23 mayo 2020

El folklore literario y su funcionalidad social. Gloria Chicote





El folklore literario 
y su funcionalidad social


Gloria Chicote



Cada grupo social posee características propias que lo diferencian y conectan con el resto de las comunidades del planeta. Entre los elementos constitutivos de una sociedad podemos señalar, por un lado, los que pertenecen desde tiempos remotos y están asentados en sus hábitos ancestrales, y por otro, los impuestos en épocas más recientes por culturas generalmente dominadoras del orden social y económico. Ese primer grupo de elementos que pueden ser autóctonos o procedentes de otras culturas pero que están firmemente enraizados en el alma de cada pueblo, y se mantienen al margen de lo que podemos llamar la "cultura institucionalizada", constituyen el acervo folklórico. En cambio, los componentes culturales impuestos requieren de un factor esencial para insertarse en el nuevo grupo social: el hallazgo indispensable de una función, de un espacio real que sólo encontrarán en un proceso temporal de decantación, en el que sobrevivirán los que se asimilen a la idiosincrasia del pueblo. De esta manera establecemos que cualquier hábito cultural puede convertirse en folklórico, no importa cual fuera su origen, si encuentra un función auténtica para desarrollar en la sociedad en que aparece, y además, si esa funcionalidad de mantiene en un período temporal considerable para dar lugar a que se interrelacione y se enraíce con los restantes elementos folklóricos.


Definiremos entonces a los fenómenos folklóricos en su conjunto, como expresiones culturales “populares” (propias de la cultura tradicional del folk, del pueblo), colectivizados (socialmente vigentes en la comunidad), empíricos, funcionales, tradicionales, anónimos, regionales y transmitidos por medios no escritos ni institucionalizados. Entre estas expresiones que testimonian los más diversos aspectos de la vida de un pueblo, como sus costumbres, vestimentas, comidas, creencias, etc., el folklore literario comprende las expresiones en prosa y verso, que se transmiten de generación en generación, en infinidad de versiones y variantes, y cuya funcionalidad varía con en transcurrir del tiempo.


No debemos extrañarnos de la validez universal o de la raigambre culta de la mayoría de los motivos de la literatura folklórica latinoamericana o argentina, para restringirnos al ámbito nacional. El pueblo, ha sido la fuente donde han bebido los poetas de la antigüedad, el agua decantada y purificada ha dado las grandes obras de la literatura grecolatina, oriental o europea, pero esos frutos regresaron al pueblo, y éste los modificó imponiéndoles nueva vida.


A través de la historia de la cultura se producen distintas tendencias de acercamiento o alejamiento entre la literatura culta y popular. Estas oscilaciones hacen que los objetos se interrelacionen de modo tal que se toma muy difícil distinguir su origen. Un objeto tradicional avanza, como ya hemos dicho, temporal y espacialmente; en el caso de los objetos literarios este viaje de oralidad se cumple pleno de transformaciones, hasta que el artista culto lo capta porque descubre en él la posibilidad de elaborar un nuevo discurso. En ese momento el objeto tradicional se ha desfolklorizado, se ha fijado en un momento de su trayectoria, y se le suman una serie de modificaciones que ha incorporado el intelectual culto. Pero el proceso de desfolklorización concluye en el instante en que el artista ha elaborado el nuevo texto, porque éste se inserta nuevamente en la maraña de textos folklóricos y puede retradicionalizarse.


Este enigmático juego de relaciones difíciles de esclarecer de hace visible en los diferentes modos de transmisión de la lírica y la narrativa  que hacen posible la supervivencia de coplas españolas de los grandes poetas de la Edad Media o del Siglo de Oro, en los gauchos del siglo XIX y aun en comunidades  campesinas de nuestros días. La ley folklórica que establece el valor universal de los productos culturales, tiene especial asidero en los pueblos de nuestra América, nacidos de la conjunción de la cultura indígena e hispánica. Así, es curioso observar como versos del romancero medieval sobreviven, modificados y adaptados en nuestra poesía tradicional o en la literatura gauchesca. Cada vez que la literatura tradicional se manifiesta, es posible hallar lazos que la unen a la literatura culta o tradicional española; más aún, los poemas de temas nacionales, que indudablemente se han compuesto en estas tierras , imitan formas métricas y rasgos de estilo que las composiciones españolas que los inspiraron.


Las sociedades modernas, tal como están estructuradas, tienen signos específicos que atentan día a día contra el acervo folklórico de las naciones. El frenético ritmo de las grandes ciudades resta un espacio muy reducido al contacto con las tradiciones, la naturaleza, al reencuentro con las costumbres y los hábitos antiguos. Por su parte, los medios de comunicación masiva, como el cine o la televisión, en lugar de subsanar estas faltas, representan el principal factor de penetración cultural, inundados  de personajes, modas y costumbres foráneas. La función noticiera de los poemas épico-líricos medievales o la recreativa de cuentos y consejas, están casi perdidas en las sociedades evolucionadas del siglo XX.


En toda América Latina nuevas formas sociales día a día van ganando terrenos a esa sociedad medieval que, según Sarmiento, habitaba las pampas, los llanos y las montañas en el siglo pasado. La transmisión folklórica se ha debilitado mucho en los ámbitos urbanos, y en nuestro país podríamos decir que está relegada a grupos urbanos minoritarios o a comunidades campesinas muy conservadoras, apartadas del mundo del asfalto y la radio-difusión. Los cambios socio-económicos de las funciones del folklore literario, ya sea lírico o narrativo que tendremos que esbozar en estas páginas.


La poesía tradicional ha tenido una larga trayectoria en nuestro país, glosando tanto los hechos de la historia nacional como los aconteceres cotidianos de cada región. También Sarmiento en su Facundo describirá al gaucho cantor como “el trovador de la Edad Media… (que) anda de tapera en galpón, cantando sus héroes de la Pampa perseguidos de la justicia, los llantos de la viuda a quien los indios les robaron sus hijos en un malón reciente… la catástrofe de Facundo Quiroga y la suerte que cupo a Santos Pérez. Este bagaje de poesía folklórica se propagó rápidamente en el siglo XIX y, aun viva en la memoria del pueblo, en la primera mitad de este siglo, se volcó en los cancioneros regionales que proliferaron hasta el año ’40.


Pero, ¿qué ocurre en la actualidad? A pesar de la necesidad de volver a realizar nuevas recolecciones sistemáticas en el marco de modernas corrientes metodológicas, la observación de áreas parciales nos permite llegar a algunas conclusiones. En este momento la poesía tradicional ha disminuido su caudal ; ya en los últimos cancioneros se percibe una gran mayoría de informantes ancianos o niños, y la ausencia de generaciones intermedias. Este proceso se ha ido agudizando y en nuestros días podemos decir que los poemas tradicionales están relegados al mundo de la infancia.


La cuentística folklórica, en cambio, ha tenido una evolución muy diferente, y se conserva muy arraigada en toda América Latina. Rastreando en el folklore americano la trayectoria de los motivos de la narrativa universal, percibimos que, mientras algunos desaparecieron, muchos otros han perdurado modificados o incorporados a una nueva circunstancia temporal-espacial. Tal es el caso de Pedro Urdemales, personaje de procedencia europea, que en América continúa sus trampas de pícaro vendiendo palomas de oro y sombreros mágicos que no son más que una burla del pueblo hacia los factores de poder.


¿Por qué este motivo, como la serie de cuentos que narran las astucias del zorro, o el de los falsos tejedores, gozan de tanta difusión entre nuestros campesinos?. Seguramente porque el cuento tradicional siempre reivindica al humilde, su justicia poética obliga a los malos a pagar sus pecados y recompensa a los buenos por sus sacrificios. Así, por ejemplo, es habitual que hallemos en estas narraciones a Cristo disfrazado que viene a probar la caridad humana.


En el cuento tradicional se produce una identificación del campesino que cuenta o escucha el cuento, con el astuto que burla al poderoso, cumpliendo así la catarsis de la realidad social que le permite a la especie literaria su supervivencia. Podemos decir que la función del cuento popular, vigente aún en nuestras comunidades campesinas, es, primordialmente de crítica social o través de relatos realistas, fantásticos o humorísticos.


















Tomado de:
CHICOTE, Gloria: “El folklore literario y su funcionalidad social” En: Pregón Literario. Suplemento. San Salvador de Jujuy, 23 de mayo de 1999.

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Gloria Chicote es profesora de Literatura Española de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina), Investigadora Principal del CONICET y directora del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS). 

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