Anfibologías.
La palabra "inteligencia" puede designar una facultad de intelección o una complicidad; por lo general, el contexto obliga a escoger uno de los dos sentidos y a olvidar el Otro. Cada vez que encuentra una de esas palabras dobles, R.B., por el contrario, conserva a la palabra sus dos sentidos, como si uno de ellos le guiñara el ojo al otro y que el sentido de la palabra estuviese en ese guiño, que hace que una misma palabra, en una misma frase, quiera decir al mismo tiempo dos diferentes, y que se goce semánticamente de la una por la otra. Es por esto que a estas palabras se las llama en varias ocasiones "preciosamente ambiguas": no por esencia léxica (pues cualquiera palabra del léxico tiene varios sentidos), sino porque gracias a una especie de suerte, de buena disposición, no de la lengua sino del discurso, puedo actualizar su anfibología, decir "inteligencia" y simular que me estoy refiriendo principalmente al sentido intelectivo, pero dando a entender el sentido de "complicidad".
Estas anfibologías son extremadamente (anormalmente) numerosas: Ausencia (carencia de la persona y distracción del espíritu), Alibí (coartada policial y otro lugar), Alienación (buena palabra, a la vez mental y social), Alimentar (la caldera y la conversación), Quemado (incendiado y desenmascarado), Causa (lo que provoca y lo que uno abraza), Citar (llamar y copiar), Comprender (contener y captar intelectualmente), Crudeza (alimenticia y sexual), Desarrollar (sentido retórico y sentido ciclista), Discreto (discontinuo y retenido), Ejemplo (de gramática y de libertinaje), Exprimir (sacar el jugo y expresar su interioridad), Fin (límite y meta), Función (relación y uso), Frescura (temperatura y novedad), Indiferencia (ausencia de pasión y de diferencia), fuego (actividad lúdicra y movimiento de las piezas de una máquina), Viajar (alejarse y drogarse), Polución (contaminación y masturbación), Poseer (tener y dominar), Propiedad (de los bienes y de los términos), Interrogar (preguntar y torturar), Escena (de teatro y matrimonial), Sentido (dirección y significación), Sujeto (sujeto de la acción y objeto del discurso), Rasgo (gráfico y lingüístico), Voz (órgano corporal y diatesis gramatical), etc.
En el catálogo de la doble audición: los addad, esas palabras árabes que tienen dos sentidos absolutamente contrarios (1970, I); la tragedia griega, espacio de doble sentido, en el cual "el espectador oye siempre más de lo que cada personaje proclama por cuenta propia o a Cuenta de sus compañeros" (1968, I); los delirios auditivos de Flaubert (presa de sus "errores" de estilo) y de Saussure (obsesionado por la audición anagramática de versos antiguos): Y para terminar, lo siguiente: no es la polisemia (lo múltiple del sentido) lo que se elogia y se busca; es muy exactamente la anfibología, la –duplicidad; no es la ilusión de oírlo todo (cualquier cosa), sino la de oír otra cosa (en esto soy más clásico que la teoría del texto que defiendo).
La escritura comienza por el estilo.
El asíndeton, tan admirado en Chateaubriand bajo el nombre de anacoluto (NEC, 113), él trata a veces de practicarlo: ¿qué relación podemos encontrar entre la leche y los jesuitas? La siguiente: ..... los clics, esos fonemas lácteos que el maravilloso jesuita Van Ginneken colocaba entre la escritura y el lenguaje" (PIT, 12). Hay también innumerables antítesis (buscadas, construidas, ceñidas) y juegos de palabras de los que se saca todo un sistema (placer: precario / goce: precoz). En suma, innumerables rastros de un trabajo del estilo, en el sentido más antiguo de la palabra. Ahora bien, ese estilo sirve para elogiar un valor nuevo, la escritura, que es, por su parte, desbordamiento, que arrastra al estilo hacia otras regiones del lenguaje y del sujeto, lejos de un código literario clasificado (código periclitado de una clase condenada). Tal vez esta contradicción se explica y se justifica así: su manera de escribir se formó en un momento en que la escritura del ensayo trataba de renovarse mediante la combinación de intenciones políticas, de nociones filosóficas y de verdaderas figuras retóricas (Sartre está lleno de ellas). Pero sobre todo, el estilo es, de alguna manera, el comienzo de la escritura: aun tímidamente, exponiéndose a grandes riesgos de recuperación, prepara el reino del significante.
La elipsis.
Alguien le pregunta: "Usted ha escrito que la escritura pasa por el cuerpo; ¿puede explicarse?" Se da cuenta entonces cómo tales enunciados, tan claros para el, pueden resultar oscuros para muchos. Sin embargo, esta frase no es insensata, sólo elíptica: es la elipsis lo que no se tolera. A lo que se añade en este caso, tal vez, una resistencia menos formal: la opinión pública tiene una concepción reducida del cuerpo: es siempre, al parecer, lo que se opone al alma: toda extensión un tanto metonímica del cuerpo es tabú.
La elipsis, figura mal conocida, perturba justamente porque representa la horrorosa libertad del lenguaje, que, de alguna manera, no nene medida obligatoria: sus módulos son totalmente artificiales, puramente aprendidos; no me causan más asombro las elipsis de La Fontaine (y sin embargo, cuántos rodeos no formulados entre el canto de la cigarra y su miseria) que la elipsis física que Junta en un simple mueble la corriente eléctrica y el frío, porque estos atajos están situados dentro de un campo. Puramente operatorio: el del aprendizaje escolar y el de la cocina; pero el texto no es operatorio: no hay antecedentes para las transformaciones lógicas que propone.
Lo privado
Es en efecto cuando divulgo lo privado de mí mismo cuando más me expongo: no por el riesgo del "escándalo", sino porque así presento mi imaginario en su consistencia más fuerte; y el imaginario es precisamente lo que ofrece un blanco a los otros, lo que no está protegido por ningún vuelco, ninguna dislocación. Sin embargo, lo "privado" cambia según la doxa a la que uno se dirige: si es una doxa de derecha (burguesa o pequeñoburguesa: instituciones, leyes, la prensa), es lo privado sexual lo que más lo expone a uno. Pero si es una doxa de izquierda, la exposición de lo sexual no constituye una transgresión: lo "privado", en este caso, son las prácticas fútiles, los rastros de ideología burguesa que el sujeto confiesa: al dirigirme a esta doxa, me expongo menos al declarar una perversión que al enunciar un gusto: la pasión, la amistad, la ternura, la sentimentalidad, el placer de escribir, se convierten entonces, por un simple desplazamiento estructural, en términos indecibles: contradicen lo que puede ser dicho, lo que se espera que uno diga, lo que precisamente -la voz misma del imaginario-uno quisiera poder decir inmediatamente (sin mediaciones).
Tomados de:
BARTHES, Roland (1978): Roland Barthes por Roland Barthes. Barcelona, Kairos, p.83, 84, 90 y 92.