Eros
Carl Jung
El erotismo es algo sospechoso y siempre lo será, diga lo que diga cualquier futura legislación sobre el tema. Pertenece, por un lado, a la naturaleza animal originaria del hombre, la cual subsistirá mientras el hombre posea un cuerpo animal. Por otro lado, se encuentra emparentado con las formas más altas del espíritu. Pero solamente florece cuando el espíritu y el instinto se encuentran en verdadera armonía. Si carece de uno u otro aspecto, entonces se produce un daño o, por lo menos, una unilateralidad sin equilibrio que se desliza fácilmente hacia lo patológico. Demasiada animalidad desfigura al hombre cultural, demasiada cultura crea animales enfermos. Este dilema revela toda la inseguridad que implica el erotismo para las personas. El erotismo es sustancialmente una superpotencia que, al igual que la naturaleza, se deja dominar y utilizar como si fuese impotente. Pero el triunfo sobre la naturaleza es algo que se paga caro. La naturaleza no precisa de declaraciones de principios, sino que se satisface con tolerancia y la medida justa. «Eros es un gran demonio», le dice la sabia Diotima a Sócrates. Uno jamás se libera totalmente de él, y si lo hace es para su propio perjuicio. No representa toda nuestra naturaleza, pero sí al menos uno de sus aspectos centrales. [OC 7, § 32 s.]
Con razón, el Eros de la Antigüedad es un dios cuya divinidad supera los límites de lo humano y que, por eso mismo, no puede ser comprendido ni representado. Podría intentar, como lo hicieron muchos antes de mí, desafiar a este demonio, cuyos efectos se extienden desde los espacios infinitos del cielo hasta los abismos más tenebrosos del infierno, pero flaquea mi valor para encontrar aquel lenguaje que fuese capaz de expresar adecuadamente las imprevisibles paradojas del amor. [Recuerdos, 355 s.]
Si queremos entender todo lo que Freud ha metido subrepticiamente en el concepto de sexualidad, vemos que ha ampliado los límites de este concepto más allá de toda medida admisible, de modo que para lo que él quiere verdaderamente decir diríamos mejor «Eros», adoptando las antiguas ideas filosóficas de un Pan-Eros que actúa en la naturaleza viva como fructífera fuerza generadora. Pero para ello el término «sexualidad» es muy poco afortunado. El concepto de sexualidad está ya firmemente acuñado y tiene unos límites tan definidos que incluso la palabra amor se resiste a ser su sinónimo. Y, sin embargo, Freud, como es fácil demostrar en numerosos ejemplos de sus obras, quiere muchas veces decir amor cuando se limita a hablar de sexualidad. [OC 10, § 5]
A menudo escucho la pregunta: ¿por qué precisamente el conflicto erótico habría de ser la causa de la neurosis y no cualquier otro conflicto? Frente a esto solamente cabe decir: nadie sostiene que deba ser así, sino que simplemente se comprueba que es así (aun cuando esto enfurezca a tantos primos y primas, padres, padrinos y educadores). El amor, sus problemas y conflictos, a pesar de todas las afirmaciones indignadas, siguen teniendo un significado fundamental para la vida humana y, como se comprueba continuamente en la investigación rigurosa, poseen una importancia mucho más grande de la que el individuo presume. [OC 7, § 423]
"Eros es la tarea de la mujer". Retrato de Duffy Sheridan. |
La discusión del problema sexual no es más que un comienzo un tanto tosco de una cuestión más profunda, ante cuya importancia palidece. Se trata de la cuestión de la relación anímica entre los sexos. Con ella entramos en el verdadero dominio de la mujer. Su psicología se fundamenta en el principio del Eros, el gran. vinculador y desligador, mientras que al hombre siempre se le atribuye el Logos como principio supremo. En el lenguaje moderno podría expresarse el concepto de Eros como relación anímica y el de Logos como interés objetivo. [OC 10, § 254 s.]
Es muy difícil para un hombre racional admitir qué pasa realmente con su Eros. Una mujer no tiene mayor dificultad en reconocer que el principio de su Eros es el estar vinculada, pero a un hombre, cuyo principio es el Logos, se le hace muy difícil. La mujer, en cambio, tiene dificultades para reconocer cómo está compuesto su espíritu. En el hombre el Eros tiene menos valor, en las mujeres, el Logos. Un hombre debe poseer mucho de femenino en sí para realizar su vínculo. Eros es la tarea de la mujer. Se puede luchar medio año con un hombre antes de que confiese sus sentimientos, y lo mismo vale para la mujer y su entendimiento. Existe este contraste. [Análisis, 115 s.]
Deseo añadir aquí que el Logos es solamente ideal cuando contiene al Eros, de lo contrario, el Logos no es en absoluto dinámico. Un hombre que es solamente Logos puede que posea un intelecto muy fino, pero no es otra cosa que un seco racionalismo. Y el Eros que no posee Logos jamás comprende; ahí no hay más qué vinculación ciega. Tales personas pueden estar vinculadas a cualesquiera cosas, como algunas mujeres que están totalmente absorbidas en su pequeña y feliz familia —primas, parientes, etc.—, pero en todo el maldito asunto no hay nada, está completamente vacío. [Análisis, 748]
Pertenece al desarrollo instintivo normal del hombre el que comience en la esfera cloacal y tenga que atravesar ese oscuro valle. El camino de descubrimiento de la mujer corre desde abajo hacia arriba y no desde arriba hacia abajo. El desarrollo del instinto es un desarrollo per vias naturales. Pero si se detiene exclusivamente en la sexualidad sin que se agregue el Eros puede traerle a la mujer el desengaño más terrible. En general, los hombres no se dan cuenta de este hecho. [Sueños, 323]
Pero la mayoría de los hombres son eróticamente ciegos, ya que incurren en el imperdonable error de confundir Eros con sexualidad. El hombre cree poseer a una mujer cuando la tiene sexualmente. Jamás la tendrá menos. Pues para la mujer sólo cuenta de verdad la relación erótica. Para ella el matrimonio es una relación con la añadidura de la sexualidad. Se espera que el alma no esté triste después del acto sexual, pero a menudo en el matrimonio se desencadenan las peores peleas y malentendidos después del coito, pues la sexualidad no alimenta al Eros. [Análisis, 205]
Ahora bien, la relación humana, al contrario que las discusiones y acuerdos objetivos, pasa precisamente por lo anímico, ese reino intermedio que se extiende desde el mundo de los sentidos y de los afectos hasta el intelecto y que contiene algo de ambos sin perder por ello nada de su peculiar característica. El hombre tiene que atreverse a adentrarse en este territorio si quiere acercarse a los deseos de la mujer. Del mismo modo que las circunstancias la han forzado a adquirir una parte de masculinidad, para evitar quedar atascada en una feminidad instintiva y anticuada, extraña y perdida en el mundo del hombre cual un niño de pecho intelectual, así se verá el hombre obligado a desarrollar una parte de feminidad, es decir, tendrá que aprender a ver de manera psicológica y erótica para no tener que correr, sin esperanza y con pueril admiración, tras la mujer que tiene delante, con el peligro de que ésta se lo meta en el bolsillo. [OC 10, § 258 s.]
Donde reina el amor no existe voluntad de poder, y donde el poder tiene la primacía, ahí falta el amor. Uno es la sombra del otro. Para quien posea el punto de vista del amor, su opuesto compensador será la voluntad de poder. Pero para quien afirma el poder, su compensación será el Eros. Visto desde la posición unilateral del enfoque de la consciencia, la sombra es una parte de la personalidad de menor valor y por tanto se la reprime con intensa resistencia. Pero lo reprimido debe volverse consciente, de manera tal que surja una tensión de opuestos, sin la cual no es posible que el movimiento continúe. La consciencia se encuentra de alguna forma arriba, la sombra abajo, y debido a que lo alto siempre tiende a lo profundo y lo caliente a lo frío, de igual modo toda consciencia busca, acaso sin intuirlo, su opuesto inconsciente, sin el cual está condenada a quedar estancada, arramblada o lignificada. Únicamente en el opuesto se enciende la vida. [OC 7, § 78]
¿Cuál de las dos posiciones [Eros o voluntad de poder] tiene la razón? En el primer caso, el yo cuelga del Eros como un mero apéndice; en el último caso el amor es un mero medio para el fin de llegar arriba. Aquel que tenga en el corazón el poder del yo iniciará una revuelta contra la primera concepción; aquel que considere importante al Eros nunca podrá reconciliarse con la última concepción.
[OC 7, § 55]
Ciertamente el Eros está siempre y en todos lados, ciertamente el instinto de poder atraviesa lo más alto y profundo del alma; pero el alma no es únicamente una cosa u otra o, si se quiere, ambas, sino también aquello que ha hecho y que hará de ello. Se comprende a un hombre sólo a medias aun sabiendo de dónde surge todo en él. Si solamente se tratara de esto, entonces daría exactamente igual que hubiese muerto hace tiempo. Pero no es comprendido como viviente; pues la vida no posee solamente un ayer y no se la aclara reduciendo el hoy al ayer. La vida tiene también un mañana, y el hoy solamente se comprende cuando a nuestro conocimiento de lo que había ayer podernos agregar las piezas del mañana. Esto vale para todas las exteriorizaciones psicológicas de la vida, incluso para los síntomas patológicos. Los síntomas de la neurosis no son solamente consecuencias de causas que existieron alguna vez, ya sea la «sexualidad infantil», ya el «instinto de poder infantil», sino que también son intentos por lograr una nueva síntesis de la vida, a lo que hay que añadir de inmediato: intentos fallidos, aunque siguen siendo intentos, con un núcleo de valor y sentido. Son semillas malogradas debido a la inclemencia de las condiciones de la naturaleza interna y externa. [OC 7, § 67]
Tomado de:
JUNG, Carl (2000): Sobre el amor. Madrid, Trotta, pp. 14-18.
Gracias por publicarlo, me encantó!
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