15 mayo 2018

Iuri Lotman, un pensamiento sobre la cultura




Iuri Lotman, un pensamiento sobre la cultura

Alexander Mosquera


Lotman (1998) afirma que los procesos históricos y culturales tienden a fragmentarse en períodos aislados de la historia y cultura humanas en general (escritas y no escritas), en los cuales se nota un excesivo predomino del lenguaje escrito.


De hecho, se tiene la idea de que el desarrollo global de la escritura fue posible con la invención del papel, por lo que la historia de la cultura “pre-papel” es considerada erróneamente como una falsificación. Ello en vista de que se impone en criterio de que lo único posible es lo acostumbrado, mientras que se deja de lado lo inexplorado. Incluso se ha establecido un falso nexo existencia humana-existencia de la escritura como ley universal de la cultura, a pesar de que ya conocidas las civilizaciones que existieron y desaparecieron sin dejar huellas de algún tipo de escritura.


Ahora bien, si “la escritura es una forma de memoria” (Lotman,1998:82) si el texto –a su vez- es memoria, entonces puede decirse que todo texto es un sistema de signos complejos que hablan de la cultura. Además, toda civilización determina lo que se ha de recordar y lo registra a través de los mecanismos de la memoria colectiva (la cultura), para conservar los excesos y los acontecimientos.


Pero al lado de esa conservación está otro tipo de memoria, que tiende hacia la conservación de la información sobre el orden, las leyes (no sobre violaciones y excesos) También está la costumbre que fija ese orden y el ritual que permite conservar todo eso en la memoria colectiva.


Esa memoria colectiva (la cultura) puede ser de dos tipos: una orientada a la multiplicación del número de textos y la otra, a la reiterada reproducción de textos dados de una vez para siempre. Esta última requiere otra forma de organización de la memoria cultural distinta de la escritura (memoria ágrafa), la cual es sustituida por los símbolos mnemotécnicos y los creados por el hombre (además de los rituales que ellos envuelven y los lugares sagrados)


A ello se debe agregar que la cultura escrita está orientada al pasado, mientras la oral lo está al futuro (preducciones, adivinaciones y profesías) Por eso se puede afirmar que la cultura oral es prospectiva y la cultura escrita es retrospectiva.


Según Lotman, “El mundo de la memoria oral está saturado de símbolos” (1998:87), por lo cual la aparición de la escritura lo que hizo fue simplificar la estructura semiótica de la cultura y la puso a depender de lo escrito. Y todo eso a pesar de la riqueza que en la cultura oral implica el desarrollo de los signos mágicos utilizados en los rituales, que poseen un amplio carácter polisémico derivado de esos rituales y textos orales de los que son signos nmemotécnicos.


En la cultura escrita, los signos significan un sentido; en la cultura ágrafa, los signos hacen acordarse de un sentido. En el primer caso, representan un texto o parte de él, con una naturaleza semiótica homogénea; en el segundo caso, están insertos en el texto sincrético del ritual o ligados mnemotécnicamente a textos orales en un lugar y momento dados.


Esa crítica a lo escrito se remonta incluso a los tiempos de Sócrates, quien asociaba la escritura no al progreso de la cultura, sino a que ésta haya perdido el alto nivel alcanado por la sociedad ágrafa. De hecho, se plantea que la escritura posee una disposición olvidadiza, pues priva de ejercicios a la memoria y no para la memoria, para mejorarla)


Una concepción particular de la cultura.


Se dice que cada cultura crea su propia concepción del desarrollo cultural. Es decir, crea una tipología de la cultura, de la que surgen dos enfoques generales:


  • La “cultura propia”, considerada como la única (la que establece la norma)
  • La “no cultura” de las otras colectividades (la cultura ajena) 


Allí se aprecia el mismo sistema binario contradictorio pero complementario que plantea Lotman en su obra, con lo cual hace referencia a los conceptos de centro/periferia, lo organizado/lo no-organizado, lo semiótico/lo alosemiótico (o extrasemiótico) (1996).


De la primera concepción surge el metalenguaje de una tipología dada de la cultura, que servirá de base para la autodestrucción y para la descripción de esas otras culturas asumidas como “no cultura”. De esta última, Lotman (1998) aclara que no es que posee otros rasgos, sino que están ausentes los rasgos (regularidades) de la cultura propia (la tomada como norma), que son los que se utilizan como punto de referencia para la descripción.


Hay también otro enfoque del desarrollo cultural, según el cual existen varios tipos internamente independientes de culturas en la historia de la humanidad. En función de ello se determina el metalenguaje de la descripción tipológica, que abarcará una visión desde dentro o desde afuera de la cultura a la que pertenece. Es decir, será cuestión de ver dónde situarse al momento de hacer la descripción en cuestión (de qué lado de la frontera), para que así el metalenguaje pueda cumplir con su función científica de explicar la esencia de la cultura escrita.


Para Lotman (1998), dicho metalenguaje se basa en oposiciones de tipo psicológico, religios, nacional, histórico o social. De esta forma, se supera la tendencia a no tomar en cuenta que un fenómeno único no puede tener peculiaridad (sin tener con qué comparar), pues tal peculiaridad requiere –por lo menos- dos sistemas comparables. Igualmente, se contrarresta esa tendencia de los dos mencionados modos de descripción de la cultura a absolutizar las diferencias en el material que se estudia y a no distinguir los universales comunes de la cultura de la humanidad.


El autor también propone que construcción de tal metalenguaje de descripción de la cultura se sustente en los modelos espaciales, lo cual permitirá examinar textos que puedan pertenecer al mismo tipo de cultura, para escoger los que más se distingan por la estructura de su organización interna (ver los textos diferentes como complementarios)


Precisamente, ese texto invariante o texto-constructo (integrado por textos de diverso tipo) es a lo que Lotman se refiere como el texto de la cultura (el todo que encierra las particularidades , las diversidades), también llamado el cuadro del mundo de una cultura dada. Éste debe tener la universalidad como propiedad (incluye todo: lo igual y lo diferente)



  La Semiosfera II (1998) 
de I. Lotman.


Textos, subtextos y delimitaciones espaciales


Según Lotman (1998), los textos de la cultura se dividen en dos subtextos: los que caracterizan la estructura del mundo y los que caracterizan el lugar, la posición y la actividad del hombre en el mundo. 


Los subtextos que caracterizan la estructura del mundo se caracterizan por:

  • Su Inmovilidad.
  • El cómo está organizado.
  • Cambios inmanentes al sistema (A se transforma en B)
  • Carácter discreto del espacio (finitud).
  • Reproducción de la construcción del mundo.
  • Valoración (idea de la jerarquía axiológica).
  • Modelizan esa valoración mediante conceptos binarios contrapuestos.
  • Se expresan en textos independientes (cerrados)


En cambio, los subtextos que caracterizan el lugar, la posición y la actividad del hombre en el mundo se caracterizan por:

  • Su Dinamismo.
  • Las acciones del sujeto son descritas como un continuum (espacio ininterrumpido, contiguo, aunque con fronteras).
  • Poseen un “sujet” (una trama, un argumento).
  • Ese “sujet” se expresa mediante situaciones o episodios que esponden al qué y cómo ocurrió, y qué hizo el sujeto.
  • No forman textos independientes (la estructura de los subtextos inmóviles está presente en ellos explícita o implícitamente).


Allí se puede apreciar cierto isomorfismo con respecto a la caracterización planteada por González (2002), al hablar de semiótica vinculante (los subtextos del segundo grupo) En este último caso, Lotman logra esa vinculación al plantea: “El espacio del texto de la cultura es el conjunto universal de los elementos de una cultura dada, es decir, es un modelo de todo” (1998:101) En otras palabras, ese conjunto universal incluye las diferencias, las regularidades, como ya se dijo.


Tal afirmación arropa el concepto de frontera como un rasgo básico de la estructura interna de un texto (los tipos de divisiones de ese espacio universal), el cual va de la mano de la dimensionalidad del espacio universal y la orientación espacial. Así, esa frontera divide el espacio de la cultura en dos partes diferentes: uno ininterrumpido dentro de esas partes (lo continuo) y otro roto en la frontera (lo discreto)


En correspondencia con dicho rasgo, Lotman (1998) menciona dos tipos de delimitaciones del espacio de la cultura:


En un espacio bidimensional, la frontera divide el plano (el conjunto universal) en un dominio externo (ilimitado) y otro interno (limitado) que son complementarios. Así se plantea la oposición “nosotros/ellos” (lo interno/lo externo).


El otro tipo de espacio según la coincidencia del punto de vista del portador de un texto con determinado espacio (externo o interno) Esto envuelve dos situaciones: a) será una orientación espacial recta, si coinciden el punto de vista del texto y el espacio interior del modelo de la cultura, y b) será una orientación espacial invertida, se coincide el punto de vista del texto con el espacio exterior.


Ello envuelve la tendencia hacia la integración o desintegración que menciona Lotman (1996), donde la tensión juega un rol clave para que se concrete una u otra situación. Además, de esa orientación espacial dependerá la interpretación de la oposición “nosotros/ellos”. Así, en el primer caso (orientación recta), el “nosotros” es lo interior y el “ellos” es lo exterior (que siempre es incomprensible por estar construido sobre una lógica que es ajena): mientras que en el segundo caso (orientación invertida), el “nosotros” es lo exterior y el “ellos” es lo interior”. Todo está supeditado al lado de la frontera desde el cual se haga la observación.


En esa interrelación se aprecia también el planteamiento de lo aislante/lo vinculante de González (2002), cuando Lotman deja ver que el espacio interior es cerrado (está lleno de un grupo finito de puntos) y que el espacio exterior es abierto.


De todo lo planteado se puede observar cómo la frontera se convierte en un elemento esencial del metalenguaje espacial en un elemento esencial del metalenguaje espacial de descripción de la cultura, pues la interpretación dependerá de las interrelaciones que es establezcan en concordancia con una ubicación espacial de quien escribe. Por supuesto, esa frontera siempre pertenecerá exclusivamente a un espacio (sea el interior o el exterior) y nunca ambos a la vez. Además, ella puede intervenir en el texto de la cultura en calidad de invariante de elementos de textos reales.


Otras fronteras de las que igualmente habla el autor están representadas por las relaciones no espaciales; es decir, aquellas donde una línea separa los conceptos opuestos al estilo de frío/calor, vida/muerte, etc. Incluso, hubo un modelo de la cultura (correspondiente a la ilustración) en el cuela el cuadro del mundo se percibía a partir de la oposición natural/artificial, donde lo interior (lo antropológico) era lo natural, moral y elevado; y lo exterior (lo social) era lo antinatural, inmoral y bajo.


En resumidas cuentas, la existencia de una frontera implica a su ve la presencia de una constante tensión entre ambos espacios, lo cual conduce a las colisiones que menciona Lotman (1998) y que producen explosiones (nuevos textos). Dichas colisiones pueden dar origen a dos tendencias: la del espacio interior a defenderse (tras reforzar la frontera) y la del espacio exterior a destruir el espacio interior (tras romper la frontera), dos eventos que asoman la posibilidad de una transculturación (mezcla de culturas) o de una aculturación (desplazamiento de una cultura por otra dominante)








Tomado de:
Mosquera, A (2009): "La semiótica de Lotman como teoría del conocimiento". En: Revista Venezolana de Información, Tecnología y Conocimiento, 6, pp. 71-75

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