17 junio 2017

Humanismos. Eugenio Pucciarelli




Humanismos

Eugenio Pucciarelli


La heterogeneidad de los intereses de nuestra época, explica la divergencia de las orientaciones de los humanismo contemporáneos, pero no excluye la existencia de contactos y de ideas comunes. Cuatro marcos distintos -ciencia, religión, filosofía y política- permiten agrupar las direcciones humanistas de hoy, a la vez que facilitan a apreciación de sus diferencias. Estas resultan según que el interés se oriente hacia la búsqueda conocimiento objetivo, necesario, universal y demostrable, o que, en actitud de creencia, preste adhesión a misterio que envuelve a todas las cosas y que es opaco para la razón, o que se coloque a posesión crítica, desnude errores e ilusiones, combata prejuicios y persiga el saber total y la autonomía de la persona, o, finalmente, que trace programas de acción social y económica con la mira puesta en la transformación del mundo humano. Así se explica que haya cuatro direcciones de humanismo -el evolutivo (o científico), el integral (o cristiano), el existencialista (o filosófico) y el socialista (o marxista)- que se disputan hoy la preferencia.

En la segunda mitad del siglo XX nace el humanismo científico que según el biólogo Julián Huxley, se inspira en una nueva visión de la realidad, apoyada en experiencias de la ciencia, que no descartan la colaboración del arte y de la religión. Al fundarse en la comprensión del hombre y sus relaciones con el medio, no olvida que la evolución, que ha conducido hasta el presente, atraviesa hoy por la etapa psico-social y conduce a una nueva imagen acerca del destino del hombre. Propio de esta orientación es rechazar los dualismos y afirmar la triple unidad de mente y cuerpo, de lo material y lo espiritual, y de toda la humanidad, mas allá de la artificial separación de razas, lenguas y tradiciones.

Ofrece una concepción congruente del arte, la ciencia y la religión, en la medida en se trata de actividades que trascienden el trabajo material que asegura la subsistencia de la vida y facilitan una organización eficaz de la experiencia en formas integradas que desempeñan una alta función social.

El humanismo integral, en la versión que ofrece Jacques Maritain, ha de ser calificado como teocéntrico, aspira a atenerse a los preceptos del Evangelio y admite la existencia de verdades eternas y valores que trascienden al hombre y confieren sentido a su vida. Se esfuerza por no confinar la actividad humana en la círculos de la vida interior y del cultivo de la religión, porque se propone atender a las exigencias sociales que brotan de los campos de la economía y de la política. Le anima la convicción de que es posible transformar al hombre desde dentro, estimulando posibilidades que cada uno alberga en sí aunque normalmente suelen hallarse dormidas. Confía en modificar, a partir de este centro interior, las estructuras de la vida social, infundiendo en ellas los medios que brinda la espiritualidad cristiana.

Una misma confianza en la existencia de un orden espiritual situado más allá del mundo empírico, de donde brota todo sentido de la vida humana, otorga a cada hombre la condición de persona responsable de su destino. 

Opuesto en más de un aspecto fundamental, es el humanismo existencialista. Partiendo de una idea negativa del hombre, que subraya que los aspectos sórdidos de la existencia -angustia, náusea, soledad, desamparo, mala fe, viscosidad, desesperación-, Sartre se apresura a reconocer la existencia de todo soporte metafísico de los valores cuya realización habría de conferir sentido a la existencia humana. Les retira objetividad y, con mayor razón, eternidad, y lo hace en nombre de la negación de la existencia de Dios. El hombre, colocado ahora en el centro del universo, es una subjetividad de cuyas decisiones dependen verdades, valores y acciones, ya que se le reconoce al menos la posibilidad de elección en nombre de una libertad que si bien es un atributo positivo también es una condena. En medio de este páramo, el hombre resulta ser "lo que el mismo se hace" y, en tal carácter, puede ser definido como un "proyecto que se vive subjetivamente" y que, por lo mismo, está lanzado hacia el porvenir y resulta ser el único responsable de lo que es.

El hombre no es una sustancia, no una entidad con perfiles definitivamente definidos, ni una esencia que predetermina cada una de las fases de su realización, sino un proyecto y, como tal, una serie de empresas, al cabo de las cuales resulta ser el conjunto de sus actos. Es plenamente responsable de lo que hace y de lo que es, y no puede dejar en otros -Estado, Iglesia, sociedad, individuos- ni un ápice de la responsabilidad que le incumbe.

No han faltado teorizadores del humanismo socialista. Lejos de limitarse a proponer una nueva imagen del hombre, se han esforzado por contribuir activamente a crear las condiciones económicas y sociales que habrán de favorecer su advenimiento. La figura humana que emergerá al término de un áspero proceso de liberación, involucra la superación definitiva de las concepciones tradicionales. 

En esta orientación ideológica, la humanismo se concibe dentro de un contexto político y como aspecto solidario de la solución práctica que se propugna. Se afirma la imposibilidad de alcanzar el comunismo sin el humanismo y de realizar el humanismo sin el comunismo, y todo ello dentro de un marco naturalista. Allí donde el hombre no es más  que mero elemento de la naturaleza, sometido al juego implacable de necesidades fisiológicas, el mundo de la cultura queda reducido a la poco airosa condición de superestructura ideológica (por lo tanto, parcial y afecta de terror) y sus variaciones se conciben en función de los cambios que ocurren en el nivel subyacente de las relaciones de producción.

Sólo una revolución, promovida por el estrato menos favorecido de la comunidad, encaminada a socializar todos los medios de producción y centralizar la organización del trabajo y la distribución de sus frutos, estaría en condiciones de suprimir las desigualdades implícitas en la existencia de las clases sociales. En ese nuevo medio, creado por el régimen político de la dictadura del proletariado y abolida la explotación del hombre por el hombre, seria posible asegurar el ejercicio efectivo, y no meramente formal, de la libertad y, con ello, la expansión de la dignidad de la persona.




















Tomado de:
PUCCIARELLI, E. (1987): Los rostros del humanismo. Fundación Banco de Boston. Bs. As., pp. 42-47.

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