Gutenberg
Gutenberg inició sus experimentos con la imprenta en
Estrasburgo, donde vivió en el exilio desde principios de la década de 1430
hasta 1444. Aunque su impresión de la Biblia estaba terminada con toda
seguridad en el otoño de 1455, sospechamos
que a partir de 1448 (año en que Gutenberg regresó a Mainz y obtuvo un
préstamo, seguido de otro en 1452) estaba ya ocupado en culminar su invento.
Tal vez en 1452 imprimiera una serie de indulgencias: en mayo de ese año
Nicolás de Cusa, representante papal, solicitó al abad de San Jacobo de Mainz
que tuviese preparadas dos mil indulgencias a finales de ese mes, un encargo bastante difícil de cumplir si había que
escribirlas a mano, y además se han conservado dos de estas indulgencias
impresas por Gutenberg. También existen fragmentos de otros proyectos
tempranos: un libro sobre las profecías de las sibilas acerca del sino de un
anónimo sacro emperador romano, una gramática de Donato de veintiocho páginas
—un manual clásico de latín— y un calendario y panfleto contra los turcos, que habían
invadido Constantinopla en 1453 acabando con el Imperio bizantino.
La Biblia de Gutenberg ha sido reconocida como una
obra maestra. Sigue siendo uno de los libros más bellos jamás impresos. Esta
historia nos sirve también como advertencia de que otros pasos decisivos
podrían pasar bastante inadvertidos. Cada tomo de la Biblia de Gutenberg mide 405 x 295 mm.
Aunque algunas secciones producidas en la fase más temprana del proceso de
impresión tienen cuarenta líneas por página, pronto se fija su número en
cuarenta y dos, dispuestas en dos columnas. Se dejan huecos para añadir
encabezamientos y capitulares a mano; se han conservado algunos ejemplares de
una guía de ocho páginas para esta tarea, asimismo impresa por Gutenberg.
Las letras del texto son grandes, «como las que ahora
se usan para imprimir misales», escribió Ulrich Zell en 1499.
Un misal era un libro que se usaba en el altar; se leía a cierta distancia, de
pie. Cada columna está justificada a la izquierda y a la derecha, algo que
intentaban hacer los copistas pero que era mucho más fácil al imprimir, ya que
se podía componer cada línea de caracteres y espaciarla a posteriori,
cosa imposible para un copista, que tiene que hacerlo a ojo sobre la marcha, a
la primera. El número de innovaciones distintas que tuvo que afrontar Gutenberg
para llegar a este resultado es considerable. Tuvo que encontrar una manera de
fundir una enorme cantidad de letras armoniosamente proporcionadas; halló un
modo de componerlas, separando las líneas con una «regleta», y de sujetarlas
(usando «fornituras» de madera y tornillos) para imprimir; experimentó con la tinta y el papel para
conseguir la combinación adecuada: la tinta tenía que ser inusualmente pegajosa
y el papel, según descubrió, era mejor cuando estaba un poco humedecido. Luego
hubo que construir una prensa que diera cabida a la forma de tipos y
al «carro» que metía y sacaba la forma y el papel debajo de la prensa, y
determinar la manera más eficaz de hacerla funcionar y de manejar el gran
número de hojas resultantes, que luego había que pegar para formar el libro. Al
parecer hubo nuevos descubrimientos en cada etapa. Mientras estaba trabajando
en la Biblia, parece ser que Gutenberg empezó con un salterio que hizo avanzar
mucho la tecnología: capitulares coloreadas impresas en rojo y azul, mayúsculas
decoradas con filigrana y dos nuevas familias de fuente De la caligrafía a la
imprenta: nuevos descubrimientos relacionados con el invento de Gutenberg Pero
en 2001 Paul Needham, bibliotecario de la Scheide Library (Universidad de Princeton),
junto con Blaise Agüera y Arcas, científico informático y licenciado en Física de
la misma universidad, dieron a conocer el resultado de un estudio de los
primeros tipos de Gutenberg. El estudio había comenzado siendo un
ejercicio de recopilación bibliográfica de los primeros libros impresos.
Identificando determinados tipos por sus marcas singulares (consecuencia de
daños sufridos al componer y deshacer los bloques de tipos), los investigadores
esperaban conocer mejor los primeros procedimientos de impresión. Agüera y
Arcas desarrolló un programa que les permitiría comparar entre sí todos los
ejemplos de una determinada letra; filtraba además irregularidades producidas por
la tinta al extenderse o correrse o por aplicar demasiada o muy poca. Pero
cuando tuvieron los resultados del análisis, casi no se lo podían creer. En vez
de unas imágenes agrupadas de acuerdo con el número de punzones usados, cada
ejemplo de un tipo en una página parecía ser una letra fundida por separado;
unos investigadores japoneses han obtenido posteriormente el mismo resultado.
Pero, en palabras de Agüera y Arcas, lo importante «es la naturaleza de la variabilidad, no su
cantidad». Las diferencias entre las letras no son de la clase que se suponen
provocadas por los daños, sino que proceden de la construcción misma de las
letras: las diferencias se encuentran en los ángulos que forman las partes, en
su colocación y en la proporción de las letras. ¿Cómo era posible?
Tipos móviles y prensa de Gutenberg |
Había otro misterio. Al ver el papel iluminado desde
atrás y fotografiar las letras aparecieron subestructuras dentro de las letras:
pequeños resaltes y superposiciones. Por otro lado, la parte inferior del tipo
no estaba totalmente a nivel, como debería ser si se hubiese hecho con un solo
punzón. La solución propuesta a estos dos inesperados hallazgos es que
Gutenberg no había inventado la típica matriz para fundir una fuente de tipos,
sino algo diferente. Su tipo se fundió quizá en arena fina: «Pensad en azúcar
en polvo en vez de en grano», dice Needham. El molde
se rompería después para extraer el tipo, pero la diferencia clave era la manera en que
la imagen se estampa en su matriz, sean cuales sean los materiales usados. Las
irregularidades observadas por los investigadores podían explicarse si las
letras se hubiesen realizado con una serie de punzones «elementales» con los
que se hubiese marcado cuidadosamente el molde que componía cada una de las
letras. Como calígrafo me parece una idea muy natural: así es desde luego como
se escriben las letras, constituidas por pequeños grupos de trazos de la pluma. Cada alfabeto se compone de una serie esmeradamente
coordinada y limitada de trazos proporcionalmente relacionados entre sí, cosa
que se debe a la anchura fija de la punta de la pluma y a la actitud repetitiva
y sistemática del calígrafo al hacer sus trazos. Esta es la clase de
pensamiento sistemático que subyace tal vez en el procedimiento de Gutenberg.
En el pasado, las monedas, los sellos y otros objetos
impresos contenían series cortas de letras grabadas; pero la Biblia de
Gutenberg supuso un desafío a una escala totalmente distinta, pues tenía más de
seiscientas páginas y casi dos millones de letras. Y en este vasto terreno debe
prevalecer la armonía, pues, como dice Lorenzo Ghiberti, «La escritura no sería
bella si las letras no fuesen proporcionadas en la forma, el tamaño, la
posición y el orden y en todos los demás aspectos visibles en los que pueden
armonizar las diversas partes». El tipo de Gutenberg posee más de doscientos noventa
caracteres y ochenta y tres ligaduras, caracteres que se funden unidos. Sería
un tarea abrumadora, no habiéndolo hecho nunca antes, tallar trescientos
setenta y tres caracteres, todos de la misma altura y con anchura en
proporción, de modo que todos los trazos sean del mismo grosor según su alineación.
Al artesano novato quizá le sorprenda que sería mucho más fácil —y daría lugar
quizá a un efecto más unitario— tallar un número menor de trazos elementales y luego
hacer esas letras a partir de ellos; así se puede garantizar automáticamente
que todo tenga el mismo peso y la misma altura. Esto es especialmente relevante
dado que en la forma de la textura gótica entonces en uso, que tiene
muchas líneas paralelas, cualquier diferencia resultaría muy evidente. El
método que se eligió se basa en habilidades ya existentes —la mano y la vista del calígrafo— para
juzgar el número y la ubicación de las partes para hacer cada uno de los moldes
individuales. Hace falta un ojo experto para juzgar con exactitud en tiempo
real la deseada anchura del espacio de una contraforma, y cuánto debe
sobresalir un trazo para hacer converger y unir un asta y una curva o una curva
y otra. Fue así, como dice el colofón del Catholicon de Gutenberg de
1460, como «una maravillosa concordia, proporción y medida de punzones y
formas» produjo un libro que para muchos observadores se parece más a la
escritura a mano que al tipo uniforme con el que nos hemos criado.
Lo bueno de este descubrimiento acerca del
procedimiento de Gutenberg es que muestra que la creación de las primeras letras
impresas surgió de las habilidades del calígrafo, y las dos artes —escritura e
impresión— estuvieron tal vez unidas en un proceso orgánico de desarrollo. El
punzón único para cada letra se inventó algo después. El final de la vida de
Gutenberg no es una lectura alegre. Arruinado por los enormes costes del
desarrollo de su invento y por el dinero que tuvo que adelantar para el tipo,
el papel y la vitela de su proyecto de Biblia, Gutenberg tuvo que ceder su
equipo a su patrocinador financiero, Johann Fust, justo en el momento en que la
Biblia se imprimió por fin. Fust continuó el negocio sin la participación de
Gutenberg, y estaba bien situado para hacerlo, pues ya tenía el suyo propio de
manuscritos y libros impresos con bloques de madera, y mantenía buenas
relaciones con el comercio del libro en París. Convenció a Peter Schoeffer, un
calígrafo parisiense al que Gutenberg había contratado como ayudante, de que montase un negocio con él y en 1457
Schoeffer selló el trato casándose con la hija de Fust. Fust murió en 1466;
Schoeffer vivió hasta 1503 y tres de sus cuatro hijos fueron también
impresores, uno de ellos especialista fundidor de tipos. Gutenberg murió en
1468, una vez más exiliado de Mainz por conflictos civiles durante los cuales perdió
todo cuanto poseía en aquella ciudad. Después del proyecto de la Biblia de cuarenta
y dos líneas había iniciado otros empeños editoriales, al parecer en ocasiones
como consejero además de impresor. La Biblia de Bamberg de treinta y seis
líneas (1458-1460) es probablemente una de las producciones que supervisó. En
1465 Gutenberg recibió del príncipe arzobispo de Mainz un reconocimiento
bienvenido aunque discutible, pues fueron las maquinaciones políticas del
arzobispo las que habían causado tanto sufrimiento a la ciudad y su séquito
seguía ocupando la histórica casa familiar de Gutenberg en Mainz. Por su
invención de la imprenta, Gutenberg fue elevado a la nobleza menor y se le
concedió una pensión anual en especie y un traje nuevo al año. Murió el 3 de
febrero de 1468, día de san Blas. Hay en esto una ironía: con su invento,
Gutenberg liberó la voz de la masa del pueblo en Europa, y san Blas es el
patrono de los que se ahogan y cura la garganta, la voz. Gutenberg fue enterrado en la iglesia de los Frailes
Descalzos de Mainz, de la cual no quedan vestigios.
Cuando murió, la imprenta estaba ya en marcha. Los
disturbios de 1462 en Mainz habían hecho que algunos de sus primeros aprendices y
otros aspirantes a impresores reconsideraran su situación y se dispersaran. En
1464, Konrad Sweynheym y Arnold Pannartz establecieron su taller en Subiaco, el
hogar italiano de san Benito, que se había retirado a un cueva que está por
encima de la ciudad y allí había fundado su primer monasterio. Subiaco estaba a
sólo 70 kilómetros al este de Roma, adonde se trasladaron Sweynheym y Pannartz
en 1467. Johann von Speyer y su hermano Wendelin viajaron de Mainz a Venecia,
donde en 1468 se les otorgó un breve monopolio sobre la impresión. En 1470 el
impresor Nicolas Jenson había creado en Venecia el primer tipo romano reconociblemente
moderno inspirado en las letras humanistas, con mayúsculas basadas en letras
epigráficas y minúsculas adaptadas para combinarse con ellas. En 1480 había imprentas
por toda Europa: en treinta ciudades de Alemania, cincuenta de Italia, nueve de Francia, ocho de Holanda y España, cinco de Bélgica y
Suiza, cuatro de Inglaterra y dos de Bohemia. Al comenzar el siglo XVI, sesenta
ciudades de Alemania tenían imprentas, con cincuenta talleres individuales sólo
en Estrasburgo.
Tomado de:
CLAYTON, Ewan (2013): Historia de la escritura. Madrid, Siruela, pp. 98-103.
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