27 enero 2022

¿Cuál es nuestra lengua, castellano o español? Humberto López Morales

 



¿Cuál es nuestra lengua, 
castellano o español?


Humberto López Morales


Durante mucho tiempo -y hasta hoy- algunos conceptos básicos permanecen en un estado calamitoso de confusión, al menos desde el punto de vista técnico y científico. Como se trata de elementos imprescindibles para entender lo relativo al mundo hispanohablante de hoy, es preciso despejarlos. Con toda seguridad que este ejercicio no convencerá a todos; es de suponer, estando como están, estrechamente unidos a intereses y preferencias individuales, grupales y hasta nacionales. 


A pesar de que desde el punto de vista lingüístico castellano y español no son sinónimos, el uso de uno u otro término depende del ámbito geográfico, el momento histórico o la necesidad de distinguir lo que se  estima contenidos semánticos diversos. Las dos palabras conviven todavía hoy como nombres de nuestra lengua común. Para el lingüista, el único término existente para denominar la lengua general es español, en claro contraste con castellano, que como bien decía Octavio Paz, hace referencia a la forma de hablar de Castilla, al habla de los castellanos:


Yo me siento ciudadano de la lengua española y no ciudadano mexicano; por eso me molesta mucho que se hable de lengua castellana, porque el castellano es de los castellanos y yo no lo soy; yo soy mexicano y, como mexicano, hablo español y no castellano.


Es muy frecuente el uso del término español en los círculos intelectuales de Hispanoamérica, ya que lo considero heredero de los aportes que hicieron al pequeño y primitivo dialecto original lenguas y hablantes desde fuera del condado de Burgos, primero en la península misma y después en América.


También se aplica a lo que fue la lengua de épocas medievales con anterioridad al siglo XV, cuando todavía no había nacido la lengua general de los españoles, y más tarde, de los nacidos en sus posesiones. No cabe duda de que la historia de Castilla, de sus hombres y de su lengua, hizo que el castellano medieval cambiara, y mucho, su fisonomía. Su pervivencia no toma en consideración estas realidades; en cambio parecen suficientes a los que prefieren español; ya que toman en cuenta los importantes cambios en el sistema lingüístico que han contribuido a darla una nueva personalidad al viejo dialecto de Castilla.


No es casual que la palabra castellano haya sido mayoritaria en la Edad Media española, que el predominio de español sea ya un hecho en la España del siglo XVI con reinado de Carlos I, y que la sustitución sea evidente en el siglo XVIII, en que castellano queda teñida de connotación arcaizante.


Por otra parte, si se comparan los dialectos españoles actuales, se notará la clara diferenciación existente entre ellos. Si a este ejercicio se añaden las variedades americanas -para no hablar de Filipinas y Guinea Ecuatorial-, la variación aumenta sensiblemente. Parece razonable que en el caso general se prefiera una designación internacional que abarque todas las variaciones locales, y español cumple adecuadamente con esa función.


Así, tras un estudio exhaustivo y riguroso, Alonso explicó el asunto con gran lucidez y erudición. En este caso, castellano estaría en paralelo con el franciano de Ile de France, convertido en francés en el momento de su expansión nacional y mundial. Es decir que español estaría en línea con francés, alemán, italiano, inglés; castellano con extremeño, asturiano, andaluz y canario, por ejemplo. Por otra parte, español es el nombre propio de nuestra lengua, y así es reconocido en todo el mundo; de ahí que anglos y alemanes escriban Spanish, y Spanisch, respectivamente, pues en esas lenguas los nombres propios de lenguas se escriben con mayúsculas.


Desde tres puntos de vista, ajenos al nivel científico, otros argumentos -históricos, tradicionales y, sobre todo, políticos- han privilegiado la palabra castellano. En unos casos se trata de calcos decimonónicos, en otros, de intencionalidad política y en algún que otro país latinoamericano se debe a la necesidad de especificar entre las funciones adjetivas (historia española, idiosincrasia española) y las sustantivas, en este caso, el nombre de la lengua (el castellano).


El dictamen que Alonso expone con contundencia es: "El nombre de castellano había obedecido a un visión de paredes peninsulares adentro, el de español, miraba al mundo" Y años después, Salvador anotaba: "sobre los bienes comunes no caben decisiones particulares". Castellano se mantuvo en América durante el siglo XIX -buen ejemplo de ello es la Gramática de la lengua castellana, de Andrés Bello (1876)- pero en el siglo XX ya se va imponiendo español. Elda Lois escribía:


"Lengua castellana" y no "lengua española" pone de manifiesto un ideal lingüístico que no se corresponde con el centralismo uniformador de la política borbónica, y con "lengua española" se nombra más cabalmente el instrumento lingüístico suprarregional común a los hablantes de los distintos dialectos de España y América.


Pasado el tiempo, la dependencia política originaria era ya tan solo un recuerdo histórico: castellano como nombre  específico -sobre todo en la dialectología- de la variedad de español hablado en Castilla la Vieja "parece conferirle a tal variedad una primacía jerárquica entre las múltiples variedades, una facultad normativa, una carácter modélico, y esa posible identificación de castellano y norma es la que rechazan". El término español refleja mejor, desde la propia diversidad de la lengua en España, la correlativa diversidad americana, con algunas normas nacionales muy caracterizadas y con una creación literaria consagrada y pujante. Un campesino de la isla de la La Palma (Canarias), de la localidad de El Paso, cuando Manuel Alvar le preguntó (en una encuesta dialectal) por el nombre de la lengua que hablaba, dijo: "Aquí hablamos español, porque el castellano no lo sabemos pronunciar".


Admirable distinción, comenta Salvador: canarios, andaluces, murcianos, manchegos, extremeños, leoneses, aragoneses, navarros deben lógicamente, como el palmero, sentirse instalados más cómodamente en una lengua llamada castellana. Lo que no obsta para que estos últimos años haya ganado terreno en todas las regiones, desde la decisión constitucional, la denominación de castellano, que antes solo era predominante en las zonas bilingües, donde el español convive con las otras lenguas de España, que comprenden menos de la quinta parte del territorio nacional, porque el español es la lengua única del 82% de sus habitantes.


Sin duda, comenta Andión, la raíz de la coexistencia y predominio de un término sobre otro ha estado en que la maduración  de la nación española como estado moderno llegó después de que su poder y su lengua se hubieran extendido enormemente. Ello puede haber ocasionado que el término castellano se mantuviera durante tantos siglos y pasara a América.


Como señala esta investigadora, en ambos territorios -España y América- han existido y existen factores políticos, históricos y sociales que inclinan la tendencia hacia el uso de uno u otro término. En España las reacciones están determinadas por la posición que se tenga frente al Estado español como comunidad supranacional y la pertenencia o no a esa unidad. Tras el término español -cito- algunos han visto un exceso de un patriotismo exacerbado que alcanzó su máxima expresión en las dictaduras de Primo de Rivera y de Francisco Franco; otros, una lengua común, ajena a temas históricos, que identifica a loa ciudadanos de España.


En Hispanoamérica, donde ambos términos son heredados, las polémicas han sido menos encendidas pero, con todo, en algunos países se prefiere castellano para evitar una supuesta subordinación cultural a España. Por el contrario, los que han optado por español, nada reivindicativos, creen que se trata del nombre "moderno" natural para una lengua extensa y común que la realidad americana terminó por convertir de manera decisiva en algo más que el viejo dialecto de Castilla.


Esa misma dualidad ha llegado incluso al texto constitucional de las repúblicas americanas. Con respecto a estos textos existen dos posturas: las que no hacen mención "expresa" de la lengua nacional, y las que sí la hacen. Y en este caso los textos están divididos entras las dos etiquetas en discusión: "español" y "castellano".


Los que no mencionan la lengua nacional "expresamente" son las constituciones de Argentina, Bolivia, Chile, El Salvador, México, la República Dominicana y Uruguay. Es más que probable que esta omisión se deba a lo obvio que resulta mencionar el punto. Se ha sugerido, quizá inspirándose en el caso de España, que hubiera podido tratarse del temor a impulsar la agresión a las lenguas indígenas que conviven con el español en estos países, o en otros casos, por recelos históricos hacia la antigua metrópoli. Son afirmaciones que podrían ponerse seriamente en duda, ya que en algunos de ellos no existe un peso considerable de lenguas indígenas y porque es cierto que omiten el artículo sobre la lengua nacional, pero sí la nombran sin ambages, y de manera reiterada en el mismo texto constitucional múltiples alusiones siempre hacen referencia al español; así lo hacen también los documentos expedidos por sus ministerios de Educación y otras dependencias estatales.











Tomado de:

LÓPEZ MORALES, Humberto (2010): La andadura del español por el mundo. México, Taurus, pp. 185-191.

    

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