01 septiembre 2021

Esquema e imagen corporal. Adriana Guzmán

 


Esquema e imagen corporal


Adriana Guzmán

 

Todo cuerpo es, en principio, una estructura anatomofisiológica; sin embargo, planteada como tal, ésta sólo existe en los cadáveres puesto que en cada quien dicha estructura siempre está en movimiento lo cual tiene múltiples implicaciones pues es sinónimo de estar vivo. Así, el esquema corporal es el mapa tridimensional de la estructura anatomofisiológica en movimiento —en vida— que cada quien tiene de sí; es una vivencia propioperceptiva imposible de traducir, es el mundo de las impresiones y sensaciones tal y como se dan sin que existan significados que las traduzcan pues cuando esto sucede ya no se está en el plano del esquema corporal.

 

Este mapa tridimensional existe como unidad corporal que se verifica en la experiencia inmediata; si bien se percibe dicha unidad, es cierto que se trata de algo más que una percepción, a ello se le denomina esquema corporal. Dicho esquema está anclado directamente en la estructura anatomofisiológica pero no es sinónimo de ella: dado que esta última siempre está en movimiento, hay una constante apreciación de su funcionamiento, de tal suerte que el esquema corporal es la vivencia —visual y motriz— tridimensional de la estructura anatomofisiológica en funcionamiento; es una percepción, una sensación y una apariencia; es la representación formada por la mente del propio cuerpo, es decir, la forma en la que ésta se aparece a cada quien. El esquema corporal y sus cambios constituyen elementos esenciales en el conocimiento del cuerpo; la cartografía, ya visual, ya motriz, no es el patrón fundamental por el que hay que medir todos los cambios posturales, sino que cada cambio reconocible penetra en la consciencia ya cargado de una relación con algo que pasó antes, de manera que el producto final de todos los intentos que tienden a apreciar la posición corporal o el movimiento pasivo, llega a la consciencia como un cambio postural ya traducido y esquematizado. Para designar ese patrón, por el cual se miden todos los cambios de postura antes de penetrar en la consciencia, se propone la palabra “esquema”. Como se cambia continuamente de posición, se está siempre construyendo un esquema corporal que sufre una transformación constante. Cada nueva posición o cada nuevo movimiento se registra en ese esquema plástico, en tanto que la actividad cortical pone a ese esquema en relación con cada nuevo grupo de sensaciones suscitadas por la nueva posición. Una vez establecida esta relación, surge de ella un conocimiento de la posición.

 

Este esquema se integra porque el sujeto dispone de ciertas sensaciones: observa algunas partes de la superficie corporal, tiene impresiones táctiles, térmicas, de dolor; recibe sensaciones de los músculos o de la inervación de los mismos, las provenientes de las vísceras, etcétera. Estas sensaciones se proyectan sobre un primer esquema al que se agregan los cambios subsiguientes y mediante perpetuas alteraciones de la posición se construye, constantemente, un esquema corporal sujeto a cambios continuos. Cada nuevo movimiento queda registrado sobre el primer esquema plástico al cual se relaciona cada nuevo grupo de sensaciones provocadas por el movimiento, por virtud de la actividad en la corteza cerebral.

 

Existen dos tipos de esquemas: los posturales, que dan la sensación de la posición del cuerpo, la apreciación de la dirección del movimiento y la conservación del tono muscular y los esquemas de la superficie del cuerpo, que permiten localizar en la piel los puntos en que ésta es tocada. A estos dos tipos de esquemas se le agregan datos, de tal manera que el sujeto puede apreciar aspectos temporales de los distintos estímulos recibidos. Gracias a la existencia de estos esquemas es posible proyectar el reconocimiento de las posiciones corporales, movimiento y localización más allá de los límites del propio cuerpo, como sucede con la utilización de instrumentos y herramientas; de hecho, sin esta facultad y sin los esquemas que la crean, de nada valdría intentar el uso de herramientas. Todo cuanto participa de los movimientos conscientes del cuerpo se agrega al esquema que cada quien tiene de sí y, en lo sucesivo, forma parte de tal esquema.

 

El esquema corporal se encuentra en perpetua autoconstrucción y autodestrucción. En las fases del proceso de construcción y destrucción sobresalen dos tendencias humanas principales: una de ellas es la cristalización de unidades, aseguramiento de puntos de reposo de carácter definido y con ausencia de toda transformación; la otra apunta hacia la obtención de un flujo continuo, de una mutación permanente. Estas diferencias se reflejan en las ideas de eternidad y transitoriedad; así, lo pasajero y lo estable son distintas fases del proceso de construcción creadora.

 

Entonces, el esquema corporal es la configuración topográfica del cuerpo que cada cual posee, una estructura organizada que lo representa; esencialmente es un modelo perceptivo del cuerpo como configuración espacial que permite al individuo diseñar los contornos de su cuerpo, la distribución de sus miembros y de sus órganos y localizar los estímulos que se aplican, así como las reacciones con que el cuerpo responde. Las experiencias tempranas son particularmente importantes en la creación del esquema corporal, aunque éste nunca termina de realizarse del todo; por ejemplo, aquellas enfermedades que provocan acciones particulares sobre el cuerpo también modifican el esquema corporal.

 

El conocimiento que permite emplear diariamente el cuerpo en las actividades más triviales depende de la asociación de esquemas que se codifican indefinidamente y que, por lo tanto, son esencialmente plásticos, aunque también de naturaleza fisiológica puesto que se fundan en procesos corticales. Tendrá que agregarse que el desarrollo del esquema del cuerpo corre paralelo en gran medida al desarrollo sensorio-motriz; en apariencia hay dos factores fundamentales que desempeñan un papel especial en la creación de la imagen del cuerpo: uno es el dolor y el otro el control motor de los miembros.

 

Sin duda, en la estructura total del esquema corporal, las zonas erógenas desempeñan un papel preponderante y, por ende, tienden a una mayor carga libidinal —lo que permite establecer que hay una relación entre las partes sensorias del cuerpo y las estructuras libidinales—; pero no hay ninguna razón para suponer que en el erotismo concerniente a la superficie del cuerpo carecen de importancia las actividades musculares, por lo tanto, también todo acto de prensión, succión o tanteo tiene una enorme influencia sobre la estructura del esquema corporal.

 

Cabe agregar, por su importancia psicológica —y que a la postre se convertirán en datos antropológicos fundamentales, como en la magia—, lo que respecta a los orificios del cuerpo, puesto que mediante ellos se establece un estrecho contacto con el mundo exterior; a través de ellos se incorporan aire, alimentos, fluidos corporales; por ellos se excreta orina, semen, menstruación, materia fecal, aire. Entonces, en el esquema corporal existen ciertos puntos caracterizados que, a la vez, tienen una gran carga erótica. Se sabe ya que a través de los orificios se realizan las funciones de la vida y, una vez más, se debe señalar la relación entre las partes puramente sensorias del esquema corporal y las estructuras libidinales, que guardan tan íntima relación con los afanes.

 

Por otro lado, la forma en la que se viven las otras partes del cuerpo es, por ejemplo, en relación con su peso; en principio se siente la mayor parte del peso en los pies y esta sensación desciende en la medida en que se asciende por el cuerpo, aunque existe otro punto de carga que es el abdomen y, por último, otro que es la parte inferior de la cabeza. También hay miembros que gozan de una particular función, como son las manos que al mismo tiempo son parte del cuerpo pero pueden, a su vez, tocarlo; por ello, la motilidad de las manos adquiere particular significación y, en esa medida, aquellas partes del cuerpo que se hallan a su alcance inmediato difieren en su significación de aquellas que no lo están.

 

Cuando se come o se bebe, o al respirar, algo del mundo externo se agrega al esquema corporal, pero mientras no traspase la zona sensitiva sigue siendo externo. Una vez que el alimento traspone la zona sensitiva desaparece como objeto aunque, de una u otra manera, no se suma al esquema corporal sino que, psicológicamente hablando, es de inmediato digerido por éste. Así, es una de las manifestaciones de la parte psicológica del esquema corporal. Cuando se emite orina, ésta es remitida, hasta cierto punto, al cuerpo; lo que una vez formó parte del cuerpo, no pierde por completo esta cualidad. De aquí se desprenden algunos principios, por ejemplo de la magia, en donde una parte del cuerpo tiene la capacidad de sintetizar al ser; o bien, es una de las bases que dan pauta a patologías como ciertos tipos de anorexia y bulimia, donde existe la noción de que todo alimento permanece en el cuerpo y lo engorda. Hay aquí una extensión del esquema corporal hacia el mundo. Más complicado es el problema de la voz y el lenguaje puesto que el sonido que yo produzco no es completamente independiente de mí. La organización del esquema corporal es sumamente flexible.

 

En el hombre, pensado como sujeto, la experiencia del contacto, al menos en una parte fundamental, es proporcionada por la voz, si bien de una manera compleja y contradictoria. La voz es lo que sale del cuerpo, es —como prefiere decir Herman Parret— “ese pedazo de cuerpo que se escurre”. Pero sale para integrarse al mundo y a la vez para que el mundo quede integrado en mí. La voz —como, o con el soplo de mi respiración— es una cosa que yo entrego al mundo, del mismo modo que si estuviera entregando a ésteque- habla. Yo no puedo oír mi voz fuera de ella como lo hacen los otros a quienes la dirijo. Cuando yo me oigo hablar siento que estoy ahí donde actúa mi voz. Y sin embargo no puedo saber exactamente dónde está actuando mi voz.

 

Bien, hasta ahora se ha visto el esquema corporal como una unidad, pero hay que agregar que dicha unidad se encuentra en constante peligro de perder ciertas partes puesto que algunas de ellas, quizá todas, no se encuentran ahí de manera constante, sino que son expulsadas; como se ha dicho, existe tanto la tendencia a construir el esquema corporal, como la tendencia contraria, tal es el caso de la excreciones. El esquema corporal se mantiene estable sólo durante un breve lapso y se altera inmediatamente después. Es probable que la estabilidad de los cuadros en la vida psíquica sólo signifique una fase pasajera con la cual es posible contrastar la fase siguiente; pero no cabe duda que en la vida psíquica hay una tendencia a formar unidades, aunque también toda vez que son creadas, tenderán inmediatamente al cambio y a la destrucción. El proceso de construcción es de un bajo continuo, aun cuando tenga lugar la ruptura del esquema corporal; la destrucción es, en otras palabras, una fase parcial de la construcción, que es un planeamiento y una característica general de la vida.

 

De la imagen corporal

 

La imagen corporal es un cuadro mental o una representación imaginaria —real o ficticia, es decir, que refleja con precisión o distorsión— del esquema corporal que tiene un interior y un exterior; tanto los aspectos biológicos como los psíquicos se encuentran involucrados en la construcción de esta imagen corporal, misma que vive al cuerpo como unidad y en acción, pues es percibida y no hay percepción sin acción. Las percepciones sólo se forman sobre la base de la motilidad y sus impulsos, por lo tanto, los cambios dados en ella ejercen una influencia determinante sobre la estructura de la imagen corporal. En la imagen corporal, sumamente cambiante, se observa la relación que guardan las impresiones de los sentidos con los movimientos, la motilidad en general y la percepción que se tiene de la misma.

 

Así como el esquema corporal se encuentra anclado o, mejor dicho, es la estructura anatomofisológica en movimiento, la imagen corporal es la percepción del esquema corporal, y como tal, carece de significados precisos, de hecho es ajena a la palabra; su universo es el de la percepción que, en cuanto tal, es el mundo de las cadenas de significantes que eventualmente se enlazan con significados pero cuando esto sucede ya no se está en el plano de la imagen corporal.

 

La imagen corporal y las percepciones están basadas en los mismos procesos somáticos fundamentales, pero se debe considerar que también existen procesos intelectuales, de pensamiento, elementos de delirio relativos al cuerpo. Hay una línea que comunica la sensación, la percepción, la imaginación y el pensamiento. Los procesos de pensamiento relativos al cuerpo también se basan en la actitud total, en los afanes libidinales y en las percepciones. La labilidad de la imagen corporal hace posible que determinadas experiencias puedan ser alteradas y distorsionadas por elementos psíquicos. Este cambio puede operarse en el campo perceptivo, en el de la imaginación o en el de los procesos de pensamiento. Cada vez que se encuentre un profundo cambio en la estructura libidinal, se observará que la imagen corporal sufre modificaciones.

 

Si el esquema corporal es, en principio, el mismo para todos los individuos de la especie humana —siempre en correspondencia directa con el estrato cultural, edad, etcétera—; la imagen del cuerpo, por el contrario, es propiedad de cada uno, pues está ligada al sujeto y a su historia personal. Es específica de una libido en situación, de un tipo de relación libidinal. Así, resulta que el esquema corporal es en parte inconsciente pero también preconsciente y consciente, mientras que la imagen corporal es eminentemente inconsciente, puede devenir en parte preconsciente y sólo cuando se asocia a un lenguaje consciente es que utiliza metáforas y metonimias referenciales y puede reconocérsele.

 

La imagen corporal es la síntesis viviente de las experiencias emocionales; de ahí que se le considere como imagen —básicamente en términos de virtualidad más que de facticidad—, y en esa medida responde más a la percepción que cada quien tiene de sí y del mundo, que a la facticidad del mismo; es decir que si el esquema corporal está anclado inevitablemente en la estructura anatomofisiológica, la imagen corporal está anclada a la percepción que cada quien tiene de su estructura anatomofisiológica, a través del esquema corporal, de modo que puede o no corresponder con la misma. Es posible tener un esquema corporal determinado y una imagen corporal que no responda a las mismas características. La relación entre el esquema y la imagen corporales puede sufrir trastornos y suministrar informaciones falsas: puede hacer creer que las partes del cuerpo ocupan más espacio del que realmente ocupan (hiperesquematia); es capaz de sugerir que las partes corporales ocupan un espacio menor que su espacio real (hipoesquematia), o bien puede hacer creer que ocupan otro lugar (paraesquematia). Tal es el caso, por ejemplo, del “miembro fantasma”, es decir un miembro que ha sido amputado pero del cual se sigue sintiendo su presencia: duele, da comezón, siente frío... La amputación modifica inevitablemente el esquema corporal —pues como se ha dicho éste está anclado en la estructura anatomofisiológica, misma que ha sido amputada— por la falta de un miembro; sin embargo, la imagen corporal no se adecua a la falta; en la imagen prevalece el miembro que en el esquema ya no existe. La percepción y la respuesta motriz son los dos polos de la unidad del comportamiento, aunque también hay que considerar que la motricidad está siempre ligada de manera directa o indirecta a una experiencia emocional impuesta por una relación con otras personas.

 

Cuando se percibe o se imagina un objeto o cuando se construye la percepción de un objeto, no se actúa como un mero aparato perceptor pues siempre existe una personalidad que experimenta la percepción. Vivo mi cuerpo simultáneamente con el de otro en virtud de la emoción que éste expresa y que suscita en mí. La percepción que se tiene del cuerpo de otra persona y de las emociones que éste expresa es tan primaria como la percepción del propio cuerpo y de las emociones que él manifiesta. En el campo de la percepción sensorial el propio cuerpo no difiere del cuerpo de los demás, este aspecto relacional es a la vez indisolublemente perceptivo, dinámico y emocional, no solamente fisiológico. Lo anterior puede hacer que la imagen corporal se modifique en correspondencia con lo que se percibe de la imagen corporal y se interpreta de la postura corporal de los demás, o bien de lo que se percibe sobre la percepción de lo que el otro percibe de la imagen corporal propia y lo que se interpreta de la interpretación del otro de la postura corporal propia; de tal suerte que se configure la imagen corporal propia, ajena al esquema corporal propio.

 

Al ser los ojos una de las principales fuentes de aprehensión del mundo, tienen vital importancia en la construcción de la imagen corporal y, nuevamente, existe una gran diferencia entre las partes del cuerpo que se encuentran a la vista y las que no. Cada parte del cuerpo aparece de forma diferente a la imagen corporal —y ya se señaló que el esquema corporal se encuentra en relación con las estructuras libidinales— de tal suerte que las estructuras libidinales se reflejan en la estructura de la imagen corporal. Aquellos individuos en quienes se intensifique un deseo parcial habrán de sentir, en el centro de su imagen corporal, el punto particular del cuerpo correspondiente con ese deseo. Pero no cabe duda de que la actividad propia es insuficiente para construir la imagen del cuerpo. Los contactos con los demás, el interés de los demás por las distintas partes del propio cuerpo son de enorme importancia para el desarrollo de la imagen corporal. Cada vez que una parte dada obtenga primacía en la imagen del cuerpo, cesará la simetría y el equilibrio internos de la imagen corporal. El dolor, la disestesia, las zonas erógenas, las acciones de las manos sobre el cuerpo, las acciones de los demás sobre éste, el interés de los demás por él y el escozor provocado por las funciones del propio cuerpo son factores importantes para la estructuración definitiva de la imagen corporal.

 

Esta dependencia de la imagen corporal propia con el entorno se torna particularmente significativa al observar la correspondencia entre las construcciones culturales del cuerpo y las individuales; lo que se diga del cuerpo, lo que de él se exalte, las imágenes —por lo general idealizadas como la publicidad bien lo sabe— que se presenten, tendrán un lugar prioritario en la construcción de la imagen corporal que cada quien se haga de sí y que serán, a su vez, primordiales en la elaboración del esquema corporal de cada quien.

 

Resulta entonces que las imágenes ópticas son fundamentales en la construcción de la imagen corporal, pero ello se rige bajo un importante principio: no sólo se ve el propio cuerpo en la misma forma en la que se observan los cuerpos exteriores, sino que también se representa al cuerpo propio como se hace con el mundo exterior, y a esta representación óptica siguen las representaciones táctiles. Con este fin se crea un punto mental de observación frente a cada quien y exterior al ser; cada quien se observa también como si observara a otra persona. Así como la experiencia óptica desempeña un considerable papel en la relación con el mundo, también desempeña una función dominante en la creación de la imagen corporal. Pero la experiencia óptica es también una experiencia mediante la acción. Gracias a estas acciones y determinaciones se logra dar forma final al yo corporal; donde la imagen corporal es un cuadro mental al mismo tiempo que una percepción.

 

Los sentidos habrán de influir sobre la motilidad, y ésta habrá de incidir sobre los sentidos, si bien la motilidad también está dirigida hacia los afanes, las tendencias y los deseos y en esa medida la libido narcisística tiene por objeto la imagen del cuerpo; pero el propio cuerpo sólo puede existir como parte del mundo y, puesto que es necesario construir tanto el cuerpo como el mundo, y ya que el cuerpo no difiere, en este sentido, del mundo, debe haber una función central de la personalidad que no sea ni mundo ni cuerpo, de aquí la importancia de la imagen corporal, tan lábil, según la cual el cuerpo se expande o se contrae de acuerdo con las necesidades emocionales. Cuerpo y mundo son experiencias en mutua correlación. El cuerpo habrá de proyectarse hacia el mundo, y el mundo habrá de introyectarse en el cuerpo en un continuo intercambio. La imagen corporal no se da por sí sola: hay que desarrollarla y construirla; la libido narcisística se adhiere a las distintas partes de la imagen corporal de tal manera que en las diferentes y sucesivas etapas del desarrollo libidinal, la imagen corporal va cambiando de forma continua.

 

La imagen del cuerpo no es un fenómeno estático desde el punto de vista fisiológico, sino que adquiere, construye y recibe su estructura merced a un continuo contacto con el mundo. No es una estructura sino una estructuración en la cual tienen lugar permanentes cambios, todos los cuales guardan relación con la motilidad y con las acciones del mundo externo. La imagen corporal y el cuadro —percepciones y representaciones— del mundo conducen a cambios vegetativos y de ello se desprende que el cuerpo se halla dominado por la imagen corporal estrechamente ligada al mundo exterior y, dado que el cuerpo marca actitudes hacia el exterior, las diferentes funciones de un órgano específico y la sensación que provoca habrán de modificar las actitud hacia los objetos vinculados con el funcionamiento de ese órgano, como sucede con la sexualidad y la alimentación; de esta manera, toda enfermedad orgánica o lesión del soma altera de inmediato la imagen corporal.

 

Además, algunas partes del cuerpo pueden desvincularse de éste en cierto grado, tal es el caso de la manos y, de forma particular, de los dedos o de la mayoría de las protuberancias. Lo anterior muestra cómo la coherencia de la imagen corporal difiere en sus distintas partes donde la configuración anatómica juega un papel fundamental. Toda protuberancia pertenece menos al cuerpo, ello en correspondencia con la función libidinal, lo que puede traer consigo el temor de perder las partes del cuerpo que guardan una relación menos estrecha con el resto; es el temor de que se dañe la integridad del cuerpo, misma que se basa en las cualidades internas del esquema corporal. También puede existir un temor general en lo concerniente a la integridad total del cuerpo, es decir, el temor al desmembramiento. Hay que agregar entonces que la imagen del cuerpo —al igual que el esquema corporal— depende de los procesos anímicos; cuando se construye una imagen duradera y coherente del cuerpo se hace a partir del estado emocional que se basa en tendencias biológicas: la unidad de la imagen corporal refleja la tendencia vital de la unidad biológica. En respuesta a la necesidad emocional, las partes del cuerpo se proyectan hacia el mundo exterior. La labilidad del esquema corporal, en el aspecto perceptivo, guarda una estrecha correspondencia con los cambios en la imagen corporal por influencia de la emoción y de lo imaginativo.

 

 Es sabido que todo proceso de maduración está vinculado a la experiencia; en el caso de la imagen del cuerpo, se puede suponer que existe un factor de maduración responsable de los contornos del esquema corporal, pero la forma en que se desarrollan dichos contornos y el ritmo de su evolución dependen en gran medida de la experiencia y la actividad y no necesariamente la imagen corporal recorre el mismo camino. Se puede tener un esquema corporal maduro y una imagen corporal inmadura, ya que las tendencias más finas de la imagen del cuerpo habrán de depender más de las experiencias vitales, de la enseñanza y de las actitudes emocionales. Así, hay funciones exclusivamente determinadas por la anatomía y la fisiología, pero aun en estos casos la influencia psíquica y la de la experiencia desempeñan cierto papel, lo que modificará la imagen corporal. A la inversa, en la estructura libidinal de la imagen corporal, la experiencia desempeña un papel preponderante, pero aun así esta experiencia debe vincularse con la anatomía y la fisiología.

 

Es evidente que se poseen mecanismos que alteran la imagen corporal en un nivel orgánico sumamente profundo; pero también puede haber diferencias orgánicas en la coherencia de la estructura del cuerpo, de tal modo que vuelven más simple la disociación psicológica y orgánica de las partes del cuerpo. El mecanismo de expansión y contracción de la imagen corporal responde a un nivel orgánico profundo, pero el mismo mecanismo existe en las estructuras psicológicas.

 

El cuerpo es una construcción que tiene lugar de acuerdo con la situación total de la experiencia del sujeto donde los objetos sólo adquieren su significado dentro del conjunto específico de tales circunstancias, por mucho que haya una fuerte inclinación a pensar que lo único a considerar son las circunstancias del pensamiento. La imagen corporal no es siempre la misma cosa sino que cambia según el “uso” que se haga de ella. El pensamiento lógico de la consciencia lúcida procura construir una imagen corporal en forma tal que se adapte, por lo menos, a la mayoría de las situaciones. El desarrollo de la imagen corporal corre paralela, en cierto modo, al de las percepciones, pensamientos y relaciones objetales. La imagen corporal sin desarrollar presenta, por lo tanto, marcadas características: muestra una mayor tendencia a las transformaciones; las partes aisladas son menos coherentes entre sí, es más fácil expulsarlas e introducir otras partes en su lugar; pero aun esta imagen corporal incompleta e incoherente es utilizada de manera distinta de acuerdo con los diversos aspectos de una situación; es decir, no se vive sin imagen corporal por mucho que ésta se encuentre sumamente deteriorada.

 

La imagen corporal se ve modificada de múltiples maneras. Todo deseo y tendencia libidinal cambia de manera inmediata la estructura de la imagen del cuerpo y adquiere su verdadero significado a partir de este cambio. En toda acción no sólo se actúa como personalidad sino que se hace con todo y el cuerpo; constantemente se vive con el conocimiento —consciente, relativo, parcial, imparcial, inconsciente— del cuerpo. La imagen corporal es una de las experiencias básicas en la vida de todo individuo; es uno de los puntos capitales de la experiencia vital. Cualquier cosa que se realice —puesto que todo se lleva a cabo con el cuerpo—, busca cambiar la relación espacial del esquema corporal o bien desea alterar la imagen del cuerpo mismo. Cuando se observa algo se inician inmediatamente ciertas acciones musculares que acarrean al instante un cambio en la percepción del cuerpo. Todo afán y deseo modifica la sustancia del cuerpo, su gravedad, su masa. También se registran cambios inmediatos en la forma del cuerpo; toda acción lleva la imagen corporal de un lugar a otro y de una forma a otra.

 

Ahora bien, las experiencias ópticas que llevan a la construcción de la propia imagen corporal conducen, al mismo tiempo, a la construcción de las imágenes corporales de los demás. Lo mismo vale para las experiencias táctiles que son procesos perceptivos de gran complejidad. Toda distinción entre procesos perceptivos y emocionales es artificial. Las tendencias libidinales siempre se dirigen hacia la imagen corporal de otro ser y, por tanto, son necesariamente fenómenos sociales; siempre se hallan dirigidas hacia imágenes corporales situadas en el mundo exterior. Existe además un deseo de adquirir conocimiento a través del tacto, empezando por querer conocer la superficie del cuerpo, la piel, el cutis y también hay curiosidad por las partes internas de nuestro cuerpo y del de los demás; aunque esta curiosidad se basa principalmente en la visión, no obedece exclusivamente a tendencias ópticas puesto que las tendencias táctiles también desempeñan un papel de mayor o menor importancia según la situación. Existe, pues, una profunda comunicación entre la propia imagen corporal y la de los demás; en la construcción de la imagen corporal hay siempre un continuo tanteo para descubrir qué puede incorporarse al cuerpo, pero un cuerpo es siempre el cuerpo de una personalidad y toda personalidad tiene sentimientos, emociones, tendencias, motivos y pensamientos.

 



 









Tomado de:

GUZMÁN, Adriana (2016): Revelación del cuerpo. La elocuencia del gesto. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, pp. 82-100.

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