Las revistas culturales como documentos de la historia latinoamericana
Fernanda Beigel
Es bien conocida la proposición de Walter Benjamin de “cepillar la historia a contrapelo”, que viene acompañada de un “procedimiento de compenetración” que le sugiere al historiador materialista una forma de revisar el pasado. Se trata de “revivir una época” y observar, con la suficiente distancia, el patrimonio como producto cultural de sucesivas victorias de unas clases sobre otras. Para Benjamin existen ciertas continuidades en las formas de dominación que han oscurecido la presencia del conflicto de clase y la opresión. Por eso postula que “no hay documento de cultura que no sea, a la vez, documento de barbarie”.
El examen de las reflexiones benjaminianas no constituye, sin embargo, el objetivo de este trabajo. La invocación de las “Tesis sobre el concepto de historia” pretende simplemente sintetizar la motivación de nuestra mirada y tiene por fin “desempolvar” un tipo particular de documento histórico que permite visualizar las principales polaridades del campo cultural. Nos referimos a las revistas, que serán analizadas aquí en tanto puntos de encuentro de trayectorias individuales y proyectos colectivos, entre preocupaciones de orden estético y relativas a la identidad nacional, en fin, articulaciones diversas entre política y cultura que han sido un signo distintivo de la modernización latinoamericana.
Algunas revistas culturales cumplen una función aglutinante dentro del campo intelectual y eso las convierte en referencia obligada de la Historia de las Ideas de un pueblo. Muchas de éstas se institucionalizan y perduran durante décadas. Otras representan grupos que elaboran una línea ideológica tan coherente como radicalizada y tienden a esfumarse en poco tiempo. En el caso de las revistas de vanguardia, tienen la particularidad de que se trata de emprendimientos que estuvieron atados –como el fenómeno vanguardista mismo- a coyunturas históricas complejas, pero bien recortadas. Pertenecen a una especie de bisagra histórica: una etapa signada por distintas formas de revolución que auguran un cambio de época. En su mayoría, las publicaciones cercanas al vanguardismo, de diferentes épocas, son efímeras y desaparecen con el cambio de coyuntura.
Vanguardistas o academicistas, de izquierda o de derecha, las revistas culturales constituyen un documento histórico de peculiar interés para una historia de la cultura, especialmente porque estos textos colectivos fueron un vehículo importante para la formación de instancias culturales que favorecieron la profesionalización de la literatura. La relevancia de estas publicaciones entre las formas discursivas predominantes durante el siglo XX en América Latina, no se condice, sin embargo, con la importancia otorgada a las mismas en los estudios críticos de la literatura latinoamericana. Sólo recientemente, ha comenzado a visualizarse al periodismo como una de las vías más efectivas en la autonomización del campo cultural latinoamericano, especialmente en lo que se refiere a su vertiente literaria.
Arturo Roig fue pionero en señalar la imbricación del diarismo en todos los géneros literarios desarrollados en América Latina desde mediados del siglo XIX. La prensa ocupó un lugar tan importante entre estas formas discursivas que, para Roig, un seguimiento del desplazamiento ocurrido desde el “periodismo de ideas” hacia el “periodismo de empresa” permite señalar, hacia 1870, el comienzo del siglo XX, entendido como siglo cultural. Julio Ramos, por su parte, ha puntualizado que antes de la consolidación y autonomización de los estados nacionales, las letras eran la política. Existía una estrecha relación entre ley, administración del poder y autoridad de las letras. Hacia las dos últimas décadas del siglo XIX, esa relación entre vida pública y literatura se problematizó, a medida que los Estados se consolidaron. Surgió con ello una esfera discursiva específicamente política, ligada a la legitimación estatal, y una esfera autónoma del “saber” relativamente indiferenciado de las letras. Ramos ha examinado detenidamente la relación entre prensa y literatura dentro de esta modernización finisecular, precisado de qué modo contribuyó en la formación de un discurso literario legítimo, dotado de especificidad.
Si bien los semanarios proliferaron en el último tercio del siglo XIX, fue en las primeras décadas del siglo XX cuando las revistas promovieron un nuevo modo de organización de la cultura, ligado a la explosión del editorialismo y el periodismo vanguardista. Estas publicaciones tuvieron un papel protagónico en la consolidación del campo cultural pues se caracterizaron por amalgamar las ideas de grupos heterogéneos, provenientes de experiencias políticas o culturales diversas. En esta inflexión ellas expresaron las más contradictorias tendencias ideológicas. Por ello pueden ser vistas como una fuente histórica significativa y adquieren el carácter de objeto capaz de arrojar luz sobre las particularidades de la construcción de un proyecto colectivo: porque contienen en sus textos los principales conflictos que guiaron el proceso de modernización cultural.
La mayoría de los emprendimientos periodísticos de esta época enfrentaban la necesidad de pronunciarse ante las disyuntivas de la realidad social, definiendo el sector que pretendían representar y los objetivos que marcarían el futuro de la publicación. Si ese programa se desarrollaba y resultaba convocante, las revistas subsistían, tendían a crecer y adaptarse a las nuevas realidades. Si el posicionamiento ideológico del grupo empezaba a quebrar alianzas y a “dividir aguas” entre los redactores o en su periferia, instantáneamente comenzaban a cambiar los nombres de los directores y aparecían subtítulos que otorgaban a determinados redactores el carácter de “fundadores”, “directores responsables”, desplazando a otros, que quedaban en el camino o iniciaban una nueva publicación.
En algunas ocasiones, las discusiones programáticas terminaban por cerrar estos emprendimientos efímeros, que no alcanzaban un mínimo tiempo de existencia, llegando a veces a clausurarse antes del segundo número. La mayor parte de las veces, esas diferencias iban minando el espíritu de cuerpo del grupo de redactores y al poco tiempo desaparecían de la escena cultural. Sin embargo, muchas de las polémicas ideológicas que ocurrían en el seno de esas revistas resultan muy útiles para conocer la dinámica plural del campo intelectual en cada país.
Las revistas cumplieron un papel determinante en la conformación del campo cultural latinoamericano y formaron parte de lo que nosotros denominamos editorialismo programático, que materializó nuevas formas de difusión cultural ligadas a una aspiración de alguna manera revolucionaria. Las publicaciones y los vínculos intelectuales que promovía este tipo de editorialismo militante actuaban muchas veces como terreno exploratorio y en otras oportunidades, como actividad preparatoria de una acción política concertada o para la creación de un partido político. Por lo general, los productos de este editorialismo servían como terreno de la articulación entre política y literatura.
El editorialismo programático, nacido durante la gesta vanguardista estuvo vinculado con aquella suerte de “explosión gutemberguiana” que alcanzó al anarquismo y al socialismo desde fines del siglo XIX. La proliferación de imprentas y editoriales permitió a los sindicatos y partidos producir periódicos, panfletos y revistas que contribuyeron en el plano organizativo para la concientización política de grandes sectores. Tirajes altos y bajos precios definía la fórmula de estas empresas de partido que ocuparon un papel central en la difusión del pensamiento anarquista y socialista en América Latina. En el mismo espíritu, a medida que aparecían nuevas agrupaciones políticas o literarias que complejizaban el escenario cultural, surgían empresas editoriales independientes que pretendían contribuir en la traducción y circulación de obras extranjeras, así como en la difusión de nuevas corrientes de pensamiento social. Aunque en franca oposición ideológica con el “periodismo de empresa”, que venía haciendo de la fórmula de la masividad la única premisa de trabajo, este editorialismo intentaba aprovechar los avances tecnológicos y también estaba preocupado por el número de lectores.
La tarea de publicar revistas se fue haciendo cada vez menos rudimentaria y aparecieron innumerables iniciativas culturales en las principales ciudades de nuestro continente. Publicaciones paradigmáticas, como las argentinas Babel, Martín Fierro, Claridad, La Revista de Filosofía, las peruanas Amauta, La Sierra, Boletín Titikaka, la costarricense Repertorio Americano, o la brasileña Homen de Povo, entre tantas otras, se acompañaron de una maquinaria editorial que sirvió de apoyo a la irradiación de proyectos político-culturales de gran envergadura. La lista de editorialistas latinoamericanos y europeos que estuvieron conectados entre sí en estos años es enorme, pues habría que incluir los que se inscribían en el terreno político-cultural, pero a la vez, los que se ligaban al editorialismo sólo desde la difusión de la experiencia artística, o dirigían revistas partidarias sin incursiones estéticas. Ambos extremos de esta cuerda, sin embargo, estaban atravesados por preocupaciones ideológicas en común, como por ejemplo, el interés por describir la abstracta noción de “nueva sensibilidad”.
Los directores de revistas tuvieron, en esta dinámica, un papel de indiscutible valor. Por lo general constituyeron exponentes de alto calibre en el campo intelectual de cada país y actuaron como catalizadores de nuevos proyectos político-culturales, algunas veces fueron orientadores, otras veces contribuyeron como colaboradores, pero esencialmente fueron agentes de difusión por excelencia. Los directores de revistas fueron, por lo general, editorialistas, dirigentes políticos, ensayistas, conferencistas, ideólogos, libreros, distribuidores, tipógrafos e imprenteros.
Las revistas y en general, el editorialismo programático, muestran de manera privilegiada las distintas inflexiones del proceso de autonomización de lo cultural en nuestro continente. En primer lugar, sus límites difusos y su particular dependencia con otros campos. En segundo lugar, los alcances de los proyectos político-culturales que surgen en determinadas brechas que se producen en el espacio de posibilidades que transita en las relaciones del campo cultural con el campo del poder. Estas condiciones determinan la existencia de “bisagras culturales” que constituyen territorios fértiles para la pregunta por la identidad nacional. Las revistas no agotaron su dinamismo con el fin de la gesta vanguardista de la década del veinte. Por lo general, tendieron a florecer en los períodos de auge de masas y decaer en las épocas dictatoriales, tan recurrentes en América Latina. Hacia los años cincuenta hubo un rebrote del editorialismo programático que acompañó el fervor revolucionario de la Revolución cubana y vio nacer los sueños más radicales de la década siguiente. Las páginas de célebres revistas, como las argentinas La Rosa Blindada (1964-1966), Pasado y Presente (1963-1973), constituyen testimonios ejemplares del proceso de definiciones políticas y teóricas que atravesó nuestro campo cultural en la inflexión de los sesenta. En fin se trata de documentos privilegiados para rastrillar la historia a contrapelo, como propone Walter Benjamin.
Aportes metodológicos para el análisis de textos colectivos.
A la hora de abordar analíticamente estos documentos, nuestra mirada se organiza sobre la base de una confluencia entre la Historia de las Ideas Latinoamericanas y la Sociología de la Cultura. Este cruce nos permite trabajar con un conjunto de textos históricos, y a la vez, “desbordar” los textos, inscribiéndonos en un intento por romper la estéril dicotomía entre las “lecturas externas” y “lecturas internas”. En este sentido, entendemos que no existe una relación concéntrica entre el texto y el contexto. Al decir de Arturo Roig, no se trata de discursos “rodeados” por condiciones sociales, que es necesario encontrar desde fuera de los textos. En realidad, estamos ante un proceso de desarrollo cultural que muestra, en sus productos más significativos, las principales coordenadas que se juegan en el campo, en un período y lugar determinados. Y esto no ocurre porque esas coordenadas se hallan contenidas per se en todo tipo de discurso –con lo que llegaríamos a sostener que la historia se dirime en un juego de lenguaje– sino porque la constelación de elementos que terminan por incidir en la “hechura” de un ensayo literario o sociológico se encuentran presentes en textos significativos, preñados de contexto.
Siempre que trabajamos con períodos históricos, el relevamiento de la realidad está mediado por la documentación que sirve de base al investigador. Por eso, esta mirada metodológica que proponemos –que nos aleja de las dicotomías entre texto/contexto, obra/biografía– pone en tela de juicio el proceso de selección de las fuentes históricas y nos conmina a un examen exhaustivo capaz de fundamentar qué tipo de documento será incorporado en el corpus de una investigación. En el caso que nos ocupa, consideramos que las publicaciones periódicas, en tanto constituyen textos colectivos, nos conectan de modo ejemplar, no sólo con las principales discusiones del campo intelectual de una época, sino también con los modos de legitimación de nuevas prácticas políticas y culturales. En este sentido, la trayectoria de los editorialistas y directores de revista asumieron siempre un carácter significativo, por cuanto cristalizaron –desde el ensayo teórico y en el nivel de la praxis periodística– de las principales categorías histórico-sociales que organizaban el universo discursivo de su época. Además, estos emprendimientos aglutinaron prácticas fragmentarias, que desembocaron en instancias colectivas, y contribuyeron a definir ideológicamente, articular y difundir los programas políticos que se enfrentaron en cada fase del proceso de modernización latinoamericana. El editorialismo programático fue el motor propulsor de estos diversos textos colectivos que aparecieron durante el vanguardismo y posteriormente, en las nuevas inflexiones que se abrieron con la década de los sesenta. En cuanto empresas editoriales lograron difundir, de manera inusitada, manifiestos, diarios, revistas, congresos, que contribuyeron a las ricas discusiones que constituyeron puntos de encuentro entre nuevos proyectos y nuevas prácticas de sujetos sociales nacientes.
Esta área, digamos “sociológica”, que aportan los textos colectivos a la Historia de las Ideas nos permite, como vemos, deslizarnos hacia un principio articulador entre la reflexión teórica y la praxis, en determinados estados del campo cultural. El enfoque supone un cruce disciplinar que nos brinda herramientas para afrontar el desafío de la reconstrucción de esa articulación, a partir de las marcas que la conflictividad social imprime en determinadas trayectorias significativas. Todo lo cual resulta clave para descifrar los momentos productivos de una corriente o fenómeno estético-político. Asu vez, los órganos periodísticos permiten visualizar el conjunto de vertientes que forman parte de un período cultural específico y, sobre esta base, explicar de qué modo cada itinerario repercute en el proceso de conformación/ampliación del campo cultural dado.
Aunque la noción de campo es deudora de los desarrollos sociológicos de Pierre Bourdieu, es necesario destacar algunas dificultades de este modelo teórico, que no escapa a las dicotomías que han sido estigmatizantes para los estudios culturales. Bourdieu construye analíticamente un “campo de la producción cultural” a partir de la noción de habitus y pretende dar cuenta con ello de la “objetividad de lo subjetivo”, delimitando instancias materiales de legitimación y valorización de los productos culturales. Pero mantiene, sin embargo, la separación obra-mundo social, en tanto estos procedimientos de legitimación aparecen como exteriores al proceso de construcción de la obra, con un poder estructurante que no deja resquicio a una dialéctica con la praxis social del autor en esas mismas instancias.
La noción de trayectoria, que Bourdieu propone para superar los enfoques “biográficos” es en cambio mucho más flexible, por cuanto propone el seguimiento y la descripción de una serie de posiciones ocupadas sucesivamente por un agente en distintos estados del campo cultural. De hecho, la asumimos aquí, siempre en relación con la idea de campo social como “espacio de posibilidades”, que tiende a orientar las búsquedas de los sujetos de un determinado sector de la sociedad, así como aporta el universo de problemas, referencias y conceptos. Es decir, un campo cultural que funciona como marco, que se organiza sobre la base de un conjunto de reglas e instancias de legitimación sin las cuales es imposible explicar la aparición de una obra o un autor. Sin embargo, no reducimos los trayectos de algunos portavoces importantes del campo cultural a la función de “expresión de la orientación ideológica” de los tiempos de un conjunto social. Ni tampoco consideramos a estos portavoces como capaces de subvertir, individualmente, un campo cultural. Las trayectorias de los editorialistas muestran, de manera privilegiada, como diría Lucien Goldmann, que una obra es siempre un punto de encuentro tanto de la vida de un grupo como de la vida individual.
A estas alturas, podríamos preguntarnos por qué las revistas. Es decir, por qué las hemos seleccionado como unidades de análisis para este encuentro teórico y metodológico entre Historia de las Ideas y Sociología de la Cultura. Y la respuesta no está sólo en el hecho de que constituyen textos colectivos por excelencia. El periodismo, aunque asume algunos rasgos específicos con la prensa especializada del siglo XX, fue –desde el siglo anterior– una de las vías más efectivas en la autonomización del campo cultural latinoamericano, especialmente en lo que se refiere a su vertiente literaria. Desde este punto de vista las revistas adquieren un carácter de objeto de análisis capaz de arrojar luz sobre las particularidades de la construcción de un proyecto colectivo: porque contienen en su seno los principales referentes sociales que participan del proceso de definición programática.
En la última década, las revistas han sido objeto de nuevos abordajes que no sólo han intentado rescatarlas del olvido, sino que han procurado delimitar sus ventajas como formas de documentación de distintos estados del campo político o cultural. En razón de que en su mayor parte resultan “efímeras”, pocas veces han servido como testimonio de procesos sociales de largo alcance. Más bien han resultado de gran valor a la hora de explicar momentos de crisis o coyunturas relevantes. John King, retomando las recomendaciones de Raymond Williams, plantea que es necesario establecer dos cuestiones a la hora de analizar una revista literaria: la organización interna del grupo particular y sus relaciones proyectadas/reales con otros grupos en la misma esfera cultural y con la sociedad en general, atendiendo a los acontecimientos históricos que forjaron su curso. Sostiene que esta aproximación se realiza ubicando la revista dentro del desarrollo de las letras nacionales en las que está inscripta, explicando cómo elaboró y en qué sentido alteró esas tendencias durante su publicación regular.
Nosotros hemos trabajado la revista Amauta, y el conjunto de publicaciones periódicas dirigidas por José Carlos Mariátegui, en relación con el resto de los grupos del campo cultural y hemos podido interpretar su desarrollo en función de la vinculación de esta esfera con el desarrollo histórico peruano y latinoamericano. Pero esta recomendación resulta insuficiente, toda vez que la aproximación a un texto colectivo requiere, como primera medida, explicitar un conjunto de premisas que nos permitirán trabajar con este tipo de textos a partir de su especificidad. Es indispensable, para nosotros, inscribir las revistas que nos proponemos analizar en la historia de este tipo de texto colectivo, para comprender la modalidad que adopta en un período determinado, sus particularidades y el peso que tiene en la conformación/ampliación/innovación del campo cultural o literario. En nuestro caso, proponemos trabajar con revistas culturales que no pueden catalogarse exclusivamente como revistas literarias, sino que se precipitan hacia un terreno más amplio. Los textos colectivos que son tomados aquí como unidades de análisis se desenvolvieron en un territorio estético-político y fueron estimuladas por el auge del editorialismo.
Uno de los principales obstáculos a la hora de encarar el estudio de una revista cultural reside en la heterogeneidad de sus colaboraciones, especialmente cuando no existe una línea editorial fuerte. Sin embargo, es necesario dejar a un lado el prejuicio que tiende a atribuir a las revistas vanguardistas un carácter ecléctico. En las revistas que nosotros hemos analizado existe siempre una selección de colaboraciones, que permite determinar un hilo conductor no sólo temático, sino también ideológico, por cuanto las revistas vanguardistas se caracterizan por una preocupación constante por lo social. El criterio de inclusión/exclusión puede ser descifrado si atendemos al proyecto que inspira la publicación y a los sujetos que se pretende convocar o convencer. Tras las hojas de vanguardia existe un proyecto y una praxis colectiva, que pueden desentrañarse a condición de trabajar, al menos, en una doble dirección. Por una parte, a través de un seguimiento diacrónico del texto colectivo, que permita inscribir sus principales momentos en conexión con la conflictividad social, política y cultural que atraviesa el emprendimiento. Para ello, resulta indispensable una reconstrucción del universo discursivo de la época, como hemos señalado, no sólo poniendo atención especial a los portavoces del campo cultural –que ingresan como columnistas o como discursos referidos por los colaboradores de la revista– sino también a través del seguimiento del proceso de definiciones ideológicas que ésta contribuye a efectuar. En este sentido, la categoría de proyecto adquiere una singular importancia, puesto que implica concebir a las revistas como una construcción –por lo general incompleta– que surge de la dinámica entre este tipo de praxis y el conjunto de sujetos que actúan en la esfera cultural.
Una segunda dirección implica una atención mayor a los momentos de inflexión del recorrido de la publicación. Para desentrañar un hilo conductor es necesario seleccionar y abordar de manera específica los textos programáticos que van construyendo los ejes del proyecto, nos referimos a los artículos-editoriales, manifiestos o secciones que expresan las actividades y posiciones polémicas de todo el grupo. En el caso de las revistas de vanguardia, el seguimiento de la trayectoria del director del emprendimiento se vuelve fundamental, en tanto encarna el proyecto y por lo general ocupa un lugar social importante, como portavoz del grupo y agente cultural. La selección y clasificación de los textos se encuentra ligada indisolublemente a la praxis del grupo cultural que edita la revista. Por esta razón debe procurar distinguir según su grado de representatividad dentro del núcleo de redactores y en el campo intelectual. No será lo mismo un artículo de un colaborador ocasional, expresión del espíritu amplio de la revista, que una “editorial de presentación”, un artículo firmado por el director o en nombre del grupo.
En suma, este tipo de análisis permite detectar los silencios y las sombras que se advierten en los principales conflictos que rodean la relación entre una revista y los sujetos sociales que la atraviesan, en el discurso de la publicación o en las actividades del grupo, que ésta permite disecar. Aunque los límites de este trabajo no nos permiten extendernos, es importante mencionar que el abordaje de las revistas desde esta perspectiva ha sido el resultado de la revisión y redefinición, por nuestra parte, de categorías tan centrales a los estudios culturales como “vanguardia” y “autonomía”. También hemos reflexionado acerca de los dilemas acerca de la “originalidad” de nuestros ismos. Conviene, finalmente, dejar sentado que el vanguardismo latinoamericano se caracterizó, justamente, por extender sus brazos a una comunicación estrecha con la vida, antes que por erigirse en “torre de marfil”. Y este rasgo no es circunstancial a la hora de definir a las revistas como pivotes del análisis de nuestra historia cultural.
BEIGEL, Fernanda (2003): "Las revistas culturales como documentos de la historia latinoamericana" En: Revista Utopía y praxis latinoamericana, Vol. 8 n°20, enero-marzo de 2003, Universidad de Zulia, Maracaibo, Venezuela, pp. 105-115.
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