El folklore literario
y su funcionalidad social
Gloria Chicote
Cada grupo social posee características propias que lo
diferencian y conectan con el resto de las comunidades del planeta. Entre los
elementos constitutivos de una sociedad podemos señalar, por un lado, los que
pertenecen desde tiempos remotos y están asentados en sus hábitos ancestrales,
y por otro, los impuestos en épocas más recientes por culturas generalmente
dominadoras del orden social y económico. Ese primer grupo de elementos que pueden
ser autóctonos o procedentes de otras culturas pero que están firmemente
enraizados en el alma de cada pueblo, y se mantienen al margen de lo que
podemos llamar la "cultura institucionalizada", constituyen el acervo
folklórico. En cambio, los componentes culturales impuestos requieren de un
factor esencial para insertarse en el nuevo grupo social: el hallazgo
indispensable de una función, de un espacio real que sólo encontrarán en un
proceso temporal de decantación, en el que sobrevivirán los que se asimilen a
la idiosincrasia del pueblo. De esta manera establecemos que cualquier hábito
cultural puede convertirse en folklórico, no importa cual fuera su origen, si
encuentra un función auténtica para desarrollar en la sociedad en que aparece,
y además, si esa funcionalidad de mantiene en un período temporal considerable
para dar lugar a que se interrelacione y se enraíce con los restantes elementos
folklóricos.
Definiremos entonces a los fenómenos folklóricos en su
conjunto, como expresiones culturales “populares” (propias de la cultura
tradicional del folk, del pueblo), colectivizados (socialmente vigentes en la
comunidad), empíricos, funcionales, tradicionales, anónimos, regionales y
transmitidos por medios no escritos ni institucionalizados. Entre estas
expresiones que testimonian los más diversos aspectos de la vida de un pueblo,
como sus costumbres, vestimentas, comidas, creencias, etc., el folklore
literario comprende las expresiones en prosa y verso, que se transmiten de
generación en generación, en infinidad de versiones y variantes, y cuya
funcionalidad varía con en transcurrir del tiempo.
No debemos extrañarnos de la validez universal o de la
raigambre culta de la mayoría de los motivos de la literatura folklórica
latinoamericana o argentina, para restringirnos al ámbito nacional. El pueblo,
ha sido la fuente donde han bebido los poetas de la antigüedad, el agua
decantada y purificada ha dado las grandes obras de la literatura grecolatina,
oriental o europea, pero esos frutos regresaron al pueblo, y éste los modificó
imponiéndoles nueva vida.
A través de la historia de la cultura se producen distintas
tendencias de acercamiento o alejamiento entre la literatura culta y popular.
Estas oscilaciones hacen que los objetos se interrelacionen de modo tal que se
toma muy difícil distinguir su origen. Un objeto tradicional avanza, como ya
hemos dicho, temporal y espacialmente; en el caso de los objetos literarios
este viaje de oralidad se cumple pleno de transformaciones, hasta que el
artista culto lo capta porque descubre en él la posibilidad de elaborar un
nuevo discurso. En ese momento el objeto tradicional se ha desfolklorizado, se
ha fijado en un momento de su trayectoria, y se le suman una serie de
modificaciones que ha incorporado el intelectual culto. Pero el proceso de
desfolklorización concluye en el instante en que el artista ha elaborado el
nuevo texto, porque éste se inserta nuevamente en la maraña de textos
folklóricos y puede retradicionalizarse.
Este enigmático juego de relaciones difíciles de esclarecer
de hace visible en los diferentes modos de transmisión de la lírica y la
narrativa que hacen posible la
supervivencia de coplas españolas de los grandes poetas de la
Edad Media o del Siglo de Oro, en los
gauchos del siglo XIX y aun en comunidades
campesinas de nuestros días. La ley folklórica que establece el valor
universal de los productos culturales, tiene especial asidero en los pueblos de
nuestra América, nacidos de la conjunción de la cultura indígena e hispánica.
Así, es curioso observar como versos del romancero medieval sobreviven,
modificados y adaptados en nuestra poesía tradicional o en la literatura
gauchesca. Cada vez que la literatura tradicional se manifiesta, es posible
hallar lazos que la unen a la literatura culta o tradicional española; más aún,
los poemas de temas nacionales, que indudablemente se han compuesto en estas
tierras , imitan formas métricas y rasgos de estilo que las composiciones
españolas que los inspiraron.
Las sociedades modernas, tal como están estructuradas,
tienen signos específicos que atentan día a día contra el acervo folklórico de
las naciones. El frenético ritmo de las grandes ciudades resta un espacio muy
reducido al contacto con las tradiciones, la naturaleza, al reencuentro con las
costumbres y los hábitos antiguos. Por su parte, los medios de comunicación
masiva, como el cine o la televisión, en lugar de subsanar estas faltas,
representan el principal factor de penetración cultural, inundados de personajes, modas y costumbres foráneas.
La función noticiera de los poemas épico-líricos medievales o la recreativa de
cuentos y consejas, están casi perdidas en las sociedades evolucionadas del
siglo XX.
En toda América Latina nuevas formas sociales día a día van
ganando terrenos a esa sociedad medieval que, según Sarmiento, habitaba las
pampas, los llanos y las montañas en el siglo pasado. La transmisión folklórica
se ha debilitado mucho en los ámbitos urbanos, y en nuestro país podríamos
decir que está relegada a grupos urbanos minoritarios o a comunidades
campesinas muy conservadoras, apartadas del mundo del asfalto y la
radio-difusión. Los cambios socio-económicos de las funciones del folklore
literario, ya sea lírico o narrativo que tendremos que esbozar en estas
páginas.
La poesía tradicional ha tenido una larga trayectoria en
nuestro país, glosando tanto los hechos de la historia nacional como los
aconteceres cotidianos de cada región. También Sarmiento en su Facundo describirá
al gaucho cantor como “el trovador de la Edad
Media … (que) anda de tapera en galpón, cantando sus héroes de
la Pampa
perseguidos de la justicia, los llantos de la viuda a quien los indios les
robaron sus hijos en un malón reciente… la catástrofe de Facundo Quiroga y la
suerte que cupo a Santos Pérez. Este bagaje de poesía folklórica se propagó
rápidamente en el siglo XIX y, aun viva en la memoria del pueblo, en la primera
mitad de este siglo, se volcó en los cancioneros regionales que proliferaron
hasta el año ’40.
Pero, ¿qué ocurre en la actualidad? A pesar de la necesidad
de volver a realizar nuevas recolecciones sistemáticas en el marco de modernas
corrientes metodológicas, la observación de áreas parciales nos permite llegar
a algunas conclusiones. En este momento la poesía tradicional ha disminuido su
caudal ; ya en los últimos cancioneros se percibe una gran mayoría de
informantes ancianos o niños, y la ausencia de generaciones intermedias. Este
proceso se ha ido agudizando y en nuestros días podemos decir que los poemas
tradicionales están relegados al mundo de la infancia.
La cuentística folklórica, en cambio, ha tenido una
evolución muy diferente, y se conserva muy arraigada en toda América Latina.
Rastreando en el folklore americano la trayectoria de los motivos de la
narrativa universal, percibimos que, mientras algunos desaparecieron, muchos
otros han perdurado modificados o incorporados a una nueva circunstancia
temporal-espacial. Tal es el caso de Pedro Urdemales, personaje de procedencia
europea, que en América continúa sus trampas de pícaro vendiendo palomas de oro
y sombreros mágicos que no son más que una burla del pueblo hacia los factores
de poder.
¿Por qué este motivo, como la serie de cuentos que narran
las astucias del zorro, o el de los falsos tejedores, gozan de tanta difusión
entre nuestros campesinos?. Seguramente porque el cuento tradicional siempre
reivindica al humilde, su justicia poética obliga a los malos a pagar sus
pecados y recompensa a los buenos por sus sacrificios. Así, por ejemplo, es
habitual que hallemos en estas narraciones a Cristo disfrazado que viene a
probar la caridad humana.
En el cuento tradicional se produce una identificación del
campesino que cuenta o escucha el cuento, con el astuto que burla al poderoso,
cumpliendo así la catarsis de la realidad social que le permite a la especie
literaria su supervivencia. Podemos decir que la función del cuento popular,
vigente aún en nuestras comunidades campesinas, es, primordialmente de crítica
social o través de relatos realistas, fantásticos o humorísticos.
Tomado de:
CHICOTE, Gloria: “El folklore literario y su funcionalidad social” En: Pregón Literario. Suplemento. San Salvador de Jujuy, 23 de mayo de 1999.
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