El
narcisismo y el doble
Otto
Rank
Que
el significado de muerte del doble tiende a ser reemplazado por el significado
de amor, puede verse en tradiciones manifiestamente tardías, secundarias y
aisladas. Según estas tradiciones, las muchachas son capaces de ver a sus
enamorados en el espejo, en las mismas condiciones en que también se les revela
la muerte o el infortunio. Y en la concepción de que esto no rige para las
jóvenes vanas, podemos reconocer una referencia al narcisismo, que se interpone
en la elección del objeto de amor. De la misma manera, en la leyenda de Narciso hay una versión tardía, pero válida en términos psicológicos, que informa que
el hermoso joven pensó que veía a su amada hermana melliza (su novia) en el
agua. Además de este enamoramiento claramente narcisista, el significado de
muerte también tiene tanta validez, que la estrecha vinculación y profunda
relación de ambos complejos queda despojada de toda duda.
Por
su naturaleza, el significado de Narciso no es ajeno al motivo del doble, que
exhibe significados del espíritu y de muerte en el material folklórico. Esta
observación surge, no sólo de las tradiciones mitológicas citadas, de creación
por autorreflejo, sino, ante todo, por los tratamientos literarios que hacen
que el tema de Narciso aparezca en primer plano, junto con el problema de la
muerte, ya sea de modo directo o en deformación patológica.
Al
lado del temor y el odio al doble, el enamoramiento narcisista de la propia
imagen y el yo aparece en forma muy notable en el Dorian Gray, de Oscar
Wilde. “El sentimiento de su
propia belleza surgió en él como una revelación” ante la primera visión de
su retrato, cuando “se
hallaba contemplando la sombra de su propio encanto”. Al mismo tiempo, se apodera
de él el temor de envejecer y llegar a ser distinto, un temor de muy estrecha
vinculación con la idea de la muerte: “Cuando descubra que envejezco, me mataré”. Dorian, a quien se
caracteriza de manera directa como Narciso, ama a su propia imagen, y por lo
tanto su propio cuerpo. Unido a esta actitud narcisista está su imponente
egoísmo, su incapacidad para el amor y su vida sexual anormal. Las amistades
íntimas con hombres jóvenes, que Hallward le reprocha, son intentos de realizar
el enamoramiento erótico con su propia imagen juvenil. De las mujeres sólo es
capaz de obtener los más toscos placeres sensuales, sin lograr jamás una
relación espiritual. Esta capacidad defectuosa para el amor la comparte Dorian
con casi todos los héroes-dobles. Él mismo dice, en una cita importante, que
esta deficiencia surge de su fijación narcisista en su propio yo. “Ojalá pudiera amar
—exclamó Dorian Gray, con una profunda nota de patetismo en la voz—. Pero
parece que hubiese perdido la pasión, y olvidado el deseo. Me encuentro muy
concentrado en mí mismo. Mi propia personalidad se me ha convertido en una
carga. Quiero escapar, irme, olvidar". En forma defensiva de particular
claridad, El estudiante de Praga muestra que el yo temido es un
obstáculo para °@@@@@@@°el amor por una mujer; y en la novela de Wilde resulta claro que
el temor y el odio respecto del yo doble tienen estrecha relación con el amor
narcisista por él, y con la resistencia de ese amor. Cuanto más desprecia
Dorian a su imagen, que se vuelve vieja y fea, más intenso resulta su amor por
sí mismo: “La agudeza del contraste
solía acentuar su sensación de placer. Se enamoró cada vez más de su propia
belleza”.
Esta actitud erótica hacia el propio yo
sólo es posible porque, junto con ella, pueden descargarse los sentimientos
defensivos por la vía del odiado y temido doble. Narciso es ambivalente hacia
su yo, porque hay en él algo que parece resistirse al exclusivo amor hacia sí
mismo. La forma de defensa contra el narcisismo encuentra su expresión, ante
todo de dos maneras: en el miedo y la repugnancia ante la propia imagen, como
se ve en Dorian y en casi todos los personajes de Jean Paul; o, como en la
mayoría de los casos, en la pérdida de la imagen de la sombra o la imagen del
espejo. Pero esta pérdida no es en modo alguno tal pérdida, como lo muestran
las persecuciones. Por el contrario, es un fortalecimiento, un volverse independiente
y superiormente fuerte, que a su vez muestra nada más que el interés,
sobremanera enérgico, por el propio yo. De tal modo, la contradicción aparente
—la pérdida de la imagen de la sombra o de la imagen del espejo representada
como persecución— se entiende como una representación de lo contrario, la
repetición de lo reprimido en lo que reprime.
El mismo mecanismo lo muestra el desenlace
de la locura, que casi siempre lleva al suicidio, y que con tanta frecuencia se
vincula con la persecución por el doble, el yo. Inclusive cuando la descripción
no se encuentra a la altura de la insuperable exactitud clínica de Dostoievski,
resulta claro que se trata de ideas paranoicas de persecución e influencia, de las
cuales el protagonista es víctima a consecuencia de su doble. Desde que Freud
ofreció el esclarecimiento psicoanalítico de la paranoia, sabemos que esta
enfermedad tiene como base “una fijación en el narcisismo”, a la cual corresponde la
megalomanía típica, la sobrestimación sexual de uno mismo. La etapa de
desarrollo de la cual los paranoicos regresan a su narcisismo primitivo es la
homosexualidad sublimada, contra cuyo estallido indisimulado se defienden con
el mecanismo característico de la proyección. Sobre la base de esta
comprensión, se puede mostrar con facilidad que la persecución de la persona
enferma nace casi siempre de las personas amadas al comienzo (o de sus
reemplazantes).
Las representaciones literarias del motivo
del doble, que describen el complejo de persecución, confirman, no sólo el
concepto de Freud sobre la disposición narcisista a la paranoia, sino que
además, en una intuición muy pocas veces lograda por los mentalmente enfermos,
reducen el principal perseguidor al propio yo, a la persona que antes se amó
más que a ninguna, y entonces dirigen su defensa contra ella. Esta concepción no
contradice la etiología homosexual de la paranoia. Sabemos, como ya se
mencionó, que el objeto de amor homosexual se elige al comienzo con una actitud
narcisista hacia la imagen propia.
Con la persecución paranoica se vincula
otro tema que debemos destacar. Sabemos que la persona del perseguidor representa
muchas veces al padre o a un sustituto (hermano, maestro, etc.), y también
encontramos en nuestro material que el doble se identifica a menudo con el
hermano. Esto está muy claro en Musset, pero también aparece en Hoffmann (Los
elixires del diablo, Los dobles), Poe, Dostoievski y otros. En su mayor
parte, la aparición es un mellizo, y nos recuerda la leyenda del Narciso
femenino, pues Narciso cree que ve en su imagen a su hermana, quien se le
parece desde todo punto de vista. El hecho de que los escritores que
prefirieron el tema del doble también tuvieron que luchar contra el complejo
del hermano de sexo masculino, se sigue del nada infrecuente tratamiento de la
rivalidad fraterna en sus otras obras. Así, por ejemplo, Jean Paul, en la
famosa novela Los mellizos, trató el tema de los hermanos gemelos que
compiten entre sí, como lo hizo Maupassant en Pedro y Juan, y en la
novela inconclusa Ángelus, y Dostoievski en Los hermanos Karamazov,
etcétera.
En verdad, y considerado desde afuera, el
doble es el rival de su prototipo en todas y cada una de las cosas, pero ante
todo en el amor por la mujer, rasgo que puede deberse en parte a la
identificación con el hermano. Un autor se expresa en otro sentido acerca de
esta relación: “El hermano menor está acostumbrado,
aun en la vida corriente, a ser un tanto parecido al mayor, por lo menos en su
aspecto exterior. Por decirlo así, es un reflejo de su yo fraternal que ha
cobrado vida: y en ese sentido, es también un rival en todo lo que el hermano
siente, ve y piensa”. La relación que esta identificación puede
tener con la actitud narcisista se muestra por otra afirmación del mismo autor:
“La vinculación del hermano
mayor con el menor es análoga a la del masturbador consigo mismo”.
Con esta actitud fraternal de rivalidad
hacia el odiado competidor en el amor por la madre, el deseo de muerte y el
impulso al asesinato del doble se vuelven razonablemente comprensibles, aunque
el significado del hermano en este caso no agote nuestra comprensión. El tema
de los hermanos no es con exactitud la raíz de la creencia en el doble, sino
más bien una interpretació del significado sin
duda puramente subjetivo, del doble. Este significado no lo explica lo
suficiente la afirmación psicológica de que “el conflicto mental crea
al doble”, que corresponde a una
proyección del tumulto interior, y cuya formación provoca una liberación
interna, una descarga, inclusive aunque sea al precio del “temor al encuentro”. De tal modo, “el miedo modela, con el
complejo del yo, el aterrador fantasma del doble”, que “satisface los deseos
secretos, siempre reprimidos, de su alma”. Sólo después de determinar este significado
formal del doble surge el verdadero problema, pues apuntamos a una comprensión
de la situación y de la actitud psicológicas que, juntas, crean esa división y
proyección internas.
El síntoma más destacado de las formas que
adopta el doble es una poderosa conciencia
de culpa que obliga al protagonista a no aceptar ya la responsabilidad de
ciertas acciones de su yo, sino a descargarlas sobre otro yo, un doble, que es
personificado, o bien por el propio diablo o creado por la firma de
un pacto diabólico. Esta personificación diferenciada de los instintos y deseos
que alguna vez se sintieron como inaceptables, pero que pueden satisfacerse sin
responsabilidades de esa manera directa, aparece en otras formas del tema, como
un admonitor benéfico, a quien se denomina en forma directa “conciencia” de la persona (por
ejemplo Dorian Gray, etc.). Como lo demostró Freud, esta conciencia de la culpa,
que tiene varias fuentes, mide, por un lado, la distancia entre el ideal del yo
y la realidad lograda; por el otro, es alimentado por un poderoso temor a la
muerte y crea fuertes tendencias al autocastigo, que también implican el suicidio.
Después de subrayar la importancia
narcisista del doble en su significado positivo, así como en sus diversas
formas defensivas, aún nos queda por entender algo más acerca del significado
de la muerte en nuestro material, y demostrar su relación con la significación
ya obtenida. Lo que revelan las representaciones folklóricas, y varias de las
literarias, y ello en modo directo, es una tremenda tanatofobia que se refiere a los síntomas defensivos hasta ahora
analizados en la medida en que, en ellos, el temor (a la imagen, a su pérdida o
a la persecución) constituía la característica más destacada. Un motivo que
revela cierta relación entre el temor a la muerte y la actitud narcisista es el
deseo de ser joven para siempre. Por un lado, este deseo representa la fijación
libidinosa del individuo en una etapa definida de desarrollo del yo; y por la
otra, expresa el temor a envejecer.
Así,
el Dorian de Wilde dice: “Cuando vea que envejezco, me mataré”. Aquí nos encontramos con
el importante tema del suicidio, punto en el cual toda una serie de personajes llegan
a su fin mientras son perseguidos por sus dobles. Acerca de este motivo, en
apariencia en tal contradicción con el confeso miedo a la muerte, puede
mostrarse, precisamente por su aplicación especial en este sentido, que tiene
estrecha pertenencia, no sólo con el tema de la tanatofobia, sino también con
el narcisismo. Porque esos personajes y sus creadores —en la medida en que
intentaron suicidarse o lo hicieron (Raimund, Maupassant)— no temían la muerte;
antes bien, les resulta, insoportable, la expectativa del inevitable destino
de la muerte. Como lo expresa Dorian Gray: “No tengo terror a la Muerte.
Sólo me aterroriza la llegada de la Muerte”. El pensamiento
normalmente inconsciente de la inminente destrucción del yo —el ejemplo más
general de la represión de una certidumbre insoportable— atormenta a estos
infortunados con la idea consciente de su eterna, eterna incapacidad de
regresar, idea de la cual sólo es posible obtener una liberación con la muerte.
Así tenemos la extraña paradoja del suicida que busca la muerte en forma
voluntaria, para liberarse de la intolerable tanatofobia.
Podría objetarse que el temor a la muerte
no es más que la expresión de un instinto fuerte de autoconservación,
que insiste en ser satisfecho. Por cierto que el miedo a la muerte, demasiado
justificado, visto como uno de los males fundamentales de la humanidad, tiene
su raíz principal en el instinto de autoconservación, cuya mayor amenaza es la muerte.
Pero esta motivación es insuficiente para la tanatofobia patológica, que en
ocasiones lleva de modo directo al suicidio. En esta constelación neurótica —en
la cual el material que debe reprimirse y contra el cual se defiende el
individuo es definitiva y prácticamente realizado—, se trata de un complicado
conflicto en el que, junto con los instintos del yo que sirven a la autoprotección,
también funcionan las tendencias libidinosas, apenas racionalizadas en las
ideas conscientes del temor. Su participación inconsciente explica por entero
el temor patológico que surge en este caso, detrás del cual debemos suponer una
porción de libido reprimida. Esto, junto con otros factores ya conocidos, creemos
haberlo encontrado en la parte del narcisismo que se siente amenazado con tanta
intensidad por la idea de la muerte, como ocurre en el caso de los puros
instintos del yo, y que por consiguiente reacciona con el temor patológico a la
muerte y sus consecuencias finales.
Como prueba de que los puros intereses del
yo, de autoconservación, no pueden explicar de manera satisfactoria el temor
patológico a la muerte, y menos aún a otros observadores, citamos el testimonio
de un investigador carente por completo de prejuicios en el terreno
psicológico. Spiess, de cuya obra hemos tomado mucha documentación, expresa la
concepción de que “el
horror del hombre a la muerte no es el simple resultado del amor natural a la vida”. Lo explica con las
siguientes palabras: Pero esa no es una dependencia respecto de la existencia
terrenal, pues a menudo el hombre la odia. No, es el amor por la personalidad
que le es peculiar, que se encuentra en su posesión consciente, el amor por su
yo, por el yo central de su individualidad, que lo apega a la vida. Este amor
a sí mismo es un elemento inseparable de su ser. En él se funda y arraiga
el instinto de autoconservación, y de él nace la profunda y poderosa ansia de
escapar a la muerte o a la inmersión en la nada, y la esperanza de volver a
despertar a una nueva vida y a una nueva era de desarrollo continuado. La idea de perderse
resulta insoportable para el hombre, ese pensamiento hace que la muerta le
parezca terrible.
Esta relación es evidente en toda su
deseable claridad —en verdad, absoluta plasticidad—, en los materiales
literarios, aunque la autoafirmación y la autoexageración narcisista predominan
en ellos por lo general. El frecuente asesinato del doble, por medio del cual
el protagonista trata de protegerse en forma permanente de las persecuciones de
su yo, es en verdad un acto suicida. Es, por cierto, una forma indolora de
matar a un yo distinto: una ilusión inconsciente de la división del yo malo,
culpable, separación que, además, parece ser la condición previa de cada
suicidio. La persona suicida es incapaz de eliminar, por autodestrucción
directa, el temor a la muerte que nace de la amenaza a su narcisismo. Por
cierto que elige la única salida posible, el suicidio, pero es incapaz de
realizarlo de otra manera que no sea por el camino del fantasma de un doble
temido y odiado, porque ama y estima demasiado a su yo para inferirle dolor o
para trasformar la idea de su destrucción en el hecho mismo. En este significado
subjetivo, el doble resulta ser una expresión funcional del hecho psicológico
de que un individuo con una actitud de este tipo no puede liberarse de cierta
fase de su desarrollo del yo amado en forma narcisista. Lo encuentra siempre y
en todas partes, y le impone sus acciones con una dirección definida. Aquí, la
interpretación alegórica del doble como parte del pasado indesarraigable
obtiene su significado psicológico. Resulta claro lo que apega a la persona a
su pasado, y se hace evidente por qué ello adopta la forma del doble.
Por último, la importancia del doble como
encarnación del alma —idea representada en la creencia primitiva y que
sobrevive en nuestra superstición — tiene estrecha pertinencia con los factores
antes analizados. Parece que el desarrollo de la creencia primitiva en el alma es
en gran medida análoga a las circunstancias psicológicas aquí demostradas por
el interés patológico, observación que parecería confirmar una vez más la “coincidencia en la psicología
de los aborígenes y los neuróticos”. Esta circunstancia también explicaría
por qué las condiciones primitivas se repiten en las representaciones míticas y
artísticas posteriores del tema, en especial, con acento particular en los
factores libidinosos que no surgen con tanta claridad en la historia primitiva,
pero que sin embargo nos permitieron extraer una conclusión acerca de los
fenómenos primarios, menos trasparentes.
Al señalar la concepción animista del
mundo, basada en el poder de los pensamientos, Freud justificó que pensáramos
en el hombre primitivo, así como en el niño, como exquisitamente narcisistas. Además, las teorías narcisistas
sobre la creación del mundo que cita, al igual que los posteriores sistemas
filosóficos basados en el yo (por ejemplo Fichte), indican que el hombre es
capaz de percibir la realidad que lo rodea, principalmente como un reflejo, o
como una parte de su yo. De la misma manera, Freud señaló que la
muerte, ananké, el implacable, se opone al narcisismo primitivo del
hombre y lo obliga a entregar a los espíritus una parte de su omnipotencia.
Pero a este hecho de la muerte, que se impone al hombre y que él constantemente
trata de negar, están unidos los primeros conceptos del alma, que pueden
encontrarse en los pueblos primitivos, tanto como en los de culturas avanzadas.
Entre los primeros y más primitivos
conceptos sobre el alma se cuenta el de la sombra, que aparece como imagen fiel
del cuerpo, pero de sustancia más ligera. Es cierto que Wundt afirma que la
sombra presentó un motivo original para el concepto del alma. Cree que la sombra-alma, el alter ego,
como cosa distinta del cuerpo, “hasta donde podemos saberlo tiene su fuente
única en los sueños y las visiones”. Pero otros investigadores —por ejemplo
Tylor— mostraron, con abundancia de materiales, que entre los pueblos primitivos
predominan las designaciones de imágenes o sombras; y Heinzelmann, quien
encuentra respaldo en las investigaciones más recientes, se opone a Wundt en
este punto, y muestra, con una plétora de ejemplos, “que también aquí se trata
de puntos de vista muy constantes y que se repiten con amplitud”. Tal como Spencer afirma con
justicia, en el caso del niño, el hombre primitivo considera su sombra como
algo real, como un ser apegado a él, y confirma su concepción de ella como un
alma gracias al hecho de que la persona muerta (yacente) ya no proyecta una
sombra. De la experiencia del sueño, el hombre puede haber extraído pruebas
para su creencia de que el yo viable podría existir inclusive después de la
muerte; pero sólo su sombra y su imagen reflejada lo han convencido de que
tiene un doble misterioso, inclusive en vida.
Diversos tabús, precauciones y evasiones
que el hombre primitivo utiliza respecto de su sombra muestran asimismo muy
bien su estima narcisista por su yo, y su tremendo miedo a que éste corra
peligro. El narcisismo primitivo se siente amenazado ante todo por la
ineludible destrucción del yo. Pruebas muy claras de la verdad de esta
observación las da la elección, como el concepto más primitivo del alma, de una
imagen tan parecida como sea posible al yo físico, y por lo tanto, de un
verdadero doble. En consecuencia, la idea de la muerte se niega por una
duplicación del yo incorporado a la sombra o a la imagen reflejada.
Ya vimos que entre los primitivos las
designaciones de sombra, imagen reflejada y otros conceptos similares sirven
también para la noción de “alma”, y que el concepto más primitivo de alma
de los griegos, egipcios y otros pueblos de cultura destacada coincide con el
doble, que es en esencia idéntico al cuerpo. Además, el concepto del alma como
imagen reflejada supone que se parece a una copia exacta del cuerpo. En verdad,
Negelein habla directamente de un “monismo primitivo de alma y cuerpo”, con lo cual quiere decir
que la idea del alma coincidía al comienzo, y por completo, con la de un segundo
cuerpo. Como prueba, cita el hecho de que los egipcios hacían imágenes de los
muertos para protegerlos de la destrucción eterna. Por lo tanto, ese es el
origen material que tiene la idea del alma. Más tarde se convirtió en un
concepto inmaterial, con la creciente experiencia de la realidad por parte del
hombre, que no quiere admitir que la muerte es la aniquilación eterna.
Por cierto que al principio el problema de
una creencia en la inmortalidad no era tema de preocupación; pero el total
desconocimiento de la idea de la muerte surge del narcisismo primitivo, como se
evidencia inclusive en el niño. Para el primitivo, como para el niño, resulta
evidente por sí mismo que seguirá viviendo, y la muerte se concibe como un suceso
artificial, producido en forma mágica. Sólo con el reconocimiento de la idea de
la muerte, y del temor a la muerte, consecuencia del narcisismo amenazado, aparece
el deseo de inmortalidad como tal. Este deseo lo establece en verdad la
primitiva creencia ingenua en una existencia continua y eterna, en adaptación
parcial a la experiencia de la muerte obtenida entre tanto. De este modo, pues,
la creencia primitiva en las almas es, en su origen, nada más que un tipo de
creencia en la inmortalidad, que niega con energía el poder de la muerte; y aun
en la actualidad el contenido esencial de la creencia en el alma —tal como
subsiste en la religión, la superstición y los cultos modernos — no ha llegado
a ser otra cosa, ni mucho más que eso.
El pensamiento de la muerte resulta
soportable cuando uno se asegura una segunda vida después de ésta, como doble.
Como en la amenaza al narcisismo por el amor sexual, así también, en la amenaza
de la muerte, la idea de la muerte (en sus orígenes desviada por el doble) se
repite en esta figura que, según la superstición general, anuncia la muerte, o
cuyo daño perjudica al individuo. Así, pues, vemos el narcisismo primitivo
cómo aquello en lo cual los intereses libidinosos y los que sirven a la
autoconservación se concentran en el yo con la misma intensidad, y que del
mismo modo protegen contra una serie de amenazas, por reacciones dirigidas
contra la aniquilación total del yo, o bien hacia su daño y lesión. Estas
reacciones no son el simple resultado del temor real que, como dice Visscher,
puede denominarse forma defensiva de un instinto de autoconservación demasiado
fuerte. También nacen del hecho de que el primitivo, junto con el neurótico,
exhibe ese miedo “normal”, aumentado en un grado
patológico, que “no puede explicarse con
las experiencias concretas de terror”. Hemos derivado la componente libidinosa,
que representa un papel, de la amenaza al narcisismo, experimentada con igual
intensidad, que se resiste a la absoluta inmolación del yo, del mismo modo que
resiste su disolución en el amor sexual. El hecho de que el narcisismo
primitivo es el que en verdad se resiste a la amenaza lo muestran con suma
claridad las reacciones en que vemos que el narcisismo amenazado se reafirma
con acentuada intensidad: ya sea en la forma del autoenamoramiento patológico,
como en la leyenda griega, o en Oscar Wilde, el representante del esteta
moderno; o en la forma defensiva del miedo patológico al yo propio, que a veces
conduce a la insania paranoica y que aparece personificado en la sombra perseguidora,
en la imagen del espejo o en el doble. Por otro lado, en el mismo fenómeno de
defensa también se repite la amenaza contra la cual el individuo quiere
protegerse y afirmarse. Y así sucede que el doble, que encarna al amor
narcisista hacia sí mismo, se convierte en un rival inequívoco en el amor
sexual: o bien, creado en sus: orígenes como un deseo de defensa contra una
temible destrucción eterna, reaparece en la superstición como el mensajero de
la muerte.
Tomado de:
RANK, Otto [1925 (1976)]: El Doble. Un estudio psicoanalítico. Bs. As. Orión, pp. 82-93.
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