La crítica literaria y la escritura
Silvia Barei
Estas actividades -leer, analizar, discutir, meditar, escribir-, son justamente las posibilidades de realización de la crítica. Las distintas concepciones epocales de la tarea crítica, sus modos de constitución como saber acerca de la obra, han privilegiado una u otra actividad: la del análisis, la descripción, el juicio o la acentuación de las condiciones de legibilidad y de escritura de los textos.
Históricamente, nos interesa señalar tres concepciones de la crítica que se entrecruzan pero que predominan una sobre otra según las épocas: crítica como descripción de las propiedades de los textos, crítica como juicio acerca de los valores (estéticos, pero también históricos o políticos) de los textos, y crítica como saber mediante el uso de la palabra.
La idea acerca de la literatura y los alcances de su estudio han dependido siempre de un campo cultural en consonancia con la conformación de ciertos saberes, "campo de posibilidades estratégicas" como lo llama Foucault. No solo el concepto de crítica ha ido transformándose sino que ha cambiado su posición dentro del campo, sus "posibilidades" y sus "estrategias" en relación con otros discursos.
El concepto de "literatura" nació por oposición al uso convencional del lenguaje y si bien es cierto que los griegos no hablaron de literatura como un corpus homogéneo, sino de "géneros", el principio enunciado por Platón y escrito por Aristóteles acerca de una poética implica la atención centrada en las obras mismas. Si para Aristóteles la crítica era ya una poética, una descripción más que una práctica normativa (de los géneros y las especies poéticas), entre los romanos, la palabra "criticus", se utilizó para referirse a los censores de las letras, ´por lo tanto a aquellos que podían evaluar la adecuación de la obra a los preceptos de la "inventio", la "dispositio" y la "elocutio". De allí la idea de la crítica como "juicio" impuesta por Bolieau en su célebre Arte Poética (1674), indudablemente se inspiró en Horacio y no en Aristóteles.
Son precisamente los humanistas italianos, denominados "tratadistas de Poética", (Leonardo Bruni, Poliziano, Coluccio Salutati, Giovanni Pontano), quienes por oposición al ascendente prestigio del lenguaje de la lógica- conceden prioridad a la tópica y la invención poética por sobre la deducción y el juicio. Conocedores y traductores de Aristóteles, plantearon sin embargo un desplazamiento importante: pusieron por sobre el proceso racional del conocer y del análisis literario, la capacidad imventiva de la palabra, aplicando este principio filosófico a las teorías del saber, la crítica de los textos y la concepción de la enseñanza. Plantearon una retórica del saber -una escritura del saber- que ordena el mundo y los textos a partir de un lenguaje no demostrativo sino imaginativo.
El desplazamiento es significativo: las cuestiones científicas y las éticas, se subsumen en una cuestión estética. Este es un aspecto fundamental porque cuando hablamos de "crítica literaria" no hablamos solo de crítica general, sino que tenemos que centrarnos en la problemática de la expresión: un texto que dice -dialoga- con el mismo lenguaje de aquél quien -y con quien- dice. Las tres concepciones de la crítica -como descripción, como juicio y como lenguaje estético- se alternan en la historia, predominando una u otra según las ideologías dominantes en la campos científicos y culturales. En la actualidad coexisten las tres, pero la última concepción se manifiesta en las ideas de un grupo importante de teóricos que se sustenta en las categorías científicas que aportan las teorías y en una palabra personal.
Superando la posición meramente impresionisista, apegada a nociones de tipo subjetivo variables culturalmente, como las de "valor", "belleza", "gusto", etc. de alguna manera esta crítica procede según una doble estrategia constructiva: trabajando sus procedimientos retóricos y sus procedimientos poéticos, en tanto sistemas que no se fusionan sino que se complementan: razonamiento y creación.
En el ámbito del pensamiento europeo contemporáneo podemos señalar a Roland Barthes como el crítico que más claramente adhiere y teoriza sobre esta posición, definiendo a la crítica como una escritura, actividad en la que el lenguaje no se asume como instrumento sino como "acto de escribir". De allí su discusión con la crítica estructuralista a la que observa en sus crisis de pretender "guardar la distancia respecto a su objeto en sí, por el contrario, acepta comprometer a hasta perder el análisis del que es vehículo en esa infinitud del lenguaje cuyo camino hoy pasa por la literatura; en una palabra, depende de si lo que pretende es ser ciencia o escritura"
Todorov lo cita junto a Jean P. Sartre y Maurice Blanchot, considerándolos "críticos escritores" porque para ellos la crítica es también una forma de literatura o de escritura, es la apertura de un espacio en el que "el aspecto literario adquiere una pertinencia", un lugar en el que "se pone entre paréntesis la dimensión de la verdad en la crítica" y se insiste en cambio "en su aspecto ficcional o poético"
En el ámbito de la crítica literaria actual en la Argentina, creemos que Nicolás Rosa y Ricardo Piglia -con diferencias que no cabe investigar en este trabajo- son quienes mejor representan esta tendencia. Piglia ha situado la crítica entre los géneros de la ficción y en sus novelas (Respiración artificial y La ciudad ausente) ha mezclado los registros de la historia y la crítica literaria con los de la ficción.
La hipótesis de Rosa es que la crítica es ficción, un discurso que anula el hablar de un objeto para ocultar la realidad, su imposibilidad de hablar de él: "Nuestra hipótesis de máxima y mínima ficcionalidad de toda la letra incluye al discurso crítico: ese discurso que simula hablar de un objeto, la escritura, la literatura, como un simulador cibernético y que no puede entrar en relación de subordinación o de interdependencia con respecto a sí mismo; no es un discurso otro, pero tampoco es un metalenguaje"
Porque la crítica literaria se distingue de otras especies críticas por el hecho de utilizar la misma materia -la palabra- y similares procedimientos de escritura que los textos de los que se ocupa. La crítica de las artes plásticas o musicales no se expresa con colores y sonidos, pero la crítica literaria habla con el mismo lenguaje de su objeto, da allí que se haya definido asiduamente y en primera instancia como un "metalenguaje" cuya función es "conocer" o "juzgar".
Pero situada frente a los problemas del lenguaje -del decir, del cómo decir que plantearon los humanistas italianos- no puede disponer de él como simple instrumento, sino que se compromete en la búsqueda de una forma, de un "hacer una segunda escritura", como dice Barthes: "hacer una segunda escritura con la primera escritura de la obra en un afecto, abrir el camino a márgenes imprevisibles, suscitar el juego infinito de los espejos, y es este desvío, los sospechoso. Mientras la crítica tuvo por función tradicional el juzgar, sólo podía se conformista, es decir, conforme a los intereses de los jueces... Para ser subversiva, la crítica no necesita juzgar: le basta hablar del lenguaje en vez de servirse de él".
Tomado de:
BAREI, Silvia (1998): Teoría de la crítica. Alción editora, pp. 35-40.
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