Iuri Lotman, un pensamiento sobre la cultura
Alexander Mosquera
Lotman (1998) afirma que los procesos históricos y
culturales tienden a fragmentarse en períodos aislados de la historia y cultura
humanas en general (escritas y no escritas), en los cuales se nota un excesivo
predomino del lenguaje escrito.
De hecho, se tiene la idea de que el desarrollo global de
la escritura fue posible con la invención del papel, por lo que la historia de
la cultura “pre-papel” es considerada erróneamente como una falsificación. Ello
en vista de que se impone en criterio de que lo único posible es lo
acostumbrado, mientras que se deja de lado lo inexplorado. Incluso se ha
establecido un falso nexo existencia humana-existencia de la escritura como ley
universal de la cultura, a pesar de que ya conocidas las civilizaciones que
existieron y desaparecieron sin dejar huellas de algún tipo de escritura.
Ahora bien, si “la escritura es una forma de memoria”
(Lotman,1998:82) si el texto –a su vez- es memoria, entonces puede decirse que
todo texto es un sistema de signos complejos que hablan de la cultura. Además,
toda civilización determina lo que se ha de recordar y lo registra a través de
los mecanismos de la memoria colectiva (la cultura), para conservar los excesos
y los acontecimientos.
Pero al lado de esa conservación está otro tipo de memoria,
que tiende hacia la conservación de la información sobre el orden, las leyes
(no sobre violaciones y excesos) También está la costumbre que fija ese orden y
el ritual que permite conservar todo eso en la memoria colectiva.
Esa memoria colectiva (la cultura) puede ser de dos tipos:
una orientada a la multiplicación del número de textos y la otra, a la
reiterada reproducción de textos dados de una vez para siempre. Esta última
requiere otra forma de organización de la memoria cultural distinta de la
escritura (memoria ágrafa), la cual es sustituida por los símbolos
mnemotécnicos y los creados por el hombre (además de los rituales que ellos
envuelven y los lugares sagrados)
A ello se debe agregar que la cultura escrita está
orientada al pasado, mientras la oral lo está al futuro (preducciones,
adivinaciones y profesías) Por eso se puede afirmar que la cultura oral es
prospectiva y la cultura escrita es retrospectiva.
Según Lotman, “El mundo de la memoria oral está saturado de
símbolos” (1998:87), por lo cual la aparición de la escritura lo que hizo fue
simplificar la estructura semiótica de la cultura y la puso a depender de lo
escrito. Y todo eso a pesar de la riqueza que en la cultura oral implica el
desarrollo de los signos mágicos utilizados en los rituales, que poseen un
amplio carácter polisémico derivado de esos rituales y textos orales de los que
son signos nmemotécnicos.
En la cultura escrita, los signos significan un sentido; en
la cultura ágrafa, los signos hacen acordarse de un sentido. En el primer caso,
representan un texto o parte de él, con una naturaleza semiótica homogénea; en
el segundo caso, están insertos en el texto sincrético del ritual o ligados
mnemotécnicamente a textos orales en un lugar y momento dados.
Esa crítica a lo escrito se remonta incluso a los tiempos
de Sócrates, quien asociaba la escritura no al progreso de la cultura, sino a
que ésta haya perdido el alto nivel alcanado por la sociedad ágrafa. De hecho,
se plantea que la escritura posee una disposición olvidadiza, pues priva de
ejercicios a la memoria y no para la memoria, para mejorarla)
Una concepción particular de la cultura.
Se dice que cada cultura crea su propia concepción del
desarrollo cultural. Es decir, crea una tipología de la cultura, de la que
surgen dos enfoques generales:
- La “cultura propia”, considerada como la única (la que establece la norma)
- La “no cultura” de las otras colectividades (la cultura ajena)
Allí se aprecia el mismo sistema binario contradictorio
pero complementario que plantea Lotman en su obra, con lo cual hace referencia
a los conceptos de centro/periferia, lo organizado/lo no-organizado, lo
semiótico/lo alosemiótico (o extrasemiótico) (1996).
De la primera concepción surge el metalenguaje de una
tipología dada de la cultura, que servirá de base para la autodestrucción y
para la descripción de esas otras culturas asumidas como “no cultura”. De esta
última, Lotman (1998) aclara que no es que posee otros rasgos, sino que están
ausentes los rasgos (regularidades) de la cultura propia (la tomada como
norma), que son los que se utilizan como punto de referencia para la
descripción.
Hay también otro enfoque del desarrollo cultural, según el
cual existen varios tipos internamente independientes de culturas en la historia
de la humanidad. En función de ello se determina el metalenguaje de la
descripción tipológica, que abarcará una visión desde dentro o desde afuera de
la cultura a la que pertenece. Es decir, será cuestión de ver dónde situarse al
momento de hacer la descripción en cuestión (de qué lado de la frontera), para
que así el metalenguaje pueda cumplir con su función científica de explicar la
esencia de la cultura escrita.
Para Lotman (1998), dicho metalenguaje se basa en
oposiciones de tipo psicológico, religios, nacional, histórico o social. De
esta forma, se supera la tendencia a no tomar en cuenta que un fenómeno único
no puede tener peculiaridad (sin tener con qué comparar), pues tal peculiaridad
requiere –por lo menos- dos sistemas comparables. Igualmente, se contrarresta
esa tendencia de los dos mencionados modos de descripción de la cultura a
absolutizar las diferencias en el material que se estudia y a no distinguir los
universales comunes de la cultura de la humanidad.
El autor también propone que construcción de tal
metalenguaje de descripción de la cultura se sustente en los modelos
espaciales, lo cual permitirá examinar textos que puedan pertenecer al mismo
tipo de cultura, para escoger los que más se distingan por la estructura de su
organización interna (ver los textos diferentes como complementarios)
Precisamente, ese texto invariante o texto-constructo
(integrado por textos de diverso tipo) es a lo que Lotman se refiere como el
texto de la cultura (el todo que encierra las particularidades , las
diversidades), también llamado el cuadro del mundo de una cultura dada. Éste
debe tener la universalidad como propiedad (incluye todo: lo igual y lo
diferente)
La Semiosfera II (1998) de I. Lotman. |
Textos, subtextos y delimitaciones espaciales
Según Lotman (1998), los textos de la cultura se dividen en
dos subtextos: los que caracterizan la estructura del mundo y los que
caracterizan el lugar, la posición y la actividad del hombre en el mundo.
Los subtextos que caracterizan la estructura del mundo se
caracterizan por:
- Su Inmovilidad.
- El cómo está organizado.
- Cambios inmanentes al sistema (A se transforma en B)
- Carácter discreto del espacio (finitud).
- Reproducción de la construcción del mundo.
- Valoración (idea de la jerarquía axiológica).
- Modelizan esa valoración mediante conceptos binarios contrapuestos.
- Se expresan en textos independientes (cerrados)
En cambio, los subtextos que caracterizan el lugar, la
posición y la actividad del hombre en el mundo se caracterizan por:
- Su Dinamismo.
- Las acciones del sujeto son descritas como un continuum (espacio ininterrumpido, contiguo, aunque con fronteras).
- Poseen un “sujet” (una trama, un argumento).
- Ese “sujet” se expresa mediante situaciones o episodios que esponden al qué y cómo ocurrió, y qué hizo el sujeto.
- No forman textos independientes (la estructura de los subtextos inmóviles está presente en ellos explícita o implícitamente).
Allí se puede apreciar cierto isomorfismo con respecto a la
caracterización planteada por González (2002), al hablar de semiótica
vinculante (los subtextos del segundo grupo) En este último caso, Lotman logra
esa vinculación al plantea: “El espacio del texto de la cultura es el conjunto
universal de los elementos de una cultura dada, es decir, es un modelo de todo”
(1998:101) En otras palabras, ese conjunto universal incluye las diferencias,
las regularidades, como ya se dijo.
Tal afirmación arropa el concepto de frontera como un rasgo
básico de la estructura interna de un texto (los tipos de divisiones de ese
espacio universal), el cual va de la mano de la dimensionalidad del espacio
universal y la orientación espacial. Así, esa frontera divide el espacio de la
cultura en dos partes diferentes: uno ininterrumpido dentro de esas partes (lo
continuo) y otro roto en la frontera (lo discreto)
En correspondencia con dicho rasgo, Lotman (1998) menciona
dos tipos de delimitaciones del espacio de la cultura:
En un espacio bidimensional, la frontera divide el plano
(el conjunto universal) en un dominio externo (ilimitado) y otro interno
(limitado) que son complementarios. Así se plantea la oposición
“nosotros/ellos” (lo interno/lo externo).
El otro tipo de espacio según la coincidencia del punto de
vista del portador de un texto con determinado espacio (externo o interno) Esto
envuelve dos situaciones: a) será una orientación espacial recta, si coinciden
el punto de vista del texto y el espacio interior del modelo de la cultura, y
b) será una orientación espacial invertida, se coincide el punto de vista del
texto con el espacio exterior.
Ello envuelve la tendencia hacia la integración o
desintegración que menciona Lotman (1996), donde la tensión juega un rol clave
para que se concrete una u otra situación. Además, de esa orientación espacial
dependerá la interpretación de la oposición “nosotros/ellos”. Así, en el primer
caso (orientación recta), el “nosotros” es lo interior y el “ellos” es lo exterior
(que siempre es incomprensible por estar construido sobre una lógica que es
ajena): mientras que en el segundo caso (orientación invertida), el “nosotros”
es lo exterior y el “ellos” es lo interior”. Todo está supeditado al lado de la
frontera desde el cual se haga la observación.
En esa interrelación se aprecia también el planteamiento de
lo aislante/lo vinculante de González (2002), cuando Lotman deja ver que el
espacio interior es cerrado (está lleno de un grupo finito de puntos) y que el
espacio exterior es abierto.
De todo lo planteado se puede observar cómo la frontera se
convierte en un elemento esencial del metalenguaje espacial en un elemento
esencial del metalenguaje espacial de descripción de la cultura, pues la
interpretación dependerá de las interrelaciones que es establezcan en
concordancia con una ubicación espacial de quien escribe. Por supuesto, esa
frontera siempre pertenecerá exclusivamente a un espacio (sea el interior o el
exterior) y nunca ambos a la vez. Además, ella puede intervenir en el texto de
la cultura en calidad de invariante de elementos de textos reales.
Otras fronteras de las que igualmente habla el autor están
representadas por las relaciones no espaciales; es decir, aquellas donde una
línea separa los conceptos opuestos al estilo de frío/calor, vida/muerte, etc.
Incluso, hubo un modelo de la cultura (correspondiente a la ilustración) en el
cuela el cuadro del mundo se percibía a partir de la oposición
natural/artificial, donde lo interior (lo antropológico) era lo natural, moral y
elevado; y lo exterior (lo social) era lo antinatural, inmoral y bajo.
En resumidas cuentas, la existencia de una frontera implica
a su ve la presencia de una constante tensión entre ambos espacios, lo cual
conduce a las colisiones que menciona Lotman (1998) y que producen explosiones
(nuevos textos). Dichas colisiones pueden dar origen a dos tendencias: la del
espacio interior a defenderse (tras reforzar la frontera) y la del espacio
exterior a destruir el espacio interior (tras romper la frontera), dos eventos
que asoman la posibilidad de una transculturación (mezcla de culturas) o de una
aculturación (desplazamiento de una cultura por otra dominante)
Mosquera, A (2009): "La semiótica de Lotman como teoría del
conocimiento". En: Revista Venezolana de Información, Tecnología y Conocimiento, 6,
pp. 71-75