida en que fue Walsh quien pensó en un cambio radical de las formas, en un nuevo modo de producir, construir y leer la literatura. Las dos posturas, los dos programas, quieren definir una propuesta alejada del realismo; por ese motivo no es sorprendente que en un autor como el mexicano Vicente Leñero confluyan ambas líneas simultáneamente. En efecto, la conexión entre formas narrativas muy formalizadas y la no-ficción se vuelve necesaria en tanto que los relatos con una fuerte legalidad interna desmienten toda posibilidad de pensar el lenguaje como pura transparencia. 


Por otra parte, la condición renovadora del género no se encuentra sólo en el uso de códigos marginales o poco prestigiosos, sino especialmente en el modo en que ponen en práctica las reflexiones de autores como Benjamin y Enzensberger; ellos vieron las posibilidades que proporcionan los nuevos medios técnicos para adecuar la obra artística a las actuales condiciones de producción: por eso puede pensarse ala no-ficción como un uso de las formas de reproducción mecánica y de sus técnicas (periodismo, fotografia, reportaje, grabaciones, etc.) no masivas entendiendo este término en el sentido de repetición convencional de clisés, consumo alienado y recuperación despolitizada de toda diferencia. Si en los medios se trata de construir un sistema de estrategias que produzca un "efecto de verdad" -una tranquilizante verosimilitud-, el relato de no-ficción, por el contrario, organiza un espacio "desmitificador", fracturado en la medida en que se juega siempre en los bordes, en los márgenes de las formas, de lo literario y lo politico, de lo imaginario y lo real. Planteado como un espacio de confluencia de diversas líneas, nunca es neutral porque trabaja la lucha y la contradicci6n: muy determinado por la escritura ya que señala continuamente su condición de testimonio y de investigación escrita, sin embargo la fuerte presión de lo fáctico no hace más que negar su autonomia literaria y remarcar su dependencia de y su conflicto con lo real.


En tanto se plantea  la no-ficción como un espacio de equilibrio inestable, sigue sin explicarse su especificidad y, sin embargo, tiene rasgos propios que lo definen y evitan la falsa antinomia de plegarlo a la novela o al reportaje; esta oscilación no reconoce ningún mecanismo formal común a todos los textos de no-ficción ni tampoco explica las diferentes inflexiones que adquiere el género en la producción de cada autor. La crítica, presa en este vaivén que mantiene la vieja distinción entre forma y contenido -técnicas y material testimonial-, no puede pensar el espacio de la no-ficción como un campo donde se constituye una diferencia, y sólo atina a describirla y clasificarla.


Creo, sin embargo, que dos elementos la definen y señalan su ambigua posición intersticial: uno es la interdependencia formal que existe entre los textos de no-ficción y el resto de la producción de un mismo autor. Los mecanismos de escritura de cada uno de ellos configuran una cierta unidad y provocan una "contaminación" textual y una elección de códigos que explica cómo dos rigurosas investigaciones sobre crímenes producen un relato policial en el caso de Walsh y una narración con las ambigüedades del nouveau roman en Leñero.


El otro elemento delinea -también formalmente- lo que tienen en común todos los relatos de no-ficción y es índice de su especificidad y de su diferencia con la crónica o Ia historia: se narrativizan o ficcionalizan las figuras provenientes de lo real que pasan a constituirse en personajes y narradores. Se los lleva a primer plano, se los "enfoca de cerca", individualizando y volviendo sujetos a aquellos que en un informe periodístico quedarían en el anonimato. Las categorías narrativas de personaje y narrador están aquí profundamente contaminadas de elementos referenciales que se "literaturizan" en el texto, son ejes que permiten el pasaje de lo real a lo literario y participan de ambos al mismo tiempo. Puede verse entonces cómo también en la organización formal interna se constituye un espacio de confluencia, porque esta subjetivización de los personajes y de los narradores los sitúa tanto en el campo de lo real (al que pertenecen y de donde provienen) como en el narrativo; es en ellos, por lo tanto, donde se genera la verdadera ruptura de los límites entre ambos campos. En verdad, más que un oscilante tratamiento que haría de ellos unas veces seres ficticios y otras "retratos" de personas reales, se produce un encuentro simultáneo de los dos componentes en la construcción de esas figuras que hay que leer como pertenecientes a los dos espacios. La posibilidad de una alternancia entre un punto de vista interno y otro externo en la narrativa queda transformada en la no-ficción por la superposición coincidente de ambos en los sujetos del texto.


Si esta simultaneidad es entonces el rasgo especifico de la no-ficción y se condensa privilegiadamente en la u6construcción de los sujetos, el género se distancia en esto del periodismo, cuya supuesta imparcialidad se traduce en la desaparición de la figura del sujeto y en una perspectiva alejada, niveladora y uniforme de los protagonistas que suelen reducirse a nombres y quedar privados de su palabra, sometida por el lenguaje convencional del código.


En los relatos de no-ficción se mantiene el compromiso con lo testimonial, pero los hechos pasan a través de los sujetos: ellos son la clave de la transformación narrativa; su participación en los sucesos este respetada pero se expanden tanto sus actos y sus palabras que concentran toda la acción. Frente a la generalización distanciadora del periodismo y la historia, la no-ficción trabaja metonímicamente enfocando de muy cerca fragmentos, personajes, narradores, momentos claves y provocando esa "ficcionalización" que establece el puente entre lo real y lo textual. Un fragmento de El entierro de Cortijo, relato de no-ficción de Rodriguez Juliá, resume de modo ejemplar esta diferencia: "Por acá los muchachos de la prensa ya abordaron cámara en mano el pick up que les ofrecerá una perspectiva privilegiada, aunque impotente para captar en toda su plenitud la diversidad humana del entierro. Las tomas panorámicas niegan las individualidades [...] mala cosa esa". "Pero ocurre que la multitud resulta incapaz de posar [...] No, es imposible, tendrá que volver a los rostros, a los individuos, para que esto signifique algo". 


Significar, construir sentido, contar se hace desde adentro, en el espacio de los hechos y el narrador diferencia a la prensa, subida -distanciada- en una camioneta, de él mismo mezclado, empujado, viviendo con la multitud el entierro. El cronista "se ficcionaliza" y "ficcionaliza" a los asistentes y a Cortijo en la medida en que todo el relato pasa por él, por su posición de sujeto que escribe, por su perspectiva en la que cobran importancialos gestos, las actitudesy los recuerdos de los otros sujetos. De este modo el texto funciona como una instancia transformadora que actúa entre los sucesos y el lector: lejos de ser un informe escueto, objetivo, lo lleva al centro de lo ocurrido, le permite acompafiar al periodista que lucha por no ser aplastado por la muchedumbre, que ve de cerca a todos y que se siente implicado en los acontecimientos. Por otra parte, este proceso de subjetivización que se ejerce sobre el narrador y el personaje incide en el enfoque de los sucesos que se vuelve más cercano y "personal"; en este sentido pueden pensarse Fuerte es el silencio y La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska: los hechos -en su mayoria muy conocidos a través de la prensa- llegan al lector reconstruidos por la experiencia de los protagonistas.


Vicente Leñero: los trabajos de un periodista.


Los tres relatos, Los periodistas, Asesinato y La gota de agua, dan cuenta de diversos modos de la expansión de los sujetos en la no-ficción. En el primero cobra importancia el periodista narrador hasta el punto de constituir una entidad casi ficcional: su perspectiva y su participación en el conflicto del diario Excelsior son el hilo conductor del relato al que se anudan los sucesos. Las circunstancias personales y sus proyectos literarios se unen al episodio con el que este profundamente comprometido, de modo tal que no sólo funciona como un narrador personaje, sino que también diluye toda pretensión de objetividad acercándose cada vez mas a lo novelístico. El capítulo "Farsa" dramatiza y condensa este fuerte acercamiento a lo ficcional porque está construido por dos líneas contrapuestas: el testimonio (memorandos y documentos citados textualmente) y un diálogo imaginario y paródico entre algunos implicados en los hechos.


El procedimiento se exaspera en La gota de agua, donde un episodio de la crónica diaria -la falta de agua en la ciudad de Mexico en enero de 1982- este contado exclusivamente a través de la experiencia subjetiva del narrador, convertido en personaje protagónico. Vicente Leñero, su vida privada y su profesión de escritor y periodista están en primer piano y de este modo el relato se convierte en un ejemplo extremo de la condición metonímica de la no-ficción: todo el problema de la ciudad pasa por un episodio individual, por las dificultades personales del narrador que sufre un proceso mayor de "ficcionalización" cuanto más se torna el centro del relato. Sin embargo, aun transformada se mantiene la intención periodística de denunciar e informar sobre un estado de cosas intolerable; incluso puede pensarse, a partir del relato mismo que éste surgió como una alternativa desplazada -y opuesta- a un proyecto anterior: "Propuse por tercera vez la elaboración de un reportaje sobre la escasez de agua en la metrópoli ...", dice el narrador y se extiende en un informe riguroso y objetivo de la situación. En realidad, no hace más que exponer, como en una puesta en abismo, el núcleo -invertido- de su relato, el extremo contrario de esa narrativización obtenida por medio de la subjetividad más absoluta del periodista narrador.


Por el contrario, Leñero ha trabajado en Asesinato -también extremándola- la otra posibilidad del discurso no-ficcional: la subjetivización de los personajes; desde el prólogo, en que plantea el texto como una investigación objetiva basada en material de entrevistas y documentos, evita el yo y se menciona como "el autor de este libro", es aquí el periodista investigador que mantiene "la postura neutral de un simple relator". Crece de este modo el espacio de los protagonistas convertidos casi en personajes de ficción. Asesinato pone en escena y dramatiza -al reunirlas y enfrentarlas- las diferencias entre el periodismo y la no-ficción, porque distingue entre "historia periodistica", informe objetivo y lineal de los sucesos y sus antecedentes en el que se los expone escuetamente junto con la documentación y "a novela del crimen" donde todo se vuelve a narrar "novelizado"; el relato contaba otra vez lo mismo desde otro lugar -el de la no-ficción- llevando "a escena" a los protagonistas y sus contradictorias versiones de lo ocurrido: todo se organiza sostenido por el suspenso y el texto se demora en diálogo y detalles que multiplican el espacio de los "personajes".


Entre Los periodistas y Asesinato Leñero explora las posibilidades máximas de ficcionalización de los sujetos desde el narrador alos protagonistas; en este sentido la comparación de los prólogos resulta explicita: el del primero está escrito por un sujeto que reitera la forma pronominal yo, firma V.L. y "se siente obligado a asumir con plenitud su relato", mientras que en el de Asesinato domina una forma neutra e impersonal que se empeña en "mantener el máximo grado de objetividad". Sin embargo, los dos prólogos insisten en la condición novelística del relato como también en su rigurosa sujeción a los acontecimientos: hay una conciencia clara de que los textos se producen en ese cruce de lo documen tal y su "ficcionalización" y de que ambos términos gravitan y se afirman en mayor o menor medida para construir "novelas sin ficción". 


Jorge Semprún: ¿Autobiografía o biografía no-ficcional?


Uno de los relatos de no-ficción que produce un efecto mayor de subjetivización es posiblemente Autobiografia de Federico Sanchez porque se constituye -gesto característico del género- por el encuentro de varios códigos: el testimonial, el novelístico y el autobiográfico y el peso de este último determina que la transformación del material se realice a través del narrador testigo protagonista. De este modo el proceso de subjetivización se produce simultáneamente en los dos términos: el narrador y el personaje en la medida en que ambos desdoblan -y unifican- al autor real; el "yo" (narrador J. Semprun) y el "t" (personaje F. Sanchez) ejercitan todo unjuego de repeticiones y desdoblamientos.


En consecuencia, el texto no hace más que dramatizar y extremar la constante ambigüedad característica de la autobiografía (ya sea contada por un yo o una "tercera persona")": ¿Quién es yo?, ¿Cómo se relaciona con el autor real? En este caso pasan a primer plano el yo y el tú ya "ficcionalizados" en la medida en que son un material textual transformado de un Jorge Semprún, autor real, quien fue protagonista y testigo de los hechos narrados protegido por una doble identidad -la de Federico Sánchez- utilizada en su actividad política clandestina. La red que entreteje esa figura, que es uno y dos al mismo tiempo, reconstruye la crónica política del partido, su modo de operar, sus disensiones internas, pero esa historia este trabajada también metonímicamente porque se filtra a través de las escenas y recuerdos individuales del narrador personaje, convirtiéndose en su historia con y en el Partido Comunista español.


Se acentúa así la subjetivización por el peso que ejercen las marcas del discurso autobiográfico: los personajes históricos, los hechos, los testimonios se contaminan de "ficcionalidad" como el mismo texto lo señala en un leitmotiv con el que también se abre y cierra el relato: "Si estuviera escribiendo una novela, podría terminar contando [...] Pero no estoy escribiendo una novela [...] estoy retratando seca y escuetamente lo que ocurrió". Sin embargo, la escritura contradice sistemáticamnte esto porque la narración no es seca ni escueta, trabaja la memoria, los racontos, el placer de los detalles, las anécdotas mínimas y porque además hace aquello que le niega al testimonio y que le atribuye a lo escrito: "Si estuvieras en una novela, si fueras un personaje novelesco, seguro que ahora te acordarías [...] no estás en una novela. Estás cerca de Praga", pero el recuerdo se extiende y no hace otra cosa que afirmar su condición de relato, minar y mezclar los márgenes que separan lo real de lo textual. Autobiografia podría pensarse como un caso extremo de desarrollo de esa subjetivización que narrativiza el testimonio y en este sentido estaría en una relación de diferencia y complementariedad con un texto como La noche de Tlatelolco, armado exclusivamente con fragmentos testimoniales. Sin embargo, a pesar de esta diversidad de sus modos de subjetivizar, ambos reiteran un trabajo metonímico sobre el material, recortan de una historia más general y despersonalizada zonas que amplian, acercan y sobre las que concentran la actividad de transformación textual.


Rodolfo Walsh: un detective de novela. 


Walsh construye en Operación Masacre, Caso Satanowsky y ¿Quien mató a Rosendo? a un narrador detective periodista que duplica y "ficcionaliza" al autor real; especialmente en el primer texto a partir del prólogo (que es casi un pequeño relato en sí mismo) la figura de ese narrador se expande y cumple todas las funciones: narra, entrevista, denuncia y sostiene como un hilo conductor su búsqueda de "una verdad oculta".


Para constituir este sujeto textual se superponen elementos provenientes de un Walsh real y de un detective literario en la medida en que sus "aventuras", éxitos y fracasos en la investigación señalan su parentesco con Marlowe, ese héroe -o antihéroe- que Chandler delineó para la novela dura. A su vez, el relato se concentra permanentemente sobre los protagonistas, el narrador se ocupa de ellos, de sus pequeñas acciones cotidianas mientras atomiza y fragmenta los episodios fundamentales al seguir a cada personaje en particular: la narración de los fusilamientos en Operación Masacre, por ejemplo, se focaliza sucesivamente en cada víctima "Giunta camina a los tumbos, mirando hacia atras, con un brazo a la altura de la frente [...] Livraga se va abriendo hacia la izquierda, sigilosamente [...] Rodríguez camina pesadamente por el terreno accidentado y desconocido [...] La tricota de Brian brilla, casi incandescente de blanca"; en este último caso, el tejido funciona como un signo privilegiado, paradigmático del relato porque como elemento mínimo asume la representación del todo: la tricota blanca del inocente Brian es el blanco perfecto y más representativo del conjunto de las víctimas. Del mismo modo en Caso Satanowsky la narración logra el suspenso porque se demora en los momentos previos al asesinato vistos a través de los diferentes testigos.


Walsh produce una permanente articulación entre el material documental -reportajes, testimonios, informes policiales- y la "reconstrucci6n de los hechos"; su narrativización a través de la figura múltiple del narrador periodista detective "ficcionaliza" a los protagonistas y al Walsh escritor cuyas investigaciones "en la realidad" también se duplican en el campo textual: aquel detalle aparentemente insignificante puede dar una clave y permite enfrentar lo increíble y efectivamente acaecido (de esto se ocupa su no-ficción) con lo verosímil falso (que se registra en la información oficial y en la prensa); de este modo se encuentran otra vez cuestionadas por el género las categorías de "verdad" y "realidad".


La subjetivización, ya sea de personajes y narradores (Semprún, Walsh, Leñero) o de los protagonistas en particular (Poniatowska), es siempre el rasgo constitutivo esencial que permite el juego entre lo ficcional y lo real. Es decir, un similar mecanismo constructivo determina su pertenencia a una forma discursiva -la no-ficción-, sin embargo son notorias las diferencias entre estos relatos; que sostiene, entonces, la diversidad entre los textos para producir tal disparidad entre Asesinato y Operacidn Masacre, por ejemplo, ambos centrados en la investigación de un crimen y la búsqueda de los culpables.








Tomado de:
AMAR SÁNCHEZ, Ana María (1990): "La ficción del testimonio". En: Revista Iberoamericana Vol. LVI, N° 151. University of Pittsburgh, pp. 447-461.

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Ana María Amar Sánchez es Ph.D. por la Universidad Nacional de Buenos Aires y profesora de literatura latinoamericana y teoría literaria en la Universidad de California-Irvine. Es autora de El relato de los hechos.

06 junio 2020

Revisar el canon literario. Genara Pulido Tirado




Revisar el canon literario


Genara Pulido Tirado

 

Una de las consecuencias más directas de la revisión del canon ha sido la publicación en las últimas décadas del siglo XX de importantes estudios sobre la literatura colonial, de cronistas—se trata de explorar las etapas fundacionales del imaginario americano—y de figuras importantes del barroco—las polémicas entre al barroco y el neobarroco siempre han puesto de manifiesto el difícil dilema que se produce a nivel crítico cuando se trata de reconocer la deuda con el poder colonial y reivindicar lo propio como específico—. Todo ello ha conducido, además, al debate sobre las literaturas nacionales y a la reivindicación y estudio de la cultura y la literatura de diversas comunidades indígenas, negras o mestizas.


El texto literario no es un ente aislado. En tanto que está en permanente contacto con otros discursos y formas culturales, se altera la visión tradicional de los géneros literarios. En primer término, se produce la irrupción en el campo de estudio de manifestaciones desdeñadas hasta época reciente como las fotonovelas, las revistas, las tiras cómicas, el cine, la música y los bailes populares. Por otra parte, la tríada genérica tradicional se ve renovada en tanto que la narrativa presenta nuevas características y nuevas manifestaciones —como el cuento o el microrrelato—, la poesía se manifiesta tanto en su vertiente lírica como prosaica, y el teatro asiste a una serie de cambios que lo convierten en una manifestación postmoderna por excelencia puesto que se adapta al apasionante mundo del espectáculo.


La entrada en escena de la cultura en el ámbito de los estudios literarios es un factor que actúa de forma decisiva en el cuestionamiento del canon literario latinoamericano. Este cuestionamiento es positivo siempre que se actúa con criterios y no de forma indiscriminada reivindicando todo lo marginado por las instituciones y la crítica literaria y académica por el mero hecho de haberlo sido y no por sus valores estético-literarios. Los estudios sobre el canon se pueden dividir en tres ramas: los descanonizadores, esto es, aquellos que han pretendido desmitificar obras concretas o bien la institución literaria misma; los canonizadores, que son los que han llamado la atención sobre manifestaciones olvidadas como las literaturas regionales, indígenas, negras, o escritas por mujeres; y estudios sobre el canon actual ya que, una vez que se ha cobrado conciencia de que todo canon es una imposición social generada por un grupo dominante y por intereses ideológicos concretos, la responsabilidad del estudio de la literatura aumenta de forma considerable.

  

En América Latina el interés por esta cuestión tiene unas raíces hondas puesto que la dependencia colonial conlleva el cuestionamiento de los modelos canónicos que se imponen desde la metrópoli, los cuales, ya en un primer momento, aplican violentamente un modelo supuestamente universal (europeo) despreciando la tradición oral de las literaturas indígenas. Pero, por otra parte, hay que destacar que dentro del mismo subcontinente se producen marginaciones que tardarán en ser rectificadas como el abandono y posterior reconocimiento de la literatura de Centroamérica. Cuando se empieza a hablar de crisis de la crítica literaria se comienza a contemplar también la crisis del concepto de literatura. La nueva literatura que surge de este contexto exige una nueva relación con el lector debido a que ya no se considera que el fenómeno literario esté constituido única y exclusivamente por el lenguaje.

  

Walter Mignolo, latinoamericano afincado en Estados Unidos, ha abordado la cuestión del canon de forma exhaustiva y en relación a América Latina. Partiendo de la idea de que una de las funciones principales de la formación del canon, literario o no, es asegurar la estabilidad y adaptabilidad de una comunidad de creyentes, considera oportuno diferenciar, cuando el problema del canon se relaciona con actividades disciplinarias, los aspectos vocacionales y los aspectos epistémicos o disciplinarios de la formación del canon. En Latinoamérica el canon oficial se forma basándose en la lengua y en los valores de las culturas colonizadoras más importantes, la española y la portuguesa, e ignorando las culturas amerindias, lo que se puede observar fácilmente en las primeras historias literarias del subcontinente americano. Ahora bien, los debates sobre la formación del canon se desarrollan en tres niveles:

 

“A nivel vocacional, un canon literario debería verse en el contexto académico (¿qué debería enseñarse y por qué?). A nivel epistémico, la formación del canon debería analizarse en el contexto de los programas de investigación, como un fenómeno que debe ser descrito y explicado (¿cómo se forman y se transforman los cánones?, ¿qué grupos o clases sociales esconde el canon?, etc.). A nivel de las fronteras culturales, un canon debería considerarse como relativo a la comunidad y no como una relación jerárquica respecto a un canon fundamental, ni tampoco dentro de un modelo evolutivo en que los ejemplos canónicos se convierten en el paraíso al que aspiran las literaturas y en medida de la organización jerárquica” (Mignolo, 1991).

  

Diferenciar estos niveles es importante ya que deben permitirnos evitar proyectar los valores del llamado primer mundo sobre el llamado tercer mundo así como minusvalorar los criterios del tercer mundo comparándolos con los del primero, lo que se puede lograr acudiendo a descripciones epistémicas de la literatura que puedan diferenciarse claramente de las definiciones vocacionales. La literatura, desde esta perspectiva, debería entenderse como una práctica discursiva regional, y la formación y transformación del canon como un subsistema dentro del sistema.

 

La enseñanza de la literatura del tercer mundo (América Latina) que se da en el primer mundo (Estados Unidos) se produce en términos de colonizado y colonizador, hecho que sólo puede corregirse reconociendo que existen otras alternativas a la integración de la periferia en el centro y que enseñar la habilidad de leer es distinto a la habilidad de leer un conjunto de textos canónicos, esto es, textos seleccionados por ser portadores de determinados valores estéticos, étnicos o tradicionales.

 

Entendida la formación del canon en los estudios literarios como una manifestación de «la necesidad de las comunidades humanas de estabilizar su pasado, adaptarse al presente y proyectar su futuro» (Mignolo, 1991), nos seguimos encontrando con el hecho de que en una sociedad plural el canon, para los que representan el poder, es distinto al canon de las comunidades marginadas. Pero la crítica literaria debería estudiar no sólo la vertiente epistémica del canon, sino también la vocacional, lo que conduciría a sustituir los problemas normativos relativos a la formación y transformación del canon por explicaciones que contemplen las condiciones en las que se forman y transmiten los cánones, esto es, «Preguntas como quién decide por quién y por qué debería leerse un grupo de textos determinado tomarán el lugar de preguntas como qué se debería leer» (Mignolo, 1991).

  

Pocos años después, Mignolo vuelve a abordar el tema atendiendo ahora al auge de los estudios sobre la cultura, en los que se produce un proceso parecido al que se detecta en los estudios literarios: las «esencias» culturales no están representadas por un canon, sino que son «creadas» y mantenidas por él. A la preocupación por la noción de lo literario se une la del límite de la noción de lo latinoamericano, puesto que Latinoamérica sobrepasa la América Hispana y Portuguesa e incluye el Caribe español, francés e inglés, e incorpora también las literaturas fronterizas de Estados Unidos escritas tanto en español como en inglés. En cuanto a la literatura, no puede entenderse ya según viejas concepciones de orden estético o estructural puesto que el campo de los estudios literarios se concibe más como un corpus heterogéneo de prácticas discursivas y de artefactos culturales.

 

Algunas de las consecuencias de esta ampliación de horizontes han sido señaladas por el mismo Mignolo:

“La apertura del campo de estudios del canon al corpus trajo dos consecuencias ligadas, la una, a la diversidad de prácticas discursivas involucradas en el corpus y, la otra, ligada a la diversidad lingüística de América Latina y a la movilidad social que produjo zonas fronterizas y productos lingüística y culturalmente híbridos, como es el caso de la literatura «latina» en Estados Unidos. La primera se manifestó en estudios interdisciplinarios, en los que los literaturólogos crearon alianzas con antropólogos, historiadores y socio-lingüistas, fundamentalmente. La segunda se manifestó en un paulatino crecimiento del interés por los estudios comparativos” (Mignolo, 1994-1995).

  

La rebelión contra un canon heredado de la colonia ha tenido distintas manifestaciones en tanto que diferentes investigadores han llamado la atención sobre elementos excluidos arbitrariamente de ese canon. Así, Ángel Rama, al hablar en su Ciudad letrada de la violencia con que los colonizadores imponen la letra frente a la voz, idea que desarrolla Martin Lienhard en La voz y su huella. Escritura y conflicto étnico-social en América Latina (1991), donde a los estudios de distintas prácticas discursivas, orales y escritas, une el análisis de la obra de Arguedas, autor bilingüe y bicultural para mostrar que existen múltiples manifestaciones en el canon de las prácticas discursivas coloniales que destacan por su carácter plurilingüe y multicultural y que llegan hasta el presente. De aquí se deduce que si existen identidades coexistentes también pueden existir cánones que coexisten, por lo que las relaciones entre el canon y el corpus se reconfiguran:

 

Mientras el canon pareciera implicar una relación de tipo sustancial entre prácticas y paradigmas culturales, el corpus necesitaría sólo de una manejable delimitación espacial y temporal. Mientras el canon implica cuestiones de identidad (¿qué es lo latinoamericano?), el corpus necesita de parámetros locativos (¿dónde y cuándo se relacionaron las prácticas discursivas en cuestión?). No obstante, la posibilidad de pensar en cánones paralelos, coexistentes y mutuamente alternativos incluye una movilidad del canon en el corpus que depende, en última instancia, de las identidades individuales y grupales y del poder ejercido por los sujetos del discurso y la institución que los apoya y los promueve en el espacio social” (Mignolo, 1994-1995).

 

Jean Franco anota a principios de los ochenta la íntima relación existente entre la crisis de los estudios literarios, la reevaluación de la crítica cultural y el cambio de concepto de lo literario:

 

“La crítica literaria no es lo que era, en parte porque un grupo heterogéneo de filósofos, antropólogos y pensadores políticos (Derrida, Foucault, Althusser y Lévi-Strauss) han afectado sus categorías básicas, y en parte también porque la lectura de textos dirigidos a entender el cómo de su significado, es hoy del interés lo mismo para los filósofos, políticos, antropólogos e historiadores que para los críticos literarios. De hecho, estamos viviendo la emergencia de una crítica cultural y un análisis del discurso que van mucho más allá del estudio y evaluación de un pequeño número de textos literarios canonizados y que cuestiona las razones por las que ciertos textos llegan a ser evaluados como «literarios»” (Franco, 1981).

 

Para esta investigadora, que se inscribe a sí misma en una nueva sociocrítica, las áreas a las que hay que atender y que cobrarán gran notoriedad a partir de los cambios señalados son tres: 1) el análisis de la vida cotidiana, que implica el estudio del control del estado y la disciplina familiar, actividades que se realizan en el tiempo libre, modas en el vestir o conducta; 2) el análisis de los medios con la consecuente consideración de las diferencias existentes entre una cultura oral y otra basada en nuevas tecnologías de la comunicación que producen nuevos productos (fotonovela, folletín, etc.) acorde con la ideología del capitalismo avanzado que no se pueden ignorar por cuanto nos enseñan que el concepto de lo literario es histórico y por tanto puede cambiar a lo largo de la historia; 3) y la crítica feminista, poco desarrollada entonces en Latinoamérica, a cuyo desarrollo contribuirá notablemente Jean Franco. Su libro de 1989 Plotting Women, en el que estudia las implicaciones del género discursivo por lo que tiene de fundamental en la lucha de la mujer por el poder discursivo, tomando a Méjico como punto de referencia, marca toda una línea de investigación.

 

En un ámbito geográfico y cultural como el latinoamericano, marcado por la pluralidad de manifestaciones literarias y culturales, la publicación del libro de Bloom, El canon occidental (1994), constituyó un motivo excelente para centrar las reflexiones que se estaban produciendo sobre este tema. En 1998 Susana Cella edita un volumen colectivo, Dominios de la literatura: acerca del canon, en el que pone a repensar la cuestión a destacados críticos de la zona.

 

También en el año 2002 Ignacio M. Sánchez Prado publica El canon y sus formas: la reinvención de Harold Bloom y sus lecturas hispanoamericanas. Se centra en su visión del canon y contempla las aplicaciones de este concepto a Latinoamérica. En este ámbito plural, como en pocos, el canon se forma sobre la noción de «literatura culta» —e ignora, por tanto, las literaturas indígenas, la tradición oral, la cultura popular y manifestaciones literarias escritas no consideradas cultas—, noción lógicamente heredada de la colonia. La fundación de este canon se produce, a juicio de Sánchez-Prado, en la llamada Generación del Ateneo, cuyos principales representantes son Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, autores que, inscritos ambos en la escuela del americanismo literario, pretenden definir una identidad regional en la que el lector hispanoamericano pueda ver reflejadas sus propias inquietudes.

 

En la siguiente generación, Roberto Fernández Retamar reivindica la autonomía cultural y la especificidad literaria como resultado de una especificidad histórica y la literatura como una práctica ideológica relacionada con la constitución de la cultura continental. Ángel Rama, al cuestionar la cultura letrada y reivindicar la transculturalidad como elemento definidor de la narrativa latinoamericana, da un vuelco al viejo concepto de canon. El concepto de heterogeneidad cultural de Antonio Cornejo Polar y sus estudios de las literaturas indígenas son decisivos también en este sentido. De todo este proceso se desprende una serie de hechos que señala Sánchez-Prado:

 

“En años más recientes, y quizá como consecuencia de lecturas de la obra de Rama y de Cornejo Polar desde una perspectiva postmoderna, el concepto de canon ha sido objeto de una revisión constante. Sin embargo, las discusiones ya no han girado en torno a nuevas maneras de constituir un canon, sino que se ha puesto en entredicho aún incluso la posibilidad de que éste exista en realidad o tenga una validez más allá de su función como legitimador de un proyecto cultural de élites ilustradas. Esos cuestionamientos tienen dos fuentes teóricas, que van desde la incorporación de los estudios culturales y postcolonialistas al ámbito de la literatura latinoamericana hasta la reevaluación de géneros literarios poco tradicionales, como el testimonio” (Sánchez-Prado, 2002).

 

Ni que decir tiene que estos cambios operados no son del agrado del joven investigador, que convencido de que el canon es una de las formas que tiene la cultura de representarse a sí misma, cree que el canon no debe verse como imposición, sino como un elemento que nos ofrecen las culturas para que podamos estudiarlas y comprenderlas, por lo que no puede ser eliminado.

 

Sánchez Prado elogia el carácter elitista que confiere Bloom al canon, lo que le lleva a rechazar cualquier uso del canon como instrumento extraliterario. El diagnóstico de Bloom, además, se califica de «exacto» en el sentido de que los cánones y contracánones utilizan la literatura para enmascarar intereses políticos y académicos que se plantean detrás del privilegio de que gozan algunas manifestaciones culturales y sus formas de estudio.

 

El libro de Susana Cella, Dominios de la literatura: acerca del canon, se organiza en torno a tres secciones temáticas: «El devenir de una palabra», en la que se estudia el concepto e implicaciones de la teoría de Bloom; «El ámbito continental», en la que se pretende ver las consecuencia de la aplicación del concepto a América Latina; y «Canon y literatura nacional», dedicada sólo a escritores argentinos. Los trabajos críticos no habían sido elaborados a propósito y en relación exclusiva al libro de Bloom; están acompañados, además, de fragmentos de obras literarias que ilustran las tesis que se defienden y se recoge una encuesta realizada a cincuenta escritores con el objetivo de que eligieran las diez novelas argentinas más importantes a su juicio. El propósito es demostrar, primero, que el tema del canon existía antes de Bloom y, segundo, que afecta, por un lado, a ámbitos regionales y, por otro, universales, que están al margen del anglocentrismo bloomiano, de ahí que la consideración de un elevado número de teóricos y pensadores (Auerbach, Eco, Kermode, Calvino, Freud, Adorno, Benjamín, Rodríguez Monegal, etc.) cobre sentido en tanto que pone de manifiesto la complejidad de la cuestión. Si bien es cierto que la obra no da soluciones ni visiones programáticas en torno a la problemática, no se puede negar el carácter inquietante que se desprende de una colección desigual de escritos que bucean en el complejo campo de los estudios literarios latinoamericanos del siglo XX.



Referencias

BLOOM, H. (1994). El canon occidental. Barcelona: Anagrama.

CELLA, S. (1998). Dominios de la literatura: acerca del canon. Buenos Aires:Losada.

FRANCO, J. (1981). «Tendencias y prioridades de los estudios literarios latinoamericanos». Escritura (Caracas) 11, enero-junio.

MIGNOLO, W. (1991). «Los cánones y (más allá de) las fronteras culturales (o ¿de quién es el canon del que hablamos?)». En: SULLA´, E. (ed.). El canon literario. Madrid: Arco-Libros

..................(1994-1995). «Entre el canon y el corpus. Alternativas para los estudios literarios y culturales en y sobre América Latina». En: RINCÓN, C. y SCHUMM, P. (eds.). Crítica literaria hoy. Entre las crisis y los cambios: un nuevo escenarioNuevo Texto Crítico 14/15.

SÁNCHEZ-PRADO, I. M. (2002). El canon y sus formas: la reivindicación de Harold Bloom y sus lecturas hispanoamericanas. México: Secretaría de Cultura / Gobierno del Estado de Puebla.


 

Tomado de:

PULIDO TIRADO, Genara (2009): “El canon literario en América Latina”. En: Revista de la Asociación Española de Semiótica 18. Madrid.

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Genara Pulido Tirado es catedrática en la Universidad de Jaén.